Las curvas de Elva se habían redondeado, la seda negra ahora ajustaba un vientre prominente de seis meses. Su piel, bronceada por el sol veraniego que caía sobre sus voluptuosos pechos, mostraba el mapa de su nueva vida. La libertad, antes una promesa embriagadora, se había convertido en un estilo de vida pleno. Había abrazado con fervor la decisión de ser “una puta preñada”, como ella misma lo llamaba, y cada día se sentía más cómoda con esa etiqueta que le devolvía el poder sobre su cuerpo y su deseo.
El anuncio colgado en la entrada de su pequeño apartamento era simple: “Experiencia única – Mujer embarazada busca compañía”. Debajo, una foto suya tomada justo antes de cumplir 52 años: Elva desnuda, con un brillo sensual en los ojos, rodeada por un halo de luz dorada que acentuaba las prominentes curvas de sus senos y el abultado vientre. Las palabras “Sin preservativos” se escribían en letras grandes debajo de la foto, como una invitación a la aventura más salvaje.
Las respuestas fueron inmediatas. Un torbellino constante de hombres con ansias por experimentar su maternidad compartida inundaban su vida. La mayoría eran jóvenes, atraídos por el misterio del embarazo y la sensualidad de un cuerpo que se transformaba en un templo de fertilidad. Algunos, más veteranos, buscaban la satisfacción de una pasión sin ataduras, sin el peso de las convenciones sociales.
Su pequeña habitación se había convertido en un santuario erótico. La pared del fondo estaba tapizada con terciopelo rojo para brindar un toque lujoso a los encuentros. Un gran espejo ovalado reflejaba sus movimientos y permitía que observase la escena con una mezcla de placer y orgullo. El suelo, cubierto por una alfombra gruesa, acolchaba las caídas de las gotas de leche materna que se deslizaban sobre su piel al orgasmo.
Las noches eran un frenesí de cuerpos y sensaciones. No se limitaba a encuentros individuales; los sábados en particular, se organizaban “fiestas en la cuna”, como ella misma las llamaba. Decenas de hombres, invitados por amigos o conocidos que habían probado el placer de su compañía, la aguardaban con impaciencia. La línea para disfrutarla se extendía por todo el pequeño departamento: algunos se turnaban mientras otros se esperaban pacientemente sentados en el suelo, en una mezcla de ansiedad y deseo conteniendo el aliento.
Elva disfrutaba del espectáculo, deleitándose con la mirada ansiosa que los hombres le dedicaban mientras se acercaba a ellos. Su cuerpo, ahora más suave, cedía con facilidad a sus caricias, a las exploraciones de manos ávidas y la penetración constante. La sensación era una cascada sin fin: un torrente de esperma caliente que llenaba su vagina una y otra vez, despertando gemidos guturales en ella mientras sus pechos se hinchaban con leche materna. El placer era tan intenso que a veces no podía distinguir los rostros ni las voces de sus amantes, solo el ritmo del acto, la humedad, el calor y el sudor que impregnaba el aire.
En un momento dado, sintiendo el calor del aliento de un hombre en su cuello mientras él se deslizaba dentro de ella, Elva levantó la vista hacia el espejo y sonrió. Se veía hermosa: redonda y poderosa, rodeada por un halo de deseo y una cascada de esperma que salpicaba su cuerpo como una lluvia dorada. Era una diosa, una reina del placer, una fuente fecunda en medio del torbellino de cuerpos y emociones. Sus manos se posaron sobre su vientre abultado, acariciando el pequeño ser que crecía dentro suyo. El futuro era un misterio, pero la certeza de este instante, de esta salvaje libertad, era absoluta.
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