Mariana y una lección de sexo (2): Derribando tabúes

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Con Mariana nos llevábamos de maravilla. Era una relación adulta; habíamos acordado que cada uno seguiría viviendo en su casa y nos encontraríamos las veces que quisiéramos en cualquiera de ellas. Entendimos que así resguardaríamos nuestra individualidad. Eso no era óbice de que nos habláramos por teléfono todos los días, preferentemente a última hora de la tarde o por la noche para no interferir nuestras rutinas de trabajo. Nuestras citas eran generalmente los viernes por la noche y los fines de semana. Muchas veces los encuentros duraban Todo un fin de semana, aunque no era lo más frecuente, salvo cuando pasábamos muchos días sin vernos.

Con el correr de los meses, empecé a notar un cambio en la figura de Mariana. Según mis ojos, su cara parecía mas rellena o por lo menos sus mejillas. Y según mis manos, sus tetas, cintura y nalgas, habían desarrollado un poco más de volumen. Cuando la conocí e intimamos, mis manos se bastaban para contener sus senos y culo, y ahora notaba como resultaban insuficientes para ello. Además, su culito adquirió una redondez atrapadora que invitaba a malos pensamientos.

Precisamente eso le comentaba en una conversación telefónica.

–Dime Mariana, es una ilusión óptica mía o te has puesto un par de kilos encima.

–¿Por qué me lo preguntas?

–Porque tengo la impresión, en realidad el convencimiento, de que tu culito y tus chichis están un poco más grandes.

–Veo que por fin te has dado cuenta. Sí, he aumentado un par de kilos y algunos gramos más. Precisamente estoy por ver de comprarme unas bragas un poco más grandes porque las que estoy usando me aprietan bastante. Además, los corpiños que antes no los acababa de llenar, ahora los calzo perfectamente. ¿no te gusto ahora?

–Siempre me has gustado, y mucho. Y la verdad es que tu figura actual me sigue gustando como el primer día.

–Me agrada que seas tan lisonjero.

–Además, ese cambio me lo debo atribuir ¿no te parece? ¿O es muy jactancioso de mi parte?

–Será que tu compañía ayudó, creo.

Siguió la charla y como se aproximaba la fecha de mi cumpleaños, Mariana me invitó a su casa ese fin de semana para festejarlo. Obviamente acepté porque sabía que iba a ser una fiesta completa. Así fue que ese viernes por la noche, mi cumpleaños era al día siguiente, aparecí en su departamento llevando un par de botellas del vino del cual Mariana era fanática y un par de champán para el festejo. Festejo que tenía la seguridad que duraría todo el fin de semana.

Fue una cena opípara en donde Mariana se lució. Regada con el vino resultó un banquete. Después de comer y asear los enseres utilizados, Mariana me propuso ver una película en la cama. Realmente de la película no me acuerdo nada porque el solo contacto con el cuerpo de Mariana nubló mi mente y solo pensaba en lo que vendría a continuación. La razón de mi turbación estaba dada porque apareció con un babydoll negro cubriendo sostén y bragas del mismo color. Realmente una invitación al pecado.

Mariana adoptó en la cama una costumbre que a ambos nos gusta cuando miramos televisión, se recuesta sobre mi pecho. Entusiasmado por la sexy figura de mi compañera, yo no miré la película. Deslizando mis manos debajo del corpiño, me entretuve acariciándole las tetas y los pezones. Duré un buen tiempo, el necesario para que ambos diéramos rienda suelta a nuestra lívido. Allí acabó la película.

Apagado el TV, Mariana se colocó de costado, apoyando la espada en mi pecho. Posición cucharas, como le dicen. A ella le fascina sentir mi dura verga sobre su culo y mucho más cuando le quito las bragas y la coloco entre sus piernas rozando los labios de la vagina, que precisamente fue lo que sucedió esa noche. Comenzó a mover su cola hacia atrás para que mi ariete mojado por sus jugos que nunca faltan, le proporcione placer. Lo repite durante largos minutos acentuando mis deseos de clavarla.

Por mi parte, además de facilitar mi falo para su deleite y mi calentura, aproveché la posición para besar su cuello, morderle la oreja y decirle lisonjas y guarrerías que a ella le agradan. También aproveché para jugar con mis dedos con su clítoris. Lo froté, pellizqué y jalé de él, para excitarla aún más. Cuando los mutuos deseos y la calentura se fueron acumulando, ella se inclinó hacia adelante para que la punta de mi verga, mi gordo glande, se introduzca en su cueva.

Nuestro protocolo, por así llamarlo, señaló el momento de mi entrada en acción. Mis caderas comenzaron un suave vaivén que poco a poco aumentó de ritmo hasta que la tímida entrada de mi falo se transformó en una brutal penetración que cuando llegó al máximo de desenfreno y excitación, desencadenó un mutuo orgasmo acuciado por nuestros jadeos, gemidos y palabras inspiradoras que nos calentaron mucho más.

Ese polvo, créanme fue lo máximo. Imposible relatar en pocas palabras lo que significa esa entrega total, no puedo describir el placer que nos produce a ambos. Mucho placer y fatiga física, porque generalmente dura mucho tiempo, razón por la cual, como sucedió ese día nos quedamos profundamente dormidos.

Desperté cuando Mariana, que se había levantado antes, apareció con una bandeja con todos los ingredientes para el desayuno. Pronunció un feliz cumpleaños y se introdujo en el lecho para compartir lo que había preparado. Terminado el desayuno, y previa pasada por el baño para la higiene corporal, nos vestimos y según el programa preparado por ella, salimos a pasar el día fuera de su casa. Fue una jornada agradable que disfrutamos paseando, haciendo compras, entre ellas mi regalo, almuerzo en un restaurante italiano, para regresar a su departamento cuando caía la tarde.

No habría cena. Como el almuerzo había sido generoso, decidimos que solo comeríamos unas masas para acompañar al champán. Nos bebimos una botella que nos puso alegres y desinhibidos, dispuestos a continuar la tarea de la noche anterior. Ya acostado, vino la primera sorpresa de la noche. Mariana se apareció completamente desnuda. Se acostó y me dijo…

–Carlos, esta noche debe ser especial y distinta a lo que acostumbramos.

–¿Será por mi cumpleaños?

–Por eso y porque hoy estoy más cachonda que nunca.

–Pues bienvenida a mis brazos.

Dicho lo anterior comencé a comerle la boca con beso de lengua mientras la abrazaba y sentía en mi pecho sus tetas. De los besos pasamos rápidamente a las caricias. En un movimiento rápido me quitó mi bóxer y se apropió de mi verga. Cumpliendo el ritual habitual comenzó a besarla desde la base hasta la punta. Siguieron las lamidas desde los testículos por todo el tronco en un recorrido despacioso y milimétrico. Luego, con una mano comenzó a hacerme una suave paja y con la otra acariciar mis testículos. A estas alturas de los acontecimientos mi falo había adquirido una dureza extrema, mis sensaciones de goce iba creciendo minuto a minuto y mi respiración agitarse.

Con mis manos acariciaba sus cabellos. Continuó lamiendo, ahora el glande y el frenillo, lengua va y lengua viene, para luego abrir la boca e introducir el ariete hasta lo más profundo de su garganta. Jugó con su boca chupando, succionando y hasta mordiendo, llevándome a una tremenda excitación que me aproximaba al orgasmo.

–Mariana, cariño, me viene, me viene… –dije

–Ya me doy cuenta… –dijo entre dientes– quiero que te derrames en mi boca, por favor.

No aguanté más y comencé a inundarla con una abundante corrida que no parecía tener fin y que Mariana recibió sin dejar escapar ni una gota. Me miró a los ojos y guiñándome un ojo tragó mi simiente luego de saborearla. Ese orgasmo me dejó exhausto. La maestría de Mariana para jugar con mi virilidad, es insuperable. Esta vez se había esmerado al tragar el semen, como no había ocurrido anteriormente. Eso me había sorprendido porque hasta ese momento había sido renuente. Cuando recuperé el aliento le dije:

–¿Y eso?

–Menuda sorpresa te llevaste, ¿no?

–Realmente no lo esperaba. había dicho que esta noche era especial, ¿no te acuerdas?

Realmente había sido especial e inolvidable la felatio de Mariana, tanto que me costó recuperarme. Nos quedamos un largo rato abrazados y besándonos cada tanto, mientras charlamos sobre nuestras vidas antes y después de conocernos e intimar. Llegamos a la conclusión que esto último había sido un hallazgo mutuo.

Cuando me sentí recuperado, sentí el deseo de complacerla en la misma medida en la que ella me había satisfecho. Le pedí que se pusiera boca abajo y comencé a besar todo su cuerpo desde su cuello. Me deslicé por toda la espalda hasta llegar a su culito renovado. Lo encontré sumamente apetecible, suave y con pretendida redondez, me encantó poder acariciarlo. Me entretuve un largo rato no solo besándolo, sino que también lo colmé de chupones y lamidas. Le abrí los cachetes y deslicé mi lengua por su canal y besé con intensidad su anillo rugoso, y mientras lo hacía alimentaba otros deseos.

El besuqueo llegó hasta sus pies. Con suma delicadeza la puse de espaldas nuevamente para repetir la ceremonia desde sus titis remozadas, donde me di un festín. Cada una de ellas recibió besos, lamidas y chupadas. Pasé de una a la otra en repetidas oportunidades. Las magreé con mis manos y llegué a morder con suavidad esos hermosos pezones que tiene. El viaje siguió hasta que llegué a su entrepierna, que Mariana abrió sabiendo lo que seguía a continuación. Como un poseso me adueñé de su vagina y sus labios para besarlos y chuparlos. Mi lengua, ávida de acción se abrió paso para encontrar una vulva deliciosa y empapada, recorrió todos los sitios habidos y por haber. Fueron largos minutos donde los gruñidos de mi amante me daban la señal de su complacencia.

Era una fiesta total donde ambos estábamos gozando al máximo. A cada rato buscaba aire para respirar y sentía como mi saliva junto con los jugos de Mariana caían por la comisura de mis labios. Todo llegó a su término cuando ataqué su clítoris, ella no pudo contenerse más y dando fuertes gritos con su cuerpo convulsionado, me regalo en la boca un orgasmo que bebí y disfruté como nunca.

La pasión requería un intervalo para recuperar el aliento y renovar energías. Es realmente placentero yacer desnudos junto a la persona que uno quiere. Sentir el contacto de la piel sobre el propio cuerpo produce un bienestar incomparable, y más aún cuando los sexos reciben suaves caricias recíprocas. Se podría afirmar que uno cae en un estado de gracia del cual resulta difícil salir. Sin embargo, el éxtasis se vio interrumpido cuando Mariana, repuesta y con deseos, comenzó a menearme la verga que rápidamente respondió al estímulo. Fue entonces cuando me propuso algo que no estaba previsto ni remotamente.

–Carlos, como te dije antes, hoy es un día especial y de novedades. Tengo ganas de que me lo hagas por detrás.

–¿Qué? ¿Me estás pidiendo sexo anal?

–Si. Quiero probar. Desde hace tiempo tengo inquietud por saber que siente. ¿Acaso tu no quieres?

–No es eso. Es que me sorprendiste. Yo quiero lo que tú quieras. Mira que al principio puede doler y ser molesto.

–Ya lo sé. Pero igual quiero. Acá tengo una crema que compré que nos va ayudar.

Y así fue que lo hicimos. Con la delicadeza y suavidad que la situación requería, la preparé para que fuera lo más placentera posible. La coloqué en posición para besarle las nalgas y su anillo anal, que unté con la crema y lo distendí masajeando en forma circular hasta que sentí que admitiría la penetración. Mariana, curiosa, trataba de mirar. Con una mano trataba de abrir los cachetes y con la otra empuñé mi verga hacia el objetivo. Si bien estaba distendido, costó introducir el glande porque el ano no se terminaba de relajar.

Cuando logré que aflojara sus músculos, se produjo el desvirgué, no sin dolor y quejidos de Mariana, que soportó estoicamente la intrusión. Esperé un par de minutos para que el conducto anal aceptara la presencia de mi verga, y lentamente fui deslizándome hasta que mi pubis se topó con sus nalgas.

–Amor, ¿Cómo estás? ¿Duele? ¿Sigo?

–Lo peor creo que ya pasó. Ahora estoy sintiendo nuevas sensaciones. Es raro, pero me está gustando. Seguí mi amor.

Por supuesto que seguí. Lo hice a todo vapor, entrando y saliendo cada vez con más vehemencia y rapidez. En mi entusiasmo por lo bien que lo había recibido Mariana, me encendí y tomándola de los hombros empecé a mover mi cadera con intensidad buscando desesperadamente una penetración profunda. Ella, me acompañaba en mis embestidas moviendo su culo para que mi verga alcanzara su destino, y me animaba a hacerlo con más vehemencia. No cabía dudas que ya estaba gozando a pleno su nueva experiencia.

Liberé una mano, y con ella comencé a jugar con su clítoris para que el placer fuera mayor. Lo logré, porque con una voz de satisfacción me hizo saber que le estaba llegando el orgasmo, y cuando este sucedió me pidió a gritos que acabara. Como yo estaba a mil, no duré mucho más y derramé en su recto el semen que aún me quedaba. Respirando profundamente, mientras mi verga salía de su cueva, Mariana dijo:

–¡Qué locura ¡Finalmente lo hicimos! Y no estuvo mal, ¿verdad?

–Una delicia, querida Mariana, resultó menos traumático de lo que yo pensaba. Me alegro que hayas gozado tanto como yo.

–Como te dije, fue una nueva sensación, distinta, pero al final muy agradable. Digo al final, porque al principio dolió un poco.

–Bueno, ya está. Tuviste tu debut y te gustó. Maravilloso, podremos repetir en cualquier momento. Ahora podemos dormirnos, dale.

–Hasta luego.

Después de darnos unos intensos besos, nos volvimos a abrazar en forma de cuchara. Al día siguiente hubo más festejos, pero serán motivo de nuevos relatos.

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