Me lo has propuesto

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T. Lectura: 6 min.

Me lo has propuesto, a mis 40 años, haciendo: que me sienta una mujer joven, libre. Fue el lunes, estaba donde siempre, en mi puesto laboral, atendiendo las llamadas. Llegaste, con unos papeles y cualquier excusa. Me miraste de arriba abajo, sonreíste y me lo soltaste:

—Voy a hacerte una proposición indecente. ¿Quieres follar conmigo?

—¡Estás loco! ¡Qué cosas tienes! —no debí sonar muy indignada, porque seguiste con tu propuesta.

—Sería solo una vez, pero quiero tenerte, te he deseado desde que te conocí.

—¡Qué cosas dices!

—Y lo sabes y te gusta que te desee, que te tenga ganas, juegas a ser como eres.

—¿Qué soy?

—Una gata callejera.

Ahí me ganaste, debí mandarte a la mierda, indignarme, pero no lo hice, porque verme como gata callejera me dio un subidón de calentura que hizo que se me erizaran los pezones y te diste cuenta.

—Atrévete.

Me dejaste asombrada, eso es como tratarme de puta joven, de ser ligera de cascos. Me quedé de piedra, como si me hubiera caído un rayo, te miré y lo estabas diciendo en serio.

Debí darte un bofetón, pero estaba mojada, lo notaste, mis pezones se habían puesto duros, y entonces se marcó tu sonrisa, la de un tigre que va a comerse a una gatita.

Y me salió juguetona la respuesta.

—¿Por qué no? ¿Dónde y cuándo?

—Hecho pues, en mi hotel, esta tarde, a las cuatro, habitación 109. Ya sabes donde es. Tú haces la reserva cada semana.

Y acá estoy, salgo del ascensor, la puerta 109 está enfrente. Me doy cuenta que quiero ser tu juguete. Llamo con los nudillos, abres inmediatamente. Entro deprisa, cierras y te giras. Me miras como un feroz lobo hambriento, y me excita. Te quedas inmóvil.

Me quito el vestido, quedo en ropa interior, tanga tipo hilo dental, sujetador blanco, de media copa, tela fina, lo que hace que se marquen y trasparenten las areolas y los pezones oscuros. Sé lo que quieres, no soy una niña, a mis 40 años soy una hembra madura, eso que llaman una mujer en sazón y que eso te pone más y más.

Estoy parada, tus ojos me devoran, mis dedos buscan el cierre del sujetador. Mis senos quedan liberados. Cuelga la tela del cuello, mis tetas se ofrecen a tus ojos. Estoy muy excitada, los pezones están enhiestos. De joven mis pechos eran más duros, más pequeños. Los años, los hijos a los que di de mamar han aumentado su volumen, no han caído, pero se han hecho más elásticos. Cimbrean al andar, vibran y creo que eso los hace más sexuales.

Quieres que me los acaricie mientras vas diciendo con tu voz que me incita y calienta:

—Tienes tetas de amaranto, tetas de corza, de madrugada, de terciopelo…

Mis manos soban mis senos, los amasan, juegan con ellos, mis dedos pellizcan, mis uñas arañan, arden, los pezones tiesos, tetinas de biberón casi me duelen de placer.

—Tetas emplumadas, tetas erectas, tetas trémulas, como arenas movedizas…

Me quito el top y voy hacia ti, lenta, sabiendo lo que deseo. Me paro y tu boca busca mis tetas. Necesito que las beses, que las lamas, que las chupes, que las muerdas. Y lo haces sin prisa, te deleitas en la comida, porque me las comes. Yo ardo, estoy empapada.

Me sueltas el nudo de la tanga que cae al suelo. Estoy desnuda ante ti. Buscas el camino de mi sexo, apenas apoyas los dedos en entrada hambrienta, mojada de mis flujos más íntimos, cuando me empieza a llegar la ola. Me dejo ir. Tu índice acaricia apenas mi botón rosado cuando me abrazo desesperada a ti para venirme en un delicioso orgasmo.

—Tetas de gata caliente —me murmuras mientras me besas por primera vez.

—¿Qué quieres que haga? —te pregunto jadeante al acabar el largo beso en que me he entregado y me has hecho tuya con los labios, la lengua, los dientes.

—Quiero ver como deslizas tu cuerpo desnudo mientras te masturbas.

—Estoy muy caliente, ¿quieres que sea rápida y luego me follas y me coges como tu yegua?

—Tenemos tiempo, sé que has visto mucho cine. Piensa en cómo tantas veces has imaginado hacerlo en tus pensamientos más íntimos. Cuando has cerrado los ojos imaginando que era yo a quien cabalgabas.

—Dio mío —intento hacerme la inocente— eres muy vicioso. Las películas porno me han puesto siempre.

—Un reloj de arena te marca el ritmo de como buscas el placer, siéntelo dentro de ti… gata viciosa.

Lo hago, me acaricio la piel como la arena que cae lenta pero continua entre los dos conos de cristal. El vientre, los muslos, las nalgas, las tetas, el monte de venus. Me quedo ahí, una mano en los senos, otra acariciando mi coño. No tengo prisa, disfruto de mí. Te vas desnudando, surges como un caballo en celo. Tu verga en alto, con un cipote desnudo, gordo como una ciruela. Te tocas la polla despacio, mientras me saboreas con los ojos ardientes.

Me doy cuenta que estoy volviendo a ir al punto de no retorno, esos instantes en que la arena del reloj parece correr más rápido.

—No aguanto más —susurro en celo.

—Quiero ver cómo te corres …gata.

Acelero los dedos del clítoris, me pellizco los pezones y me derramo en la cascada del orgasmo ante ti, mirándote porque tu lujuria me excita y me vuelve loca.

Me dejas temblando. Recorres mi cuerpo con tus ojos de fiera hambrienta.

—Extiende la toalla y túmbate en el sofá.

Te obedezco, me ofrezco como lo que soy, tu putita, una gatita caliente, una mujer que quiere experimentar algo distinto a la tediosa monotonía de una relación marital. Vienes con la polla en alto, la colocas frente a mi cara, abro la boca para recibirla, pero en vez de meterla buscando mi garganta, me golpeas con tu verga en la cara. Me restriegas tu cipote mojado por tus flujos seminales por toda la cara, y es entonces cuando sí dejas que tome posesión con mis labios ansiosos de tu miembro.

—Tus manos abajo, en tu coño, tócate mientras la chupas.

Te obedezco. Me acaricio despacio, soy de orgasmo fácil, pero no quiero acabar desmayada de placer, aunque vuelvo a subir hacia la montaña del orgasmo que quiero tarde en llegar. Con la lengua te lamo el ciruelo, lo succiono con mis labios carnosos, apenas uso los dientes cuando entra más en mí y busco el tronco de tu arma para aprisionarlo. Una de tus manos acaricia mis tetas. Soy tu juguete, lo que tú quieres. La sacas y me golpeas los labios que dejo flácidos para recibir en ellos tus sacudidas. Me pellizcas los pezones.

—Levanta y abre las piernas.

Te obedezco. Me coloco para que mi chochito quede listo ante cualquier ataque. Está empapado, rezuma mi feminidad excitada de hembra caliente que goza del macho, de ese macho que eres ahora mismo dueño de mí.

Te pones cómodo para comerme el coño. Lo harás con la lengua. Abriendo mis labios íntimos, me sorbes, me lames, te deleitas con mi placer de mujer entregada. Y usas tu mano derecha para tirar de mi monte de venus y dejar mi clítoris duro, excitado, libre para ti. Y pasas tu lengua una y otra vez y lo chupas con labios golosos. Yo aguanto el orgasmo, no quiero venirme, quiero que el placer se haga eterno, que la cumbre esté cada vez más alta. Y metes dos dedos en mi más íntima cueva. Y avanzas reptando por mi vagina, buscas y encuentras mi punto G. Lo empiezas a acariciar. Y entiendo lo que quieres. Sé que te lo voy a dar, aunque me quedé desmadejada de placer.

Y subo, y subo, y voy llegando, y entonces cuando me voy a desbordar, jadeo y susurro:

—Yaaaa

Y tu boca deja mi botón rosado para beber mi squirt salvaje de hembra que ha sucumbido ante su macho.

Te levantas, te paras ante mí, tu verga está dura, fuerte, con su prepucio al aire, hermosa. Es tu arma para poseerme, para hacerme tuya.

Sé lo que quieres, no debes decirme nada, me pongo en cuatro sobe el sofá, mi pompa queda para tus ataques, me has hecho gozar y ahora quieres follarme, cogerme, joderme. Y yo deseo que lo hagas.

Te colocas tras de mí, siento tu ciruelo recorrer mi valle encharcado. Lo pones en la puerta y entras deleitándote con mis gemidos, maullidos de gata en celo. La metes hasta el final, te siento dentro, llenándome, aprieto mis músculos vaginales para darte la bienvenida. Me agarras por las caderas y empiezas el mete y saca. Casi hasta fuera y luego hasta la empuñadura, haciendo que tus huevos me golpeen. Lo haces despacio, controlándote y controlándome. Aumentas el ritmo, yo sé que así me usas, me sometes, me haces ver que juegas con mi lujuria porque vuelvo a ponerme en marcha hacia el orgasmo.

Pero eso es algo que ha dejado de interesarte, ahora solo buscas tu placer de macho que fornica a la hembra.

Y la sacas… me quedo en puertas… y espero… y comprendo cómo me vas a usar… y con tus dedos embadurnas mi esfínter con mis propios flujos. Respiro hondo para recibirte por mi puerta oscura. Noto como apoyas tu polla en mi agujero estrecho. La vas metiendo sin titubeos, dándote igual mi placer o mi dolor. Es tomar posesión de mí. Hacer que sepa que soy toda tuya.

Y me sodomizas, posesivo, gozando de mi sumisión ante tu deseo perverso. No tienes prisa, te mueves dentro de mí, el trayecto es corto, no como cuando has usado mi vagina, la tienes bien hincada. Y sé que va a durar poco, necesitas soltar tu carga de macho. Yo jadeo mimosa, felina viciosa.

Y la sacas de un tirón y me ordenas:

—Date la vuelta y arrodíllate… gata.

Y te obedezco y lo hago, me quedo ante ti, con tu polla enorme, dura, que acaricias en tu mano, ante mi rostro. Aceleras el pajeo y me lanzas el chorro de tu semen a la cara y a las tetas.

—Límpiala —me ordenas.

Y lo hago con la boca, lamiendo los restos de tu leche y de mis jugos. Me siento tu bella de día, tu puta que has pagado para que te obedezca, para tu satisfacción de macho.

—Párate delante mía. —me ordenas cuando he acabado dejando la verga limpia y dura.

Y me pongo ante ti, mojada con tu semen que siento en el rostro y los senos.

—Ven —tiras de mi muñeca hasta quedar pegada a tu cuerpo.

Y empiezas a lamerme, chupando tu lava de sexo. He aguantado sin venirme la cogida y la enculada, pero me has puesto en la cumbre de la montaña, al sentir tu lengua, tus labios, tu boca sobre mi piel, me pongo como yegua preparada para la carrera. Lo sabes y tus dedos van hacia mi clítoris, lo comienzas a acariciar y es el disparo de la catarata de mi orgasmo. Me vengo entre jadeos, gemidos, ronroneos, maullidos.

—Sé que te ha gustado… estás colorada de lujuria y placer… gatita. Abracémonos en silencio. No digas nada. Deja pasar el tiempo hasta que tengas que irte.

Me visto, salgo camino de mi casa, y pienso si tanta gata y acabar con eso de colorada no será que me lees y has descubierto quien soy.

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