Me vestí de mujer, creí que estaba solo hasta que…

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19806
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T. Lectura: 12 min.

El jueves llegó con la promesa que me hice la semana pasada. Todo estaba listo: en mi mochila llevaba un vestido corto negro, con vuelo ligero; una peluca rubia, maquillaje básico y un labial rojo intenso. También un conjunto de lencería de encaje negro, delicado y provocador.

Salí temprano, el corazón acelerado entre nervios y emoción. La playa, casi vacía, me recibió con brisa y silencio. Pagué al guardia con una sonrisa y caminé por la orilla, por casi una hora, hasta encontrar un rincón oculto: un viejo estacionamiento abandonado, cubierto de maleza, custodiado por un edificio en ruinas.

Era el lugar perfecto. Esta vez no imaginaría. Esta vez, me convertiría en quien realmente soy.

Me senté a la sombra de una pared derruida y abrí la primera cerveza. El frío alivió mis nervios, y el alcohol fue soltando mis miedos, haciéndome sentir valiente, capaz de todo.

Con manos temblorosas, después de la quinta cerveza, por fin, me desnudé y comencé la transformación: primero la lencería, suave como una segunda piel; luego el vestido corto, que caía con elegancia sobre mis curvas recién descubiertas. La peluca rubia larga, el maquillaje, el labial rojo… Cada gesto me acercaba más a quien soy de verdad.

Me miré en un pequeño espejo y sonreí. Me reconocí.

Caminé por el estacionamiento abandonado, el vestido corto, con vuelo, de una sola pieza, rojo, ocho dedos arriba de la rodilla, danzando con el viento, ligera, libre.

Pero un sonido me detuvo. Me giré.

Un guardia me miraba, sorprendido, con una linterna en la mano.

Por un momento, el pánico se apoderó de mí. ¿Qué haría? ¿Qué diría? Pero entonces, algo inesperado sucedió. El guardia no gritó, no me regañó. En cambio, me miró con una curiosidad que rayaba en la complicidad. Sus ojos recorrieron mi figura, deteniéndose en las piernas desnudas que asomaban bajo el vestido, y luego en mis labios pintados de rojo. No dijo nada, pero su mirada lo decía todo.

—No te preocupes —dijo finalmente, con una voz ronca pero amable—. No voy a molestarte. Solo estoy haciendo mi ronda.

Sus palabras me tranquilizaron, pero también despertaron algo en mí. Había algo en su mirada, en la forma en que me observaba, que me hizo sentir deseado. Me acerqué a él, sintiendo cómo el vestido se movía con cada paso, cómo el viento jugaba con la peluca. El guardia no se movió, pero su respiración se aceleró ligeramente.

—Gracias —susurré, con una voz que no reconocí como mía—. Es la primera vez que hago esto.

Él asintió, como si entendiera. Luego, con un gesto casi imperceptible, me guiñó un ojo.

—Sigue adelante —dijo—. Pero ten cuidado. No todos son tan comprensivos como yo.

Sus palabras me dieron valor. Caminé más allá del estacionamiento, con el deseo y la adrenalina ardiendo en mi pecho. El sol caía, tiñendo el cielo de dorado, mientras me dejaba caer sobre la arena, libre, hermosa, yo misma.

Abrí una botella de vino tinto, que guardé para el final, y sonreí al primer sorbo: sabía a valentía. El vestido ondeaba, la peluca acariciaba mis hombros, y el viento era mi aliado.

De regreso, el guardia aún rondaba mis pensamientos. Me acerqué a la caseta, agradecida. No quería interrumpirlo, solo compartir, en silencio, la complicidad que había hecho posible todo esto.

Al asomarme lentamente por una de las ventanas rotas, vi algo que me dejó sin aliento. El guardia estaba sentado en su silla, con la linterna apagada y la mirada fija en una pequeña pantalla de un teléfono. En ella, una mujer rubia, con un minifalda negra que apenas cubría sus muslos, se tocaba las piernas con una lentitud deliberada. Sus movimientos eran suaves, sensuales, y cada gesto parecía diseñado para excitar. El guardia no apartaba la vista de la pantalla, y su mano derecha se deslizaba lentamente por encima de su pantalón, acariciándose con una presión que delataba su deseo.

Me quedé paralizado, observando la escena sin poder apartar la mirada. Sentí cómo el calor se acumulaba en mi cuerpo, cómo el vestido parecía pegarse a mi piel bajo el efecto de la excitación. No hice ruido, o al menos eso creía, pero algo debió delatarme, porque de repente, el guardia levantó la vista y nuestros ojos se encontraron.

Por un momento, el tiempo pareció detenerse. Yo esperaba una reacción de enojo, de vergüenza, pero en su lugar, vi cómo una sonrisa lenta y pícara se dibujaba en su rostro. No dijo nada, pero su mirada era elocuente. Me estaba invitando a quedarme, a ser parte de ese momento íntimo que había interrumpido sin querer.

Con un gesto casi imperceptible, movió la cabeza hacia un lado, indicándome que entrara. Dudé por un instante, pero la combinación de alcohol, excitación y curiosidad fue más fuerte que cualquier inhibición. Empujé la puerta de la caseta, que chirrió levemente, y entré. El espacio era pequeño, apenas suficiente para los dos, y el aire parecía cargado de electricidad.

El guardia no dejó de mirarme mientras yo me acercaba. Su mano seguía moviéndose sobre su pantalón, pero ahora su atención estaba dividida entre la pantalla y yo. Me sentí expuesto, vulnerable, pero también poderoso. Sabía que él me veía, que admiraba la figura que había creado con el vestido, la peluca y el maquillaje. Y eso me excitaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

—¿Te gusta lo que ves? —pregunté, con una voz que sonó más segura de lo que me sentía, pero por el efecto del alcohol, también arrastrando las palabras. Creo que se percató de que había tomado.

Él asintió lentamente, sin dejar de sonreír.

—Sí —respondió, con una voz ronca que me erizó la piel—. Sabes, creo que eres muy atrevido. ¿Es la primera vez que haces algo así?

Asentí, sintiendo cómo el rubor subía a mis mejillas. Pero antes de que pudiera decir algo más, él se inclinó hacia adelante y tomó la botella de vino que yo todavía sostenía en la mano.

—¿Me invitas? —preguntó, con un brillo travieso en los ojos.

Le pasé la botella, y él bebió un trago largo, sin apartar la mirada de mí. Luego, me la devolvió, y nuestros dedos se rozaron por un instante. El contacto fue breve, pero suficiente para enviar una oleada de calor por todo mi cuerpo. Me puse algo nerviosa y me encogí un poco, agachando la cabeza y el cabello largo de la peluca me cubrió el rostro.

—Gracias —dije, casi en un susurro—. Por no decir nada. Por dejarme ser yo.

Él sonrió de nuevo, y esta vez, vi algo más en su mirada. Algo que me hizo contener la respiración.

—No tienes que agradecerme —dijo—. Solo estoy disfrutando del espectáculo.

El aire vibraba entre nosotros. Sentado cerca, el guardia me miraba con deseo, y yo, empoderado, respondía en silencio. El vino, el roce de sus dedos, la tensión latente… Todo me hacía sentir visto, real. No sabía cómo terminaría, pero sí que algo en mí ya había cambiado.

—¿Y qué más te gusta hacer? —preguntó él, con una voz baja y cargada de intención—. Cuando te vistes así, ¿Qué es lo que te gusta? ¿Te provoca vestirte así? ¿Lo haces por curiosidad? ¿Cómo te sientes?… Ten confianza, aquí estamos seguros, no hay nadie más.

La pregunta me tomó por sorpresa, pero también me excitó. Era como si él estuviera abriendo una puerta que yo mismo había cerrado con llave. Respiré hondo, sintiendo cómo el vino y la adrenalina nublaban mis inhibiciones. Me sentía algo mareada pero también me sentí, así, en confianza.

—Me gusta sentirme… deseada… admirada, que me vean —confesé, con una voz que apenas era un susurro—. Me gusta saber que alguien me mira, que alguien quiere lo que ve.

El guardia sonrió, y esta vez, vi cómo sus ojos se oscurecían de deseo.

—Pues déjame decirte que lo logras —dijo, acercándose un poco más—. Eres difícil de ignorar.

Sus palabras me hicieron estremecer. Sentí cómo el calor se acumulaba en mi interior, cómo el vestido parecía pegarse a mi piel bajo el efecto de la excitación. El guardia no dejaba de mirarme, y su mano, que antes se movía sobre su pantalón, ahora descansaba quieta, como si estuviera esperando una señal.

—¿Y tú? —pregunté, atreviéndome a devolverle la mirada—. ¿Qué te provoca ver a alguien como yo?

Él se rio suavemente, un sonido ronco que me erizó la piel.

—Curiosidad —respondió—. Y algo más… algo que no esperaba.

No dijo qué era ese “algo más”, pero lo sentí en su mirada, en su cercanía contenida. El silencio ardía entre nosotros, denso de deseo. No hubo prisas, solo una espera compartida. Entonces, con suavidad, tomó mi mano. Sus dedos eran cálidos y firmes. El contacto, simple y profundo, me dejó sin aliento.

—¿Te gustaría… explorar un poco más? —preguntó, con una voz que era casi un susurro.

Sentí cómo el corazón me latía con fuerza, cómo el calor se extendía por todo mi cuerpo. Asentí, sin poder articular palabra. Él sonrió, y esta vez, vi algo más en su mirada: complicidad, deseo, y una promesa de que esto solo era el principio.

El guardia se levantó de la silla, sin soltar mi mano, y me guio hacia un rincón de la caseta donde pegaba un poco más la luz que entraba por la ventana. Era un espacio pequeño, íntimo, y la penumbra del atardecer lo hacía parecer aún más acogedor. Sin soltarme de la mano me dirigió así ahí, y me hizo girar, darme una vuelta con delicadeza, como invitándome modelarle. Yo me dejé llevar. Sentí como el vestido me giro un poco, dejando entre ver mis piernas largas y bien depiladas.

Me soltó la mano y me dejó ahí en esa esquina, el dio unos pasos hacia atrás y se sentó en la silla, mirándome directamente a mí.

—Relájate —dijo, con una voz suave que me hizo estremecer—. Esto es solo para ti.

Te ves muy linda. Tienes una bonita figura y además me gusta que eres algo tímida. Sonríe. Acomoda el vestido anda, está un poco arrugado y lleno de arena por la parte de atrás.

Sus palabras me tranquilizaron, pero también me excitaron aún más.

Un poco más en confianza me le di la espalda y me acomodé el vestido, también, un poco más suelta, aproveché para estirarme y dejarle ver mi espalda, mis piernas y claro, mis nalgas, por encima del vestido claro.

Se levantó de la silla de golpe y se acercó hacía mí, por la espalda, me tomó fuertemente de la cintura y me helé, sentía una fuerte sensación de hormigueo en mi estómago.

Con una de sus manos, sacudió la arena en mi vestido, con calma, primero de mi cintura, luego de la parte baja de mi vestido, sobre la orilla y finalmente, sobre mis nalgas, palmeándomelas con el pretexto de quitarme la arena de ahí. Me gustó.

Me tomó de la mano de nuevo, sin apartarme de su espalda, sentí como se pegó un poco a mí, me dijo en el oído. -Eres hermosa, muy bonita. Me invitó a sentarme sobre el suelo de la caseta y yo me acomodé de frente a él, cuidando que no se me levantara de más el vestido, aunque ya lo traía muy arriba. Me senté con las piernas estiradas hacia el frente, donde él estaba, justo mirándome. Se sentó conmigo. Frente a mí.

Sentí cómo sus manos se posaban en mis piernas, acariciando la piel suave que había depilado con tanto cuidado. Sus dedos eran expertos, lentos, y cada toque parecía enviar ondas de placer por todo mi cuerpo.

—Eres hermosa —murmuró, mientras sus manos subían por mis muslos—. Y valiente. Muy valiente.

Yo no pude evitar gemir suavemente, sintiendo cómo el deseo crecía en mí. El guardia no se apresuraba, disfrutando cada momento, cada reacción que provocaba en mí. Sus manos llegaron hasta la cintura del vestido, y con un movimiento lento, lo levantaron ligeramente, exponiendo la lencería de encaje que llevaba debajo.

—Esto es… impresionante —dijo, con una voz que delataba su admiración—. Te queda perfecto.

Sentí cómo el rubor subía a mis mejillas, pero también cómo la excitación se apoderaba de mí. El guardia no dejaba de mirarme, y en sus ojos vi algo que me hizo sentir más deseado que nunca.

—¿Puedo? —preguntó, con un gesto hacia el vestido.

Asentí, sin poder articular palabra y tragando saliva. Él sonrió y, con movimientos lentos y deliberados, comenzó a deslizar el vestido hacia arriba, exponiendo mi cuerpo poco a poco. Cada centímetro de piel que quedaba al descubierto era una revelación, una entrega, y yo me dejaba llevar por la sensación de ser admirado, deseado, querido. Curioso, pero tranquilo, me levantó el vestido, dejando mis piernas desnudas y exponiendo mi lencería de encaje frente a él.

Cuando el vestido quedó por encima de mi cintura, el guardia se detuvo y me miró a los ojos.

—Eres increíble —dijo, con una voz que temblaba ligeramente—.

Se acercó mucho a mí de repente, su rostro frente al mío y me dio un beso apasionado. Quedando su boca frente a la mía después del ardiente beso acalorado que me dio y me dijo:

—Y esto… esto es solo el principio. ¿Te gusta?

Nos paramos de nuevo, el me guío lentamente a levantarme. Él se levantó primero y como yo quedé sentada frente a él, pude notar su erección frente a mi cara, creo que se dio cuenta que lo vi, pero yo mareada por el vino, solo me apreté los labios.

Me dio la mano y me puse de pie.

El guardia se acercó lentamente por detrás, y sentí cómo sus brazos me envolvían con una firmeza que era a la vez protectora y posesiva. Su cuerpo presionó contra el mío, y no pude evitar notar la firmeza de su erección a través del tejido de su pantalón. El contacto me hizo estremecer, y un gemido suave escapó de mis labios. Sus manos se deslizaron por mi cintura, acariciando la piel suave que había expuesto, mientras su aliento caliente rozaba mi nuca.

—¿Puedo? —susurró, con una voz ronca y cargada de deseo.

Asentí, sin poder articular palabra, y sentí cómo sus labios se posaban en mi cuello, besándome con una delicadeza que contrastaba con la intensidad del momento. Cada beso era una promesa, una invitación a algo más profundo, más íntimo. Me giré lentamente para enfrentarlo, y nuestros ojos se encontraron. En su mirada vi una mezcla de deseo y ternura que me hizo sentir más vulnerable que nunca, pero también más deseado.

—Quiero hacerte sentir bien —dije, con una voz que temblaba de excitación.

Él asintió, y vi cómo sus ojos se oscurecían de deseo. Con un movimiento audaz, me arrodillé frente a él, sintiendo cómo el vestido se arrugaba alrededor de mis piernas. Mis manos temblaban ligeramente mientras deslizaba los dedos hacia su cinturón, desabrochándolo con una lentitud calculada. El sonido del cierre al bajar resonó en el silencio de la caseta, y luego, con un gesto suave, bajé su pantalón y su ropa interior, exponiendo su virilidad.

Su miembro, firme y erecto, se alzó frente a mí, y por un momento, me quedé paralizado por la intensidad del momento. Pero entonces, con una determinación que no sabía que tenía, me incliné hacia adelante y besé suavemente la punta, me sentía para este momento, muy caliente, no podía creer que estuviera pasando. Sintiendo cómo él contenía la respiración. Mis labios se deslizaron lentamente por su longitud, explorando cada centímetro con una ternura que contrastaba con la intensidad del deseo que ardía en mí.

Recordé algunas películas para adultos que había visto, yo me sentía toda una mujer. Así que abrí mi boca y me lo metí todo. Era la primera vez que lo hacía, pensé que iba a sentir algo, la realidad es que solo lo sentía duro. Empecé a succionar, como chupando, y girando mi lengua en la cabeza de aquel miembro duro que ¿Cómo llegué a aquí? me lo estaba mamando, vestido de mujer, arrodillado, a un viejo amable guardia de seguridad, en una caseta, lejos muy lejos de mi casa. Que rico pensé por un momento y por lo caliente que me sentí, hasta abrí un poco mis piernas y paré el culo bajo el vestido que me envolvía.

Mire hacía su cara, con aquel duro pene en mi boca y con una mirada, como pude dulce y tierna, a mirarlo cuando… dijo.

—Así… —murmuró él, con una voz que era casi un gemido—. Eres increíble, me encantas.

Sentí cómo sus manos se posaban en mi cabeza, no para presionar, sino para acariciar, para guiar. Me dejé llevar por el ritmo, por la sensación de tenerlo en mi boca, de sentir cómo su cuerpo respondía a cada movimiento mío. Era una danza íntima, un intercambio de placer que nos unía en ese momento. Y entonces, cuando sentí que él estaba al borde, me miró a los ojos y susurró:

—No pares… por favor. Sigue así, un poco más.

Y no lo hice. Con un último movimiento, lo llevé al clímax, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba y luego se relajaba, cómo su respiración se aceleraba y luego se calmaba. Gimió duro y sentí como su sentí como su pene creció un poquito más en mi boca y me apretó fuerte con sus manos en mi cabeza. Él se vino en mi boca, y yo acepté cada gota, sintiendo cómo el sabor de su deseo se mezclaba con el mío. Soltó tres grandes chorros. Con el primer chorro llenó mi boca y pensé ¿Qué hago? pero en cuanto estaba pensándolo soltó otro chorro más y me tragué el primero soltando un suspiro apenas. Mi boca estaba llena y pensé ¿Me quito? cuando sentí el último chorro que no me dio tiempo de reaccionar y se me escurrió por la boca.

Se apartó de mí, se lo había dejado limpio, todavía yo de rodillas con la boca escurriendo, iba a hacer un gesto de levantarme y limpiarme con la mano, pensé que se había terminado. Que con la excitación apaciguada todo había terminado, cuando de pronto, me planto un beso caliente y con su lengua me rebuscó la mía y pasé saliva dos veces. Me dejó en shock por un momento y me quedé mirándole.

Pero no terminó ahí. Con una ternura que me sorprendió, él me ayudó a levantarme y me guio hacia el otro lado de la caseta, colocó una manta en el suelo y me guio hacia ella. Sin saber muy bien que hacer, me agachó de espaldas, de rodillas dándole la espalda, me dio un leve empujón y coloqué mis manos en el suelo. Me había puesto en cuatro patas. Por reflejo, todavía con la excitación, paré un poco el culo, sentí un ligero aire en mis piernas y claro, mi culo. Sentí cómo sus manos acariciaban mi espalda, y me tomó con sus dos manos por la cadera, se agachó, retiro hacia un lado mi lencería y de pronto, me estremecí, por completo.

Sentí cómo sus labios besaban cada centímetro de mi culo desnudo y expuesto, sentí cómo su cuerpo se preparaba para lo que vendría después.

—Relájate —susurró, mientras sus dedos exploraban mi intimidad, preparándome con una delicadeza que me hizo sentir más deseado que nunca.

Y entonces, con un movimiento lento y deliberado, puso su pene duro de nuevo, entre mis nalgas, sentí un empujón duro, una presión, me dolía un poco. Le detuve. Sí, le detuve, pero solo para decirle, espera.

Rápidamente busqué entre mis cosas un pequeño envase que había echado casi como por pura suerte, era lubricante. Sin pensar, me eché una buena proporción a mi mano y me la llevé a mi raja. Volteé a verlo y sonreí. Yo solita, me agaché, me levanté el vestido, me puse en cuatro y paré lo más que pude el culo.

Sentí como me tomó por la cintura, se puso detrás de mí y sentí su miembro duro, la punta y de un solo golpe, me penetró, sentí un ligero dolor, pero también como entro todo, llenándome con una sensación que era a la vez intensa y placentera. Con el primer empujón se esperó ahí unos segundos, sentí su palpitación. Y gemí. Le dije, como por instinto con la voz entre cortada:

—Qué rico papi, ayyy, que rico se siente.

—Me tienes caliente.

—Te siento todo.

Y sentí como palpitaba aquello dentro de mí, cuando empezó.

Cada empuje era una revelación, una entrega, y yo me dejaba llevar por el ritmo, por la sensación de tenerlo dentro de mí, de sentir cómo nuestros cuerpos se fundían en uno solo.

Empezó a decirme cosas, por instinto y placer creo.

—¿Te gusta mi niña?

—¿Quieres más? ¿Te encanta esta verga, verdad? Dime, ¿Te gusta?

Y yo, estaba que volaba, con cada empujón que me daba sentía que se me volteaban los ojos, no pensaba en nada más. Estaba disfrutándolo todo. Quizá por el alcohol y el calor de las cosas, me dejé llevar.

—Sí, me encanta. Sigue así, lléname toda, papi, sí. Te prometo que voy a volver y me pondré una falda cortita para ti. ¿Te gustaría?

—Te prometo que si me coges rico, me voy a poner una tanguita cortita y una falda cortita y mis tacos ayyy sí, así mi amor, cógeme rico… me voy a poner mis tacones altos para ti. Pero cógeme rico ¿sí?

Y aquello me tenía, irreconocible.

El clímax llegó como una ola, arrastrándonos a ambos en un torbellino de placer y ternura. Él se vino dentro de mí, y yo, estimulado por la excitación y el deseo, gemí suavemente. Fue una explosión de sensaciones, un momento de conexión que nos dejó a ambos sin aliento.

Y luego, mientras yacíamos juntos en la manta, sintiendo cómo nuestros cuerpos se enfriaban y nuestras respiraciones se calmaban, él me miró a los ojos y sonrió.

—Eres increíble —dijo, con una voz que temblaba de emoción—. Y esto… esto es solo el principio.

Como pudo me quitó el vestido. Ahí tirados los dos en el suelo, empezó a masturbarme y yo ufff empecé a volar.

—Quiero que te vayas contenta mi niña, para que regreses ¿sí?

Me besaba apasionadamente cuando me masturbaba y no duré ni dos minutos cuando terminé, sentí que le llené la mano.

La mano que sin pensar acercó a mi cara y con el tamaño de su mano, con su palma embarró por mis labios y mejilla.

Me dio un beso apasionado y mirándome a la cara me dijo:

—¿Te gusto mi niña? o ¿qué más te hago para que regreses pronto?

Me solté y me tiré al suelo boca arriba.

El sol ya se había ocultado por completo, y la luna comenzaba a iluminar el estacionamiento abandonado con una luz plateada. Nos vestimos en silencio, compartiendo miradas cómplices y sonrisas tímidas. El guardia me ayudó a recoger mis cosas, y antes de que me fuera, me tomó de la mano.

—¿Volverás? —preguntó, con una voz que delataba tanto esperanza como incertidumbre.

Asentí, sintiendo cómo el corazón me latía con fuerza.

—Sí —respondí—. Volveré.

Me alejé de la caseta, un poco adolorido, pero más claro, con el vestido ondeando en mis piernas y la peluca rozando mis hombros. Algo había cambiado en mí. No entendía del todo qué, pero lo sentía: una parte de mí se había revelado.

Mientras caminaba de regreso, el cosquilleo en mi estómago persistía. No era miedo, era emoción.

Mi rostro seco, los labios rojos y mordidos, todo en mí hablaba de un despertar. No podía dejar de pensar en lo ocurrido, en cómo me había sentido tan yo, tan vivo.

Sabía que no sería la última vez. Que volvería a vestirme, a buscarme.

Y quizás, solo quizás, el guardia también estaría allí, testigo de mi próximo paso.

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2 COMENTARIOS

    • Gracias! Ya estoy escribiendo un par de relatos nuevos para publicarlos pronto. ***No se admiten datos personales en los comentarios***

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