Mi novia no es solo mía (1/3)

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-“¡Por las barbas de Confucio, mirá que culito maravilloso!”.

Ese fue el comentario de Ramiro, al amigo que lo acompañaba, ante la dama que, delante de él, ingresaba al edificio y que lo escuchó; ella le respondió como una persona inteligente, con humor y rápida para poner en su lugar al piropeador.

-“Gracias por el elogio, un caballero hubiera dicho glúteos o nalgas. La galantería excluye palabras de mal gusto”.

Y siguió de largo. El galanteador, rojo de vergüenza, se volvió hacia el amigo que, ni lerdo ni perezoso apoyó la apreciación.

-“Maravilloso es poco, más cerca de la realidad estaría calificarlo de sublime, sobre todo ahora, que lo vemos en ese delicado, acompasado y armónico movimiento ondulatorio, es un culo hijo de puta, porque en el balanceo te va diciendo, «mirame y jodete, porque soy de otro»”.

Luego de despedirse, el corregido galán entró a su casa para darse con la sorpresa que la dueña de las nalgas primorosas estaba con su hermana, quien los presentó.

-“Hermano, esta es Elena, casada con Tomás, ambos amigos de varios años, Elena este es Ramiro”.

-“Un gusto Ramiro, ¿las barbas de Confucio bien?”

-“¿Ya se conocen?”

-“En realidad no, simplemente lo escuché jurar por esas barbas, en el momento de entrar”.

El aprieto fue supremo y seguramente los santos, los ángeles y los demonios fueron quienes ayudaron al joven a salir del brete

-“Sí, siguen bien, y pienso que, como toda cosa buena, con el tiempo mejorarán”.

En un momento en que Lara los dejó solos, Elena en son de broma, comentó.

-“Espero que no te hayas molestado por la corrección que te hice hace un rato”.

-“No me molestó, pero ahora que lo pienso veo alguna diferencia a favor del término usado por mí; nalgas me suena más al corte de carne especial para preparar milanesas y glúteos me sitúa en plena clase de anatomía; por eso prefiero culito, esa simple palabrita me lleva a la sensación visual que se dirige al intelecto, luego profundiza en la parte emocional, sale rumbo al corazón y dispone el bombeo urgente de sangre para erectar y endurecer el miembro, todo en segundos mientras el varón observa con deleite”.

-“Acepto tu opinión, me parece acertada, pero no deja de ser poco apropiada para decírselo a una persona que no conocés; si querés ampliar el significado que sea con gestualidad facial y entonación de voz, y así, reforzar el sentido la palabra educada, te doy un ejemplo. Si mirándome el trasero decís: «Qué nalgas maravillosas, y simultáneamente de agarrás la cabeza con las dos manos, el efecto es mucho mayor que cualquier palabra grosera»“.

-“Gracias Elena, por favor no te enojes, pero igual me van a faltar un montón de manos”.

Su respuesta fue una sonrisa de complacencia.

Lara y Ramiro, hermanos con cinco años de diferencia, siendo ella la mayor, casada con Pedro, viven en la capital de la provincia en un departamento amplio y lujoso, acorde a la potencia económica de él, que ocupa todo el piso. Ahí vivo yo mientras curso la universidad en la carrera de psicología, por el generoso ofrecimiento del matrimonio, de paso que la acompañaba algo a mi hermana pues, al no tener hijos y la frecuente ausencia de mi cuñado por razones de trabajo, implicaba apreciable tiempo en soledad. El matrimonio es algo desparejo ya que el varón de cuarenta y cuatro le lleva veinte a ella.

Cuando empezaron los días templados dio comienzo también un cierto suplicio para el joven. Las mujeres se reunían con frecuencia a tomar sol descubriendo partes del cuerpo que incrementaban mi stock de material sobre el cual construir fantasías más reales, haciéndome vivir en precario equilibrio; ante ellas seguir siendo serio, algo que las mantenía con las defensas bajas, mientras en soledad me transformaba en el depravado que no respeta amistades ni parentescos.

Varios momentos eran particularmente esperados; ponerse boca abajo suponía centrar la vista en las nalgas y costados de los pechos, que si la suerte ayudaba podría vislumbrar un pezón. El interés por darle color a la parte interna de los muslos era el postre, y con frecuencia el azar venía en mi ayuda haciendo dibujarse el canal de la vulva o un ahuecamiento de la tela dejaba al aire los vellos pubianos. Si bien la confianza era grande el pudor ganó, pues delante mío nunca se desprendieron de la parte superior del traje de baño.

Ya en pleno verano se fueron dando pequeños cambios en imperceptible progresión para un distraído; a un atento observador, casi compulsivo como yo, le resultaron altamente significativos, y eso sucedió después de una charla entre ellas mientras, en una reposera cercana a la sombra, el irredento mirón simulaba dormir.

Ambas comentaban que quizás convenía darles un escarmiento a los mujeriegos, pagándoles con la misma moneda. La traba que compartían era la dificultad para vencer el natural pudor presente a lo largo de toda la vida. Elena más grande, con mayor tiempo aguantando y, lógicamente con menos paciencia presionó.

-“Habrá que empezar de a poco, como se hace con la gimnasia”.

-“De acuerdo, pero en nuestras salidas algún extraño puede pretender un avance que nos signifique un problema matrimonial”.

-“¿Y si empezamos acá?”

La mirada de extrañeza de mi hermana fue respondida con una seña en mi dirección.

-“Estás loca”.

-“Seguro que le va a gustar”.

-“Sí, pero después quien le quita el dolor para que pueda caminar”.

-“Vos, que sos la hermana”.

-“No, casualmente por eso no lo haré. Será tarea tuya que no sos pariente”.

-“Mejor probemos, si vemos que es perjudicial para él paramos”.

-“Creo que todavía despierto algo en los jóvenes, cuando estamos acá hablando tu hermano se ubica en frente, atento por si algún descuido mío le permite ver algo”.

-“¿Y ya le mostraste aunque sea un poquito?”.

-“Sí, hace dos o tres días, haciendo que consultaba el celular, abrí un poco las piernas y las mantuve así un ratito, cuando las junté nuevamente y él se levantó para ir al baño haciéndose el distraído, me arrepentí, estaría bueno que ahora vos hicieras la prueba”.

-“No sé ya veré más adelante”.

En el año y medio de concurrencia a la facultad me relacioné más cercanamente con un grupo de alrededor de diez compañeros, seis varones y cuatro chicas; entre ellas Juana, hermosa joven de cuerpo apetecible y comportamiento desinhibido que era el alma en la organización y animación de los momentos de entretenimiento y, según dicen sus más cercanos, una maestra en las artes amatorias; naturalmente esa aptitud y dedicado esmero se dan de patadas con su rendimiento académico, por eso es que arañando logró superar el primer año, algo que se presenta muy difícil en este segundo; ella es la que, para equilibrar un poco las cargas, hizo entrar al grupo a una amiga con la cual comparte departamento y que recién ingresó al primer curso.

Ella, Rocío, es un ángel de dieciocho años con cuerpo de diablo, mezcla armoniosa de inocencia y lujuria, capaz de arrancarte un orgasmo si, estando frente a vos vistiendo minifalda, separa levemente sus rodillas para mostrarte el minúsculo tanga que lleva, y eso mientras te mira fijamente tan seria como si estuviera encendiendo una vela en recuerdo del pariente difunto; de ella, de Rocío, me enamoré en los primeros treinta segundos después de ser presentados.

Como era de esperar los seis varones, ninguno con compromiso de pareja, se transformaron en seis lobos tratando de comerse a la recién llegada. El por qué salí favorecido nadie lo sabe con certeza, siendo la explicación más aceptada que, a pesar de querer comerla igual que los demás, yo no mostraba los dientes; en dos meses estábamos de novios comenzando un período de inmensa felicidad.

Nuestra costumbre era mantener fuera de la observación de terceros nuestra intimidad, las fogosas demostraciones de amor las reservábamos para cuando estábamos solos, no tanto por mí, sino por ella; es muy común escuchar comentarios, aun en las propias mujeres, llamando puta a quien, según disímiles criterios, daba rienda suelta a caricias algo fuertes; mientras, si un hombre hacía lo mismo sacaba patente de super macho.

Es así como los eternos besos era simple reflejo de las miradas cargadas de ternura, y por lo mismo nuestros amigos, cuando veían que nos apartábamos del grupo, sabían que buscábamos satisfacer esos deseos de acariciar y ser acariciado. Por supuesto que el progreso fue pausado, haciendo que el avance fuera resultado de la natural maduración de cada etapa.

Ante alguna negativa por parte de ella yo insistía un poquito para que siempre quedara a salvo su pudor, pero si persistía, inmediatamente cesaba en el intento y luego, meditando sobre la causa de esa negativa, generalmente le encontraba razón, pero al cabo de cierto tiempo me convencí que, de tanto en tanto, debía imponer mi postura, so pena de crear una costumbre muy difícil de revertir. Debía ser un caballero, no un pelotudo. Y así avanzamos con pocos encontronazos.

El feriado largo de primavera se organizó una linda reunión en la casa de fin de semana de los padres de Luis, compañero de estudios; iba a estar solo él, pues los dueños habían viajado haciéndole dos recomendaciones, cuidar lo que usamos y no generar quejas en los vecinos; nada difícil de cumplir pues los participantes nos conocíamos como gente tranquila que, pensando en el futuro, no iba a matar la gallina de los huevos de oro; esa casa con todas las comodidades imaginables era un tesoro a conservar; en total seríamos cuatro parejas.

El viernes, al anochecer, llegamos y después de picar algo, compartir charlas, algún baile y juegos de mesa, le sugerí a Rocío salir al jardín pues quería fumar, cosa que no hacíamos dentro; nos sentamos en la reposera ancha de la pileta y dimos curso a la calentura que veníamos acumulando durante la semana.

Ella pegada a mí, que con el brazo pasado sobre sus hombros dejaba colgar la mano para acariciar la tetita por encima de la remera, besos chupando lengua y caricias de aproximación por la cara interna de los muslos, por encima de la minifalda.

Cuando los quejidos adquirieron algo de volumen, y los besos mayor intensidad junto con la respiración nasal denotando urgencia, me aventuré bajo la falda y, acompañando el progreso de la mano, las piernas fueron abriéndose; percibida cierta húmeda en la biquini hice a un lado el elástico para palpar el monte mojado y recorrer el canal entre los labios, cosa que le hizo exclamar.

-“¡Qué rico mi amor, seguí más!”

-“Sí cielo, vamos por mucho más”.

Y en un abrir y cerrar de ojos me arrodillé frente a sus muslos bien separados para sumergir mi lengua en la conchita ya libre de cobertura.

-“Cielo santo, me muero de gusto”.

Y le sobrevino un orgasmo estruendoso, primero apretando mi cabeza para luego pasada la cumbre, separarme de su hendidura.

-“Ya está, no sigas, no puedo más”.

Me levanté con la certeza de que su pedido era algo lógico; después de alcanzado el pico del placer la zona queda con una hipersensibilidad que demora algo en desaparecer, aunque menos de lo que necesita el hombre para lograr una nueva erección, y por eso la tuve un buen rato entre mis brazos, dándonos algunos piquitos, con toda la intención de que, una vez recuperada ella calmara la calentura que me tenía al borde de la explosión; por eso me sorprendió cuando, al levantarle la remera para saborear su pechos, me dijo.

-“No por favor, ya no tengo ganas”.

Asombrado tardé algo en recuperarme, tomar conciencia de lo escuchado y reaccionar; era el momento de realizar un contrataque para evitar que lo sucedido se convirtiera en un hábito desagradable.

-“Te entiendo y acepto lo que me decís, dame un ratito que voy adentro y en seguida regreso”.

-“Yo también voy a entrar, ¿a dónde vas?”

-“Al baño, pienso hacerme una soberana paja para sacarme la calentura que tengo, no creo que demore más de cinco minutos”.

-“Sos malo diciéndome eso”.

-“No querida, respeto tu voluntad de no seguir, pero tengo que ponerle remedio a mi situación, vos estás satisfecha, yo no”.

-“¿Vas a pensar en mí?”

-“No mi amor, no está bien que yo, mediante el pensamiento te fuerce a algo que no querés, además la memoria guarda el momento en que no deseás seguir y eso le impide a la imaginación reproducir un cuadro donde vos me estás sacando la leche y recibiéndola en la lengua”.

-“¿Y en quién vas a pensar?”

-“En Lucrecia, compañera de colegio en el pueblo que era devota de mi miembro y, cada vez que podía, se dedicaba con muchas ganas a exprimirlo”.

Y volvimos al comedor, ella a reunirse con los otros y yo a descargar. Tal cual, cinco batidas fueron suficientes para aliviar el dolor de bolas que casi no me dejaba caminar y, ahí volví para sentarme a su lado charlando en voz baja pues cada pareja estaba en lo suyo y no había que molestar.

-“¿Me amás?”

-“Por supuesto chiquita preciosa”.

-“Pero te masturbaste pensando en otra”.

-“Y yo te conté, antes de hacerlo, lo que me impedía pensar en vos”.

-“Es que sentí como si me engañaras”

-“Bien sabés que no es así, la próxima vez, para evitar esos momentos incómodos, me pajeás, me la chupás o me dejás que te penetre, sea por la conchita o por ese precioso culito”.

-“Me parece que estás loco”.

-“Es verdad, loco por vos; ahora me doy cuenta, Luis parece muy entretenido mirando entre tus piernas algo separadas”.

-“Es para que alguien se haga una paja pensando en mí”.

-“Entonces hay algo más que aclarar; a mi lado nunca dejaste de ser libre para hacer lo que quieras, podés hacerme súper cornudo, con uno o con mil, de la forma que más te guste, en los lugares que te parezcan mejor, pero debés estar segura que no lo voy a aceptar y, con inmenso dolor, te voy a dejar que sigas el camino elegido; más aún, hasta ahora traté de que las muestras de cariño sucedieran en la intimidad para que nadie tuviera ocasión de decir algo inconveniente de vos; ahora eso se acabó, si querés exhibirte no tengo razón para oponerme. Seguí mostrando tranquila, voy a ver algo de deportes en televisión”.

Y me levanté dejándola sola. Al rato se acercó acurrucándose a mi lado.

-“Perdoname, no va a suceder nuevamente”.

-“Por supuesto que te perdono, pues te amo, pero da por seguro que más me quiero a mí mismo, y la misma seguridad debés tener que, si hubiera algo así en el futuro, te voy a despedir con tal patada en el culo que no podrás evacuar por una semana”.

Esa noche no dormí de corrido como es habitual en mí, algunos sobresaltos me hicieron caer en cuenta que tenía por delante el desafío de limar asperezas sin claudicar; mi amor por ella justificaba el esfuerzo. El sábado nos despertamos tarde y pasamos la mañana manteniendo el orden, algo de pileta y preparación de la comida, después de la sobremesa me dieron ganas de hacer algo de siesta y al dormitorio me fui; al rato se abrió la puerta y entró ella, sentándose en la cama a mi lado.

-“Mi amor, que ganas de gozar como anoche, ¿me harías lo mismo?”

-“Me alegro que quieras repetir, lo cual significa que gozaste bien, en cambio yo no tengo ganas de vivir un momento parecido, aunque podríamos probar suerte”.

-“¿Qué pensaste?”

-“Primero cerrá la puerta con llave y luego desnudate íntegra”.

Seguramente tenía cargo de conciencia, porque sin la más mínima resistencia se sacó hasta el calzado, por lo cual me quité el calzoncillo, única prenda que llevaba.

-“Ahora preciosa te vas a sentar a caballo de mi pelvis, luego te ubicás de manera que los labios de la conchita abracen el lomo de mi pija y ahí te voy a ayudar para que te deslices, adelante y atrás, frotando tu rajadita buscando el placer”.

Mi ayuda fue ciertamente pequeña porque ella en seguida le agarro el tranco; el grado de inclinación del torso, y los movimientos pélvicos hacían que el deslizamiento desde la abertura vaginal hasta el clítoris se produjera al completo y la estimulación fuera en sensible incremento, algo anunciado por ayes y quejidos.

-“Mi amor, tenés que hacer el esfuerzo de clavarte bien cuando sientas que se aproxima la corrida, de lo contrario nuevamente me quedaré con las ganas”.

-“Confiá en mí tesoro, te juro que voy a exprimirte al máximo”.

En pocas idas y venidas más me urgió.

-“Ahora, rápido querido, pone la pija bien derecha que me siento y la trago”.

Y acuclillada ubicó el glande en la entrada y comenzó el ingreso, ciertamente maravilloso porque habían comenzado a contraerse los músculos vaginales y así mi pija hizo su entrada a modo de expansor; indescriptible fue la sensación de empujar y simultáneamente expulsar semen. Esa fructífera experiencia fue la base para entendernos, cada día mejor, en la obtención del mutuo placer.

La innata belleza de mi novia era un imán poderosísimo atrayendo hombres y también algunas mujeres, y como en esta vida hay quienes respetan lo ajeno, quienes no lo hacen y quienes tienen debilidad por lo que es de otro, llegué a la conclusión que convenía hablarlo, así que una noche después de sendos orgasmos tocamos el tema.

-“Mi amor, hay algo que quiero que sepas pues conviene estar de acuerdo en puntos que considero claves para la relación. Te amo y quisiera que lo nuestro durara una eternidad, nunca fui tan feliz como ahora y desearía que esto no tenga fin, pero a veces el diablo mete la cola; si alguna vez sucediera que ya no quieres seguir, solo te pido que me lo digas, seguramente será un momento tristísimo, pero lo que no podría soportar es que me engañes, eso sí me destrozaría; tené la certeza que al decírmelo, aunque me ocasione un gran pesar no me opondré, no haré un escándalo y mucho menos te pediré explicaciones, te dejaré partir teniendo el alma encogida. Por supuesto yo asumo el mismo compromiso”.

Rocío, igual que Juana, pertenece a una familia de clase media con limitados recursos que, para hacer cursar estudios superiores a uno de sus integrantes debe ajustar el cinturón, por lo cual eran frecuentes las invitaciones a comer en la casa de Lara, como una modesta forma de ayudarla. En esas comidas ocasionalmente participaban Elena y Tomás, matrimonio, amigo de los dueños de casa, amistad que las mujeres heredaron de los hombres. La agraciada novia, bien recibida desde el comienzo, pronto estableció una relación cordial con todos, quienes me felicitaron, admiración apenas disimulada en los hombres.

Pedro y Tomás son amigos desde la primaria. Ambos han cultivado esa relación con perseverancia, algo facilitado por coincidir en varias aficiones que transforman en placentera la mutua compañía. La clave de esa duradera armonía parece haber sido que, compartiendo gustos, respetaran las diferencias, sin pretender cambios en el otro, sin criticar enfoques diferentes y, sobre todo, dándose tiempos de intervalo para que una presencia demasiado frecuente no agobiara a la otra persona.

Y dentro de lo que comparten tiene preponderancia el gusto por las mujeres, pero no cualquier mujer sino jóvenes, bellas y de cuerpo deseable; con las naturales excepciones de una edad entre dieciocho y veintidós, delicadas, femeninas y nada voluptuosas, en otras palabras, poseedoras de una armónica belleza. A esa pasión le dedican tiempo y dinero. Ser dueños de solventes empresas, que funcionan casi solas, les permite disponer de ambas cosas en la medida de sus deseos, que por cierto están adecuadamente regulados pues los dos aman a sus esposas, el resto es un deporte que practican con pasión. En algo que ponen especial cuidado es en la edad inferior del rango etario de las involucradas.

Las mujeres intuyen estas actividades y las toleran, pero siempre obteniendo algo a cambio. Por el momento se contentan con excelente confort, gustos satisfechos, abundante dinero en efectivo, buena atención en la cama y absoluta discreción de los fiesteros.

Ambas esposas, en una de sus conversaciones a solas concluyeron que la situación conlleva cierto peligro; no sería extraño que una calentura sea confundida con amor y suceda una ruptura, eventualidad que las dejaría con una economía precaria hasta que finalizaran los eternos trámites legales de un divorcio. Entonces como resguardo y mediante amorosas presiones se hicieron comprar sendos departamentos medianos que mantienen alquilados, destinando ese ingreso a inversiones fuera del control de los maridos. Ambos matrimonios no tienen hijos y nunca escuché comentario sobre las razones.

Pasado un tiempo desde la iniciación del noviazgo empecé a notar que Juana, periódicamente, mostraba cosas compradas que no se condecían con sus manifestaciones sobre la limitada cantidad de dinero que recibía de su casa, y por eso, estando con el grupo hice el comentario.

-“Qué lindo teléfono que tiene Juana, gran cosa que le hayan aumentado la asignación mensual”.

La contestación de uno de los presentes me extrañó por la entonación, acompañada por una sonrisa socarrona.

-“Sí, seguro que se la aumentaron”.

Más tarde, otro de más confianza, me lo aclaró.

-“Hace tiempo que algún viejo, verde y forrado, colabora aumentando sus ingresos”.

Acercándose el verano y su temperatura cálida Tomás organizó un asado en su casa de fin de semana aprovechando también la pileta, la invitación fue para todos incluida Rocío, que la agregó a Juana para evitar que se quedara sola. La reunión fue disfrutada a pleno, por el tiempo agradable que tocó, la comida, la bebida y, para los hombres, engordar la vista con el cuerpo de cuatro mujeres en biquini, cada una hermosa en su tipo y a cuál más deseable, aunque los dos maduros centraran su atención en las más jóvenes. Juana congenió en seguida con Pedro y más de una vez se los vio hablar en voz baja e intercambiar sonrisas cómplices, algo totalmente inocuo, aunque no para quien conociera los antecedentes de ambos.

Naturalmente esa cercanía, que parecía complicidad, despertó en Ramiro una cierta preocupación, no por su hermana sino por su novia; la amistad de las dos jóvenes podía generar un contagio perjudicial si Rocío sucumbía a la tentación de paliar su estrechez económica de la manera fácil y placentera que practicaba su compañera de piso.

Eso hizo que el novio, hasta entonces ciego de amor, abriera los ojos y así con el correr de los días empezaron a unirse piezas armando el rompecabezas; los dos maduros infieles tenían congreso empresarial los fines de semana largos en que las dos jóvenes visitaban a sus padres; algunos días el trabajo de los varones los llevaba a regresar tarde a sus casas coincidiendo con la preparación para algún parcial de las estudiantes, y así siguiendo.

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4 COMENTARIOS

    • Gracias Sebastián por leer y comentar. Me alegra muchísimo que mis escritos sean de tu gusto, en uno o dos días envío la segunda parte. Recibe mi afectuoso saludo.

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