Mi primera infidelidad antes de casarme (parte 1)

4
26394
30
T. Lectura: 6 min.

Conocí a mi futuro esposo siendo muy joven. Estuvimos tres años de novios, y cuando nos conocimos, yo era inexperta en el ámbito sexual. Aunque tuve un par de oportunidades antes de él, siempre sentí que no era el momento adecuado. En aquella época, mi cuerpo era joven y esbelto: piernas tonificadas, curvas pronunciadas y un busto firme que llamaba la atención. Cuando cumplimos nuestro tercer aniversario, él me propuso matrimonio. Acepté sin dudarlo. Nuestro futuro parecía prometedor, con el apoyo incondicional de nuestras familias.

Los preparativos de la boda avanzaban sin contratiempos, y estábamos a solo un mes de dar el sí cuando mis amigas me sugirieron organizar una despedida de soltera en un boliche de la ciudad. Los amigos de mi prometido harían lo propio en nuestra casa, así que accedí, con la condición de que fuera una salida tranquila, solo para bailar un rato y regresar temprano. No podía imaginar que esa decisión marcaría un antes y un después en mi vida.

La noche llegó, y al entrar al boliche, noté que estaba medio vacío. Aunque no era lo que esperaba, me alegró, pues solo quería disfrutar de la compañía de mis amigas. Pedimos unas copas, reímos y bailamos un rato, hasta que un grupo de hombres llamó nuestra atención. Eran cuatro tipos atractivos, altos y con cuerpos trabajados que no pasaban desapercibidos. Poco a poco, se acercaron a nosotras, nos invitaron a bailar y, casi sin darnos cuenta, cada una de mis amigas terminó emparejada con uno de ellos. Yo, incómoda con la situación, decidí retirarme a la barra. No quería involucrarme con nadie; después de todo, estaba a punto de casarme.

Mientras observaba a mis amigas, perdidas en la música y en los brazos de aquellos hombres, uno de ellos se acercó a mí. Era alto, de mirada intensa y una sonrisa que desprendía confianza. Se presentó como Alan, y su voz era suave pero segura.

—Hola, ¿te molesta si me siento aquí? Mis amigos parecen estar… bastante ocupados —dijo, señalando hacia el grupo, donde las risas y los movimientos sugerían algo más que un simple baile.

—No, no hay problema —respondí, tratando de sonar indiferente.

—Gracias. No suelo hacer esto, pero no pude evitar notarte. Pareces diferente al resto —comentó, con una sonrisa que me hizo sonrojarme.

—Diferente, ¿en qué sentido? —pregunté, arqueando una ceja.

—No sé… más reservada, quizás. Como si no pertenecieras a este lugar —dijo, mientras pedía dos tragos al barman.

—Es mi despedida de soltera —expliqué, mostrando el anillo de compromiso—. No suelo salir mucho.

—Ah, eso explica muchas cosas —respondió, con una carcajada—. Aunque, con tu belleza, no me sorprende que ya estés comprometida.

La conversación fluyó con naturalidad. Alan era encantador, divertido y sabía cómo hacerme reír. Los tragos comenzaron a llegar, uno tras otro, y antes de darme cuenta, ya había perdido la cuenta. Mis inhibiciones se desvanecieron, y la noche se convirtió en una mezcla de risas, miradas cómplices y un creciente deseo que no podía ignorar.

—Basta, era solo un trago —dije entre risas, intentando recuperar el control.

—Relájate, es tu noche. Mereces disfrutarla —respondió él, acercándose un poco más.

En un momento de descuido, intercambiamos números. Aunque intenté poner límites, sabía que estaba jugando con fuego.

—No me mandes mensajes a cada rato. Mi novio es celoso —advertí, tratando de sonar firme.

—No te preocupes, pero con una mujer como tú, es difícil no intentarlo —dijo, mientras sus ojos recorrían mi cuerpo con una intensidad que me erizó la piel.

La música sonaba más fuerte, y el ambiente se volvía cada vez más cargado. Él extendió su mano hacia mí, con una mirada que no dejaba lugar a dudas.

—Ya sé que estás cansada, pero… ¿no te gustaría bailar? —preguntó, con una voz que era casi un susurro.

En ese momento, supe que estaba a punto de cruzar una línea de la que no habría vuelta atrás.

Entre dudas, acepté. Bailamos un rato, riendo y disfrutando del momento, hasta que comenzó a sonar una canción lenta. Con un poco de vergüenza al principio, nos acercamos cada vez más, hasta que nuestros cuerpos quedaron pegados. Fue entonces cuando lo sentí: su enorme erección, dura y firme, presionando contra mí. Una oleada de deseo recorrió mi cuerpo, una calentura que nunca antes había experimentado. Él también parecía estar igual de excitado, y en un gesto audaz, deslizó sus manos por mi espalda hasta llegar a mi culo, apretándolo con firmeza.

—Qué hermoso cuerpo tenés… —murmuró al oído, con una voz cargada de deseo.

Estaba a punto de perder el control, de devorarle la boca allí mismo, pero en un último momento de lucidez, me separé bruscamente de él, sintiendo cómo las mejillas me ardían de vergüenza.

—¡Perdón, no puedo! —exclamé, casi sin aliento.

Y antes de que pudiera decir algo más, salí corriendo, buscando a mis amigas para irnos de allí lo más rápido posible.

Esa noche, el sueño fue esquivo. Cada vez que cerraba los ojos, volvía a sentir sus manos en mi cuerpo, su respiración caliente en mi cuello, y cómo me hacía suya en mis fantasías más íntimas. Soñé con él, con su cuerpo sobre el mío, y desperté con las sábanas empapadas, el corazón acelerado y una mezcla de culpa y deseo que no podía sacudir. Por suerte, mi novio se había quedado dormido en el sofá, exhausto por la cerveza que había bebido durante su despedida de soltero. Me levanté rápidamente, limpié la habitación y me preparé para enfrentar el día.

Mientras recogía los restos de la fiesta en la sala, mi mente no dejaba de divagar hacia lo ocurrido la noche anterior. Fue entonces cuando mi teléfono vibró. Era un mensaje suyo.

—Hola, soy yo. Perdón por lo de anoche, creo que me pasé con un par de tragos.

Leí el mensaje varias veces antes de responder, tratando de mantener la compostura.

—Hola, no pasa nada. Lo que pasó, pasó. Solo que no vuelva a ocurrir, por favor.

La respuesta llegó casi de inmediato.

—¿Eso significa que puede haber otra salida?

Vacilé un momento antes de escribir.

—Mmmm, puede ser.

—Jajaja, dale. Te prometo que será solo para charlar como lo hicimos. La pasé muy bien.

—Yo también me divertí mucho —respondí, sintiendo cómo una sonrisa se dibujaba en mi rostro a pesar de todo.

—Bueno, después te hablo. Tengo que ir a cocinar. Chau.

—Chau, hermosa.

Estaba tan caliente que no podía creer lo que estaba haciendo, dándole lugar a él de esa manera. Pero la verdad es que, cuando sentí su pene, fue una sensación tan única que mi esposo nunca me había dado. Él era tan distinto a mi marido que me hizo cuestionarme si realmente estaba con la persona correcta. Esa experiencia me hizo dudar, incluso a pocos días de mi boda.

Pasaron los días y traté de no mirar el celular. Tenía varios mensajes suyos, pero no respondí a ninguno. Quería hacer las cosas bien con mi novio, a pesar de que todavía no habíamos tenido relaciones sexuales. Cada vez que dormíamos juntos y él me rozaba con su pene, nunca sentí nada parecido a lo que él me hizo sentir. Quizás eso era lo que necesitaba.

Luego, un viernes, a una semana de mi boda, salí a hacer algunas compras. Todavía nos faltaban algunas cosas pequeñas para la ceremonia. Salí con ropa deportiva que se ajustaba perfectamente a mi cuerpo, resaltando cada curva. Al llegar a la tienda, me excedí comprando cosas que no necesitaba, y como estaba sola, me costaba llevar todo al auto. En un momento, se me cayeron un par de bolsas, y de repente, un hombre se detuvo para ayudarme.

—Disculpe, déjeme ayudarla, señorita —dijo, agachándose para recoger las cosas.

—¡Muchas gracias! —respondí, y cuando levanté la vista, lo reconocí de inmediato—. ¡Alan!

—¡Alma! ¡Qué hermosa sorpresa! —exclamó, con una sonrisa que me hizo sonrojar.

—Llegaste en el momento justo. ¿Me ayudás a llevar estas cosas al auto? —pregunté, sintiendo cómo mis mejillas se encendían.

—Por supuesto, no te hagas problemas. Te ayudo —dijo, riendo.

No podía creer que me había encontrado con él, el hombre que me había hecho dudar de mi relación. Mientras caminábamos hacia el auto, la conversación fluyó entre risas incómodas y miradas cargadas de tensión. La atracción entre nosotros era palpable, y ambos lo sabíamos.

—¿Por qué no me respondés los mensajes? —preguntó de repente, rompiendo el silencio.

—Disculpá, en estas semanas lo último que miré fue el teléfono. Estuve ocupada con los preparativos de la boda —respondí, tratando de sonar casual.

—Ah, claro. Yo pensé que ya me habías olvidado —dijo, con un tono de broma, pero sus ojos decían otra cosa.

—No, no —reí, intentando disimular mi nerviosismo.

—Bueno, aprovecho para invitarte a unos tragos mañana. ¿Qué te parece? —preguntó, con una sonrisa pícara.

—Mmm, no lo sé. No estoy segura de que mi novio esté de acuerdo o qué pensará —respondí, jugando con las bolsas que llevaba en las manos.

—No te preocupes, podés decirle que salís con tus amigas. Yo llevaré a mis amigos, y la pasaremos bien, como «amigos» —dijo, guiñándome un ojo antes de soltar una carcajada.

Llegamos al auto, y mientras guardaba las cosas, noté cómo sus ojos no se despegaban de mi cuerpo. Yo, sintiendo la calentura recorrer mi piel, me incliné un poco más de lo necesario, fingiendo que estaba acomodando las bolsas, pero en realidad estaba coqueteando con él. Funcionó, porque al mirar por el espejo retrovisor, vi cómo se quedaba embobado, mirando mi culo.

—¿Perdiste algo? —pregunté, mirándolo a través del espejo con una sonrisa pícara.

—No, solo me aseguraba de que estuvieras acomodando bien las cosas, para que no se te cayeran —respondió, acercándose más.

En ese momento, sentí cómo su cuerpo se pegaba al mío, y su erección presionaba contra mi culo. Un escalofrío recorrió mi espalda.

—¡Alan! ¿Qué estás haciendo? —exclamé, tratando de sonar seria, pero mi voz tembló.

—Perdón, me resbalé —dijo, riendo con nerviosismo.

—Está bien, no pasa nada, pero ya podés alejarte —respondí, intentando mantener la compostura.

—Sí, sí, perdón —dijo, dando un paso atrás.

—Bueno, Alan, mil gracias por ayudarme. Te debo una —dije, cerrando la puerta del auto.

—Listo, entonces mañana salimos, y así estamos a mano. Invitá a tus amigas, y yo llevo a mis amigos —propuso, con una sonrisa que me hizo dudar.

—Mmm, bueno —respondí, mirándolo con indecisión.

Nos despedimos con un beso en la mejilla, pero nuestros labios estuvieron a punto de rozarse. Mientras tanto, sus manos apretaron mi cadera con firmeza, dejando claro que la tensión entre nosotros estaba lejos de desaparecer.

Continuará.

Loading

4 COMENTARIOS

  1. Me dejaste muy caliente. Q lastima q tú marido no te sepa aprovechar cómo mujer! Espero algún día cruzarme con vos. Bss.

  2. Tu relato es un torbellino de deseo y tentación, cada palabra parece escrita con la tinta del anhelo. Me atrapaste en ese vaivén de emociones, como si estuviera ahí, sintiendo cada latido acelerado. ¿Será que la culpa puede volverse placer cuando se cruza cierto umbral? Me has dejado con ganas de más… ¿qué más secretos guardan esas páginas no escritas?

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí