Mi relación con Eusebio (2)

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Al llegar a casa encontramos a Marta y Susi en la cocina. «Tete —me llamó Susi—, Marta dice que nos quedemos a cenar. ¿Qué te parece?». «Genial, así no tenéis que volver hasta mañana».

Me fui arriba a arreglarme para la cena. Allí me encontré con Eusebio. Me hizo un guiño mirando mi polo e, inmediatamente, mis bermudas: «Ves, no sospechan nada». «Oye —le dije—, Susi nunca…» Dibujó una sonrisa de sorpresa: «Claro que no. No sabe nada de mis otras inclinaciones. Yo cumplo con ella. Siempre he sido discreto» «Por supuesto, por supuesto…», repuse.

Me quité la ropa y cuando quité las zapatillas vi sobresalir un trozo de tela de puntilla. Era un tanga. Me quedé en suspenso: Marta no usaba tanga; le gustaba ir cómoda y usaba unas braguitas de algodón blancas y risas, nunca llevaría un tanga negro de puntillas. Además, Marta no podría llevar esa talla. Dejé la prenda sobre las sábanas y fui al baño descalzo, sólo con el slip.

En medio de la ducha escuché la voz de Marta. Necesitaba hacer un pis y preguntó si era yo que estaba dentro. Abrí la mampara y estaba sentada en el retrete; de escuchaba el chorrillo de orina golpeando el agua del fondo. «Oye… ¡cómo te pones al tocártela, eh!». Caí en la cuenta que cuando me lavaba se me endurecía el pene. Como el wáter estaba justo al salir de la ducha al pasar Marta me la cogió. Sus dedos manosearon el miembro. «¿Quieres…?». Se quitó la braga, que estaba caída sobre sus empeines. Se levantó y se puso doblada contra el wáter, con las piernas abiertas y ofreciéndome el coño. Los pelillos estaban brillantes con algunas gotitas doradas visibles.

La visión del sexo y el ojete de Marta despertaron mi deseo. Enarbolé mi polla y la metí. Marta gimió al ser penetrada y comenzó a contorsionarse con la verga dentro. Cacheteé las nalgas mientras cabalgaba dentro de la vagina. Marta gimió y yo jadeaba intensamente. Me acordé de la mamada de Eusebio. Marta nunca me había hecho tan satisfactoria una felación, que generalmente no me hacía. Empujé a fondo y la follé hasta que noté que estaba disfrutando de mi polla. Me corrí entre sus paredes vaginales. Marta se limpió mi eyaculación. «Si que tenías poca leche. ¿Te has hecho una paja?». Me sobresalté y negué rotundamente. Me eché a reír. «Prefiero meterla en caliente». Marta se puso la braga y se bajó la falda. Cuando iba a salir del baño me acordé del tanga.

«Una cosa…» —dije— «Te has comprado un tanga». Marta se giró. «No», negó. «¿Por qué lo preguntas?». «Por el que he encontrado en el dormitorio». Tras tres o cuatro segundos, Marta dijo: «Debe ser de tu hermana». «¿De Susi? ¿Y qué hace ahí?». Se hizo un silencio incómodo hasta que Marta reaccionó: «Ah, sí, ya me acuerdo. Es un modelo nuevo, que según ella no aprieta. Me lo dejó para que lo probara», y salió.

Susi había preparado la salsa para los spaghetti y Marta había cortado unas tapitas de chorizo, jamón y queso, acompañadas de patatas chips. Cuando terminamos nos fuimos a la parte segregada del salón. Marta llevó las tazas de té y de café. Yo puse música y fui a buscar las pastitas danesas y varias botellas de licores. Al regresar, Marta estaba diciendo en contestación a Eusebio: «Nunca; eso lo dejamos claro al empezar la relación; nada de niños».

Dejé todo en la mesilla y me incorporé al diálogo. Eusebio y yo cruzamos una mirada de complicidad silenciosa. «Tú si querías, Susi, ¿te acuerdas?» «Claro, pero eso fue antes de acabar la carrera…y de conocer a Marta y a Pepita. Tampoco Eusebio —lo miró— quiere ahora —éste asintió llevándose a los labios la taza humeante de té—. Hemos renunciado a tener hijos definitivamente». Mi hermana tomó un par de pastitas y las mojó en el café. «¿Tú también querías, Nicolás, por qué ya no?». Crucé las manos sobre el regazo antes de responder.

«He comprendido que no estoy preparado… en absoluto. No entra en mis cálculos ni los de Marta. Lo hablamos justo hace una semana. Tener hijos perjudica nuestras carreras; además, Marta no tendría paciencia…». «¡Tampoco tú, o crees que vives en el siglo XX! Los hijos son tarea a dúo», replicó Marta.

«Aplastan la sexualidad», murmuró Eusebio. Marta miró hacia él interrogativamente. «Los hijos, digo: aplastan la sexualidad». «Lo que liquida la sexualidad es la rutina de las relaciones», aduje yo. «¿Eso es lo que piensas, Nicolás?». «Sí, Susi, eso creo. Todo fuego se apaga si no se añade combustible» «¡Combustible…, eso es!», intervino Eusebio. «El interés sexual se tiene que alimentar, y hay que mantener un diálogo continuo con la pareja si se quiere mantener la atracción sexual. ¿Conocemos de verdad lo que quieren nuestras parejas?».

Susi volvió a coger una pasta de té con forma de corazón; entre dientes arguyó: «Miedo». Marta: «Estoy de acuerdo: miedo a ser como somos sexualmente. Miedo al rechazo si nos desnudamos…» Eusebio se rio: «Eso es, le tenemos miedo a vernos los unos a los otros desnudos» «No me refiero a eso, bobito, sino a mostrarnos como somos “sexualmente”: nuestros gustos, a hacer y pedir lo que nos satisface; a dar placer físico a quien hace el amor con nosotros, no como nosotros deseamos, sino como el o la otra quiere gozar y tener sus orgasmos. Para eso es necesario no guardar reservas, no esconder nuestras tendencias, no avergonzarse».

Aproveché la pausa para llevar el tema a sus implicaciones sociales. «Es culpa de la moralidad aceptable y la obscenidad denunciada. Hay que liberarse de los cinturones de castidad que nos oprimen. Hay muchas prácticas y tendencias sexuales mal vistas que obligan al que las desea…» «O practica, Nicolás, no sólo a quienes fantasean con ellas, también va las y los que las materializan«, opinó Marta». «Exactamente, y se ven obligadas y obligados a tener una vida sexual oculta, castrándose libidinalmente, amordazado su sexualidad hasta llegar a cercenarla y llegar al conflicto emocional y, a veces, a la impotencia, la enfermedad, la brutalidad sexual, los abusos y la pederastia».

Susi miró a Marta: «¿Y tú, Marta?, estás muy calladita, por qué no dices algo» «Porque estoy absolutamente de acuerdo. Escondemos nuestros deseos. La sociedad se muestra contraria a hablar y mostrar los comportamientos lujuriosos naturales y sanos. Impone reglas que no son sólo por moralidad sexual, sino por factores crematísticos. Hay fariseísmo y cinismo» Eusebio volvió a tomar la palabra: «Correcto, Marta, ¿pero qué me dices de los tabúes ancestrales, como el incesto, también debemos aceptarlo como una práctica sexual sana y natural?»

Miré a Marta que sujetaba su taza de té y removía el contenido con la cucharilla. «Te responderé por mi parte. También… Siempre que hablemos de dos personas de la misma edad, sin imposición ni uso de la fuerza, no hay razón alguna para considerarla enfermiza. En el marco de la familia actual esas situaciones ya se pueden y se dan más de lo que pensamos, pero cuidadosamente ocultas, silenciadas.

Llegará el día en que se pueda hablar sin temor de ellos, como de homosexualidad de ambos géneros, y otras prácticas espontáneas del amor y la sexualidad humanas». Ante mi asombro, Susi, que desde la niñez se mostró tímida y cerrada a hablar de sexo y placer, intervino: «Igual que tú, eso es lo que opino, Marta. Además, desde que hay anticonceptivos, el incesto entre personas de una misma o cercana edad no tiene razón en ser proscrita socialmente: es una decisión completamente personal.»

Me levanté y recogí las tazas y los azucareros. Y dispensé unos vasos con relieve y escenas de caza herencia de mis padres. En lugar de las tazas coloqué los licores de menta, café y otros exóticos.

Me senté después de servirme un par de dedos de licor de menta.

«Hoy me doy cuenta que no sé tanto de ti como pensaba, hermanita —me reí—» «¿Sexo libre y sin reglas? —preguntó Eusebio— Esto es nuevo para mí…». Me miró enarcando las cejas, como estupefacto. «Te aseguro que yo no sabía nada, hasta esta noche…». También Marta me miraba inquisitivamente. Susi también se echó a reír, se recogió el cabello rubio en una cola.

«Lo veis: enseguida os habéis puesto en guardia, prevenidos y… asombrados —Se giró hacia mí—. Díselo, Nicolás, despeja sus escandalosas dudas». «Susi y yo nunca tuvimos relaciones; ni siquiera hablamos de tales cosas. Nuestros padres eran estrictos y tradicionales. Creo que no podrían haber imaginado que sus dos hijos pudieran tener ideas lascivas». Inmediatamente añadí: «Pero, he de admitir que lo que dice Susi es cierto. Hay muchas cosas que se sepultan y los labios no pronuncian su nombre. Con eso no ganamos nada, sino que creamos todo tipo de enfermedades psicológicas, continencia y actitudes coercitivas.»

«¿Estáis dispuestos a oír mi opinión más profunda?», nos dijo Susi. Naturalmente, nos dejó expectantes unos segundos. «Las relaciones de pareja monogámica cerrada son un estorbo y sólo sirven para encarcelar a quienes la forman. Mirad las estadísticas: ¡un fiasco!». «¿Pero todos, incluida tú y Eusebio habéis aceptado esa forma familiar? —dije yo. Susi se adelantó en el sofá y llenó un vaso con crema de café. Miró a Eusebio y luego a Marta; finalmente a mí otra vez.

«Vamos a ser totalmente honestos, porque yo creo, Marta, Eusebio y tú, hermanito, que ahora todos tenemos una red de secretos entre nosotros». El rostro de Marta se demudó; Eusebio se limitó a sonreír y a asentir con la cabeza; yo abrí los ojos de par en par. Se me hizo una bola en la glotis y tragué saliva sonoramente.

«Es hora de que seamos sinceros unos con otras. En realidad, nos estamos perjudicando con el ocultamiento. ¿Y de qué sirve, si somos personas que hemos saltado los muros grises de la moral convencional?». Bebió un sorbo y escrutó nuestros rostros. Eusebio era el único que estaba relajado y jugueteaba con los dedos sobre el muslo—. ¿O…, no?

La que ocupó el lugar de la valentía fue Marta. Se dirigió hacia mí:

—El tanga, cielo, no estaba en nuestro dormitorio para que yo lo probará —Miró a Susi y yo la imité. Ella jugueteaba mordiéndose las uñas—. Creo, Susi, que es hora de sincerarnos y dejar los ocultamientos. Además, los cuatro perderemos . Susi olvidó el tanga cuando salió del dormitorio: estuvimos follando, mientras estabais fuera. —Me quedé helado. Miré a Susi y ella me devolvió la mirada; luego a Eusebio.

—¿Tú…, tú sabias algo?

Eusebio afirmó con la cabeza.

—Sólo faltabas tú, cielo. Hace meses que tu hermana y yo hacemos el amor. —No salía de mi asombro—.

—Pero vosotras…, tú, y tú Susi, ¿sois lesbianas?

Susi tomó la palabra:

—Verás, Nico, hace unos años, descubrí que Marta y Pepi se amaban y hacían el amor a menudo. Un día, en Las Rozas, en la casa de Pepi empezaron a juguetear y empezaron a toquetearse delante de mí. Fueron a la piscina y se desnudaron. Después de nadar un rato, me dijeron que se iban a la cama, y me invitaron a subir. Allí vi sus prácticas sexuales. Pepi me condujo a la cama y me abrazó, me desnudó y me besó todo el cuerpo… —Marta la interrumpió:

—Te preguntarás por qué también lo hacíamos tú y yo. La respuesta es: porque no es incompatible. También me gusta follar contigo. Estamos aquí hoy para desvelar todos los secretos, verdad —se dirigió a Eusebio, que bebía en silencio. Susi prosiguió:

—Pero la primera mujer que me hizo el amor fue… —miró a Marta—.

—¿Sois amantes, pues?

—Nos amamos —dijo Susi concisamente.

—¿Y tú, cuando supiste esto?

Marta de nuevo:

—Una tarde Eusebio tuvo una anulación de un viaje a Zurich a última hora. Regresó a su casa y nos descubrió a tu hermana y a mí en la cama; concretamente sobre la moqueta de la habitación de invitados.

—Fue un impacto, claro —Eusebio se incorporó a la exposición—: tu hermana estaba de rodillas con las piernas abiertas y Marta estaba follándola por atrás con un juguetito sexual. Me las encontré en plena efervescencia. Como no se fueron cuenta me quedé observando…

—Nos espió, mejor dicho —Marta aclaró la escena.

—Bien, después del primer momento, me ocurrió algo extraño: me empalmé viendo cómo mi mujer estaba siendo follada por su mejor amiga en mi propio hogar. Los gritos de placer de Susi me pusieron al rojo vivo y…

—¿Y…?

—Y participe a escondidas. Me la saqué y me hice una paja sin esperar más. Pero cuando tu hermana se corrió y se dio la vuelta me “pillo” con el vergajo en las manos.

En ese momento Marta miró a Susi, Susi miró a Marta, su cara reflejaba que ambas estaban reviviendo ese momento con intenso deseo. Marta que estaba sentada en el sofá invito a Susi a ponerse a su lado …el recordar aquello la había puesto muy caliente y tener a Susi tan cerca hacia que no pudiese contener su instinto, más aún ahora que todos estaban desvelando sus secretos.

Cuando Susi se puso a su lado, empezó a acariciar suavemente su pierna. Marta puso sus labios sobre los de ella y la corriente eléctrica volvió a activarse, y sin darse cuenta, ajenas ya a todo su alrededor se besaban locamente, sus lenguas se entrelazaban con dulzura y a la vez con una tensión que hacía que Eusebio y Nicolás no pudiesen dejar de mirarlas, embelesados, y sin percatarse que ambos estaban tan empalmados que un enorme bulto luchaba por salir de sus bermudas sin éxito.

Marta y Susi se acariciaban los muslos subiéndose los cortos vestidos, su respiración se escuchaba sonoramente. Marta bajaba las braguitas a Susi mientras ella estaba hipnotizada de placer. Marta la ofreció su pierna y Susi cabalgaba en ella, frotando su coño desnudo intensamente. Nicolás estaba tan absorto que ni siquiera se percató que Eusebio había liberado su polla y la acariciaba con fruición. Susi frotaba con su pierna el chocho de Marta. Ambas se movían al compás, frotaban sus mojados coños jadeando cada vez más fuerte. Estaban tan fusionadas que parecían una sola persona.

Aquello resultaba muy excitante. Nicolás volvió en sí y se bajó los pantalones y los bóxer. Su polla estaba mojada de la excitación. Eusebio lo miró deseoso y lo agarro por la cintura colocándose detrás. De su bolsillo sacó un lubricante y con suavidad lo acariciaba por detrás con su dedo impregnado. Por primera vez en su vida, Nicolás sintió una imperiosa necesidad de que le follaran. Jadeante mientras acariciaba sus testículos, abrió su agujero mientras Eusebio lo recorría con su dedo. La polla de éste estaba tan tiesa que casi le dolía.

Cuando la punta del capullo rozó la entrada del ano tuvo que aguantar su corrida. Turbado por el placer metió su tranca mientras Nicolás gruñía de placer. Éste dejó de pajearse, pues quería disfrutar a tope del placer que estaba sintiendo, mientras Eusebio entraba y salía y se aguantaba como podía las ganas de estallar. Tan absortos estaban en su placer que no vieron como las chicas se acercaban con los ojos chispeantes.

Susi se colocó delante de Nicolás mostrándole su chocho caliente. Nicolás la agarró salvajemente y metió su polla hasta dentro mientras ella soltaba un quejido de deseo. En ese momento Nicolás no pudo aguantar más y se vertía jadeando en el coño de Susi mientras ella metía y sacaba los dedos del coño de Marta. Eusebio gritaba mientras su leche salía a borbotones mojando la espalda de Nicolás. Los espasmos eran tan intensos que había perdido el control y gritaba sin parar. Marta temblaba gimiendo a la par de Susi que aún con la polla de Nicolás dentro llegaba al clímax.

Todos tenían tal grado de excitación que no pudieron moverse hasta rato después. Al fin todos fueron libres y decidieron repetir la experiencia siempre que les apeteciera.

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