Justo cuando mi jefa alcanzaba su clímax, la puerta de la oficina se abrió de golpe. En el umbral no estaba el esposo ni el amante, sino su hija, de 23 años. Ella, de estatura promedio, piel apiñonada, ojos café claro y una “figura muy completa y deseable”, nos observaba con una expresión de sorpresa que rápidamente se convirtió en algo más profundo: “curiosidad e intriga”.
Mi jefa soltó un grito ahogado y trató de cubrirse con las manos. Yo me quedé paralizado, mi miembro aun goteando. La hija entró y cerró la puerta a sus espaldas, con un “clic” que selló el momento.
Mi jefa balbuceó: “Hija, por favor, vete. Te alcanzaré. No es lo que parece.”
La hija me miró. Siempre me había llamado la atención esa “mirada reservada” y cautelosa, pero ahora estaba encendida con una “electricidad innegable”.
“Mamá, son las siete,” dijo la hija con una calma desconcertante. “Y tú estás… sobre el escritorio. Y él… yo siempre he notado lo “seguro” que es al hablarte.”
Mi jefa, vencida por la vergüenza, solo pudo gemir. La hija dio un paso más. Su mirada se detuvo en la “erección” que mi pantalón de chándal ya no podía ocultar, y luego en el “cuerpo voluptuoso” y expuesto de su madre.
“Mamá siempre se queja de su amante. De lo desatento que es. Y yo… no entendía por qué, siendo ella tan deseada,” dijo, dirigiéndose a mí. “Tú has sido siempre tan “fluido” conmigo, tan amable. Dime, ¿tú eres así de “apasionado” con todas las mujeres, o solo con mi madre?”
Mi jefa intentó ponerse de pie, pero la hija la detuvo con un gesto. “Quédate quieta, mamá. Esto ya empezó.”
La hija se quitó su chaqueta y se sentó al borde del escritorio, a solo centímetros de su madre. Con una sensualidad inaudita, “se bajó el pantalón” y se lo quitó, revelando unas bragas sencillas que hacían justicia a su “figura completa”.
“Yo también quiero sentir lo que él puede dar. Quiero entender de qué me he estado perdiendo,” declaró.
Mi jefa, en lugar de detenerla, cerró los ojos y se dejó caer de nuevo sobre el escritorio, su vergüenza ahora superada por una “excitación incontrolable” al ver a su propia hija participar en el acto.
Me acerqué a la hija. Ella se levantó y me besó con una “urgencia insaciable”. Sus labios eran suaves y su lengua exploraba mi boca con la misma avidez que había mostrado su madre. Mientras la besaba, deslicé mis manos por su cuerpo “joven y firme”, quitándole el top. Ella me ayudó a deshacerme de mi pantalón.
La hija me guio hasta el sofá de la oficina. Me tendió sobre él, se subió a horcajadas sobre mí y tomó mi pene. Se alineó y “se dejó caer sobre mí con un grito de placer”.
Sentí la “estrechez y calidez” de su vagina, un contraste electrizante con la de su madre. Sus ojos se encontraron con los míos, llenos de “fuego y una gratitud salvaje”. Yo me agarré a sus caderas, controlando el ritmo mientras ella cabalgaba con una “destreza instintiva” que me llevó al borde.
Mi jefa, que ahora observaba desde el escritorio, no se contuvo. Se acercó al sofá y, viendo el placer en el rostro de su hija, se arrodilló a mi lado. Deslizó sus manos hasta mi escroto y “comenzó a lamer y masajear mis testículos” mientras la hija cabalgaba. El placer se triplicó.
La hija se retorcía, sus gemidos se mezclaban con los de su madre, que ahora se excitaba con solo tocarme. Sentí un segundo clímax inminente.
“¡Mamá, ayúdame!” gritó la hija.
Mi jefa no lo dudó. Se subió al sofá, se colocó detrás de su hija y, en un acto de “complicidad total”, comenzó a “lamer y besar el exquisito trasero” de su propia hija, tal como yo le había prometido a ella.
El cuerpo joven de la hija se convulsionó sobre el mío, alcanzando un “orgasmo poderoso” que me apretó con todas sus fuerzas. Al mismo tiempo, mi jefa se vino en una ola de placer incontrolado. Yo no pude contenerme y, con un rugido, “me vacié en la hija”, sintiendo la liberación total.
Nos quedamos en silencio, los tres entrelazados, sudorosos y agotados, con la ropa interior y el traje de mi jefa esparcidos por la oficina.
Mi jefa y su hija se miraron, y luego me miraron a mí. No había condena, solo una “complicidad profunda y un entendimiento silencioso”.
“Esto… no es venganza,” dijo mi jefa, con la voz aún ronca. “Es… necesidad. Y ahora nos ata a los tres.”
La hija me miró con sus intensos ojos café claro. “Nadie tiene que saber esto. Pero si mi madre necesita lo que tú le das, yo seré la primera en asegurarme de que lo reciba. Y tú… ya sabes que “yo también tengo necesidades”.”
El mensaje era claro: no solo había reemplazado al amante de mi jefa, sino que ahora tenía un “acuerdo secreto y peligroso” que incluía a su hija. El riesgo era inmenso, pero la promesa de un deseo sin límites me hizo asentir.
Nos vestimos rápidamente. Mi jefa y su hija se limpiaron y se arreglaron con una rapidez asombrosa, volviendo a la compostura, aunque sus cuerpos aún temblaban. La hija salió primero, dándome un último guiño cargado de significado.
Mi jefa me miró antes de irse. “Las cajas esperan en el pasillo. Nos veremos mañana. Y… gracias. Ahora, estoy lista para la cena familiar.”
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