Mis vacaciones laborales (1)

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T. Lectura: 10 min.

Hola a todos. Como habrán leído en mi descripción me llamo Saúl Osorio, tengo 64 años y este será el primer relato que compartiré con ustedes sobre mi vida.

Lo que voy a contarles ocurrió a mediados del año 93. En esas fechas, en Perú, tenemos vacaciones escolares y algunas oficinas aprovechaban también para tomar descansos familiares. Mi esposa de aquel entonces y yo habíamos planeado viajar a México con nuestros dos hijos. En ese momento yo trabajaba como ingeniero en una empresa muy reconocida en Lima.

Recuerdo que acababa de comprar los pasajes en la misma oficina cuando recibí una llamada.

Pamela: Amor, ¿estás ocupado?

Yo: Un poco… justo compré los boletos para el viaje, ¿por qué?

Pamela: Me llamó Rodrigo. Dice que no quiere dejar que Claudia viaje con nosotros. Según él, ya tenía planeado pasar estas vacaciones con ella.

Aclaro aquí algo importante: años atrás, Pamela me confesó que Claudia, nuestra hija, no era hija mía. Era de Rodrigo. Me lo contó porque él quería estar presente en la vida de la niña, aunque en el fondo yo sabía que su intención real siempre había sido otra: estar con Pamela.

Yo: ¿En serio? ¿Ya le explicaste que esto lo planeamos por los chicos? Para que se distraigan, salgan de la rutina.

Pamela: ¡Claro que se lo dije! Pero tú sabes cómo es… y las últimas vacaciones las pasó con nosotros. Tal vez debimos avisarle antes.

Yo: Y ahora, ¿qué hacemos? Entre reembolsos y cambios… Bueno, ya veremos cómo lo arreglamos.

Pasé el resto de la tarde pensando cómo resolverlo. Y justo, a pocos minutos de terminar mi jornada, apareció en mi oficina el señor Teodoro, mi jefe. Casi todos lo conocíamos como Don Teodoro: un hombre mayor, serio, pero de esos que sabían ganarse el respeto de la oficina.

Don Teodoro: Saúl, ¿cómo vas, hijo? ¿Te agarro en mal momento?

Yo: Para nada, don Teodoro. Dígame.

Don Teodoro: Saulito, me enteré que te vas a México con la familia. ¿Cuándo partes?

Yo: Sí, en estos días. Toca distraer a la señora.

Don Teodoro: Muy bien hijo me alegra oír eso, ahora ya que estarás allá, me harás un favor, necesito que te lleves a Julio para que puedan cerrar un trato, no les tomará mucho, es negocio de un día y serás libre.

Yo: Don Teodoro ya conoce la situación. No puedo…

Don Teodoro: Lo sé, Saulito, pero en este caso no habrá discusión. Te recompensaré por esto, ¿sí? Julio ya está al tanto de los detalles. Ustedes solo coordinen el viaje.

Julio era arquitecto. Un tipo con el que tuve varios problemas en el trabajo y que, además, se había metido con mi esposa en más de una ocasión. Sí, más de una. Y don Teodoro lo sabía. Por eso entendí la seriedad del pedido, no podía negarme. Don Teodoro siempre me había respaldado en los peores momentos.

Así que lo asumí: estas “vacaciones” empezaban a torcerse.

En casa, encontré a Pamela hablando con Claudia, una niña de 6 años que soltaba lágrimas discretas. Rodrigo ya había marcado territorio. Pamela me dijo que él no quería hablar conmigo; no había manera de arreglarlo.

Pamela: ¿Ahora qué hacemos? Mejor pidamos el reembolso y algo inventamos aquí.

Yo: ¿Qué sentido tiene? Claudia se va a ir con Rodrigo. Además, don Teodoro me pidió un favor… vamos a ir con Julio a México.

Su expresión cambió. Pasó de preocuparse por Claudia a soltar una mirada cargada de miedo. Ella creía que yo solo sabía de “una vez” con Julio – la vez que los confronté-, pero la verdad era que estaba al tanto de más encuentros. Eso era algo que siempre intentó ocultarme.

Me miró bajando los ojos, midiendo cuánto podía dolerme.

Pamela: ¿Y Julio… qué dice? ¿Por qué insiste tanto el señor Teodoro en incluirlo? -preguntó con voz medida.

Le tomé la mano con intención de calmarla.

Yo: Tranquila -respondí en voz baja-. Es algo del trabajo, después él se regresa; yo voy a estar con él…

Ja, debió causarle gracia ya que las veces que estuvieron juntos yo estuve ahí cerca.

Pamela: Bueno si es así… ni modo. Igual las maletas están ya hechas.

Esa noche la vi pensativa. Como recordando. No era difícil adivinar que, en el fondo, no le disgustaba la idea de tener a Julio cerca en las vacaciones. Y eso me carcomía. La mañana siguiente, mientras desayunábamos solos – los chicos aún dormían -, Pamela soltó la idea:

Pamela: ¿Y sí dejamos a Rodriguito con tu mamá? Sabes lo mucho que le gusta tenerlo cerca.

Yo: ¿Por qué lo dejaríamos? Se supone que son vacaciones familiares.

Pamela: ¿Familiares? Claudia no va a ir, y Rodrigo es muy pequeño, ni recordará nada. Seremos prácticamente tú y yo… mejor lo dejamos con tu mamá.

Tenía un punto. Llamar a esto “vacaciones familiares” ya sonaba ridículo.

Yo: Tienes razón… pero no sé si debamos dejarlo con mi madre.

Pamela: Por favor, Saúl. Ya hicieron las paces. Esto puede ser una señal de confianza otra vez.

Yo: Bueno… supongo que se comportará estando al cuidado de Rodri.

La llamé esa tarde. Mi madre aceptó encantada. Así que llevaría al niño antes de ir al aeropuerto.

Faltaba lo peor: hablar con Julio.

Julio: ¡Saulito! ¿Cómo estás? ¿A qué se debe la llamada?

Odiaba lo fresco que era.

Yo: ¿Cómo? ¿Don Teodoro no te comentó sobre México?

Julio: Jajaja claro… solo estaba siendo cordial, hombre.

Yo: Pues te llamo porque me sorprende que no lo hayas hecho tú. Los pasajes los tengo yo, y no hemos coordinado nada.

Julio: Nah, confiaba en que ibas a llamarme. ¿Cuándo salimos?

Yo: Tenemos que estar en el aeropuerto a las 4. Te espero en mi casa al mediodía, porque antes dejaré a mi hijo con mi madre.

Julio: Copiado. Estoy ocupado, Saulito, mañana afinamos.

Me colgó sin más. Queriendo mostrar siempre esa superioridad. Afortunadamente, solo sería un día.

La mañana del viaje, Rodrigo llegó por Claudia. Yo alistaba a mi hijo para dejarlo con mi madre. Todo en orden. Mi madre, incluso, tenía nueva pareja; el anterior había sido un payaso, por no decir otra cosa, pero no me quedé mucho tiempo a preguntar.

Regresé a casa a eso de las 11:30. Julio debía estar llegando. Pero al abrir la puerta, ya estaba ahí. Conversaba con Pamela amenamente. Y al fondo, se escuchaba el agua de la ducha.

No hice ruido. Escuchaba. De pronto, Julio calló. – Era la misma situación en la que los descubrí por primera vez, aunque en ese entonces lo negué frente a ellos.

Así que entré como si recién hubiese llegado.

Yo: Julio, hola. Pensé que te había dicho mediodía…

Julio: Sí, lo sé – me puso una mano en el hombro, con un contacto que quemaba -. ¿Ya estás listo?

Con esa sonrisita de siempre, queriendo ponerse por encima.

Yo: Si… – en ese momento me percaté de la ducha – ¿por qué la ducha está corriendo?

Pamela: Ah, sí… estaba por bañarme, no tardo.

¿De verdad pensaba ducharse tranquila mientras Julio estaba en casa? No podía creerlo.

Julio no me soltaba la mirada.

Julio: Vamos a sentarnos. Dejemos que Pame se ponga guapa, tú y yo vemos cómo nos arreglamos… como las otras veces.

Yo: ¿De qué hablas? El tiempo que estuviste con ella ya se terminó Julio.

Julio: – sonriendo con cinismo – ¿Qué tiempo, Saúl?… ¿De qué me hablas? – me soltó mirándome fijo, como si disfrutara mi reacción –. Bah, hombre, solo fue una vez.

Me quedé frío. Pero lo peor vino después.

Julio: Jajaja, tranquilo, hermano, hablo del viaje. No te pongas tan serio… pero tú sabes cómo pueden arder los recuerdos.

No me hizo ninguna gracia. Todos me conocen por ser tranquilo, manso… pero estaba a punto de estallar. Y Julio lo notó.

Julio: Relájate, hombre, es broma. Ya pasó. Ustedes siguen juntos y eso es lo que importa, ¿no?

Pamela salió apurada del baño. Se quedó callada, claramente queriendo escuchar lo que hablábamos.

De ahí, directo al aeropuerto. Tensión pura. En el avión, los asientos eran de a tres. Julio se puso en medio, por molestar.

Reuní valor y dije que a Pamela le gustaba ventana.

Julio: Ese asiento está libre, hermano.

Su sonrisa era pequeña, como un juego de provocación contenida. Yo solo gesticulé, molesto.

Julio: Jajaja, es broma, hombre, ¿qué te pasa? Ven, siéntate aquí.

El resto del vuelo fue silencio. Nada importante. Excepto por un detalle.

Pamela: Amor, ¿sabes si donde nos hospedaremos se pueden hacer llamadas internacionales? Quiero estar al tanto de los chicos.

Ese detalle… lo había olvidado. No tenía reserva hecha. Toda esta situación con Rodrigo y con Julio me tenía la cabeza en otro lado, y mi cara debió delatarme.

Julio No me digas que no arreglaste dónde quedarnos.

Yo: No sé dónde te vayas a quedar tú, pero no. Con todo esto, no tuve cabeza.

Julio: Ay, Saulito… Bueno, yo muevo algo. Déjame llamar a alguien.

Pamela: Por favor, Julio. Ya vamos a aterrizar. No puedo creer que no se pensara en eso.

Aunque hablaba con él, me miraba a mí.

Yo: No, Julio, espera. Yo lo resuelvo al llegar.

Julio: Dejaste claro que no soy bienvenido, jaja. Pero tranquilo, yo lo arreglo.

Ya al aterrizar… empecé a buscar hoteles. Algunos tenían solo suites caras, otros solo camas separadas, y la mayoría ya estaban reservados.

Julio: Buenas noticias. Tengo un amigo que tiene su hotel a 40 minutos de acá.

Yo: Está lejos, y aún más de donde tenemos la reunión.

Pamela: ¿Qué opción tenemos ya, Saúl? Por lo menos nos ayudará por una noche.

No quería aceptar nada que viniera de Julio, pero ¿qué opción tenía?

Fuimos al hotel. Para ser sincero, era de los más lindos que he visto en México.

Julio: ¡Sergio, güey! ¿Cómo estás? Jajaja.

Sergio: ¡Juliooo, compadre! ¿Qué onda, güey? Me dijiste que andabas en aprietos, ¿no?

Julio: Sí, mi carnal. Te presento a mis amigos, Saúl y Pamela. Pasa que Saúl olvidó reservar habitaciones, pero solo serán unos días, no te preocupes.

Sergio: No pasa nada, hermano. Tú sabes que aquí tienes tu casa, ¿va?

Estaba tan avergonzado y cansado… Yo solo quería acostarme. Eran cerca de las diez de la noche, pero parecía que Sergio tenía planes para darnos un recorrido. A Pamela y Julio los animaba la idea, así que no me quedó más que seguir.

Mientras Julio y yo llevábamos las maletas al lobby, Pamela hablaba con Sergio más adelante. De pronto escuché que alguien gritaba mi nombre

…: ¡Saúl!

Volteé y me encontré con un viejo compañero del colegio: Ernesto. Estaba con su esposa, con quién también había estudiado.

Yo: ¿Ernesto? Caramba, que sorpresa.

Ernesto: ¿¡Cierto!? Jaja que gusto verte, amigo.

Bueno, sinceramente no sé qué tan ‘amigo’ era. No éramos cercanos. Tampoco era alguien que me molestara más allá de lo típico: hacer bromas de ‘lorna’ o ‘pavo’, a diferencia de su esposa, Grecia, que, solía estar en ese grupo que me hacía odiar ir a clases.

Ernesto: Ven, ven. Estoy con Grecia, ¿la recuerdas?

Sí, claro que me acuerdo…

Me senté con ellos en una mesa del lobby. Era justo lo que necesitaba. Un momento de descanso. Mientras tanto, Pamela, Julio y Sergio seguían conversando a unos 30 metros.

Pasaron cinco minutos hasta que Pamela se acercó.

Yo: Amor, te presento a Ernesto y su esposa Grecia. Fuimos compañeros del colegio.

Pamela: Mucho gusto, soy Pamela, la esposa de Saúl.

Ernesto: Igualmente, Pamela, un gusto.

Pamela: Amor, ¿no vienes? Sergio nos va a mostrar un poco del hotel mientras nos asignan una habitación.

Yo: ¿Eso era lo que estábamos esperando? ¿A dónde irán?

Pamela: Solo por el primer piso, no será mucho rato.

Yo: Bueno, los espero acá entonces. ¿Van a volver, no?

Pamela: Sí, claro. – Luego, dirigiéndose a Ernesto y Grecia – Fue un gusto.

Mientras se iba noté que le decía algo a los chicos y se iban los tres.

No pasó ni un minuto cuando Ernesto me pidió que lo acompañe a comprar cigarros cerca al hotel. Acepté, y le pedí a Grecia que le avisara a Pamela que me espere de regresar antes.

Fueron apenas diez minutos, pero al volver, Pamela, Julio y Sergio también regresaban por el otro lado del lobby. Venían animados, Pamela en medio de los dos.

Se detuvieron en recepción, al parecer todavía sin habitación asignada. Yo seguía conversando con Ernesto y Grecia, pero de rato en rato los observaba.

Una situación me llamó la atención: Sergio, estando detrás de Pamela, la abrazó pasándole un brazo por el cuello mientras reía junto a Julio. De lejos podía parecer un gesto amistoso… pero algo en la naturalidad de Pamela me inquietó. Como si no le molestara que la abrazara así.

La conversación con Ernesto fluyó; recuerdos del colegio, anécdotas, incluso temas personales que creía superados. Me distraje tanto que cuando levanté la mirada, ya no vi a ninguno de los tres. “Otra pequeña vuelta hasta esperar la habitación”, pensé.

Pasaron 20, 30 minutos. Seguía sin verlos. Pensé que por fin les habían dado la habitación. Pero… ¿por qué no me avisaron? No sabía ni en qué piso estaban. Me limité a seguir conversando mientras esperaba.

Unos 15 minutos más tarde vi la cara de Julio bajando por las escaleras.

Julio: ¡Saúl! Ahí estás… Nos acaban de dar la habitación, vamos.

Me despedí de Ernesto y Grecia deseándoles lo mejor. Recién ahí me di cuenta de que había pasado casi una hora. No se sintió así, pero aun así no me gustaba nada que justo Julio viniera a buscarme.

Subimos al piso 5 donde se encontraba nuestra habitación. Al llegar, la sorpresa fue inmediata: Sergio y Pamela estaban sentados en el sofá, viendo televisión. Sobre la mesa de centro, un vino a medio tomar y tres copas.

Definitivamente, no los habían llevado recién a la habitación.

Entré y conversamos un momento mientras Pamela sacaba una copa más. Todo parecía bien, aunque notaba cómo Sergio mostraba interés en ella: la miraba con insistencia, le hablaba con una cercanía inusual. Pamela tampoco estaba nada tímida, incluso conmigo ahí presente. Conozco a mi esposa, sé cuándo alguien le atrae. Yo ya estaba cansado por el día, y aquello me incomodaba aún más. Julio, por supuesto, lo notó y me “botó” con la mejor excusa.

Julio: Es cierto, Saúl, ¿mañana tenemos la reunión verdad?

Yo: Don Teodoro no me comentó nada de eso, pensé que lo había conversado contigo.

Julio: Si hombre, es mañana. ¿Hiciste el contrato?

Yo: No, no sabía que me tocaba hacerlo.

Julio: ¿Y quién más va a hacerlo? –todos rieron–. Ven, cholo, vamos a hacerlo.

Ahora no solo tenía que quedarme más tiempo despierto, sino que debía hacer un contrato, casi a medianoche. Nos levantamos, me excusé con Sergio, quien sonreía con sorna ante mi formalidad, y en una mesa cerca de la cocina nos sentamos a trabajar.

Pasaron unos cinco minutos cuando Julio me preguntó sobre Sergio.

Yo: Parece bastante alegre, en exceso si me preguntas. Pero aun así buen tipo… me sorprende que sea amigo tuyo.

Julio: Sí, sí, claro… aunque esos dos ya están tomando de más. Pero a ti no te preocupa, ¿verdad?

Otra indirecta que me heló. Sospechaba que Julio sabía que yo era consciente de su amorío con Pamela. Me quedé sin respuesta nuevamente.

Julio: Voy a vigilar por allá, sí. Me lo agradeces luego.

Así, sin más, me quedé haciendo el contrato solo, mientras ellos tres reían y brindaban. Yo solo quería acabar cuanto antes; estaba exhausto. Pero algo de su conversación me sacó de la concentración.

Sergio: Y dime, Pamelita… ¿también eres peruana como este compa?

Pamela: Claro que sí, limeña de nacimiento.

Sergio: ¡Ah, con razón! Las limeñas tienen esa cosa… ese saborcito distinto. – la miró de arriba abajo, sirviéndole otra copa -.

Pamela: – sonriendo, bajando la mirada a la copa – ¿Y cómo sabes tú de eso?

Sergio: Porque se nota. Nomás de verte, cualquiera sabe que eres de las que dan ganas de probar despacito.

Julio: ¡Jajaja! No te pases, cabrón. – lo dijo riendo, pero sin detenerlo.

Sergio: ¿Qué? Si tú mismo me dijiste que venías con una amiga guapísima… y no mentiste.

Pamela: – con tono juguetón – Amigo guapísima, ¿eh? Vaya presentación la tuya, Julio.

Sergio: – con malicia – Pamelita es muy bella, carita de ángel… aunque de fiera también, quién sabe. – los tres estallaron en risas -.

¿Había escuchado bien? Entre el trago y lo bajo que hablaban, me pareció un comentario fuera de lugar para alguien que sabía que era casada.

Julio: No, pero eso sí es cierto, carnal… lo de “bella”, ojo. Jajaja.

Con eso confirmé que ya hablaban en doble sentido. Pamela solo reía; no sabía si por cortesía o porque el vino ya le hacía efecto.

Sergio: Ha tenido el privilegio de haber hecho control de calidad mi carnal, me parece. Jajaja.

Julio: Bueno… – al notar que lo miraba, se detuvo -. No puedo dar detalles. Jajaja.

Sergio: ¿Es cierto? – decía sorprendido, mirando a Pamela que estaba de espaldas a mí -.

Pamela bajó la mirada no respondía, pero algo hizo – un gesto, una sonrisa – … que bastó para que los dos estallaran en carcajadas.

Pamela: – se echó hacia atrás en el sofá, riendo con nerviosismo cómplice – Ay, Dios mío… ustedes sí que saben cómo hacer sentir incómoda a una mujer.

Yo alcé la cabeza y Sergio notó mi rostro.

Sergio ¿Por qué la cara, Saulito? ¿Aún no has tenido el privil…?

Antes de que terminara la frase, Julio casi gritó:

Julio: ¡¡¿Cómo vas?!! ¿Ya terminamos?

Entendía que estaba tomado, pero no era excusa para hablar así de mi esposa, y menos delante mío. No iba a hacer un escándalo por solo una noche que nos íbamos a quedar.

Yo: Sí, ya es todo… ¿Mi rostro? Solo estoy cansado – respondí, acercándome -. Agradezco tu hospitalidad, Sergio, pero ya nos iremos a descansar.

En eso Pamela se levanta diciendo que iba al baño.

Sergio: No te preocupes, Saulito. Eres un peruano de portada con ese léxico. Jajaja. Vaya a descansar si está cansado, mi carnal.

Julio: Es qué ya es algo tarde de hecho… y todos iremos a descansar mi carnal.

Julio se me adelantó; sorprendentemente estaba de mi lado en esa.

Sergio: ¿Pero qué aguafiestas te volviste, Julio? ¿Tú decides por todos ahora, güey?

Julio: Suficiente por hoy, mi carnal. Ya nos divertiremos como solíamos hacerlo.

Sergio: – con una sonrisa – Nunca me has fallado. Bueno, bueno, descansen. Yo me voy a mi piso, que está exactamente arriba, por si gustan ir… – lo dijo hacia el pasillo del baño.

Sin duda la situación era incómoda y confusa. “Mañana aclaramos todo”, pensé. Me fui directo a la habitación a descansar, al fin a descansar. Pamela ya pasaba las maletas a nuestro cuarto, había entrado al baño de nuestro cuarto.

Yo: ¿Por qué están separadas nuestras maletas?

Pamela: – algo nerviosa – No lo sé, Sergio acomodó las maletas de los tres… digo, creo que la recepción cambió el orden.

Yo: ¿Pero no lo hicieron los tres juntos?

Pamela: Ahm… sí, creo… pero lo deben haber cambiado, pues… no sé. Estoy cansada, vamos a dormir.

Entonces cobró sentido: Sergio quizá no sabía que Pamela era mi esposa. Nunca lo mencionamos en mi presencia. Tal vez por eso se atrevía a decir esas cosas. No parecía un descarado.

Ya en cama, aunque soy de sueño profundo, recuerdo que las paredes y el techo no lo eran. Al inicio pensé que era Julio con alguien, pero los gemidos venían del piso de arriba… justo donde Sergio decía quedarse. No sé si era él… pero los gemidos eran tan fuertes que parecían burlarse de mi insomnio. Intenté acercarme a Pamela, pero dormía como un bebé.

Hasta aquí les dejarles esta primera parte. Si les gustaría saber que pasó después, los leo en los comentarios.

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