Mis vacaciones laborales (2)

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T. Lectura: 11 min.

Ya a la mañana siguiente fui el último en despertar. Pamela justo venía al cuarto, Julio se duchaba afuera. Yo hice lo mismo al levantarme. De pronto, Sergio entró al departamento como si nada. Claro: él era el dueño del hotel, tenía llaves.

Sergio: Ey, mis amigos, ¿cómo durmieron? … – dijo con esa sonrisa confiada-. Y este güey, ¿a dónde tan formal?

Julio: Tenemos que hacer un contrato con Saúl como mencioné ayer.

Sergio: ¡¿Hoy?! -lo dijo incrédulo-

Julio: Sí, ¿qué harás? Te veo fresco, carnal.

Sergio: Pues mira el sol… Tenía planeado que vayamos a la piscina de arriba. A estas horas se llena, hacen competencias de vóley… ¿les late?

Justo entonces, Pamela salió del cuarto en la bata gris con la que había dormido. No transparentaba, pero le llegaba a medio muslo y realzaba su trasero, su mejor atributo.

Pamela: Claro… no son vacaciones si no hay piscina -lo dijo en un tono casi juguetón-

Sergio: ¡Ese es el espíritu! Parece que ya encontré a mi compañera. Jajaja.

Pamela: ¿Quieres que te sirva algo para tomar?

Sergio: Todo lo que me ofrezcas es bienvenido – respondió con tono pícaro, rozando lo atrevido-.

Pamela: -entre risas- veré que puedo hacer… aunque no hay casi nada aquí.

Quise intervenir, así que me puse la camisa, el saco y salí, pero ya no estaban. Pamela se había ido con Sergio.

Yo: ¿Dónde está Pamela?

Julio: Se fue a traer unos huevos donde Sergio. Tenemos que comprar cosas, aquí no hay nada. Me haces recordar en el camino.

Yo: ¿Para qué? Ya mañana me iré con Pamela.

Julio: Claro – con su sonrisa de siempre -. Bueno, vamos andando.

Yo: Tengo que despedirme de Pamela primero. Además, ni he desayunado.

Julio: Quien te manda a dormir como oso.

No le di mucha importancia. Iba a servirme una taza cuando Julio insistió:

Julio: Cenicienta, de verdad te digo… ¡estamos tarde!

Cogió su saco y salió. Yo insistí en despedirme de Pamela, pero Julio apuraba todo. Finalmente cedí. Me causaba extrañeza que Pamela no me avisara nada y que hubiera salido en simple bata.

Ya camino a la empresa, manejando por casi una hora, el calor y el traje eran insoportables. Julio estaba callado al inicio, pero tarde o temprano abriría la boca.

Julio: ¿Te puedo preguntar algo Saulito?

Dios, creo que ya sabía por dónde iba.

Yo: Depen…

Julio: ¿A qué te referías ayer en tu casa, cuando me dijiste lo del tiempo que habías pasado con Pame?

Sí, ahí entendí que la había regado el día anterior.

Yo: Me refería a esa ocasión que me fallaste.

Julio: No te debía nada. Pero no… creo que no te referías a eso.

Nuevamente no sabía que responder, a veces me pasa que no sé qué decir, hasta el día de hoy en ciertas situaciones similares

Julio: – con una gran sonrisa, casi susurrando -. Eres increíble hombrecito.

Yo: ¿Qué dijiste?

Julio: ¿Cómo reaccionaste cuando Pame te contó que Claudia no es tu hija? Amigo, yo me hubiera divorciado. Eres un buen hombre, Saúl… pero eso solo hace que se aprovechen de ti.

Esa conversación se me quedó grabada hasta hoy. En su momento me enfureció, aunque con el tiempo entendí que me había hecho reaccionar.

Yo: No es asunto tuyo, Julio. Y por favor, llama a Pamela por su nombre.

El resto del viaje fue tenso, incluso para él. Al llegar, tocamos el intercomunicador.

Voz del intercomunicador: ¿Qué desea?

Julio: Hola, es Julio Falcón. Venimos de parte de Graña y Montero, para ver el negocio del hotel.

Voz del intercomunicador: Vengan mañana. Hoy no atendemos.

Colgaron. Julio me miró extrañado.

Julio: ¿Qué día es hoy?

Yo: Domingo.

Julio: ¡Carajo! Pensaba que era sábado.

No podía creerlo.

Yo: ¿Cómo no vas a saber que es domingo, Julio?

Julio: Ni modo, hay que regresar mañana – lo decía como si no importara

Hicimos otro viaje de más de una hora y por nada. Tuve ganas de golpearlo, pero nunca he sido esa persona, desafortunadamente. Regresamos discutiendo gran parte del camino, pero ya no había nada que hacer. Al volver, pasamos por una tienda conocida en la época: Superama, tal vez alguno se acuerde.

Julio: ¡Para el coche!

Frené en seco al oír su grito

Yo: ¿Qué pasa?

Julio salió del auto mientras decía:

Julio: Tenemos que comprar cosas para la habitación.

Yo: Julio, quiero ir al hotel de una vez.

Como era de esperarse, me ignoró. No iba a darle el gusto de bajar con él, pero aun así decidí esperarlo. Pasaron veinte… veinticinco… treinta minutos y no salía. Este tipo es increíble, pensé. Salí a buscarlo. Para mi sorpresa, lo encontré con las manos vacías, solo con el teléfono pegado a la oreja, sonriendo ampliamente. La sonrisa se apagó al verme, y a medida que me acercaba colgó la llamada.

Yo: ¡Oye! Me estás haciendo esperar por las puras, ¿dónde está lo que vas a comprar?

Julio: Pero tú eres el que tiene billetera, la mía la dejé en el cuarto.

Yo: ¿No podías avisar? ¿O al menos ir poniendo las cosas en un carrito?

Julio: Te dije que había que comprar cosas para nosotros. Y sí, tenía las cosas, pero se las llevaron -decía mientras pasaba casi sobre mí-.

Discutir con él era imposible. Cada vez que podía usaba su portento físico para imponerse, pasándome por delante como si nada. Yo siempre fui alguien bajo, y eso le daba más ventaja.

Compramos los alimentos y regresamos al auto. Al llegar, después de casi tres horas de haber salido, entramos al departamento y no había nadie.

Julio: Deben estar en la piscina.

Nos pusimos ropa cómoda – aunque Julio solo se colocó un short – y comenzamos a guardar las cosas. Bueno, yo lo hice, porque Julio llamó a Sergio.

Julio: Ahora regreso para apoyarte. Sergio me pide que le alcance el bloqueador que no se llegó a poner.

Y parece que se lo echó también, porque no regresó. Terminé de guardar todo y eran ya como la una de la tarde. Estaba muerto. El sol ya se había calmado un poco, así que decidí esperarlos. Pestañeé un rato y cuando vi el reloj eran las dos. En eso sonó el teléfono.

Yo: ¿Diga?

Julio: Tienes una suerte… Estaba a punto de no llamar otra vez.

Yo: ¿Dónde estás? Te desapareciste.

Julio: Estoy camino al departamento de Sergio, en el octavo piso.

Yo: Ya voy.

Me dirigí al octavo piso, donde solo había dos departamentos, distintos al resto. Había un enorme buffet y mucha gente. Entre la multitud empecé a buscarlos. Pregunté por Sergio, pero algunos parecían no conocerlo. Seguí insistiendo.

Joven: ¿Sergio? ¿El dueño? ¿Un güey alto, castaño y que no deja de sonreír?

Yo: Sí, ese mismo – aunque me pareció graciosa la descripción, fue precisa -. ¿Lo conoces?

Joven: Claro, ¡el cariñosito! -el apodo generó risas en su grupo-. Está por acá con su güera, más al fondo creo.

Yo: Es bastante grande este piso, será un reto encontrarlo.

Joven: Precisamente para la ocasión ¿no? Jajaja. Tranquilo, yo voy a buscarlo.

Yo: Jajaja es cierto, hay que aprovechar el momento en un lugar como este.

Una chica del grupo intervino.

Chica: Estoy casi segura que no lo hizo – entre risas – Sírvete, Joaquín va a buscarlos.

Yo: Gracias, muero de hambre… Soy Saúl, un gusto. ¿También estuvieron en la piscina?

Mariela: Yo soy Mariela, ya conociste a Joaquín y él es Alberto – señalando al otro joven -. Y no, llegamos tarde. Estuvimos algo ocupados en la mañana, pero llegamos para las competencias.

Me lo decía con un tono juguetón, bastante extraño. No tenían más de veinte años y se insinuaban así.

Yo: Ah bueno. Jaja, provecho… ¿Qué tal estuvo ahí arriba?

Mariela: Divertido como siempre. Competencias, shots… te lo perdiste.

Alberto: El vóley estuvo muy hot.

Mariela: ¡Los cariñosos! Jajaja, era todo un show.

Yo: ¿Te refieres a Sergio?

Mariela: Con su güera, sí. Cada vez que ganaban un punto, la levantaba como un premio…

Alberto: ¡Y qué levantadas!

Mariela: Con ese trasero tú hubieras hecho peores cosas, güey.

Yo: Pero es natural en una competencia… no es cuestión de cariño.

Alberto: Es que cariñosos anduvieron después de ganar.

En ese momento regresó Joaquín.

Joaquín: ¿Qué onda con esos güeyes? – dijo al volver solo.

Alberto: ¡¿Los encontraste?! ¡Espero no los hayas interrumpido!

Joaquín: No había nadie ya, parece que se fueron, pero me consta que estuvieron acá. ¡El cuarto está hecho un desastre! -todos rieron-.

Yo: Bueno, ni modo. Gracias muchachos.

Joaquín: Búscalo en su departamento.

Yo: ¿No es este el departamento de Sergio?

Joaquín: No, está en el piso seis.

¡Era verdad! Recordé que el mismo Sergio lo mencionó la noche anterior. Qué estúpido de mi parte.

Salí enseguida, dejando el plato a medias, y bajé al sexto piso. La puerta estaba abierta. Entré y los encontré conversando en la cocina. Todo bien… salvo que Pamela cortó en seco la charla al verme, haciéndole notar mi llegada a Julio. Ambos me miraron en silencio durante unos segundos.

Yo: Hola amor… también te extrañé – no me vio en todo el día y ni me saludaba.

Pamela: Amor… – me besa suavemente – Julio me dijo que estabas almorzando, casi subo a buscarte.

Yo: Por cierto, Julio, ¿no me dijiste que el departamento de Sergio estaba en el octavo piso?

Julio: Te dije estaba almorzando en el octavo piso, cholo. Y que me iba al departamento de Sergio.

Yo: Eres un mentiroso – subí un poco la voz – siempre lo has sido y hoy más que nunca.

Pamela: Shhh… – interrumpiéndome, con voz dulce pero firme – Sergio está durmiendo, baja la voz.

Yo: – la miré indignado – No me importa eso Pamela. Desde ayer Julio me viene con mentiras.

Pamela: Está bien… pero podemos hablarlo después, estamos en su departamento y somos sus huéspedes. Vamos abajo, quiero descansar ¿sí?

Tenía razón en cierto modo. No sería buena imagen dar un espectáculo ahí. Además, yo estaba cansado, así que bajamos. Julio se quedó.

Mientras descendíamos, pude hablar con Pamela.

Yo: ¿Dónde estabas en la mañana? No me pude despedir.

Pamela: Salí a comprar para desayunar.

Yo: Pero ya habías tomado desayuno.

Pamela: Sí… pero Sergio me pidió que le preparara algo. Como no hay nada en la cocina, fui a comprar.

Su respuesta me decepcionó. Yo tampoco había desayunado, y ella fue a comprar para atender a Sergio, no a mí.

Yo: ¿No fuiste donde Sergio? -pregunté, recordando lo que me dijo Julio.

Pamela: Mmm… no – titubeó, queriendo ocultar algo -. ¿Por qué?

Yo: Eso me dijo Julio.

Pamela: Tu mismo lo dijiste… Julio es un mentiroso.

Yo: Sí, es verdad, pero igual… ¿con qué dinero compraste? No creo que acepten soles aquí.

Pamela: Ah no, Sergio me había dado.

Yo: Entonces sí fuiste donde Sergio.

Pamela: Solo para que me dé el dinero y luego fui a comprar.

Yo: ¿Y saliste así en bata?

Pamela: No, ¿cómo crees? – se quedó pensando unos segundos -. Regresé a cambiarme.

Yo: Por cierto, no me gustó que hayas salido a saludar a Sergio en la mañana vestida así.

Pamela: Estaba cubierta, Saúl. Solo es una bata.

Yo: Bueno de igual manera. Ya compré cosas para nosotros.

Pamela: ¿Por qué? Pensé que era nuestro último día acá.

Yo: No lo creo, tenemos todavía un día más acá.

De estar desinteresada que me hablaba, Pamela cambió por completo.

Pamela: ¿De verdad? – sus ojos se abrieron, con una leve sonrisa-.

Yo: Sí, hoy no pudimos cerrar el trato. – Ella apenas escuchó, su cabeza estaba en otra parte -. Te emociona quedarte, parece.

Pamela: – volviendo a sí, intentando aparentar normalidad – Bueno, sí, me ha gustado estar aquí. La gente, la piscina… no hubiera querido irme ya.

Yo: Bueno, parece que tendrás suerte. Prepárate para caer muerta ahora de la piscina.

Pamela: Sí… no descansé mucho. Me desperté a tomar agua y vi a Julio en el departamento. Hablamos un rato hasta que llegaste.

Yo: ¿Estabas durmiendo aquí arriba?

Pamela: Ah, sí… en el sillón.

Yo: ¿Y Sergio no te ofreció la cama? Que poco gentil.

Pamela: Es un buen hombre… estuve con él y su grupo en la piscina. Muy atento.

Yo: ¿Estaba su pareja también?

Pamela: Sergio es soltero, no tiene pareja.

Yo: ¿En serio? Arriba me dijeron que lo vieron con una. Si es tan bueno, ¿por qué no te ofreció la cama? Pensaría que estaba ocupado con su mujer…

pero entonces no entiendo por qué te quedaste.

Pamela: Ah, bueno, no sé… – quería cortar el tema -. Tal vez sí tiene, no estuve tooodo el rato con él tampoco.

Ahora tenía más preguntas que respuestas.

Llegamos a nuestro departamento. Pamela enseguida dijo que estaba agotada y se fue a dormir.

Cerré la puerta y fui a la sala a ver televisión. Como sabrán, en esa época “El Chavo del 8” era número uno. Nunca fui fanático, pero no había mucho más que ver. Entre un capítulo y otro me quedé dormido. No sé ustedes, pero yo siempre encontré más cómodo el sillón que la cama.

No sé cuánto tiempo pasó, solo sé que estaba ya oscuro, pero lo que me despertó realmente fueron unos leves gemidos que provenían de arriba, del piso de Sergio, se escucha lo que imagino sería el sonido del sillón cuando se arrastra la pata, gemidos más intensos por momentos… claramente Sergio la estaba pasando muy bien.

La situación era incómoda, pero a la vez logró excitarme. Pensé en ir a buscar a Pamela, pero al levantarme vi que la puerta de nuestro cuarto seguía cerrada. La de Julio, en cambio, estaba abierta, y él roncaba adentro. Resigné la idea y solo fui por un vaso de agua.

Pasó media hora cuando Julio salió. Justo en ese momento los gemidos regresaron, más intensos todavía. Esta vez los más sonoros eran los de Sergio, gritos de placer que retumbaban por todo el departamento. Julio me miró, yo lo miré… no pudimos evitar sonreír por la situación. Se acercó al rato y me preguntó por Pamela. Le respondí que seguía descansando. Se sentó conmigo un momento y, al rato, dijo que iba a traer algo para cenar.

Media hora después tocaron la puerta. Parecía que Julio no había sacado llave, fui a abrir. Y me quedé helado. Era Pamela. Me saludó y entró como si nada.

Yo: ¡¿Dónde estabas?! Pensé que seguías durmiendo.

Pamela: No amor… fui a recorrer un poco el hotel. Me dijeron que había masajes gratis hoy.

Yo: ¿Y por qué no me dijiste para acompañarte?

Pamela: Porque estabas descansando, y además no iba a tardar… solo fue un ratito.

Yo: Estoy despierto hace más de una hora, pensé que seguías acá.

Pamela: Sí… justo salí más o menos a esa hora. Quizás te desperté al cerrar la puerta.

Yo: No jaja, te aseguro que no fue eso.

Pamela: ¿Entonces?

Yo Nuestro huésped Sergio estuvo dando una buena faena arriba… hasta hace un rato.

Al decir eso noté que Pamela se puso seria, casi preocupada.

Pamela: ¿Por qué lo dices? O sea… hay más personas arriba, ¿no?

Yo: Sí, pero eran los mismos gemidos de anoche. Te vi dormir… supongo que no te enteraste, pero se oía todo.

Pamela: Mmm… bueno, supongo. – Su voz sonaba rara, confundida, incluso casi molesta.

Yo: ¿Eso te incomoda?

Pamela: No… no debería. ¿Por qué me va a incomodar?

Yo: No sé, te ves incómoda.

Pamela: Es que no quisiera estar escuchando esas cosas, nada más.

Cambié de tema mirando la bolsa que llevaba en la mano.

Yo: ¿Y eso?

Pamela: Ah, son mis cosas de la piscina. Las olvidé cuando regresamos del piso de Sergio.

Yo: ¿Estabas en el departamento de Sergio recién?

Pamela: No, solo pasé a recoger esto. Pero entiendo porque estaba en bata nada más, jaja.

Yo: Qué suerte que no lo agarraste en pleno acto, jajaja.

En ese momento llegó Julio con la cena. Los tres nos sentamos en la cocina. La conversación giró en torno a la piscina y lo que haríamos mañana, aunque Pamela no tenía intención de hablar mucho. Julio, en cambio, se quejaba de lo “estresado” que estaba, como si hubiera hecho mucha cosa. Había estado tomando con Sergio.

Yo: Con razón regresaste a dormir de frente.

Julio: Así es, aunque no tomé mucho. Llegué como a las seis.

Yo: No te vi entrar, seguramente dormía.

Julio: Tú no, pero justo me topé con Pame… perdón, con Pamela, jaja.

Pamela: Soy testigo, es verdad. – Rieron los dos –

Yo: ¿No habías salido solo un rato? – le pregunté a Pamela.

Pamela: Sí, más o menos a esa hora… seis o siete.

Ante las dudas de Pamela, Julio intervino:

Julio: No vi bien la hora, estaba oscuro ya. Creo que tal vez eran las siete.

Yo: Entonces, ¿para qué me preguntaste por Pamela si ya la habías visto?

Julio: No sé, cholo… te dije que había tomado.

Pamela se levantó de inmediato para lavar los platos, cortando la conversación en seco.

Pamela: Bueno amor, ya es hora de descansar.

La mañana siguiente, mientras me vestía, Sergio entró de nuevo al departamento para hablar con Julio, que estaba en la sala. Apenas Pamela lo oyó, noté cómo se tensaba. Cuando salió, Sergio a lo lejos la saluda.

Sergio: ¡Pamelita, mi güerita! – reía mientras la cargaba. El golpe de sus sandalias contra el suelo al bajarla fue evidente -.

Pamela: Hola, Sergio… buenos días. – Su voz sonaba tímida, seca -.

Sergio: Te traje esto.

No alcancé a escuchar qué respondió Pamela ya qué hablaba casi susurrando, pero Sergio agregó.

Sergio: No sé si lo olvidaste anoche o querías que me lo quedara yo como recuerdo. Igual te lo traje, no vaya a ser que no lleves nada puesto ahora.

Al salir de la habitación vi a Sergio con ambas manos sobre las caderas de Pamela. Al notar mi presencia, ella apoyó la suya en el hombro de él, como queriendo dar a entender que era un gesto amistoso.

Pamela: Bueno, gracias. Lo iré a guardar, ya regreso.

Sergio: Sí, vaya linda. Aunque la próxima me lo quedo, ¿eh?

Pamela me miró e hizo un gesto con los ojos, señalando hacia arriba, como diciendo “qué pesado es”.

Sergio: ¡Saulito! ¿Cómo estás, carnal? A poco seguías acá – riendo -. Hoy tienes que unirte a la piscina con nosotros.

Pamela regresó rápido, apenas diez minutos, y se notaba seria, incluso molesta por la presencia de Sergio.

Sergio: Ayer fue espectacular, ¿verdad que sí, güerita?

Pamela: Sí… estuvo bien. – respondió incómoda, mirando a Julio como pidiendo apoyo -.

¿Eran ellos la pareja que hablaban de la piscina ayer? Iba a preguntar cuando Pamela miró fijo a Julio, y este sin perder tiempo sacó a Sergio con una excusa urgente.

Cuando nos quedamos solos en la cocina, quise confrontarla.

Yo: ¿Por qué Sergio te llama tan cariñosamente?

Pamela: Es su forma de hablar… no lo tomes a mal. Lo dice de forma amistosa.

Ella estaba colorada, evitando mirarme mientras servía el desayuno.

Yo: Ayer escuché mucho sobre la pareja que ganó en la piscina.

Pamela: ¿Cómo qué?

Yo: Que andaban muy cariñosos… ¿Eras tú su pareja?

Pamela: Saúl, por favor, solo jugamos. Ganamos, nos abrazamos y me cargó celebrando. Nada más. – decía sin detenerse en lo que hacía -.

Sonaba convincente, pero su necesidad de escapar de la conversación me hacía dudar.

Yo: ¿Qué olvidaste en su departamento que te trajo?

Pamela: Me trajo un arete… y no empieces, ¿quieres?

En ese momento entró Julio y decidí callar. No quería darle el gusto de escucharme celarla.

Llegamos a la oficina, pero otra vez hubo problemas: detalles mal redactados, montos que no convencían. No cerramos el acuerdo. Julio salió furioso y me culpó.

Yo: Redacté todo con los datos que me diste.

Julio: ¡Pero cómo no revisas los permisos locales! No jodas. Eso nos cagó. ¿Qué le vamos a decir al viejo ahora?

Yo: Que no se pudo. Don Teodoro solo quería tantear terreno acá.

Julio: Eso te dijo a ti… el viejo se va a enojar.

Regresamos al hotel casi sin hablar. Julio se puso a llamar a Don Teodoro. Yo no le di importancia. Mi función había terminado. Me fui directo al cuarto.

Entré, pero Pamela no estaba. “Estará en la terraza nuevamente”, pensé. Me animé a subir después de cambiarme y ponerme un short. Era mi último día y quería disfrutar. Mientras guardaba mis cosas, vi la bolsa que Pamela había dejado en la mañana. Desde lejos pensé que eran los aretes que me mencionó, pero al abrirla descubrí algo que me heló la sangre: una tanga negra. Una que reconocía demasiado bien.

¿Qué hacía esa prenda en el departamento de Sergio? Más aún, ¿por qué me había mentido diciendo que eran aretes?

Ya no me importaba la piscina ni la fiesta. Salí decidido a encontrarla y obtener respuestas.

En la terraza todo era bullicio: gente en la piscina, otros jugando vóley, algunos bebiendo. Una especie de fiesta improvisada. Pero ni Pamela ni Sergio estaban ahí. A quien sí encontré fue a Joaquín, el joven del buffet.

Joaquín: Estuvieron en la mañana acá esos güeyes, pero ya no los he visto.

Yo: ¿Te refieres a los cariñosos?

Joaquín: Esos güeros, sí.

Yo: Sí, me lo imagino… ¿Y sabes que hicieron hoy?

Joaquín: No mucho güey. No estuvieron juntos hoy.

En eso se acercan los dos otros amigos de Joaquín.

Joaquín: Ey, morra, ¿no has visto a Sergio?

Mariela: Estábamos con él, se acaba de ir hace un rato a comer.

Alberto: Y a perseguir a los dos, jajaja

Joaquín: ¿Al Luis? ¿Qué, entonces sí se chingó a su güera?

No quería escuchar, solo encontrar a Pamela, así que medio cortante a su conversación pregunté:

Yo: Se fueron al buffet, ¿verdad?

Mariela: Imagino que sí, güey. ¿Por qué los buscas tanto?

Dudé en decirles que era mi esposa y por eso la buscaba. En ese punto estaba casi seguro de que pasaba algo entre ellos, y no sabía qué habrían hecho frente a todos. A eso le sumé el hecho de que ya nos íbamos del hotel, así que, ¿para qué iba a molestarme?

Yo: Quedamos en vernos acá, por eso.

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