Cuando te conocí supe que serías mi perdición.
Una sonrisa cálida, el rostro de una mujer joven, bonita, hasta cierto punto inocente pero inmutable, capaz de dejar unos segundos en silencio a cualquiera para contemplarte.
Morena clara, más tirándole a morena a secas, la tez de tu piel me parecía de lo más dulce, pero en cuestión de segundos todo cambiaba, bastaba una mirada instintiva, casi inevitable, un elefante en la habitación, como se dice cuando algo es muy evidente, tus hermosos senos.
Busque cualquier pretexto para interactuar contigo, era una salida de esas en las que un grupo de amigos invita a otros amigos, al poco tiempo de tratarte me percate de tu personalidad sencilla y eso me hizo interesarme un poco más, no le di más importancia al asunto y dejé que las cosas fluyeran, tuvimos un par de interacciones, superficiales pero eficientes, al menos para darme cuenta de que no era de tu desagrado.
La tarde noche siguió su curso y al final te fuiste con tus amigas, esa noche, me lleve a casa una sensación agridulce, como un sentimiento a media tinta, pero sobre todo, instintivamente tal vez… me llevé a casa la imagen de tu escote pronunciado, decente, casi tímido, ligeramente atrevido, que hacía juego con tu hermoso rostro.
Esa noche, te imaginé de las maneras más vulgares posibles que un hombre puede imaginar a una mujer, apretándote, mordiéndote, haciéndote mía, pero sobre todo, haciendo míos, esos maravillosos encantos que tanto me habían hechizado y no hacía otra cosa más que devorarlos, una y otra vez en cada fantasía, terminé masturbándome pensando en cada una de las succiones que le daría a tus senos, mientras te imaginaba brincando, cabalgando, gimiendo, perdiendo totalmente la cordura conmigo, entregándonos al placer, como dos nuevos amantes que han descubierto una mina de oro.
Tiempo después las cosas se fueron dando y esas noches de espera se transformaron en una especie de calma, alegría ansiosa, inquietante, suena irónico lo sé, pero no se me ocurre otra manera de describirlo.
Para mi sorpresa, la primera vez que lo hicimos, fue notablemente distinta, me pasé toda la noche haciéndole el amor a tus senos de una manera cálida, lenta, hacendosa; desde como los abordé a la hora de desnudarlos, hasta las veces que te tenía cabalgando con fuerza y lujuria, como tanto lo había soñado.
Para que mentir, a momentos me encarnizaba con ellos y los comía mientras los apretaba con fuerza, desesperado, mordisqueando de manera suave tus pezones, que quedaban colgando, me detenía para admirar de lleno tus areolas y volvía de nuevo a los besos suaves, pausados, para restregarme y perderme un momento en ellas… la exclamación de tu gemidos me motivaban, entendí rápidamente que es lo que te gustaba y pasé la mitad de la noche pendiente de tus tetas, siempre de tus tetas… cosa que no hacías más que arquearte toda y mojar mi abdomen, exclamando gritos de placer.
Relato corto para ustedes.
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