Marta recibió la multa en forma de carta certificada.
“Exceso de velocidad”
La cantidad era inasumible para alguien que acababa de independizarse y vivía al día.
-joder, joder -gritó con frustración en la habitación vacía.
El teléfono de papá era tentador, solo que… no le apetecía llamar a casa para decir que necesitaba pasta, sería como reconocer que no podía valerse por sí misma, sobre todo después de su discurso al dejar el hogar. Además estaba lo de la multa, tendría que mentir, porque la alternativa era disgustar a su madre.
Por suerte estaba la otra opción.
-Es lo que tiene vivir en un país para ricos. -exclamó enfurecida mostrando su desaprobación.
Tenía que pagar o iría a la cárcel.
Sopesó lo de la otra opción. No era un cheque en blanco, si no que funcionaba más como un carné de puntos. Tenía dos oportunidades al año.
De repente los nervios se agarraban a su estómago. No era esa sensación incómoda que se arregla soltando aire, eran nervios de verdad. Tenía un plazo de diez días para pagar con dinero o con lo otro.
“No puedo estar con esta ansiedad ni un día más.”. Pensó mientras miraba la hora en un reloj de pared.
Todavía faltan dos horas para que cierre.
Se decidió.
Una ducha rápida. Ropa interior limpia, vaqueros y camiseta casual. Pensó en las lentillas pero se decantó por las gafas oscuras que hacían juego con el color de la ropa.
-Una antifaz para que no me conozcan, como al zorro -dijo en voz alta acabando con una risa nerviosa.
Llegó a la comisaría en diez minutos y entregó el papel de la multa.
-vengo a pagar. -informó a la recepcionista con voz pastosa.
Por suerte la mujer que la atendió era una profesional. Su voz mecánica e indiferente, lejos de molestarla por falta de empatía, la tranquilizó un poco.
-Vaya a la sala que está al fondo de ese pasillo y aguarde a que la llamen.
La sala tenía sillas y daba a tres puertas. Había gente. La mayoría jóvenes como ella. Dos hombres, tres chicas y una mujer algo más madura.
Se sentó y nada más hacerlo la llamaron.
“Pensé que tardarían un rato” se dijo sorprendida.
Las piernas tardaron un instante de más en reaccionar y encaminarse hacia la puerta.
-Buenas tardes. -la saludó un agente de unos treinta años.
El hombre vestía uniforme de policía y tenía puestos unos guantes azules de látex, como los que usan las enfermeras.
Marta tragó saliva.
-Bien Marta, según esto la corresponden veinte azotes con el cepillo.
-Sí, supongo que es eso. -dijo la chica ruborizándose.
Luego añadió.
-Las gafas… me las quito. -acompañando sus palabras con la acción.
El policía le miró a los ojos y ella sostuvo la mirada. Estaba muy nerviosa.
-¿Primera vez? No se preocupe yo le explico. Bájese los pantalones y la ropa interior hasta las rodillas y túmbese sobre mis piernas.
-ya… ¿cuando?
El agente se permitió una sonrisa y respondió sin rodeos.
-Pues ahora, que hay más culetes que calentar.
Eso no le sonó muy profesional a Marta, pero tampoco parecía algo denigrante, al fin y al cabo lo que dijo el policía era la puta realidad.
Armándose de valor y venciendo a la vergüenza. Marta se desabrochó el botón, tiró de la cremallera y asiendo pantalones y bragas a un tiempo con ambas manos, los bajó hasta las rodillas.
Luego, despacio para no tropezar, dio unos pasitos y dejándose coger el brazo, con la ayuda del agente, acomodó el cuerpo y el culo desnudo sobre los muslos masculinos. La punta de los pies en el suelo y las manos agarrando las patas de la silla.
-¿Está bien así? -musitó notando como el calor subía a su cara colorada.
-Sí. Ahora empezaré con los azotes, primero cuatro con la mano para calentar la zona y luego los veinte con el cepillo. Lista.
“No, no estaba lista. ¿Quién iba a estarlo?”
El agente no esperó por su respuesta. Masajeó los glúteos de la chica. Dió cuatro rápidas nalgadas y cogió el cepillo.
-No te muevas.
Marta se agarró con más fuerza a las patas de la silla e intentó poner el trasero duro. Había comenzado a sudar y bajo la camisa, una gota salada se resbalaba sobre su teta derecha. Durante un instante pensó en si olería bien, se había echado bastante perfume.
El primer golpe con el cepillo la sacó de sus pensamientos. Aquello escocía.
El agente apoyó la mano libre en su cintura para evitar que se moviese y la atizó en la otra nalga dejando una señal.
Los golpes se sucedieron. A mitad de castigo el policía retomó la cuenta en alto convirtiéndola en una cuenta atrás.
-diez, zas. nueve zas
Marta notó lágrimas en sus ojos.
Los cinco últimos azotes los acabó con las piernas medio recogidas, abiertas. Todos los genitales a la vista y todo intento por preservar el pudor olvidado. Su culo ardía y lo peor era que estaba mojada. El pene de aquel tipo se había puesto más gordo bajo sus pantalones y su coño, en continuo rozamiento, no era inmune a la estimulación.
El último azote fue el más duro.
Marta tardó unos segundos en incorporarse.
Se llevó las manos a las nalgas frotándolas, intentando hacer desaparecer el escozor. Luego, consciente de su desnudez, se apresuró a subir bragas y pantalones.
-Aquí tienes clínex para las lágrimas. -ofreció el agente.
Marta se secó la cara mientras pensaba.
“No tendrán aquí un servicio de poner cremita en el trasero”
Faltó poco para que verbalizara sus pensamientos.
Miró al agente todavía con el rubor en sus mejillas.
-Gracias.
El agente, profesional, la respondió con cortesía.
Aquella noche Marta pensó en todo lo que había pasado. Ciertamente aquella situación no era agradable y su culo aún le picaba. Pero aquel agente… al terminar había estado tan caliente que no la hubiese importado que aquel tipo se la tirase ahí mismo. Ella contra la pared, el culo rojo protestando al tiempo que su vagina empapada recibía las embestidas de un miembro viril exageradamente grande.
Estaba boca abajo en la cama. Su mano se coló bajo el pantalón del pijama, sus dedos con ganas de explorar territorio. Se frotó, pensó en el policía, en los azotes que dolían y en su cuerpo. Señales antagónicas, dolor, placer, calor, excitación. Sus dedos se deslizaron bajo las bragas y uno de ellos, juguetón, se introdujo dentro, hurgando.
La corriente recorrió el cuerpo. Tembló, jadeó, se dejó llevar.
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