Propuesta inesperada

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Ayer recibí un WhatsApp desde un móvil que no tenía registrado. Pronto supe de quien se trataba. Tenía un fichero adjunto, y dos frases. “Lee hasta el final”. El fichero adjunto. Y un último mensaje.

La primera parte ya os la he escrito.

Así que sigo con el fichero adjunto, el cual transcribo literalmente.

“Toda una experiencia la del sábado. Ya habrás imaginado, al empezar a leer, que soy Laura. Sí, la misma que piensas. La mujer de Carlos, con quien coincidimos a la puerta del cine esa tarde.

Carlos me había hablado de ti, pero la verdad, poca atención había prestado al respecto. Sé que os conocisteis en las sesiones de terapia a las que lleva asistiendo para tratar su estrés laboral desde hace un tiempo. Y que en alguna ocasión os habéis tomado alguna que otra birra al salir. Poco más.

Por eso me sorprendí al ver que se acercaba a un hombre cuando ya íbamos a entrar a la sala de cine, y te saludaba con un abrazo. Cuando me dijo tu nombre, entendí quien eras.

Total, que entramos al cine juntos. Y te sentaste con nosotros. Yo entre los dos. Me quedé algo sorprendida, puesto que me extrañó que no se sentara a tu lado para poder charlar, y mientras no apagaban las luces, me pareció estar viendo un partido de tenis, en medio de vuestra conversación.

Carlos y yo habíamos hablado de ir al cine como hacía años. Jueguecitos y toqueteos.

A poco de apagar las luces, Carlos ya tenía una mano sobre mi pierna, que acariciaba con ternura. No sé si lo viste, pero me sentí un poco rara, estando tu a mi derecha. Me giré y te vi atento a la pantalla, así que, la verdad, quise ignorarte.

Carlos empezó a subir su mano, a arrugar mi vestido de verano, a acariciar mi ingle, ladear el tanga, y masajearme el clítoris. Soy una mujer, y como tal, esas situaciones me calientan.

Bien, digamos que te ignoré, que me olvidé de ti por completo. Ya lo viste, imagino.

Cuando me encontraba con la polla de mi esposo en la boca, masajeándola con mi mano, en un repetido sube y baja por todo su tronco, y lamiendo y chupando con gula su extremo, noté sorprendida como “algo” levantaba mi vestido y acariciaba mis nalgas. Tu mano.

Atareada en mis labores, lo primero que hice fue mirar a Carlos. Estaba con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados, disfrutando de mi mamada. Mi mente tomó una decisión rápida, pensando tan solo en el placer sexual y dejando al margen todo resquemor social.

Así que eché más para atrás mi culo, para que tuvieras mayor acceso a mí.

Tus dedos, diestros, hábiles en sus menesteres, se adentraron entre mis muslos, empezaron a recorrer mis labios vaginales, clítoris… todo mi sexo que manaba mis primeros fluidos para lubricarme.

Un inciso para decirte lo que no pude entonces. “Sigue, sigue, fuerte, más fuerte”.

Cuando Carlos me llenó la boca con su leche, mi cuerpo empezó a temblar, excitado por tus estímulos, y me corrí. Empapé tus dedos con mis fluidos.

Recuperamos las posiciones. Carlos miraba mi boca como mostraba toda su leche en mi lengua. Giré mi cabeza y tú tenías tus dedos dentro de tu boca, y una mirada pícara confirmó que los estabas degustando”.

Y el siguiente mensaje decía:

“He buscado tu móvil en los contactos de Carlos, y aquí estoy, con una propuesta. Me pregunto si querrías repetir todo eso, tú y yo, solos. Todo… y más. Hasta donde te apetezca. Espero respuesta”.

No tardé ni un segundo en pasarle esa respuesta, junto con mi dirección:

“El lunes me saltaré la terapia, y te espero en mi casa. Tendremos de 7 a 9 de la tarde con total seguridad de estar solos. Pero aun así, no te pongas ropa interior”.

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