Era agosto, el aire estaba cargado de música y el eco de risas despreocupadas. El festival de música latina había transformado aquel pequeño camping en un hervidero de sonidos y emociones. Jose de 29 y Lidia de 26 eran una pareja que acababan de llegar y caminaban entre las tiendas de campaña, sorteando grupos de amigos que bebían y bailaban al ritmo de los tambores y las guitarras eléctricas.
—¿Te das cuenta de que somos los únicos que han traído una tienda tan pequeña? —comentó Lidia, tirando de la mano de Jose con una sonrisa divertida.
—No necesitas mucho espacio cuando lo que importa es lo que pasa dentro —bromeó él, guiñándole un ojo.
Lidia negó con la cabeza, sonriendo, y se abrazó a él mientras seguían avanzando. Llevaban varios años juntos y, aunque la rutina no había hecho mella en su deseo, Jose había empezado a abrir la puerta a nuevas fantasías. Lo habían hablado en varias ocasiones, siempre en la intimidad de su habitación, siempre con la adrenalina a flor de piel. En esos momentos, cuando el deseo los envolvía, Lidia sentía el cosquilleo de la excitación al imaginar las escenas que Jose le susurraba. Pero después, cuando la respiración se calmaba y el sudor se enfriaba en su piel, su mente volvía a poner límites.
—Mira eso —dijo Jose de repente, señalando un pequeño círculo de personas cerca de una fogata. Bailaban, con los cuerpos rozándose, y las miradas eran intensas, casi desafiantes.
Lidia observó la escena con una mezcla de curiosidad y recelo. Había algo en el ambiente del festival que hacía que todo pareciera más libre, más espontáneo.
—Aquí parece que todo el mundo se olvida de lo que hay fuera —comentó ella.
—¿Y si nosotros también nos olvidamos un poco? —propuso Jose en tono casual.
Lidia entrecerró los ojos, divertida.
—¿A qué te refieres exactamente?
Jose deslizó su brazo por su cintura, atrayéndola más cerca.
—A que podríamos dejarnos llevar más, sin tantas reglas.
Ella le sostuvo la mirada unos segundos.
—¿Hablas en general o de algo más específico?
—Tú ya sabes de qué hablo —respondió él, bajando la voz.
Lidia suspiró y apartó la vista por un momento. No era la primera vez que lo mencionaba. Durante meses, Jose había ido introduciendo poco a poco la idea en sus encuentros: la posibilidad de que alguien más estuviera presente, de que ella se dejara ver o incluso de imaginarse con otro. En el momento, aquello la hacía estremecerse. Pero luego, cuando su cabeza se enfriaba, siempre encontraba razones para frenar.
—Sé que te gusta la idea cuando lo hablamos —continuó Jose—. Y no me lo estoy inventando. Lo veo en tu cara, en cómo reaccionas.
Lidia mordió su labio inferior.
—Sí, pero… una cosa es imaginar y otra hacerlo.
—¿Y si solo damos un paso pequeño? —insistió él—. Sin compromisos. Solo sentir el ambiente.
Ella sonrió con un deje de desafío.
—¿Y cuál sería ese pequeño paso?
Jose miró a su alrededor, alzando una ceja con diversión.
—No lo sé… Quizá solo bailar un poco con alguien más. Verte moverte, observarte. Nada más.
Lidia soltó una carcajada.
—Ah, claro, solo eso —dijo con ironía.
Jose levantó las manos en gesto inocente.
—No tienes que hacerlo si no quieres. Solo digo que… estamos en un sitio perfecto para ello. Nadie nos conoce aquí.
Lidia lo miró durante unos segundos más, analizando sus palabras, el brillo expectante en sus ojos. Y aunque sentía una ligera inquietud, también notaba ese cosquilleo travieso en la piel.
—Veamos cómo avanza la noche —dijo finalmente, sin comprometerse del todo.
Jose sonrió satisfecho mientras el ritmo de la música subía y la multitud se sumía cada vez más en la locura del festival.
Durante los siguientes días comprobaron que el festival era un hervidero de energía. Durante el día, el calor del sol pegaba fuerte sobre las lonas de las tiendas, y las duchas improvisadas en el camping eran un desfile de cuerpos brillantes de sudor y agua fría. Pero era de noche cuando todo cobraba un aire más eléctrico, cuando las luces de los escenarios y el alcohol en las venas hacían que las miradas fueran más atrevidas y los cuerpos se movieran con menos inhibición.
Lidia lo sabía. Y le gustaba.
Había crecido acostumbrada a que los hombres la miraran, pero en aquel ambiente, donde la ropa se reducía a lo mínimo necesario para soportar el calor, lo notaba más que nunca. Sus shorts eran tan cortos que dejaban ver la parte baja de sus glúteos, firmes y redondos por años de natación. Su top de tela fina dejaba poco a la imaginación cuando la brisa nocturna soplaba en la dirección correcta, insinuando la silueta de sus pechos, lo justo para que las miradas se detuvieran ahí unos segundos más de lo normal. Y luego estaba el pequeño detalle que a muchos les llamaba la atención sin que ella hiciera nada: el piercing que adornaba uno de sus pezones, marcándose sutilmente bajo la tela cuando la temperatura jugaba en su contra.
—Dime que lo haces a propósito —le susurró Jose una noche, mientras se inclinaba para hablarle al oído.
—¿El qué? —preguntó ella, haciéndose la inocente.
—Ese jueguecito de meterte entre los grupos de chicos cuando bailas.
Lidia sonrió sin responder. La verdad era que sí, lo estaba disfrutando. Era como jugar con fuego sin quemarse… aún. Se acercaba a ellos, se deslizaba entre los cuerpos sudorosos, sintiendo cómo la mirada de algunos se detenía en sus piernas largas, en la curva perfecta de su espalda al moverse al ritmo de la música.
Los comentarios no tardaron en llegar. Algunos chicos intentaban ser discretos, pero otros lo decían sin filtro, animados por el alcohol y la excitación del ambiente.
—Joder, vaya piernas tiene la rubia… —escuchó murmurar a alguien detrás de ella en un concierto.
—Y vaya culo, tío, parece esculpido.
—¿Se habéis dado cuenta del piercing? Dios… qué morbo.
Lidia no reaccionó, pero sintió el calor subirle por el cuello. Sabía que Jose había escuchado también, porque su mano en su cintura se tensó un poco.
—Vaya, parece que tienes fans —bromeó él en su oído.
Lidia le miró de reojo, divertida.
—Tú querías que jugara un poco, ¿no?
Jose rio bajo, deslizando los dedos por la piel descubierta de su espalda.
—Me encanta verte así.
La noche siguió avanzando, y con cada canción, con cada cerveza, Lidia se dejaba llevar un poco más. Fue en ese ambiente, con el sudor pegándole la ropa al cuerpo y la adrenalina burbujeando en sus venas, cuando se toparon con Dani por primera vez.
Sucedió en uno de los conciertos principales. Lidia estaba bailando sin preocuparse por el espacio cuando, sin darse cuenta, tropezó con alguien.
—¡Eh! —dijo el chico con una sonrisa—. Si vas a atropellarme, al menos dime tu nombre.
Lidia rio, echando un vistazo rápido. Era más joven que ella y Jose, quizás seis o siete años menor, con el cabello ligeramente despeinado y un aire despreocupado.
—Lidia. ¿Tú?
—Dani. Y por cierto, muy buen movimiento de cadera, casi no lo vi venir.
Jose, que observaba la interacción con interés, intervino con una sonrisa.
—Tiene buena práctica.
Dani les miró a ambos, como evaluándolos.
—¿Sois pareja?
—Sí —respondió Lidia sin dudar.
Dani asintió, sin perder la sonrisa.
—Buena combinación.
Después de ese primer encuentro, las coincidencias comenzaron a repetirse. Dani aparecía en los mismos conciertos, en los mismos grupos de gente bebiendo y charlando junto a las tiendas. Tenía ese carisma natural que hacía que fuera fácil hablar con él, y pronto se integró en la dinámica entre ellos.
Una noche, después de varias cervezas, Lidia notó que Jose la miraba con esa expresión que ya conocía bien. Como si estuviera evaluando la situación, disfrutando del ambiente y de cómo las cosas se desarrollaban poco a poco.
—¿Qué? —le preguntó ella en voz baja.
Jose sonrió con calma.
—Nada. Solo que te veo cómoda.
Ella se encogió de hombros.
—Lo estoy.
—Me gusta verte así.
Lidia le sostuvo la mirada. Sabía exactamente a qué se refería, y el latido en su pecho se aceleró solo un poco. No era una situación nueva, pero esta vez no era solo una fantasía en palabras. Esta vez, la posibilidad estaba allí, tangible, en la noche cálida del festival.
Y esta vez, Lidia no estaba segura de si quería frenarlo.
Los últimos días del festival parecían más intensos que los primeros. Como si la acumulación de música, alcohol y noches sin dormir fuera encendiendo cada vez más los sentidos de todos los que estaban allí. Y Lidia no era la excepción.
Se había acostumbrado a las miradas, a los comentarios cada vez más descarados. Al principio eran sus piernas, después su espalda o directamente su culo, luego el piercing que más de uno había notado marcándose bajo la tela. Pero aquella última noche, lo que llevaba puesto elevaba todo a otro nivel.
Se había vestido para brillar, literalmente. Su piel tenía un sutil reflejo dorado por la purpurina que había esparcido en los hombros y clavículas. Su falda era una mínima prenda de tela, era corta, sí, pero también ajustada, abrazando la curva perfecta de sus glúteos y marcando cada centímetro de su forma. Era el tipo de prenda que no dejaba lugar a dudas: tenía un culazo que quitaba el aliento, y esa noche, todos en el camping parecían notarlo, apenas cubría lo justo y dejaba a la vista la piel bronceada de sus muslos.
Debajo, un micro tanga de hilo, tan minúsculo que ni siquiera se marcaba, pero que ella sentía presente con cada paso. Y en la parte de arriba, un top de gasa con transparencias que no dejaba demasiado a la imaginación, haciendo que el pequeño piercing en su pecho pareciera más un accesorio intencionado que un secreto.
Mientras caminaba junto a Jose por la zona de conciertos, los comentarios eran más descarados que nunca.
—Dios, mira ese culo, tío… —escuchó susurrar a uno.
—Si se agacha, juro que me caigo de espaldas.
—¿Cómo coño puede llevar eso y pretender que la gente no se le quede mirando?
Lidia sonrió para sí misma. No era su intención disimular nada.
Jose lo notaba todo, y lejos de molestarse, disfrutaba del espectáculo tanto como los demás. Cuando llegaron a la zona del concierto principal, se inclinó hacia su oído con voz baja y divertida.
—Si querías ser la reina del festival, lo has conseguido.
Lidia le lanzó una mirada de reojo, divertida.
—¿Celoso?
Jose negó con una sonrisa.
—Orgulloso.
Y como para dejar claro que ella era suya, deslizó la mano por su trasero y le dio un apretón firme, sin disimulo. Un gesto que hizo que más de uno alrededor los mirara con envidia y sorpresa.
—Joder, qué cabrón —escucharon decir a un tipo cerca—. Si yo tuviera a una tía así, no la dejaría salir de casa.
Lidia rio, sintiendo la adrenalina correrle por la piel. Todo aquello, la ropa, los comentarios, las miradas clavadas en ella, la forma en que Jose la exhibía con descaro… la estaba excitando más de lo que habría admitido en voz alta.
Dani no tardó en encontrarlos entre la multitud. Cuando la vio, silbó bajo y la recorrió con la mirada sin disimulo.
—Madre mía, Lidia… Con ese outfit vas a causar accidentes graves.
Ella rio, con una seguridad que tal vez antes no habría tenido.
—Tú preocúpate por disfrutar el último día.
El festival llegó a su punto más álgido con el concierto final. La multitud saltaba, sudaba, se entregaba al ritmo de la música como si no existiera el día siguiente. Lidia, entre Jose y Dani, bailaba sin preocuparse de nada más. Sentía el roce de cuerpos alrededor, las miradas clavadas en ella. Sabía que cada vez que se movía con más energía, su falda subía lo suficiente como para que alguien detrás tuviera una vista privilegiada. Y no podía negar que la idea la encendía.
Jose lo notaba.
—Estás caliente —susurró contra su oído en algún momento de la noche, con los labios rozándole la piel.
Lidia lo miró de reojo.
—¿Y tú no?
Jose no respondió. No hacía falta.
El último concierto llegó a su fin, y con él, el festival empezó a apagarse poco a poco. La gente se abrazaba, y aunque seguirían de fiesta hasta que se acabase el alcohol, muchos eran los que ya hacían planes para la siguiente edición.
—Bueno, chicos, ha sido un placer —dijo Dani, estirándose después de terminar la última cerveza que se habían tomado en el césped.
Jose lo miró, como si evaluara algo en su cabeza antes de tomar una decisión.
—¿Te vas ya? —preguntó con tono casual.
Dani se encogió de hombros.
—En realidad no tengo prisa.
—Entonces vente a la tienda a por unas últimas cervezas. Nos queda un par en la nevera.
Lidia giró la cabeza para mirarlo, pero Jose solo le devolvió una sonrisa tranquila. Como si fuera la cosa más normal del mundo.
Dani dudó solo un segundo antes de aceptar.
La tienda de campaña era pequeña, lo justo para que dos personas estuvieran cómodas y una tercera tuviera que buscar la forma de acomodarse sin invadir demasiado. Lidia entró primero, sentándose con las piernas dobladas hacia un lado. Su falda se levantó apenas al hacerlo, pero no intentó corregirlo. En cuanto se acomodó, Jose señaló la pequeña nevera portátil en la esquina.
—Lidia, saca las cervezas.
Sin pensarlo demasiado, se inclinó a cuatro patas, estirándose para abrir la tapa de la nevera.
No se dio cuenta de la visión que acababa de ofrecer hasta que sintió el silencio repentino en la tienda.
Dani tenía la boca entreabierta, paralizado por lo que acababa de ver. Desde su posición, la falda de Lidia se había levantado lo justo para dejar totalmente expuesto su culo. El diminuto tanga de hilo no hacía nada por cubrirlo; al contrario, se perdía entre sus glúteos, dejando toda la piel tersa y redonda completamente a la vista. Si te fijabas bien, a pesar de la leve luz, incluso podías ver cómo asomaba la pervertida circunferencia de su ano.
Jose, sentado cómodamente, bebió un trago de su cerveza y observó la escena con una calma calculada.
Cuando Lidia se giró, se dio cuenta al instante de lo que había pasado. Pero en lugar de reaccionar avergonzada, simplemente tomó una de las cervezas y se sentó frente a Dani, cruzando las piernas despreocupadamente, como si nada hubiera pasado.
Dani apenas pudo reaccionar antes de notar la segunda visión.
Desde su nueva posición, con la luz tenue de la tienda y la postura relajada de Lidia, pudo ver la pequeña prenda de encaje entre sus muslos. Era tan mínima y fina que dejaba entrever el contorno de su precioso coño debajo.
Lidia tomó un sorbo de su lata con tranquilidad, como si no notara la tensión en el aire.
Jose sonrió de lado y levantó su lata en un gesto de brindis.
—Por el festival —dijo.
Dani tardó un segundo antes de reaccionar y chocar su lata con la de él.
El aire dentro de la tienda se volvió más denso. La acumulación de noches, de miradas furtivas, de insinuaciones no tan inocentes estaba llegando a su punto más alto.
Y esta vez, ninguno de los tres parecía querer frenarlo.
Dani bebía de su cerveza en silencio, pero su mirada delataba la excitación que intentaba disimular. Jose lo sabía. Lidia también. Y aunque hasta esa noche siempre había puesto un freno, algo en ella se sentía diferente esta vez.
Jose decidió jugársela.
—Hace calor aquí dentro, ¿no? —comentó, quitándose la camiseta con naturalidad.
Lidia bebió un trago de su cerveza y sonrió.
—Un poco.
Jose miró a Dani y levantó una ceja.
—No te cortes. Ya hay confianza.
Dani dudó solo un segundo antes de hacer lo mismo. Su torso quedaba al descubierto, pero no fue su cuerpo lo que atrajo todas las miradas en ese instante.
En ese momento, Lidia, sin decir nada, se levantó ligeramente y deslizó su falda ajustada por sus caderas, dejándola caer a un lado. Para alegría de Jose y para impresión de Dani.
Ya sólo la cubrían el top de gasa semitransparente y el pequeño tanga de hilo.
Dani contuvo el aliento. La visión de esas piernas largas y esculpidas, del culo firme apenas cubierto por el hilo que desaparecía entre sus glúteos, de su piel bronceada bajo la luz tenue… estuvo a punto de perder el control.
Jose sonrió al ver su reacción.
—¿Nunca habías visto a una mujer así de cerca? —bromeó con una mirada cómplice.
Dani tragó saliva, sin apartar la vista.
—No así…
La respiración de Lidia se había acelerado, su pecho subía y bajaba con más intensidad. Sus mejillas estaban levemente sonrojadas, y aunque no decía nada, la forma en la que apretaba los labios delataba su propia excitación.
Jose esperó un momento antes de dar el paso definitivo.
—Por cierto, Dani… —dijo en tono casual—. ¿Alguna vez has visto un piercing como el de Lidia?
Dani parpadeó.
—No…
Jose miró a Lidia. Y lanzó un último órdago.
—Enséñaselo.
Hubo un silencio. Lidia le sostuvo la mirada unos segundos, sintiendo su pulso acelerado en sus oídos. Y entonces, levantó su top de gasa y dejó sus pechos al descubierto, Dani se quedó sin palabras. Sus pezones endurecidos y el pequeño piercing brillando bajo la luz tenue lo llevaron al borde de la locura.
—Joder… —susurró Dani, sin poder disimular su excitación.
Lidia lo miró con una sonrisa traviesa, disfrutando del poder que tenía en ese momento. Pero no tuvo tiempo de decir nada más, porque en un instante, Dani la atrapó entre sus brazos y la tumbó sobre la esterilla. Su boca devoró la suya con hambre, mientras sus manos recorrían sin freno su piel ardiente.
En cuestión de segundos, el pequeño tanga de Lidia y los pantalones de los dos hombres quedaron en algún rincón de la tienda.
Los tres estaban desnudos.
Jose, sentado a un lado, no apartaba la vista. Veía cómo Dani separaba con firmeza las piernas de Lidia y se colocaba entre ellas, frotando su polla dura contra su coño mojado. Lidia gimió al sentirlo, arqueando la espalda en anticipación.
—Mmm… joder, sí… —susurró ella, moviendo las caderas en busca de más contacto.
Dani no esperó más. Sujetándola por los muslos, la embistió de golpe, haciéndola soltar un grito ahogado.
—Ohh… sí… dame más… —gemía Lidia mientras Dani empezaba a follarla con fuerza.
El sonido de sus cuerpos chocando llenaba la tienda. Jose se agarró la polla dura y comenzó a masturbarse, hipnotizado por la escena. Veía cómo Dani hundía su verga una y otra vez en el coño de su novia, cómo ella gemía sin contención, completamente entregada.
—Te encanta esta polla, ¿eh? —gruñó Dani, sujetándola de las caderas mientras la embestía sin piedad.
—Sí… me encanta… fóllame más fuerte… —jadeaba Lidia, agarrándose a sus hombros.
Jose apretó los dientes, sintiendo cómo la escena lo hacía estremecer de placer. Pero aquello solo estaba comenzando.
Con un movimiento hábil, Lidia empujó a Dani y se colocó encima, guiando su polla dentro de ella mientras se sentaba sobre él. Sus manos descansaban en su pecho, y comenzó a moverse con maestría, cabalgándolo con movimientos rápidos y profundos.
—Mmm… qué zorra eres, cómo te gusta montar la polla… —murmuró Dani con una sonrisa oscura.
—Me encanta… tu polla está tan dura… —susurró morbosamente Lidia mientras aceleraba el ritmo.
Jose jadeaba mientras veía el cuerpo de su novia brillar de sudor, sus tetas rebotaban con cada embestida y su coño devoraba la polla de Dani sin descanso.
Pero Dani aún quería más.
Con un movimiento brusco, la agarró por la cintura y la giró, colocándola a cuatro patas. Sin darle tiempo a reaccionar, la sujetó del culo y la penetró con fuerza desde atrás, haciendo que Lidia soltara un gemido agudo.
—Aahhh… sí… dame más… empótrame… —gritó ella, aferrándose a la lona de la tienda.
Jose sentía que su propia excitación estaba por desbordarse. El sonido de la piel chocando, los gemidos de su novia, la manera en que su cuerpo se estremecía con cada embestida… era demasiado. Apretó los dientes, jadeando, sintiendo su propio clímax sacudirlo. Con un jadeo final, se corrió en su mano, respirando pesadamente.
Se puso los pantalones con movimientos torpes, salió de la tienda y se dejó caer en una de las sillas plegables junto a la entrada. El aire fresco de la noche golpeó su piel caliente, pero su excitación no disminuyó.
Porque entonces escuchó.
El sonido que llegaba desde el interior de la tienda era claro. Lidia no contenía sus gemidos, y Dani no ocultaba su excitación.
Dani la follaba con furia, agarrándola de las caderas y dándole azotes que resonaban en la noche.
—Toma… toma, puta… —gruñía él, sin bajar el ritmo.
—Ooohh… sí… fóllame así… más fuerte… más duro… —jadeaba Lidia, perdida en el placer.
Jose sintió que su cuerpo volvía a reaccionar. Pero no solo por lo que escuchaba.
Sino porque no estaba solo.
Apenas giró la cabeza, notó que algunos de los vecinos de camping también estaban pendientes. A poca distancia, en otra tienda, dos chicos hablaban en voz baja.
—¿La escuchas? Joder… esa rubia tiene que ser una bestia en la cama.
—No me jodas, tío. He estado mirándola todo el festival, con ese culo… y ahora está ahí dentro, dejándose dar lo suyo.
—No me extraña. Con esa faldita y esa cara de zorra estaba pidiendo guerra.
En un momento, también pasaron un grupo de chicos que llegaban de recogida, se quedaron mirando y siguieron andando hacia adelante. Susurraban entre ellos, sin molestarse en bajar demasiado la voz.
—No me jodas… ¿está con otro tío ahí dentro?
—Sí, tío, no es el novio. Cómo lo está disfrutando la muy guarra.
—Joder, qué zorra… Mira cómo grita.
Jose sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Dentro de la tienda, el ritmo de los jadeos aumentó, los sonidos de los cuerpos chocando en la tremenda follada que estaban inmersos, eran cada vez más intensos. Hasta que ambos se corrieron en unos orgasmos bestiales diciéndose de todo.
Hasta que, de pronto, Dani soltó un gruñido.
—Ooohh toma, Lidia… toma mi leche, puta… —murmuró entre dientes mientras se corría dentro de ella.
Lidia gimió con fuerza al sentir la descarga caliente llenando su interior.
—Aahh… sí… me corro… lléname el coño… lléname… —susurró con voz temblorosa, estremeciéndose por completo.
Y Jose, sentado en la noche, solo podía escuchar y dejarse llevar por el placer de saber que todo aquello, cada mirada, cada comentario, cada deseo provocado, había llevado a ese momento.
El festival estaba terminando.
Pero esa noche quedaría grabada para siempre.
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