Sueños cumplidos

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T. Lectura: 6 min.

Buenas, mi nombre es Alex, tengo 37 años, mido 164 cm, 87 kg, llevo la cabeza afeitada y tengo bastante vello corporal. Tengo un cuerpo “rechonchete” y no me considero guapo ni atractivo, en resumen creo que soy un chico “del montón”.

Una de las cosas que más morbo me da es masturbarme delante de una mujer mientras me observa; desde que era adolescente era una de mis fantasías y me ponía (y me pone) muy cachondo solo de pensarlo.

Bien, pues voy a relatar la primera vez que conseguí hacer realidad ese sueño y que se convirtió en uno de los días más felices de mi vida.

Desde los 18 años tenía como costumbre entrar en chats buscando alguna chica o mujer para hacer videollamada y poder masturbarme mientras me miraban. Hice esto durante mucho tiempo y con bastantes mujeres; aunque realmente lo que deseaba era poder hacerlo cara a cara, pero no conseguía contactar con alguna “valiente” que estuviese dispuesta a ello.

Un día inmerso en una sala de chat, recibí un mensaje privado de una chica cuyo Nick era “gordita69”. Estuvimos charlando un rato, como todas las conversaciones de esos chats, manteníamos una conversación bastante subida de tono. Yo le dije mi nombre y que tenía 19 años, aunque en ese momento tenía 21. Ella me dijo que se llamaba Cristina y que tenía 18 años. Le conté que lo que me gustaba era ser observado mientras me hacía una paja y que uno de mis grandes sueños era hacerlo frente a frente, en vivo.

Ella me dijo que era virgen, que nunca había estado con ningún chico de manera real, sólo tenía experiencias virtuales de cibersexo; dijo que consumía bastante porno en internet, que le encantaba ver cómo se corrían los hombres pero que sólo una vez había visto una polla con sus propios ojos en una despedida de soltera. Me contó que el “boy” iba recorriendo las mesas con su polla y las que querían se la tocaban e incluso alguna se atrevió a chupársela. Al pasar a su lado pensó en cogerla con sus manos, pero no tuvo el valor de hacerlo.

Le dije que no se preocupase, que algún día sería el momento de tener esa experiencia. Al final le propuse poner la cam y vernos, a ver cómo iba la cosa. Me advirtió que ella tenía un “poco de sobrepeso” (palabras textuales). Le dije que, a mí, el físico no me importaba demasiado, que lo que me daba mucho morbo era el acto de que me viesen.

Nos pasamos el perfil de Skype y comenzamos una videollamada. Yo estaba en el sofá y sólo llevaba puesto unos calzoncillos; su cámara la enfocaba de barbilla para abajo, sin mostrar su cara. Estaba en la cama semi tumbada y llevaba una camiseta azul con unos pantaloncitos cortos de pijama de color rosa.

Al verla, comprobé que no me había mentido. Era una chica gordita, su pelo liso le llegaba por debajo de los hombros y su camiseta no podía ocultar ni el tamaño de sus grandes tetas ni su calentura, ya que se notaba que tenía duros los pezones y sus aureolas. Tenía una voz dulce y suave, con un tono que casi parecía la voz de una niña. Nos masturbamos con pasión y gimiendo de placer.

Lo pasamos genial, tanto que me pegué tal corrida de placer que unas gotas de mi semen llegaron hasta mi barbilla. A ella pareció gustarle mucho eso porque me dijo que no me limpiase hasta que acabara ella. Acerqué mi cara a la cam para que lo viese bien y ella acabó regalándome un buen squirt regando parte de su cama. Fue más que maravilloso.

Seguimos chateando un rato y le propuse que, aunque no solía hacerlo, nos intercambiaríamos los teléfonos porque me gustaría seguir en contacto con ella hablando por WhatsApp. Tuve que insistir un par de veces porque no estaba muy convencida de hacerlo; pero, al final, aceptó y nos dimos los números.

Estuvimos un par de meses quedando a través del móvil para nuestras citas de Skype. Yo diría que teníamos una relación de amistad con derecho a cibersexo; Cristina me decía que lo que hacíamos era una locura y que nos estábamos “enganchando” uno al otro. Cada vez que nos veíamos, yo insistía en verle la cara; pero nunca quería y decía que eso no era importante. Un día, decidí probar algo nuevo para conseguir tener una cita real con ella. Le dije que iba a alquilar una habitación de un hotel y que podría ser una buena oportunidad para que ella, por fin, tuviese la experiencia de ver a un hombre desnudo de cerca.

Le dije que no se preocupase, que ella estaría al lado de la puerta y, en cualquier momento, tendría la opción de irse si se sentía incómoda. Por fin aceptó y quedamos un martes por la tarde para vernos. Decidimos vernos a las 18 h en el bar del hotel para romper el hielo tomándonos unas copas.

Llegó el martes, eran las 17.50 h y yo ya estaba sentado en la barra del bar del hotel, pasaron 5 minutos y Cristina apareció. Era mucho más guapa de lo que me imaginaba. Por fin le vi la cara, tenía los ojos color miel, medio achinados; llevaba unas gafas negras de pasta que le quedaban perfectas, parecía que las habían hechas a medida y quedaban perfectas con esa bonita cara redondeada. Iba vestida con un vestido negro y la falda le llegaba justo por encima de las rodillas.

Estuvimos hablando un buen rato y nos bebimos 3 o 4 copas. Noté que no debía estar acostumbrada a beber porque parecía ya afectada por el alcohol. Decidí que era el momento y le dije que tenía que subir a ducharme y que si se “atrevía” a subir conmigo. Le dije que no haríamos nada que ella no quisiera, se le enrojecieron las mejillas y, con una sonrisa pícara, me dijo que fuéramos a la habitación.

Entramos en la habitación y lo primero que hice fue sacar la silla que había metida en el escritorio y ponerla al lado del escritorio, quedando muy cerca de la puerta de la habitación y orientada de frente a la cama. Dije que iba a ducharme y entré al WC. Me duché y salí con una toalla rodeando mi cintura y que cubría hasta mis rodillas.

Cristina me dijo que estaba muy nerviosa, yo me acerqué y le acaricié el hombro diciéndole que se tranquilizase, que era normal y que lo que tenía que pensar era que iba a hacer a una persona muy feliz solamente mirando, sin estar obligada a hacer nada más; insistí en que era algo muy bonito y un gesto de ser buena persona por ayudar a otra y hacerla más feliz. Dijo que, visto de esa manera, se sentía mejor y mucho más tranquila.

Yo ya estaba muy caliente y medio empalmado, fui a la cama y me tumbé cubriéndome con la sábana. Me quité la toalla y la saqué por el lado, dejándola en la mesita de noche. La sábana dibujaba mi semi erección y le pregunté si podía empezar a tocarme; ella me dijo que si eso me iba a hacer feliz, que empezase cuando quisiese. Esas palabras me excitaron muchísimo y las curvas de la sábana ya dejaban ver lo dura y grande que estaba mi polla con esa gran erección. La miré y vi que estaba mirando con atención, con mi mano derecha comencé a acariciarme por encima de la sábana y le pregunté si quería ver cómo crecía hasta su máximo tamaño.

Sorprendida me dijo que no podía ser verdad que aún creciese más, y yo le respondí que ahora lo vería. Se sonrojó y me dijo que a ver si era verdad. Cogí mi polla rodeándola por la base y la apreté para que la sábana mostrase todo su contorno. Entonces comencé a frotarme el prepucio con la otra mano y haciéndola crecer lentamente. Le dije que, si quería, podía ayudarme un poco bajándose el vestido, a lo que contestó que no; pero poco a poco se notaba que aumentaba su excitación y no tardó en bajárselo y mostrarme sus grandes pezones rosados tímidamente.

Le propuse acercar la silla al lado de la cama para que tuviese mejor visión; se subió el vestido, se levantó, colocó la silla a mi lado y se sentó. Mi mente no dejaba de pensar que tenía a una mujer al lado mío observando cómo me hacía una paja; eso me puso a mil y mi polla se endureció a tope y creció hasta su tamaño máximo. Le miré a los ojos y le dije que si quería, podía tocarla; me dijo que no se atrevía y le dije que no pasaba nada. Dejé de tocarme para coger una de sus manos para acercarla hacia mí. Le dije que sólo iba a tocar una sábana y coloqué sus dedos rodeando mi polla; al notar su contacto apartó la mano sorprendida.

“Cógela y juega con ella”, le dije mientras agarré de nuevo su mano y la volví a colocar rodeando la base del tronco. Empezó a subir y a bajar la mano, desde la base hasta el prepucio, lentamente. Yo estaba disfrutando como nunca, creía que me iba a reventar de lo dura que estaba. Le pregunté si quería ayudarme un poco más y ella preguntó que cómo. Volví a coger su mano, la separé un poco de la cama, levanté la sábana un poco y la introduje para que sintiese todo mucho mejor al tener contacto directo, sin barreras, carne con carne.

No lo dudó, la agarró y siguió con el masaje, deteniéndose de vez en cuando en la parte superior y rodeando mi glande con el roce de sus dedos. Después de unas cuantas sacudidas, decidí quitar la sábana para que los dos tuviéramos una visión completa de la situación.

Continuó haciéndome esa suave paja y le dije que podía aumentar la velocidad de sus movimientos; así lo hizo y al poco tiempo le dije que si seguía así, me iba a correr en breve. Le pregunté si quería ver de cerca cómo eyaculaba un hombre, recordándole que era mi mayor fantasía. Ante mi sorpresa, aceptó sin insistir; le dije que se sentase en la silla junto al escritorio. Se sentó allí, yo me levanté y me coloqué a su lado, apuntando con mi glande a la mesa. Tenía la polla muy cerca de su cara y le dije que podía continuar con la maravillosa paja que me estaba haciendo.

Ella la agarró mirándome a los ojos, bajó su mirada hasta esa polla que tenía entre manos y a pocos centímetros y siguió masturbándome cada vez más rápido y mirándome a la cara de vez en cuando, comprobando mi cara de auténtico placer. Le dije que estaba a punto y que, por favor, no parase de meneármela después de correrme, que continuase porque seguir después de la eyaculación me provocaba muchísimo placer. Sonrió mirándome a la cara, volvió a bajar la mirada y aumentó todo lo que pudo el ritmo de sus sacudidas.

No tardé en correrme y expulsar tres o cuatro chorros de leche a borbotones, mientras ella seguía meneándomela. Gemí de placer varias veces y tuve un orgasmo brutal, uno de los mejores de mi vida. Le dije que podía parar y, cuál fue mi sorpresa cuando soltó mi polla y pasó sus dedos por la mesa recogiendo parte del semen que había esparcido allí. Entonces me miró a la cara, sonrió y se llevó los dedos a su boca para lamerlos, los limpió con su lengua y, mirándome de nuevo, se lo tragó todo. Volvió a dibujar una sonrisa y de nuevo pasó los dedos para acabar de limpiar la mesa, mirarme y saborear todo mi semen.

Le dije que eso no tenía porqué haberlo hecho y me contestó que ella también quería hacer realidad uno de sus sueños y me dio las gracias por poder hacerlo realidad.

Ella se despidió diciendo que había disfrutado como nunca, que nunca olvidaría ese día y que podríamos repetir; pero eso es otra historia…

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