Suite 109

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Unos golpes suaves en la puerta me advirtieron de que, efectivamente, era puntual.

Abrí despacio la puerta y allí estaba. De pie, con una sonrisa. Se le notaba un cierto nerviosismo, que intentó disimular iniciando el paso hacia el interior de la suite 109.

Se dirigió hacia el sofá del interior con paso firme, balanceando su cuerpo con ese andar femenino y sugerente que siempre me había gustado contemplar con cierto disimulo. Pero en esta ocasión, mi mirada no perdió detalle de cada cimbreo de su cintura. Un sugerente vestido de verano, con un largo discreto hasta cuatro dedos por debajo de la rodilla. Al contraluz, dejaba con cierta claridad dibujar las curvas de su cuerpo femenino. En la mano, un bolso pequeño, que lanzó sobre el sofá, al tiempo que iniciaba un giro de 360 grados, que hizo acampanar su vestido. Unos zapatos blancos, con generoso y afilado tacón, completaban su indumentaria.

Con voz decidida y firme, algo quebrada por la tensión del momento, se dirigió a mí:

-¿No vas a abrazarme?

Mis brazos rodearon su cintura. Mi cara se aproximó a la suya. Nuestros labios se acercaron, al tiempo que mis manos presionaban su talle. Un respirar agitado de ambos, llenó el ambiente por un escaso segundo. Las bocas se juntaron, ambos labios se entreabrieron. Sentí su lengua chocar contra la mía. Mi cabeza se ladeó ligeramente para reducir el espacio casi inexistente entre ambos rostros… y se desató todo el fuego que ambas mentes contenían.

Mis manos empezaron a dibujar el contorno de su cuerpo. Las suyas encarcelaron mi cintura. Bajé hasta sus nalgas, firmes, duras, con ese característico pliegue o hendidura que se dibuja entre el final del glúteo y el inicio del muslo. Ahí me agarré firmemente y la empujé contra mí, mientras sórdidos gemidos se mezclaban en la guerra de lenguas con la que nos devorábamos, ávidos de deseo fuera de control.

En mi pecho percibí el contacto de sus pezones erectos. Remate saliente de unos pechos de tamaño moderado, pero de una firmeza y turgencia que tanto había deseado sentir.

La ausencia de sujetador corroboró mis deseos previos de que acudiera sin esa prenda.

Empezó a desabrochar los botones de mi camisa, al tiempo que mis manos deslizaban hacia abajo, la cremallera trasera de su vestido. Por unos instantes, nuestras bocas se separaron, y la mutua respiración agitada acrecentó la pasión que ya nos tenía invadidos por completo.

Con ambas manos, deslicé lateralmente ambos hombros de su vestido sin mangas, que, obediente, se deslizó por su cuerpo, hasta llegar al suelo.

Mi camisa siguió el mismo camino, hasta quedar ambas prendas unidas.

Su cuerpo desnudo. Solamente un diminuto triángulo, sujeto por un hilo que se introducía entre las nalgas, cubría su pubis depilado.

Me separé de ella, y con rapidez, sin dejar de observarla, mis pantalones bajaron hasta el destino donde aguardaban vestido y camisa.

Mi boca busco esos pezones que tan solo un momento antes, se habían clavado en mi pecho.

Su mano hurgo entre mi piel y el bóxer, alcanzando su propósito entre sus dedos, y palpándolo con avidez. Mi saliva había mojado la totalidad de su dos botones rosados, y ahora, mis labios en posición de soplido, lanzaban aire sobre ellos para aumentar su firmeza y provocarle un temblor que le hizo gemir y suspirar con voz entrecortada:

-Cabrón…

-Señorita, modere su vocabulario

-Señora, soy señora. Casada por la iglesia y madre. Quiero sentirte dentro.

La empujé con suavidad hasta que su espalda se apoyó en el arco que separaba el living donde se encontraba la puerta, el minibar y el sofá, de la cama.

Con el brazo derecho agarré su pierna izquierda, desnuda, con el zapato de tacón blanco todavía calzado. La levanté y ladeando el escueto triángulo de tela, ya empapado, acerqué mi miembro hacia ella, para comprobar que la altura para iniciar el encuentro, era la justa y necesaria. ¡Perfecto!

-Espera, espera. ¿No deberíamos tomar precauciones?

-Ya están tomadas. Voy a llenarte de leche caliente. ¿La quieres?

Me miró fijamente a los ojos. Su mirada tenía mezcla de rasgos de inocencia y lujuria. De cierto temor mezclado con profunda emoción. Se mordió ligeramente el labio inferior. Me agarró la cintura y… habló:

-Fóllame.

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