Te quiero comer la polla.
Humberto parpadeó varias veces y luego se echó a reír.
Pero, mujer…
Adela volvió a decir y de una forma extraña se mordisqueó el labio inferior.
Quiero comerte la polla.
Pero, Adela…, mañana…
Ella se encogió de hombros.
Ahora. ¿Tú no quieres? ¿Seguro qué no…? “Eso”, no importa, añadió sin dejar de mirarle.
Adela y Santiago, su hermano menor, se iban a casar al día siguiente. Santiago había salido a resolver algunos asuntos, y él y Adela estaban en el granero, distribuyendo las hortalizas en sus respectivas bandejas antes de salir al reparto diario.
Humberto sintió el gusanillo agitándose en el vientre. Se le llenó la boca de saliva lujuriosa. Con Adela siempre tuvo una relación ambivalente. A menudo, cuando ella pasaba por detrás de él en el espacio reducido del almacén sentía el cuerpo de ella apretado contra el suyo; notaba la blandura de sus senos, la cintura esférica, en su espalda y su trasero. La primera vez Humberto se sobresaltó y se encogió. Adela pidió perdón y continuó su labor; así, sin más.
En otra ocasión, pasó por delante de él empujándole con sus tetas. Esa vez el pubis de ella se restregó sobre la parte delantera de su vaquero. Ella llevaba la parte superior del peto abierta y la camisa de cuadros desabotonada hasta la mitad. Claramente no llevaba sostenes y la piel nívea, la carne rotunda y móvil como un par de flanes espléndidos quedó ante sus ojos. Entonces fue él quien se excusó, levantando los brazos y golpeándose, al retirarse hacia atrás, con el borde de la mesa recubierta de caucho negro.
Más adelante tuvieron unas cuantas conversaciones de carácter íntimo. Semanas después, ella bromeó con chistes obscenos que el río divertido.
Por último, una mañana de mayo, mientras Santiago había marchado con las entregas del hospital de Germán Cuesta, cerca de Ronda, Humberto estaba en el almacén, terminando de llenar una caja de naranjas, una se le cayó y rodó por el suelo. Adela se agachó y la recogió. Hizo un gesto de lanzársela a las manos…, pero Adela burlona jugó tres o cuatro veces a lanzársela, sin llegar a hacerlo. La primera risa del hermano de Santiago dejó traslucir un enfurruñamiento contenido.
Vamos, Adela, he de acabar con este pedido; pásamela. Adela prorrumpió en risas y echó a correr hacia afuera del almacén. Humberto, presa del enfado, la siguió. Adela dejaba escapar gritos histéricos y corrió a refugiarse tras una maleza cercana, con el rostro enrojecido por el esfuerzo. Allí la “cazó” Humberto.
Ella escondió la naranja tras su espalda. Humberto la agarró. El aliento acelerado de Adela inundaba sus fosas nasales. Los sonrosados labios estaban humedos; los ojos negros brillaban de excitación. Humberto la apretó entre sus brazos sin dejar de mirar los ojos negros fijos en él. Sentía la respiración agitada de ella.
Sin poder evitarlo Humberto notó que la excitación le había provocado una erección. Allí, apretado contra el vientre de la novia de su hermano, se sentía confundido. ¿Habría notado Adela la presión cilíndrica contra su monte de Venus? Humberto soltó su presa sobre la mujer y ésta tras un pequeño lapso le entregó la fruta…, para retirarla otra vez.
Ahora Humberto se echó a reír y comenzó a hacerle cosquillas en los costados. Ella se retorcía. Los grandes senos saltaban y se movían de lado a lado, pegados a su pecho. La erección creció incontenible. Humberto notaba un dolor en el sexo oprimido dentro del pantalón.
Adela entre gritos estentóreos le dejó la naranja en la mano. Él la cogió, se peinó con los dedos el cabello, se separó de la mujer y descubrió la mirada de Adela puesta en su entrepierna. La verga de Humberto se dibujaba claramente en la bragueta, aprisionado su miembro contra el vaquero. Pasados unos largos segundos regresaron al almacén sin pronunciar una sola palabra.
Y ahora…, aquello.
¿Cómo entender una impositiva declaración como aquélla, el día anterior a la ceremonia de casamiento? Pero él se debatía en vano.
Vamos, Humberto, le dijo Adela con ojos burlones: admítelo: te mueres de ganas. Te voy a hacer una mamada que nunca olvidarás.
Humberto fue a cerrar la puerta del granero. Cuando se volvió, Adela que llevaba el peto vaquero como siempre, con los tirantes caídos alrededor de la cintura, se había quitado la camisa a cuadros y sus pechos desnudos sin sujetador mostraban los pezones enormes en el centro de las aréolas rosadas y de gruesos puntos. Se acercó a él y se besaron con intensidad. Eran unos besos furiosos y ardientes. Adela introducía la lengua en la boca de él; Humberto enroscaba su lengua en la de ella: ambos se succionaban mutuamente y sus labios recogían la saliva caliente.
Humberto tomó los pechos de la novia de su hermano y las apretó, recorrió las sobresalientes aréolas y retorció entre sus dedos los pezones encendidos de deseo, erectos, duros.
Mientras él mordisqueaba su lengua suavemente, Adela se bajó el pantalón hasta los tobillos, y el peto se arrebujó a sus pies; después se despojó de toda la ropa, incluida la braga color azul claro. Se acarició la entrada peluda del coño y entreabrió sus labios verticales: se impregnó los dedos del fluido tibio que cubría la rajita hambrienta; se acarició también el clítoris; inmediatamente se arrodilló frente a Humberto y abrió la bragueta del vaquero.
Aquella polla, liberada de la cárcel de tela salió disparada al exterior: gruesa y larga, tan dura como una rama y una capa de flujo cubría todo el glande. Pero Adela se había puesto tan caliente al ver la tranca enhiesta y brillante de Humberto y tenía otras intenciones antes de cumplir sus palabras.
Antes de comerle la polla, restregó todo el miembro, hizo que él se tumbara sobre el suelo de madera de pino del granero y le hizo quitarse la ropa.
Adela le acarició y le besó los huevos, jugando con cada uno de los almendrados testículos, y después se puso sobre Humberto y comenzó a follarlo. La polla se metió hasta lo más profundo de su vagina, y ella la recibió con un gemido agudo. La dureza del miembro le produjo un placer intenso e inmediato. Humberto besó las tetas y mordisqueó los pezones que se le ofrecían, a la vez que Adela comenzó a galopar sobre el vientre de Humberto vigorosamente
La verga entraba y salía. Humberto jadeaba, su cuerpo se cubrió de sudor. Adela también transpiraba y su cara de tiñó de bermellón, mientras dejaba que la polla del hermano pequeño de su prometido, jodera su ardiente coño.
Humberto la agarraba de las caderas y embestía el agujero sedoso y caliente cada vez con más fuerza. Adela gemía incesantemente. Chorros de flujo bajaban desde su útero hasta salir por la boca del coño, taponada por el falo de Humberto.
Adela cerró los ojos al llegar al clímax, se aferró a los hombros del hombre y se corrió entre sonidos roncos de su garganta. Humberto intentó seguir follándola, pero ella se lo impidió: le agarró la polla desde donde terminaba el escrito y la apretó.
Quiero comerte la polla, recordó articulando la frase en un susurro. Desmontó de Humberto y se colocó acodada frente a él, frotó todo el mástil empapado de sus propios jugos antes de introducir la polla dura y tiesa entre sus labios, comenzando la mamada prometida.
Adela saboreó la polla cubierta de su flujo vaginal. La apretaba ente su paladar y su lengua llena de saliva; lamía el capullo, haciendo que Humberto dejase escapar gemidos y jadeos; recorría toda la carne dura y caliente dentro de su boca, aunque no le cabía toda. Comenzó a chupar girando la verga dentro de su cavidad bucal, a un lado y a otro, la introducía hasta lo más profundo. Su saliva le llenaba la boca y escurría entre las comisuras de los labios, resbalando por sus dedos apretados en la polla y goteando hacia los huevos del hermano de Santiago.
Humberto, por su parte observaba la felación. Los carrillos que se hinchaban y deshinchaban, con su polla recibiendo la mejor mamada de su vida. Sentía la locura del placer como jamás la había sentido.
Inopinadamente, un latigazo le subió desde las pelotas hasta el glande y se vertió con gemidos sin freno en la boca de la prometida de su hermano. Espasmódicamente se corría dentro de aquella boca suave. La leche manaba sin cesar, con descargas espesas y ardientes. Humberto creyó enloquecer de placer.
Adela recibía los chorros de esperma que llenaban su boca y tragaba la leche sin dejar de acariciar el glande y todo el miembro. Inmediatamente la sacó de la boca y la condujo hacia sus tetas, donde Humberto terminó por vaciar el semen que restaba. Los goterones de leche de Humberto aún cubrieron los dos pezones erectos de la mujer. Adela recubrió ambas tetas con el líquido blanquecino.
Ahora, quiero que me los chupes, pidió.
Humberto obedeció. Sus labios apresaron los pezones erectos y duros, y chupó los regordetes pezones cubiertos de su propio semen, cuyas últimas gotas salieron de la punta del pene bajo la nueva excitación desconocida para él.
Pero Adela no estaba todavía satisfecha del todo. Había deseado a Humberto desde el primer día. Soñaba con él. En sueños le hacía el amor y en su imaginación habían jodido en todas las posiciones del Kama Sutra. Ahora podía llevar su última fantasía hasta el final y quería cumplirla.
Coge un calabacín, pidió.
Humberto, con la polla ya normalizada en tamaño, obedeció intrigado.
Y una zanahoria, añadió Adela.
Él se rio y la miró con cierta inquietud.
Son para mí, tonto. No me interesa tu culo…, sino el mío. Te vas a volver a poner cachondo, le advirtió. Ponlos bajo el grifo y ven. Él hizo lo que le ordenaba Adela.
Cuando estuvo a su lado, ella se dio la vuelta colocándose a cuatro patas y le ofreció el culo y el chocho con los muslos abiertos.
Méteme el calabacín por el coño, cariño; y la zanahoria es para el ojo del culo. Cúbrelos de aceite: quiero que me folles por los dos sitios. ¡Vamos!
Humberto impregnó el calabacín y la zanahoria con el espeso líquido dorado. Abrió la raja y metió el calabacín. Adela gimió: Así, hasta dentro, corazón. Luego acercó la punta de la zanahoria al cerrado ojete de la novia de su hermano. Acarició aquella entradita radial y cerrada. Vamos, métela, con cuidado, pero fóllame el culo: tú serás el primero.
Humberto sintió cómo su polla se reanimaba y se le levantaba lentamente. Apretó la hortaliza y con un movimiento circular la zanahoria abrió las paredes del ojete y se insertó en el culo. Adela jadeó y dejó escapar sonidos de satisfacción al ser penetrada. Quiero que me jodas a la vez, pidió.
Humberto metió hasta dentro la zanahoria y con ambas manos comenzó a follar los dos agujeros al mismo tiempo. El calabacín dejaba escapar un sonido líquido procedente del coño chorreante de flujos. El otro agujero también se había distendido y la zanahoria se hundía y salía con facilidad. Adela gemía una y otra vez.
La polla de Humberto había vuelto a su máxima erección, soltó un momento la zanahoria, aprisionada dentro del ojo del culo de la mujer y dejó ir su propia fantasía: se pajeó el miembro hasta que se vino y dejó que la poca leche que aún contenían sus cojones, se vaciara sobre el ojete que tenía la hortaliza, y así la introdujo con su esperma en el culo de la novia de su hermano.
Ella se percató del hecho y emitió un ronroneo anticipatorio del nuevo orgasmo. Cogió con sus propias manos el calabacín y la zanahoria. Rítmicamente iba hundiéndolos y sacándolos frenéticamente, hasta que le dibrevino un fuerte orgasmo y se corrió con varios movimientos de caderas, tras los cuales quedó extenuada y se dejó caer sobre el suelo de madera.
A su lado, Humberto dejó que la verga, ya flácida se quedara como una blanda oruga de gran tamaño sobre su propio vientre.
Tenemos que vestirnos; Santiago no tardará, dijo ella. Humberto asintió mientras pensaba en la noche de bodas de su hermano con Adela y alejó de su mente imágenes sexuales entre ellos y la punzada de unos celos que hasta ese día le eran desconocidos.
![]()