Lariza comenzó a sentir algo, nació una duda en su ser, si bien ella era la “única lesbiana declarada del grupo” ver a sus novias complaciendo a un hombre despertaban en ella deseos ocultos.
Desde mi lugar, observaba todo con una mezcla de deseo y calma. Era extraño para mí estar tan cerca y no ser parte directa, pero sabía que este ritual era nuestro pacto, nuestra forma de sostenernos las tres, el olor a sexo que inundaba la habitación, donde un hombre consiguió ingresar y tener intimidad con 2 de las 3 chicas en esa habitación, su aroma de macho se quedaba por horas, muchas veces cuando él se iba, y me tocaba tener intimidad con mis chicas, a lamer sus vaginas saboreaba restos del semen del hombre que poseyó a mis novias, pensé que me iba a molestar, pero más de una vez les hice acabar a Ana Paula y Rayana con mi lengua, ya que saboreaba con mucho deseo los fluidos vaginales de mi novias y resto del semen del hombre que las poseyó en mi apartamento, en mi habitación, frente a mí.
Cada vez que Ana Paula y Rayane tomaban al entrenador, sentía cómo una oleada de emociones me recorría. Me tocaba en silencio, mis dedos explorando mi piel, buscando acompañar lo que mis ojos no podían tocar, ver como entraba y salía dentro de ellas dos, la pija del hombre, brillaba de tanto fluido vaginal que mezclaba al poseer a mis dos novias, era rico ver como disfrutaba sin miedo, sin condón, se venía en la que le plazca.
Hubo una noche en particular que nunca olvidaré. Ana Paula estaba sobre él, sus movimientos lentos y sensuales, y yo me mordía el labio mientras mis dedos dibujaban círculos en mi piel, sintiendo cómo mi cuerpo respondía a cada gemido, a cada susurro. Cuando él terminó dentro de ella, sentí un cosquilleo que me hizo estremecer, una mezcla de excitación y ternura que me hizo cerrar los ojos por un momento, agradecida por esa conexión invisible.
Otra vez, fue Rayane quien tomó el protagonismo. Su intensidad era diferente, más firme, más potente. Vi cómo se entregaba completamente, cómo jugaba con él, y yo me perdí en mis propias caricias, dejando que mi respiración se acelerara. La sensación de escuchar su nombre en susurros, mezclado con los jadeos del entrenador, me hizo sentir parte, aunque estuviera solo mirando.
Lo que más me enloquecía era verlos juntos, cómo se comunicaban sin palabras, cómo él respondía a cada una con dedicación y deseo. Cuando él terminaba dentro de cualquiera de las dos, sentía como si una corriente eléctrica me recorriera, una mezcla de orgullo y deseo.
Al final de la semana, sentí que había vivido algo único. No solo por el placer que había compartido, aunque indirectamente, sino por la fortaleza de nuestro vínculo, por la confianza y la ternura que ese ritual nos había regalado.
Sabía que, aunque no fuera la que recibía su esencia, mi corazón estaba lleno de sensaciones nuevas, y eso, para mí, era un regalo invaluable.
Mientras los veía moverse juntos, cada palabra que el entrenador, Ana Paula o Rayane pronunciaban se grababa en mi mente como un fuego que no podía apagar.
Recuerdo claramente cuando Ana Paula, con esa voz entre susurro y jadeo, le decía:
—Sos nuestro semental, y hoy vas a darnos todo lo que tenés.
El tono firme pero apasionado de Ana Paula hacía que mi corazón latiera más rápido, mientras mis manos no paraban de explorarme, siguiendo el ritmo de sus palabras.
Rayane, con su voz más profunda y dominante, lo retaba con picardía:
—Si te voy a hacer venir, va a ser en las dos, para que no te escapes de nada, te vamos a dejar seco los huevos.
Sentía un cosquilleo recorrerme al escucharla, imaginando esa intensidad que no podía tocar pero que me atravesaba por completo.
El entrenador también se dejaba llevar, sus palabras entrecortadas por la pasión:
—No puedo esperar a llenarlas a las dos, a ser parte de ustedes en esta locura que es tan nuestra, voy a marcarlas a ustedes dos como mis hembras de tanto olor a macho que les dejare en sus vaginas.
Esas frases, cargadas de deseo y promesas, se repetían en mi mente, alimentando mi propia excitación y haciéndome sentir parte, aunque estuviera solo mirando.
Cada encuentro era una danza de cuerpos y palabras, un ritual donde el lenguaje se volvía tan sensual como el contacto físico. Y yo, desde mi lugar, disfrutaba ese espectáculo, dejándome envolver por los susurros que encendían mi piel y mi alma.
Después de tantos días escuchando esos susurros cargados de deseo, algo cambió entre nosotras cuatro. Las palabras no solo encendían la piel, sino que tejían un lazo invisible, profundo y sincero.
Con Ana Paula y Rayane, sentí que nuestra confianza creció de un modo que nunca imaginé. Verlas entregarse con tanta pasión y escuchar cómo hablaban al entrenador con esa mezcla de poder y ternura me hizo valorar aún más nuestra relación. Comprendí que esas frases no eran solo juego, sino declaraciones de un compromiso que trascendía el placer.
Con el entrenador, la dinámica también evolucionó. Las palabras que pronunciaba durante los encuentros reflejaban no solo deseo, sino también respeto y cuidado. Cada vez que me miraba mientras hablaba con Ana Paula o Rayane, percibía que sabía la importancia de su rol, aunque fuera distinto al de ellas.
Eso me hizo sentir incluida, aceptada, y me abrió a nuevas formas de amar y desear. No necesitaba tocar ni ser tocada para sentir que formaba parte del pacto, porque esas palabras y miradas me conectaban con una energía única.
Al final, lo que comenzó como un experimento se transformó en un vínculo especial, donde el lenguaje y el cuerpo se unieron para crear algo más allá de lo físico: una verdadera complicidad entre los cuatro.
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