Después que el entrenador se vistió y se fue del departamento Ana Paula pensaba
No suelo perder el control. Ni siquiera cuando juego con el deseo. Pero esa noche… algo fue distinto.
Sentí su fuerza, su cuerpo contra el mío, su glande golpeo mi cuello uterino toda la noche. Era como si cada movimiento suyo reafirmara que estaba viva, deseada. Me encantó. Me devoró con la mirada, y cuando finalmente me tuvo, me dejé ir como pocas veces, eyaculo muchísimo dentro mío, que todavía siento el espeso semen de mi macho dentro mío.
Lo más impactante no fue su cuerpo ni sus manos —aunque eso también— sino el instante preciso en que él cruzó el umbral. Cuando ya no se contuvo, cuando su respiración se volvió temblorosa y yo lo sentí… dentro. Calor, pulsos, algo profundo. Instintivo. Humano, pensaba que me gustaba más las mujeres que hombres, pero él tenía niveles de testosterona muy grande que me hizo desearle más.
Y en medio de ese torbellino, su voz:
—¿Puedo… probar con alguna de tus amigas?
No lo dijo con malicia. Era más bien deseo sincero, ingenuo quizás. Había mirado a Rayane y a Lariza. Sus ojos decían mucho más que cualquier palabra. No. No era el momento, ni su momento. Solo nuestro.
Después de que se fue, el silencio flotó entre nosotras, pero estaba cargado de algo eléctrico.
—¿Qué sentiste? —preguntó Lariza, siempre directa.
Me senté en el sillón, aún con el cuerpo latiendo, aún con su presencia, su semen dentro de mí.
—Fue… intenso. Muy real. Me gustó —respondí sin rodeos.
Rayane me miró con una media sonrisa, como quien entiende pero aún evalúa.
—¿Lo harías de nuevo? —susurró.
—¿Si ustedes me lo pidieran? —les devolví la pregunta, mirándolas fijamente—. Sí. Lo haría otra vez.
Sabía que entre nosotras había confianza, pactos que van más allá de las palabras. Pero esa noche, algo nuevo se abrió. No solo habíamos compartido la experiencia, sino que estábamos explorando qué significaba.
¿Era solo un experimento? ¿Una travesura?
¿O estábamos, sin decirlo, buscando algo más… permanente?
No lo sabíamos aún. Pero algo era claro: lo que empezó como un deseo puntual, había despertado una nueva puerta. Y ninguna de las tres tenía intenciones de cerrarla tan rápido.
Decidimos invitarlo de nuevo, Ana Paula lo encontró en el gimnasio, con una mirada picara y sensual, se acercó a él y solo le dijo que lo esperaba nuevamente en el apartamento a las 20 h, a lo que él respondió que estaría puntual.
Siendo esta actividad repetida durante una semana seguida, donde Ana Paula iba a entrenar a la misma hora y le pedía estar en el apartamento a la misma hora, siempre lo hacían ellos dos, frente a las chicas, quienes desnudas se tocaban entre ellas y compartían besos y orgasmos, mientras Ana Paula no paraba de vaciar a su entrenador, sintiendo ella, como el depósito de su semen.
El entrenador siempre veía con deseo a las otras dos chicas, pero respetaba porque entendía que eran “lesbianas” el hecho de experimentar este momento muy íntimo con ellas tres ya estaba bien para él, pero no dejaba de pensar que se sentiría penetrar a las otras dos, además de considerar que por su buen estado físico u excitación del momento, llego a venirse dentro de Ana Paula como 2 a 3 veces en una misma noche, demostrando su hombría y potencia sexual
Una noche el ambiente en el departamento había cambiado. Lo que empezó como una experiencia puntual entre Ana Paula y su entrenador, se convirtió en una especie de ritual. Cada encuentro estaba cargado de tensión, deseo contenido y, sobre todo, de un juego silencioso entre las tres chicas.
Ana Paula siempre fue la que lo recibía. Él sabía a lo que venía, y lo esperaba con calma, sin exigencias, sin reclamos. Las otras dos observaban, a veces con tímida curiosidad, otras con admiración disfrazada de indiferencia. Y aunque solo Ana Paula era su compañera en esos encuentros, él nunca pedía más.
Nunca cruzaba la línea, si noto que Lariza y Rayane, se besaban entre ellas y tocaban con más deseo, parecía que mientras el penetraba a Ana Paula frente a ellas, las dos eran excitadas por los gemidos de su hembra, incluso el entrenador solía ponerle a Ana Paula de pie, mirando hacia el sofá donde estaban las 0tras dos chicas, tocándose y disfrutando del espectáculo, él era enorme al lado de su chica, la penetraba estando desde atrás y mirando a las chicas tocándose, incluso en más de una ocasión por la confianza, Lariza y Rayane hacían la famosa tijera mientras el embestía a Ana Paula como un animal, hasta llenarla de leche.
Fue Lariza quien, una tarde, dijo lo que todas pensaban.
—¿No crees que se merece un regalo? Siempre espera, siempre nos respeta… y siempre termina en ti —le dijo a Ana Paula con una sonrisa pícara.
Rayane se cruzó de brazos, pensativa.
—No sé… sería raro. Pero… ¿y si no se entera?
Y así nació el plan.
Esa noche, lo recibieron con una sonrisa distinta. Más lúdica. Más misteriosa. Le pidieron que se recostara, que se dejara vendar los ojos.
—Queremos que sientas, no que veas —dijo Ana Paula en voz baja, mientras le ajustaba la tela negra con delicadeza.
Él sonrió, relajado, confiado.
Primero fue Ana Paula quien lo besó. Lo acarició con familiaridad, su pija estaba una piedra, Lariza y Rayane estaban desnudas en el sofá, Ana Paula se sentó encima de su pija, haciendo una seña a Rayane quien se acercó muy sutilmente del sofá a la cama. Su cuerpo ya era terreno conocido, y el entrenador reaccionaba a ella como siempre: con deseo contenido. Pero luego, cuando se separó suavemente, Rayane ocupó su lugar sin hacer ruido.
Rayane temblaba. No por miedo, sino por emoción. Era la primera vez. No estaba segura de cómo reaccionaría él, pero sentía que era justo. Y, en secreto, también lo deseaba.
Rayane, miro el falo de su macho, húmedo por los fluidos vaginales de Ana Paula y resto de semen que recién había dejado en ella, pero seguía duro a pesar de esto, cosa que le mojo más a ella, se sentó sobre su pija, quien con dificultad entro la glande pero luego resbalo hasta el fondo de su cuello uterino por la humedad vaginal de ella y de su compañera que precedió y los restos de su semen que sirvieron para lubricar la penetración, se movía con fuerza, al entrenado le fue raro, no era el cuerpo de Ana Paula, puso sus manos en la cintura y sintió otra piel, se dejó llevar, hasta que no se contuvo y lo hizo, comenzó a eyacular dentro de Rayane, marcándola como su nueva mujer en este ritual.
Si bien el seguía vendado, percibió que estaba penetrando otro cuerpo y eso lo emociono de más, traducido en la cantidad abismal de semen que pronto rebozo de la vagina de Rayane, él respiraba con fuerza, aún sin saber lo que había pasado. Fue entonces cuando Ana Paula le retiró la venda, y frente a él estaban ambas. Rayane tenía las mejillas sonrojadas, pero no se apartó.
Él abrió los ojos lentamente, sorprendido, confuso… hasta que Ana Paula se inclinó hacia él y le susurró con una sonrisa:
—Te lo ganaste. Por tu paciencia… y por hacernos sentir tan seguras.
Rayane, aún un poco tímida, le tomó la mano.
—Gracias por esperarnos.
Él no dijo nada al principio. Solo las miró, con esa mezcla de gratitud y deseo que ya conocían. Luego asintió, como si entendiera que esa noche no había sido solo un regalo para él… sino también para ellas.
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