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1. El pervertido señor de la tienda

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Me llamo Liliana y este es mi primer relato erótico que publico. Espero que lo disfrutes, querido(a) lector(a).

Una mañana de lunes, cuando gozaba los 29 años y llevaba dos años de casada, me dedicaba a las labores del hogar. Mi marido, David, tres años mayor que yo, estaba por despertarse, así que le dejé una nota en la mesa diciendo "no tardo, amor, fui al mercado" y me apresuré a salir de casa para comprar lo necesario para prepararle el desayuno.

Antes de pasar al mercado, creí que sería mejor preguntarle a Don Óscar de la tienda de la esquina si tenía leche y huevos. Por las prisas, yo iba vestida en un short de mezclilla con múltiples rasgaduras por delante y una blusa muy holgada, reflejo de lo libidinosa que estaba en ese momento.

Don Óscar era un hombre trabajador, caballeroso y honesto, aunque lamentablemente viudo y sin hijos, por lo cual vivía solo. Parecía de unos 45 años, moreno y un poco canoso.

Llegué a la tienda, saludé al buen varón, quien me vio sonriente de pies a cabeza y le pedí un kilo de huevos. Mientras él los pesaba en la báscula, yo me encorvaba para observar desde la reja si había leche de la marca de mi preferencia. Noté que Don Óscar agachó la mirada, la cual apuntaba hacia mis senos, por lo que procedí a enderezarme y taparme.

O: ¿Algo más, señorita?

L: Disculpe, ¿tendrá leche de marca XXXX?

O: Creo que sí, pero está en cajas que tengo debajo de un estante y no puedo agacharme por problemas lumbares. Si gusta, le permito entrar para que usted misma tome las que quiera.

Don Óscar abrió la reja e ingresé. Él cerró la reja tras de mí, me indicó el lugar donde guardaba los empaques de leche y tuve que agachar la espalda para sacarlos. De repente, sentí una mano que presionó mi espalda mientras que otra mano se deslizaba suavemente a lo largo de mi muslo derecho hasta quedarse estática en mi nalga derecha.

L: ¡Oiga! ¿Pues quién se cree?

O: Sus piernas son hermosas.

L: ¡Suélteme!

O: Tranquilícese, no le haré nada, solo me estoy imaginando cosas.

L: ¡Usted no está enfermo de la zona lumbar, sino de la cabeza!

Lo que me parecía una grave falta de respeto se convirtió en una delicia. Él repitió varias veces ese procedimiento y provocó que yo emitiera un gemido de aprobación. Sin embargo, aún no estaba convencida del todo.

O: ¿Ya ve como sí se siente bien?

L: ¡Cállese y déjeme ir! ¡Tengo quehaceres!

O: Dese un lujo para iniciar la semana de buen humor.

Inesperadamente, sentí cómo su lengua lamió lentamente mi short desde donde se encuentra mi pucha hasta donde comienza la línea que separa mis glúteos.

L: ¡Tsss!

O: No le quitaré mucho tiempo y no se va a arrepentir.

Colocó una mano en mi abdomen y otra en mi cintura para llevarme a través de una puerta hacia su catre acolchonado y sentarme. Él estaba de pie, se bajó el cierre del pantalón frente a mí y me dejó ver su negro pene, que aunque estaba flácido, se veía largo.

Por instinto, llevé mis manos hacia mi cabello y me hice un chongo. Él me sujetó del chongo y yo empecé a lamer su glande.

Se escuchaba que llamaban en el mostrador de la tienda, por lo que me detuve y volteé mi cabeza. No obstante, Don Óscar tiró de mi chongo y metió violentamente todo su pito en mi boca.

Su calentura estaba al tope. Él introducía y sacaba su verga de mi boca con fuerza y mucha velocidad, parecía que quería romper mi mejilla izquierda por dentro de mi boca. De esa forma hizo que se le pusiera toda dura, erecta y venosa.

Luego él jaló mi chongo e hizo que metiera sus peludos testículos en mi boca. Para entonces, yo ya estaba encantada por lo que estaba pasando y admiraba cómo su polla reposaba frente a mi nariz y la punta rebasaba mi cabeza, mientras le chupaba cada huevo.

O: La mamas como diosa ¿te gusta mi poderosa?

L: Está enorme, me encanta.

O: Quiero ver tu panocha.

Enseguida, él me acostó y bajó mi short con todo y panti sin quitármelos. Me dio pena que viera mi jardín íntimo sin podar debido al poco uso que le daba, pero él lo vio hermoso y se apuró a introducir su dedo medio en mi concha al mismo tiempo que lengüeteaba mi clítoris.

Comencé a jadear discretamente y a sujetarlo de la cabeza para que no se despegara de ahí. Pero también me estaba preocupando porque debía de prepararle el desayuno a mi esposo.

L: Don Óscar, se me hace tarde.

O: Ahorita la dejo ir, solo será un rapidín.

L: Me urge llegar a casa.

O: Deme unos minutos.

Rápidamente me quitó el short y dejó mis pantis a la altura de mis tobillos. Alzó mis pies y los separó de modo que mis pantis se restregaran en su cara. Fue cuando sentí su enorme verga entrar en mi coño y llenar toda mi cavidad vaginal. Tal como lo es un rapidín, me embistió rápido y duro. Me estaba doliendo, pero a su vez lo disfrutaba. Hacía mucho tiempo que no me echaba un polvo así.

L: ¡Ay! ¡Qué rico! ¡Mmm!

O: Me encanta oler tu trusa mientras te cojo.

L: ¡Cójame así! ¡No pare! ¡Ahhhh!

La posición en la que me tenía me permitía sentir su pito hasta lo profundo de mi pucha. Sus llegues feroces empezaban a acalorarme demasiado. Empecé a sacudir mi mano cerca de mi cara como si se tratara de un abanico, lo cual significaba que estaba cerca de correrme.

L: ¡Sí, sí, sí! ¡No deje de penetrarme!

O: ¡Ya casi me vengo!

L: ¡Por favor no me la saque! ¡Véngase dentro!

Sin embargo, Don Óscar me la sacó y la llevó a mi boca, donde me echó toda su lechita bien caliente y me la tragué todita. No pude evitar llevar mi mano a mi clítoris y estimularme para venirme, pero no lo conseguí.

Nuestro caliente encuentro duró veinte minutos. Luego de arreglarnos, él sacó de su refrigerador dos empaques de leche y me los dio junto con el kilo de huevos que le había pedido.

Debido a los gritos que emitimos, yo temía salir por la tienda y ser vista por los vecinos de la colonia que esperaban por ser atendidos, así que le pedí que me condujera hacia la puerta trasera.

Después de que Don Óscar me despidiera con un beso en la mejilla que me dejó adolorida por el oral que le hice, corrí a casa y le preparé el desayuno a David. Yo no me sentía mal de haberle puesto el cuerno por primera vez, quizá porque solo se trató de la satisfacción de una necesidad que no involucró sentimientos.

Era evidente mi alegría y comencé a insinuarle cosas ardientes a David para animarlo a tener un rapidín antes de que se fuera, pero no tuve éxito. Luego de que acabó de desayunar, se marchó a su trabajo y me dejó con las ganas.

Después de eso me encerré en la habitación para terminar lo que se había quedado inconcluso, sin evitar pensar en el mañanero con Don Óscar y en su negra verga colosal.

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