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Mi prima, una morena llamada María

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Miércoles 29 de septiembre de 1971. Sobre la media noche.

Bajo las luces del campo de la fiesta de una aldea gallega, y entre bombas, el vocalista de la orquesta Cortegada cantaba Gwendolyn. Yo tenía dieciocho años y estaba bailando el agarrado con mi prima María, que había venido de vacaciones de Madrid. Era una chavala morena de pelo marrón y largo, ojazos azules, sin rímel, delgada, con un culazo, labios gruesos, sin carmín, que al mirarlos ya daban ganas de comerle la boca. Tenía su pierna derecha metida entre las mías y sus brazos alrededor de mi cuello. Sus tetas, esponjosas y grandes, para sus dieciocho años, se aplastaban contra mi pecho. Yo tenía mis manos en su cintura. Mi polla se puso dura y como éramos de la misma estatura, al frotarse con su chochito, cuando ella se movía, no paraba de latir. Pensé que acabaría por separar su cuerpo del mío, pero lo que acabó haciendo fue quitar las manos de mi cuello, ponerlas sobre mi culo y apretarlo contra ella para sentir mejor los latidos de mi polla. Su cabello olía a champú de huevo y su cuerpo a desodorante Rexona y polvos de talco. Estábamos con las caras juntas, mejilla con mejilla. Yo rodeaba su cuello con mis brazos y tenía la cara ardiendo, ella aún la tenía más caliente que la mía.

La orquesta vio que todo el mundo estaba acaramelado y siguió con un popurrí de canciones, la primera fue Dalila.

El campo de la fiesta estaba petado y casi no nos movíamos del sitio. María giró su cara y las comisuras de nuestros labios se rozaron. Mi polla soltó más aguadilla. En mi pantalón vaquero salió un lamparón. Unas cuantas canciones más tarde, y cantando el vocalista La Vida Sigue Igual, María, comenzó a apretar mi culo contra ella, cada vez más y más, y cuanto más apretaba más se frotaba. De repente dejó de moverse. Su cuerpo se puso tenso y con la voz más dulce que había escuchado en mi corta vida, me susurró al oído:

-Me corro. Quique.

¡Puuuuf! Al posar su cara en mi hombro, sentir sus dulces gemidos y su cuerpo temblar, me corrí dejando mis calzoncillos para tirar.

Al acabar de correrse, con la cabeza baja, me dijo:

-Quiero ir para casa. Ya es muy tarde.

-Vamos.

Al salir del campo de la fiesta nos metimos en un camino en el que los palos de la luz tenían las bombillas fundidas. En la completa oscuridad, la arrimé a un muro cubierto de enredaderas. La quise besar y me hizo la cobra. Mi polla se puso tiesa al momento. Le quise meter una mano dentro de las bragas. María me la cogió, y me dijo:

-No, Quique. Tengo novio.

Sus palabras no me detuvieron.

-Está muy lejos, no se va a enterar.

Intenté besarla de nuevo y me volvió a hacer la cobra.

-No quiero hacerlo.

Vimos a lo lejos la luz de una linterna. Venía hacia nosotros. Echamos a andar. El de la linterna era mi tío Genaro, el padre de María, que al vernos le dijo a su hija:

-¡Te dije a las doce en casa!

María se hizo la sorprendida.

-¡¿Ya son las doce?! El tiempo se me fue volando.

Tuvimos suerte de que no enfocara la linterna a mi entrepierna, si lo llega a hacer se iba a armar la mundial.

Sábado 2 de octubre de 1971. Entre las cuatro y las cinco de la tarde.

Seguía el veranillo de san Miguel. María, que llevaba el cabello recogido en dos grandes coletas, vestía una falda azul que le daba por debajo de las rodillas, una blusa blanca y calzaba unas sandalias marrones. Estaba en el monte sentada sobre la hierba enfrente de mí con la espalda apoyada en un pino. Yo estaba sentado al más puro estilo indio, o sea, con las piernas cruzadas. Mi burra apastaba al lado de un riachuelo donde se oían croar las ranas y donde iban a beber los animales, desde pájaros a zorros, pasando por jabalís. Entre María y yo, sobre la hierba, había una baraja. Le pregunté:

-¿A qué sabes jugar?

-A todo, tute, brisca, escoba chinchón... Soy muy buena en todo.

-Entonces no te importará apostar un beso en los labios.

Sonrió. Su sonrisa era preciosa.

-¿Te provoca mi boca?

-Sí, pero me refería a los otros labios.

Ahora se puso sería.

-¡Serás cochino! ¡¿Por quién me has tomado?!

-Por la chica más bonita que hay sobre la tierra.

Estirando la falda hacia abajo, me dijo:

-Uyuyuy. No me gusta el color que toma esto.

-Color se hace al chinchón, escalera de color. ¿Jugamos?

-Antes jugaría a la ruleta rusa, Quique.

-¿Entonces no quieres apostar nada?

-Lo máximo que puedo apostar es un beso en la boca. Si gano te quedas con las ganas, si ganas dejo que me lo des.

-¿Con lengua?

-Sin lengua.

Pasó una lagarta a unos metros de nosotros y se asustó.

-¡Un cocodrilo!

-Lagarta.

Se revolvió como una serpiente.

-¡Lagarta tu madre!

-Ese bicho es una lagarta.

-Perdona.

-Perdonada. ¿A qué quieres jugar?

No había Dios que la entendiera. Ahora puso morritos, y dijo:

-Se me quitaron las ganas.

-¿Qué hacemos?

-¿Qué haces cuando estás solo y te aburres?

-Me la pelo. ¿Quieres ver cómo lo hago?

Ya estaba de vuelta.

-¡No! Te agradecería que no hablases más de guarrerías. Si mi novio se llegase a enterar de lo que me estás diciendo...

Seguí al ataque.

-¿Follaste con él o sólo hacéis manitas?

Me miró de mala manera.

-¡A ti qué te importa!

-¿Te comió las tetas?

-Él no es como tú.

-¿Es un aburrido?

Se hizo la interesante.

-¡Es un chico formal y de familia bien!

-Será formal, pero muy normal no debe de ser si tiene una preciosidad de novia y no la toca.

Su tono de voz era burlón, cuando me dijo:

-Sí, sí, sí, que tú tocaste a muchas chicas.

Puse una mano en el mentón y mirando para las nubes, le dije:

-A ver, déjame pensar. A los... que más da la edad. La primera fue una mujer casada, Ella fue la que me enseñó a comer tetas, coño y culo...

-¡¿Y qué?!

-Y culo.

-¡Qué asco!

-A ella no le dio asco. Le encantó que se lo comiera. La segunda fue su hija, la tercera, cuarta y quinta, también fueron mujeres casadas, la sexta ya fue otro virguito y...

María, me interrumpió.

-Y voy yo y me lo creo. Seguro que no sabes ni cómo se toca una mujer.

-¿Te refieres a cómo se masturba? Si es a eso te diré que depende de la mujer, hay quien se acaricia el del capuchón, hay quien se mete dedo y hay quien hace las dos cosas al mismo tiempo. Lo que si hacéis todas es pensar en alguien... y magrear las tetas, antes y mientras os tocáis. ¿Tú qué haces, tocas...?

-¡La gaita!

-¿La saco?

-¿Lo qué?

-Mi gaita.

-¡Vete a la mierda!

-Baja las bragas y ponme el culo a tiro.

-¡Eres exasperante! Tanto comer, comer, y seguro que es todo inventado.

-¿Quieres que te cuente cómo hice que se corriera mi última víctima?

-No fui tu víctima.

-No hablaba de ti. Hablaba de la mujer casada más hermosa de la aldea.

-¡¿Te follaste a Carmela, la pastora de cabras?!

-No debí dar tanto detalle.

-Cuenta. ¿Cómo la sedujiste?

-No la seduje, la pillé masturbándose en la cañada del Tiñoso. Estaba con las tetas al aire...

-¿Cómo las tiene?

-Grandes como melones.

-¿Cómo son sus pezones?

-Grandes.

-¿Cómo de grandes?

-De unos tres centímetros y gordos como dedos. Tenía dos dedos metidos en el coño...

-¿Y sus areolas?

-Grandes como esas galletas tocayas tuyas.

-¿Cómo es su coño?

-¿Para qué quieres saber tantos detalles?

-¿Tú qué crees?

Pensé que era para hacerse un dedito pensando en ella, y mi polla latió sin control.

-¡Hostias!

-Déjate de hostias. ¿Cómo es su coño?

-Grande, y lo rodea un inmenso bosque de pelo negro. En fin, que al verme casi le da un infarto. No te voy a reproducir la conversación, ni como le comí las tetas, pero te diré que acabé con mi lengua en su coño.

-¿Qué le hiciste con la lengua?

-Primero lamí sus labios, después su garbancito, después su ojete, después le metí la lengua en la vagina y en el ojete, más de veinte veces en cada uno, después le metí dos dedos en el coño, le lamí y le chupé el garbancito. -me pareció que María estaba apretando las piernas- Soltó un chorro de jugo que fue a parar a mi boca, y luego otro, otro y otro y otro. Se corrió como una loca.

-Se ve que sabes de lo que hablas.

Después de haberme preguntado cosas que no se preguntan, creí que la tenía.

-¿Echamos un polvo, María?

-Contándome esas cosas querías calentarme, ¿verdad?

-Verdad.

-¿Y yo diciéndote: "Tu qué crees", te calenté a ti?

-¡Vaya si lo hiciste!

Me echó la lengua para burlarse.

-Pues vete al río y refréscate, capullín.

Había estado jugando conmigo. Tenía que decirle algo.

-¡Estrecha!

Se carcajeó, y después me dijo:

-Me gustó verte caer como un pardillo

-Y a mí sentir como te corrías en la fiesta.

Se enfureció.

-¡¡Arrrrg!! ¡Eres un cabrón sin sentimientos!

¡Qué coño! Estaba sentado como un indio y seguí haciendo el indio.

-Si yo te quiero, bonita.

Puso sus manos detrás de la nuca, como insinuándose, y dijo:

-Sí. ¿Y qué más?

-Te quiero... comer las tetas.

Su cabreo volvió.

-¡Sóplate la polla!

-No le llego. ¿Me la soplas tú?

Su tono de voz cambió, ahora era amenazador.

-¡Sácala si tienes pelotas!

A mí, acojonar, hasta ese día no me acojonara nadie. Me levanté, saqué la polla y los huevos y le dije:

-Aquí mis cojones, aquí mi pirulo. Echas las presentaciones. ¿Quieres que te la meta entre los melones, en el coño o en el culo?

Se echó a reír. Del cabreo pasara a la risa.

-Es la primera de ese tamaño que veo. ¡Vaya pedazo de carne!

-Carne, poca, es casi todo nervio. ¿Quieres probarlo?

Otra vez volvió el cabreo.

-¿Quieres que te lo muerda, guarro?

Le lancé un beso con la mano.

-Después te comería yo a ti el coñito.

-¡¿Sigues?! Ven, ven, y métemela en la boca.

-¿Y si te la metiera entre las tetas?

Sonriendo, y con voz dulce, me dijo:

-Anda, cariño, métemela en la boca.

Al final me acojoné.

-Va a ser que no.

Se cachondeó de mí.

-¿Tienes miedo, gorrioncillo?

-¡Cómo para no tenerlo!

-A ver si así aprendes a decirle frases bonitas a una chica.

Cuando la cosa de ponía fea siempre acudía a Bécquer. Puse la polla hacia arriba. Guardé polla y huevos, me volví a sentar enfrente de María, y le dije:

-Tienes razón. Eres de esas chicas a las que se debe decir: Por una mirada, un mundo, por una sonrisa, un cielo, por un beso... yo no sé qué te diera por un beso.

No coló.

-Ya es un poco tarde para los versos.

Visto que no funcionaba, añadí:

-Y por verte una teta, por verte una teta, este converso, te daría el universo.

Parecía que ya no se molestaba tanto.

-¡Y vuelve el burro al trigo!

-¡Es qué estás más buena que el pan!

Cogí la baraja y le pregunté:

-¿Tute, chinchón...?

Me sorprendió preguntando:

-¿Por qué os gustan tanto las tetas a los hombres?

-No sé, a mí unas tetas hermosas me la ponen dura. Además hacen a la mujer, bella, preciosa, más que preciosa, la hacen una diosa. ¿Tute, chinchón…?

-A la carta más alta.

-¿Para ver quién da?

Su actitud iba a dar un giro de 180 grados.

-Si quitas la carta más alta te dejo ver una de mis tetas, ver, eh, ver, no tocar, y menos mamar, y lo hago porque me porté mal al hacerte preguntas calientes.

No dije nada. No quería joderla, pero la jodí igual. Saqué el cuatro de copas y ella sacó el cinco de oros. Le pregunté:

-¿A la mejor de cinco?

-Vale.

Las cinco veces quitó la carta más alta ella. María, me dijo:

-No se te dan bien las cartas.

-Tengo mis días,

-Voy a ser buena y te la voy a dejar ver igual.

Desabotonó la blusa.

-Sácala pero no la toques.

Me puse en pie. Fui a su lado. Me senté. Le levanté una copa del sostén y salió una teta. Era preciosa. Tenía una areola marrón y en pezón grande y de punta. Mi polla se puso dura al verla. Acerque mi boca a la teta y le pasé la lengua por el pezón. María, se estremeció. Luego me dijo:

-Era sólo mirar, pero bueno, puedes darle unos besitos.

Se la besé, se la magreé, se la lamí, se la mamé y le di mordisquitos en el pezón. Después de quitarme la teta derecha de la boca, sacó la izquierda, me la puso en los labios, y con voz acaramelada, y colorada como un tomate maduro, me dijo:

-Toma, vicioso.

Después de comerle las tetas bien comidas, busqué su boca y la encontré. Rodeó mi cuello con sus brazos y nos besamos con pasión. Le volví a magrear las tetas, metí mi mano derecha debajo de su vestido y le acaricié el interior de los muslos. Abrió las piernas. Toqué su coñito por encima de las bragas y noté que estaba chorreando. Apreté un dedo contra su raja y el dedo se hundió con las bragas dentro de ella. Acaricié su clítoris. Al ratito le aparté las bragas hacia un lado y le metí un dedo. Entró justo, como entra un dedo en un dedal. Le masturbé el coñito estrechito. Poco después, mi prima, dejó de besarme, apretó mi dedo con su coñito, y me dijo:

-Me corro, Quique, me corro.

Me volvió a besar y sentí la fuerza de su corrida mientras me chupaba la lengua.

Al acabar de correrse, le pregunté:

-¿Me dejas que te coma el chochito?

María, se sorprendió.

-¡¿Así, mojado cómo está?!

La volví a besar.

-Es cuando mejor sabe.

Echándose sobre la hierba, y quitándose las bragas, me dijo:

-Eres un cochino.

Le levanté el vestido. Su coño estaba rodeado de una gran mata de pelo marrón. Lamí toda su humedad antes de hundir mi lengua en su vagina. María comenzó a gemir. Le lamí el clítoris erecto y totalmente fuera del capuchón y fui aumentando la presión y la velocidad de la lengua sobre él... Al rato, María, me dijo:

-Me voy a correr otra vez, Quique.

Era de orgasmo fácil.

-Córrete, princesa.

Segundos más tarde, me decía:

-¡Me voooy!

Se corrió en mi boca. Sentí las contracciones de su vagina en la punta de mi lengua y el sabor como a ostra del jugo de su orgasmo. A pesar de hacer un arco con su cuerpo, temblar desaforadamente, retorcerse, y mover su pelvis de abajo arriba y de arriba abajo, no desbordó.

A acabar de correrse, le besé los pezones y después la boca. Entre beso y beso, me dijo:

-¿Quieres que te la sople?

-Sopla.

Me sacó la polla de su cárcel, me la cogió con la mano derecha, y sopló, me sopló la polla como si fuese una gaita, y encima, me preguntó:

-¿Por qué no se hinchan las pelotas?

Aguanté la risa, y le dije:

-Porque ya está hinchadas. Ven.

Nos volvimos a besar. Al rato, le dije:

-Ponte a cuatro patas, María.

-¡No! Mi virginidad es para Pablo. Se la daré en nuestra noche de bodas.

-No te la voy a meter, te voy a comer el culo.

Poniéndose a cuatro patas, me dijo:

-Eres muy, pero que muy, muy cochino.

Cogiéndola de las tetas, lamí desde el periné al ojete. Jugué con la lengua en el agujero y después se lo follé con la puntita. María, entre gemidos, me dijo:

-Me gusta que seas un cochino.

Froté el glande mojado en la entrada del ojete. Se alarmó.

-¡¿No me la irás a meter en el culo?!

-Así no quedarías preñada ni perderías la virginidad. ¿Te animas?

La tenía cachonda a más no poder, ya que me respondió:

-Prueba, a ver si entra.

Le metí la puntita de la cabeza. Entró muy apretada pero no se quejó. Le volví a agarrar las tetas, y le pregunté:

-¿La saco?

-No, métela un poquitín más.

Le metí á cabeza.

-¿Sigo?

-Mete.

Le metí cinco o seis centímetros y paré.

-¿Te va o la saco?

Su respuesta fue empujar con el culo, despacito. La metió hasta el fondo. Al tocar mis cojones su coño, exclamó:

-Ooooh.

Le follé el culo, lentamente, sin tocarle el coño. Sabía que si se lo tocaba se correría, ya que lo tenía empapado. Al final me dijo lo que esperaba oír.

-Sácala y méteme la puntita en el chochito. Sólo la puntita y, ¡por Dios bendito! No te corras dentro.

El coño chorreaba, pero la cabeza de la polla entró tan apretada como en el culo.

-¿Sigo metiendo?

-Sólo un poquitón más.

-Se la metí hasta la mitad, y le pregunté:

-¿Más?

-¡Métemela toda de golpe!

Se la clavé hasta el fondo. ¡Plas! Le dolió.

-¡Aaaay!

Me quedé quieto acariciando sus tetas. María, gimiendo, me iba a follar moviendo el culo hacia atrás y hacia delante, con mucho cuidado al principio, y sin miramientos después Al rato largo, unos quince o veinte minutos más tarde, me dijo:

-¡Me viene otra vez, Quique, me viene otra vez!

Se corrió. Su cuerpo se sacudió. Sus gemidos eran deliciosamente excitantes. Le quité la polla del coño. Se la metí en el culo y acabamos corriéndonos juntos, ya que su corrida fue intensa y larga, muy, muy larga.

Al acabar sentimos el grito de un cabrero y lo dejamos.

Al día siguiente. María, volvió a Madrid con sus padres.

Se agradecen los comentarios buenos y malos.

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