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Mis vacaciones en el campo de mi tío

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Cuando llegaba el verano, terminado mi año lectivo, viajaba al campo de mi tío en la provincia de Buenos Aires. Siempre me gustaron las tareas rurales y luego de agotadores estudios en la Universidad, pasaba enero en el campo.

El hermano de mi padre, tenía más de 400 hectáreas, dedicadas a la agricultura y ganadería. En marzo del año anterior, un accidente con un tractor le dejó parálisis en los miembros inferiores y le venía de perlas mi estadía en su casa por la ayuda mía en las tareas diarias y los traslados en su camioneta a las ferias, remates y al pueblo cercano, donde especialmente los sábados se reunía con amigos en el Club a cenar con ellos y jugar a las cartas hasta la madrugada. Yo lo llevaba, le ubicaba en su silla de ruedas y cuando me llamaba por teléfono lo buscaba en una pequeña vivienda que tenía en el pueblo para regresar al campo.

Su esposa, bastante más joven que él, era una hermosa mujer de 40 años; pelo castaño y abundante, busto de redondez tentadora, ojos negros, piernas firmes muy bien formadas. Ella tenía la costumbre de caminar descalza por la casa y ese andar sinuoso, me ponía a mil y me excitaba sobremanera. Generalmente vestía soleros abrochados al frente con uno o dos botones sin prender, dejando insinuar un hermoso par de tetas.

Verla en malla cuando los días calurosos nos metíamos en la pileta, era un espectáculo maravilloso digno del hombre más exigente.

Una tarde, cuando mi tío Aníbal se preparaba para que lo llevara al pueblo, tuvieron una acalorada discusión. Patricia le reclamaba la falta de atención a su persona y le reprochaba tener amoríos en el pueblo con no sé qué mujer fácil del pueblo.

Aníbal no presto atención a los reclamos de ella y me dijo que le acomodara en la camioneta y cargara la silla en la caja. Lo llevé al Club y acordamos que me llamaría al finalizar sus asuntos.

Regresé al campo y Patricia estaba sentada en uno de los amplios sillones de la galería. Habría llorado o por la ira, tenía los ojos irritados. Me senté a su lado en silencio sin emitir ningún comentario.

-Disculpá la escena que viste -dijo- pero no aguanté más.

- No se haga problemas tía -y agregué- son cosas normales en muchos matrimonios.

Con la mirada en el piso, permaneció callada.

- Mi matrimonio se está desmoronando -y mirándome dijo:- Aníbal no me atiende como marido. Creo que tiene amoríos en el pueblo y conmigo hace casi un año que no me atiende.

- No puedo creerlo- dije.

-No sé si el accidente lo imposibilitó sexualmente -y agregó- Se olvida que soy mujer y necesito de él como hombre.

Ahogó un sollozo y se cubrió la cara con ambas manos.

Me apenó y pasé mi brazo por sobre sus hombros. Ella se acurrucó en mi pecho.

- Te agradezco que estés conmigo. -dijo- estoy y me siento muy sola.

- Cuente conmigo para acompañarla.

- ¿Puedo contar con tu ayuda y comprender mi soledad? -dijo mirándome a los ojos.

- Yo la quiero mucho tía y le quiero servir de amigo- afirmé y le besé la frente.

- No soy una vieja cargosa para vos?

- Tía, usted no tiene nada de vieja -y añadí- Si yo fuera el tío, la mimaría todo el día.

Me miró fijo a los ojos y lenta, muy lentamente acercó su cara a la mía y mi boca buscó la suya y nuestros labios se unieron en un suave beso afectuoso.

- Estoy necesitando de vos -me dijo.

- y yo de usted, tía. -y tomándola por los hombros, la besé violentamente.

Respondió mi beso con ímpetu y energía. Su lengua buscó la mía en mi boca y su mano en mi nuca impulsaba mi cara contra la suya.

- Hace casi un año que no me besa un hombre -y murmuró- Hazme tuya, pendejo. Quiero que me lleves al dormitorio y que me cojas con toda la energía que tengas, te necesito. No imaginas cuanto te necesito.

La levanté en mis brazos y tomé hacia mi dormitorio.

- No a tu cuarto -dijo- quiero que me cojas en mi cama matrimonial. Quiero ser tuya plenamente y que me hagas feliz como nadie lo hace conmigo hace mucho tiempo.

Fui con ella en brazos a su dormitorio, mientras no dejamos de besarnos y acariciarnos.

Seguiré este relato próximamente.

Danino

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