Bueno lo principal ocurrió hace unos siete años cuando yo rondaba los cuarenta y a él no le faltaba mucho para cumplir los diecinueve años. Aunque me remontaré un poco más atrás en el tiempo para hacernos una mejor idea.
Me casé bastante joven por embarazo del que nació un niño que llamaré Mario. Todo marchaba entonces muy bien entre mi marido y yo.
Al cabo de cinco años volví a quedarme embarazada, pero tuve problemas, el embarazo no pudo seguir adelante y los médicos me dijeron que ya no podría tener más hijos. Yo me consolé con el que ya tenía, pues era una bendición de niño, pero mi marido a raíz de eso empezó a salir bastante de casa, a llegar tarde, muchas veces bebido y sobre todo a jugarse el dinero.
La relación se fue deteriorando cada vez más y tras muchos “ultimátum” seguidos de promesas de cambiar, que nunca se cumplían, decidí cortar, coger a mi niño, que por entonces tenía siete años, y marcharme a vivir a otro piso lejos de mi ya ex-marido.
Por cierto que a él no le afectó lo más mínimo.
A mí en cambio se me cayó el mundo encima, en una zona nueva, en una casa nueva, solos mi hijo y yo, pasé unos primeros meses muy agobiada, pues todo me preocupaba, todo me asustaba.
La disposición de la casa que tenía la habitación principal separada del otro dormitorio por un largo pasillo, con el baño, el salón y la cocina entre las dos habitaciones, hizo que en vez de acostar al niño en aquel lejano cuarto lo empecé a acostar conmigo, pues me daba miedo no tenerlo cerca de noche por si me llamaba o le ocurría algo.
Así fueron pasando los años sin nada de particular, salvo que seguíamos pasando las noches juntos, pues a él nunca se le ocurrió irse a su cuarto, ni yo tuve el valor de pedirle que se fuera.
Me encontraba segura y protegida por mi hombrecito cada vez más mayor, pero que yo trataba como un niño al que bañaba y vestía cada día, cosa que se prolongó por lo menos que tuvo los trece o catorce años, y eso porque a esas alturas ya me negué, ya que a mí me daba un poco de corte ver cómo le iba creciendo el aparatito y se iba haciendo un hombre, pero él ni se inmutaba por mi presencia como cuando era pequeño.
De lo que no pude librarme nunca era de enjabonarle y secarle la espalda cada vez que se duchaba y sobre todo lavarle la cabeza, ya que casi siempre solía tener el pelo bastante largo y él decía que no se apañaba. Después de que estaba un buen rato en la bañera o bajo la ducha, oía la típica frase:
–¡Mamá ven!
–Ya voy –le contestaba presurosa dejando cualquier cosa que tuviera entre manos.
Pero él continuaba tan tranquilo en pelota picada, y aunque yo le dijera:
–Tápate un poco. –él no me hacía ni caso.
Así que ya terminé por acostumbrarme y no decirle nada. Al fin y al cabo bien visto lo tenía de arriba abajo, y por otra parte nadie iba a llegar para verlo así.
Yo por mi parte me cuidaba de que a mí no me viera desnuda, aunque no me ocultaba al ponerme el pijama, si acaso, me daba un poco la vuelta, porque eso sí siempre dormíamos los dos con el pijama.
Por supuesto que seguíamos durmiendo juntos, habíamos intentado hacía algún tiempo dormir cada uno en su habitación pero ni él estaba a gusto ni yo podía conciliar el sueño sin tenerlo allí cerca, ya que a medida que crecía cada vez más lo veía como mi protector, así que no nos lo planteamos más, seguiríamos compartiendo habitación y cama, pues no teníamos ningún motivo para cambiar.
Además nos lo pasábamos bomba, pues antes de dormir nos contábamos montones de historias el uno al otro ya que él no tenía secretos para mí. Yo me reía de sus tonterías y así hasta quedarnos dormidos.
Por las mañanas a veces se ponía a jugar conmigo, me pegaba con la almohada, me quitaba las mantas, se me subía encima, me pellizcaba, me hacía cosquillas, aunque lo más que se atrevió alguna vez en materia de sexo fue apretarme en una teta y simular la bocina de un coche para reírse tontamente; pero nunca vi otra intención que no fuese el juego, aunque sí pude alguna vez apreciar por el tacto o por la vista que el paquete se le alteraba y le crecía un poco. Yo no le di importancia, pensé que era algo normal.
Ni por su parte ni por la mía pasó nunca jamás la idea de otra relación que no fuese la de madre e hijo, por lo menos hasta la fecha en que cuento al empezar el escrito, él con dieciocho años ya bien cumplidos y yo casi llegando a los cuarenta.
El caso es que hacía algunas noches que lo veía un poco inquieto en la cama, daba vueltas, no parecía dormir tranquilo, incluso le pregunté que si le ocurría algo, pero me contestaba que no, así que terminé por dejarlo en paz.
Pero aquella mañana todo fue distinto. Me despertó al subirse encima de mí, me besó suavemente en la cara, y acercándose a mi oído, me dijo bajito:
–¡Quiero follarte!
Me quedé tan aturdida, entre el reciente despertar y la frase que le escuché, que tuve que cerciorarme de haber oído bien:
–¿Cómo dices?
–Eso, que quiero metértela toda ahí –dijo apretándome la tripa.
Por mi cabeza pasaron en un momento, todas las cavilaciones que me había hecho acerca de con quién sería la primera vez de mi “pequeñín”. No quería que fuera una jovencita por si su inexperiencia los llevara a un embarazo de jóvenes. Tampoco me gustaba que lo iniciase una profesional del sexo. Igualmente me aterraba la idea de que lo hiciesen sin cuidado y le contagiasen alguna enfermedad. Todo ello quizás pudo influir en mi decisión.
Ya sé que tenía que haberme enfadado, haberlo bajado de allí donde permanecía subido… pero sólo pude decir:
–Si te atreves…
Su reacción fue inmediata se despojó de todas sus ropas y tiró de las mías tan fuerte que casi me las rompe. Apenas me dio a tiempo a colocarme cuando empecé a sentir su pene completamente erecto entre mis piernas llenándome de ese líquido resbaloso que indicaba su total excitación. Le dejé que hiciese a su antojo, y tras unos intentos de pinchar por donde no era, acertó con el agujero adecuado y me la introdujo totalmente.
No es que la tuviese muy larga, ya digo que se la había visto muchas veces, pero sí que la aprecié en aquel momento bastante gorda y sobre todo tremendamente dura.
Así que lo sentía taladrarme dándome unas embestidas tan enormes que temía por la estabilidad de la cama. Yo cerré los ojos para sentirlo mejor dentro de mí porque me estaba llevando al séptimo cielo su ímpetu y la dureza de lo que tenía dentro. Pero ante tanta acometida y su exceso de pasión por meterla cada vez más rápido y más adentro, no tardó en quedarse un momento quieto, cuando de repente empecé a sentir dentro de mi un chorro caliente que me golpeaba y que no parecía acabar. No me preocupó porque no tenía problemas de embarazo, por eso lo dejé que se relajara sobre mí con su miembro dentro de mi cuerpo al que yo apretaba con mucho cariño, y aunque ya sabía la respuesta, por romper el silencio, le dije:
–¿Ha sido la primera vez verdad?
–¿Crees que no te lo habría contado, si hubiese tenido una experiencia como esta?
–Lo que ocurre es que aparte de lo maravillosa que ha sido, me ha parecido muy corta –continuó en tono apenado.
–Es que lo has tomado con tanto furor, que así es imposible resistir –le contesté
–¿Entonces podré tener otra nueva oportunidad? –preguntó un poco indeciso.
– Por supuesto me tendrás cada vez que tú quieras –le dije, sin pensar, pues si ya lo habíamos hecho una vez, ¿qué importan unas cuantas más?
Además egoístamente a mi me había venido de maravilla, hacía años que no tenía relaciones sexuales, pues tras mi separación sólo lo había hecho un par de veces y no me había agradado, por eso no quise repetirlo. Pero ahora había sido distinto.
El morbo de tener encima a mi hijo y verlo satisfacer sus impulsos de esa manera, el hecho de poseer aquel cuerpo tan joven para mi edad, despertaron mis instintos y me hicieron gozar como no lo había hecho antes, por eso yo también estaba decidida a probarlo otra vez.
–Debes hacerlo con más calma para que a la vez que tú lo sientes, hagas sentirlo también a la pareja, verás cómo te gusta –continué en tono de profesora particular.
Ahora que había probado ese manjar no quería desaprovecharlo, así que fui yo ahora la que lo deposité en la cama y terminé de desnudarme, pues estaba aún con la parte de arriba del pijama y quería que viera mi cuerpo sin ropas como yo lo veía a él.
Tengo que decir aunque sea un poco presuntuosa, que no me conservaba mal por entonces, ni incluso ahora cuando escribo esto, siete años después. Siempre me ha gustado hacer un poco de footing y practicar tenis, cosas que hacíamos frecuentemente los dos juntos. Así que tenía un cuerpo bastante aceptable.
Como iba diciendo, tras quitarme la parte superior del pijama me puse sentada sobre él totalmente desnuda y le pregunté insinuante:
–¿Te parezco bonita? recuerda que tengo treinta y ocho años.
–¿Bonita? –Me dijo– ¡Estás estupenda! ¡Buenísima! –como dirían mis amigos.
–Y ahora que tengo tus tetas tan cerca me parecen un postre maravilloso, aunque tengo que decirte que ya te las había visto antes, pues a veces te espiaba al bañarte o cambiarte. Deberás perdonarme.
–¿Perdonarte? Sufrirás un castigo por tramposo –y le di un mordisco cariñoso en una de sus tetillas.
Entonces él se decidió a tocar una de las mías. La palpó y luego fue a la otra e hizo lo mismo, así estuvo un rato pasándome suavemente la palma de la mano por una y por otra teta, mis pezones se inflamaron y a él le hizo tanta gracia que les dedicó a ellos toda su atención. Luego bajó la mano hacia mi trasero me lo acarició y pensé que quería descubrir más cosas de mí, por eso me bajé de su cuerpo y me tendí a su lado dejándole admirar toda mi desnudez.
–Esto sí que no lo había visto nunca –murmuró y empezó a acariciarme los pelos y pasar su mano sobre mi conejo.
Yo entonces creo que temblaba, no sé si de emoción o de deseo, y al mirar hacia sus partes bajas las vi de nuevo en una completa erección y entonces supe que lo volvería a probar, pero ahora sería yo la que dirigiera para calmar su ímpetu y disfrutarlo más.
–Ven -le invité a subirse de nuevo sobre mí –te enseñaré a dominarte.
Cuando lo tuve encima abrí bien mis piernas y tomé su polla completamente dura en mi mano y la dirigí hacia el agujero. Cuando quiso volver a hundirla como al principio, le dije:
–Tranquilo, no claves a fondo, hazlo suavemente a mi ritmo y sólo cuando yo eleve el culo lo metes hasta atrás.
Así lo hacía, aunque a veces tenía que poner mi mano entre nuestros sexos para separarlo un poco, porque parecía que quería atravesarme. Otras veces le hablaba algo para distraerlo y prolongar ese acto que tanto me gustaba al estar dirigiéndolo yo por donde me gustaba y sobre todo porque el contacto de su miembro suave y duro en mi clítoris me hacía sentir allí algo que no puedo contar con palabras.
Yo me movía lascivamente levantando la pelvis para recibirlo completamente y apretándole el capullo con mi almeja, apreciando por su respiración cómo le gustaba más. Así estuvimos casi media hora hasta que lo oí decir con voz ronca de placer:
–No aguanto más –y volví a sentir en mis entrañas aquel líquido caliente.
–Ahora sí que estuvo bueno, tenías razón –balbuceó contento.– Siempre has sido una mamá maravillosa.
Luego nos duchamos juntos durante un larguísimo rato. Le hice que me lavara él lo que me había dejado casi marchito, cosa que hizo encantado muy cuidadosamente y yo le devolví el favor aseándole su paquetito que al contacto con mi mano quiso volver a hacerse grande.
Después de esa experiencia tuvimos otras muchas más. Lo hicimos de todas las formas posibles. Especialmente yo de rodillas y el por detrás, ya que le gustaba mucho poseerme así, y a mí no digamos.
Lo hicimos en todos los rincones de la casa: en la cocina, en la ducha, sobre la mesa del salón y hasta en una terracita que tiene el piso cuando nadie pudiera vernos.
Es que él era incansable especialmente cuanto tuvo veinte años, no se aburría del sexo. Me lo hacía al acostarnos, y antes de levantarnos, otras veces se despertaba por la noche y se me subía encima, en fin… a cualquier momento que se le ponía dura. Yo le había dicho que recurriera a mi cada vez que tuviera ganas de ello, que lo prefería así antes que descubrirlo haciéndose una paja, ya que eso me parecía que era estropear aquel maravilloso “aparato”. Si alguna vez le apetecía que se la chupara, se la mamaba con auténtico placer, con tanto afán que a veces me decía:
-Con cuidado que me la arrancas
Claro que a mi también me gustaba y me tenía siempre dispuesta, sería de todos los años de abstinencia sexual que había tenido. Él también mamaba a veces mis tetitas con mucha fuerza recordándome cómo lo hacía de bebé.
Creo que por esa época me convertí en una auténtica zorra, pues esperaba impaciente el momento que en llegara a casa, ya que lo ansiaba como hijo y como amante. A veces si tardaba más de la cuenta me sentía celosa de que hubiese encontrado a alguna chica por el camino.
Y aún ahora que tiene veinticuatro años, sigo esperándolo que llegue cada día, que me tome y me haga gozar.
No nos han faltado en este tiempo unos días de vacaciones cada año. Y ya podrán imaginar en lo que invertimos la mayor parte del tiempo. Recuerdo especialmente las que pasamos en República Dominicana. Creo que solamente lo dedicamos a la playa y a la cama.
Ahora al cabo de todo este tiempo, a veces le digo:
-¿No te gustaría probarlo con esas chiquitas más jóvenes?
Pero su respuesta siempre es la misma:
-Nunca será como contigo.
Así que yo encantada.