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Niñato del almacén cumple mis bajos instintos

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18 años cumplidos hacía dos meses. Cuerpo menudo pero firme, nalgas paradas, cara lampiña, cabello largo, le cae sobre la frente, negro azabache, blanco, bronceado y con piernas torneadas por el fútbol. No más de 1.70 de estatura y si acaso llega a las 135 libras.

Que más le puedes pedir al chico que trabaja en una empresa agrícola y que cada vez que pasas a comprar algo te mira con una inocencia angelical, como si estuvieras regalando caramelos.

Cada vez que iba le sonreía, le hablaba, comentaba cosas del trabajo, muy discretamente. Cuando encuentras alguien así hay que ir con calma. Yo no soy ningún adolescente, tengo pasados los 40 y no es la primera vez que me pasa alguien así por el frente.

Ayer se me presentó la oportunidad. Justo cuando voy dirigiéndome a la carretera principal lo veo con los audífonos escuchando música en la parada de bus y me detengo a ofrecerle el bote. Le pregunto si está apurado y me dice que no, que va temprano a su casa. Casi me lo como con la mirada, lleva unos jeans flojos, a media cadera, lo que deja ver el calzoncillo apretado y azul, su cara no tiene ni atisbo de barba y me imagino que así mismo debe tener el culito. Es un chico sencillo, de campo, guapo pero simple.

Le pido que me acompañe a mi casa unos minutos y asiente, casi como si supiera cuales son mis intenciones. Llegamos y me pongo a buscar unas vainitas en la cocina y él se queda admirando mis cosas. Le ofrezco algo de tomar y lo agarra con un poco de pena. Me pongo a charlar y hago como que se me perdió algo y él se ofrece a ayudarme a buscarlo. Se agacha y vuelvo a tener frente a mí esos dos globos de carne. Entro a mi habitación y él se queda en la sala, esperando que yo le dé instrucciones. En un momento lo veo un poco distraído y me le voy acercando poco a poco. Ya no quiero aguantarme las ganas. Me le pongo por detrás y le paso las manos por el pecho mientras lo aprieto contra mi verga, que ya es una piedra. El cierra los ojos y se deja llevar por el momento. Su olor a sudor me marea, me siento como si estuviera robándole la virginidad pero no es así, él sabe lo que vamos a hacer.

Me lo llevo a la cama y comienzo a besarlo, le chupo las tetillas y descubro que casi no tiene vellos en las axilas. Hundo mi cara en cada una, oliendo, lamiendo, estrujándolo contra mí. Su pinga es delgada, larga, circuncisa y puntiaguda. Parece un caramelo blanco, durísimo. Se la aprieto contra la mía y le echo todo el peso encima.

Traté de besarlo pero no se dejó. Cuando comenzamos a sudar los dos por el esfuerzo y yo lo termino de desnudar de un solo halón de sus pantalones.

Le aprieto suavecito las bolas y veo con lujuria que solo tiene un vellito fino en su verga. El olor a chico sudado, hormonal y sudoroso de todo el día de trabajo cada vez es más excitante.

Nos metemos a la ducha y ahí si no aguanto más, le enjaboné el culo y me pegué a mamarle ese huequito como si fuera lo último que comería en este mundo. Cuando le separaba las nalgas el solo se meneaba y gemía. Me puse de pie y tuve que levantarlo un poco y yo agacharme para que mi verga entrara en su culo suave, muy lentamente. Cuando ya la sentí toda adentro comencé a bombearlo y el a quejarse.

Le mordí los hombros, la espalda, le chupetee los costados, apretando sus tetillas. En un momento lo agarré del cabello mientras mi pinga lo taladraba durísimo, como con rabia. Sentí como la leche se le salía sola con cada embestida mía y así mismo le deje el hueco chorreando leche y sangre.

Fue una sensación fulminante para los dos. Apenas terminamos de culear nos tiramos a la cama mojados y nos acurrucamos hasta quedarnos dormidos.

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