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La marca del aspa

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Hace unos días me encontré con un antiguo compañero de clase del Colegio. Se trata del Abelardo Toledo. Sabía que su padre tenía negocios con el mío y que no sería raro que un día nos encontraríamos cada uno con lo nuestro frente a frente. Yo, en efecto, estaba ya muy metido en los negocios familiares y prácticamente llevaba todo un sector en el que su padre tenía muchos negocios. Ya me había entrevistado varias veces con el padre de Abelardo, muy amigable, amable, alegre y muy “echado p’alante” en el buen sentido de la palabra. Esta era una expresión que su padre comentaba con respecto a mí a cualquiera que encontraba en la oficina. La verdad es que por suerte o fortuna o no sé qué yo estaba haciendo crecer el capital de don Faustino, el papá de Abelardo. Pero este día llegó Abelardo para hacer lo que su padre hacía y un poco como que me azoré. También noté que él dio un paso atrás, pues tampoco sabía que se iba a tropezar conmigo, solo que llevaba buenas referencias de su padre.

La secretaria lo introdujo hasta mi despacho mientras yo atendía al teléfono algo sin mucha importancia y le dije que se sentara.

Cuando apagué el móvil me preguntó:

— Eres tú Jess Bueno?

— Sí, fuimos condiscípulos en el Colegio, Abelardo.

Bajó la cabeza y vi como que se desorientaba y le dije:

— Abelardo, somos adultos, de pequeños hemos hecho mil barrabasadas y eso es tiempo pasado que nos ha curtido. Ahora tenemos otros asuntos que tratar. Mi obligación es hacerte rico y procurar que tu capital aumente; así lo he hecho siempre con tu padre, de modo que cuanto más rico seas tú más lo voy a ser yo, porque te cobro por porcentajes y no por cuota fija. Esto es bueno para nosotros —seguí explicándole—, ya te habrá puesto tu padre al corriente, supongo.

— No, mi padre solo me ha dicho que me pase por aquí, me entere de todo, que tú me explicarías todo y que haríamos buenos negocios.

— No es mucho lo que te ha dicho. Yo puedo poner tus capitales sin riesgo, yo gano menos y tú también y si el dinero decrece mucho quiere decir que disminuye; con tu padre tu dinero activo siempre está en riesgo, mi trabajo consiste en que el riesgo sean ganancias que no pérdidas, con eso ganas tú y gano yo. Por la cuenta que me trae tu dinero crecerá y, si el riesgo lo veo al límite, estarás siempre avisado y recomendado para retirar o seguir adelante. Tú mandarás siempre de tu dinero, yo estoy para que ganes.

— Supongo que con esto me serás fiel.

— Con mis clientes siempre soy fiel, vosotros sois la razón de mi trabajo, ¿acaso tu padre no te ha puesto de sobre aviso en esto?

— Tan fiel, tan fiel serás como lo fuiste en aquel chiquillo..., ese, se llamaba...

— Eugenio

— Eso, Eugenio, el mariconcete ese de primero de ESO, ¿por qué te vengaste de mí tan cruelmente si yo no te hice nunca nada?

— Abelardo, Abelardo, ¿no te acuerdas de aquella vez que quemaste mi ropa cuando yo estaba en la ducha?

— Lo recuerdas todo, ¿cierto?

— Si lo recuerdo todo, también recuerdo el modo cómo pasé de vosotros, los matones del colegio.

Claro que me acordaba. Si apenas Abelardo se asomó por el cristal de mi oficina supe de quién se trataba, y lo que le dolería tener que encontrarse conmigo para hacer negocios a buenas. Esto voy a relatar, porque toda aquella historia me pasó por los ojos como una verdadera película, de la que no me encuentro orgulloso, pero sí satisfecho.

Nosotros nos encontrábamos en 2º de bachillerato, ya pasada la Pascua, íbamos encarados hacia las vacaciones y con ganas de que acabara el curso. De ese curso me acuerdo mucho de cuatro chicos que todavía hoy seguimos viéndonos con frecuencia Hilario, Damián, Facundo y Roberto. También eran del mismo curso los cuatro matones: Abelardo, Sixto, Juan Leal y Rafa Candela, a estos todo el mundo coreaba, bueno, todo el mundo no, nosotros cinco —los que habíamos salido del armario—, no y algún otro, que no salía de su armario, tampoco. Luego había otros que no estaban muy de acuerdo con los matones pero les era más fácil aparentar ser amigos de ellos que de nosotros, eran los miedosos.

Cierto día Damián vino corriendo a buscarme, yo me encontraba con Hilario y Facundo. Damián nos explicó cómo los Leopardos, así llamábamos a los matones, se estaban ensañando con un niño de ESO y nadie defendía al niño. Inmediatamente indiqué a Facundo que buscara a Roberto y se vinieran donde indicaba Damián. Hilario, Damián y yo nos fuimos a ver qué pasaba y, en efecto, estaban insultando a un niño llamado Eugenio que era y sigue siendo muy amanerado, que, además de ser gay, muy pronto lo iba diciendo a los demás sin ser prudente porque todo el mundo no es tan confiado ni tan de fiar, y la pagó. Le habían dado algunas bofetadas y lo sujetaron entre dos, Sixto y Rafa Candela, le habían roto la camisa, y fue Abelardo el que acabó de cagarla, sacándole los pantalones y calzoncillos y los echó lejos para que se paseara todo el patio en pelotas delante de los demás, chicas y chicos.

Descaradamente fuimos corriendo donde el chico, lo cubrimos como pudimos y Roberto que corría más recogió sus ropas para que se las pusiera mientras nosotros cinco lo cubríamos de la vista de todos.

El niño lloraba. Le hicimos compañía un rato mientras le poníamos una camisa que no sé quién nos trajo.

— Si me hacen esto más veces, me suicido, ya no soporto más, —dijo Eugenio.

— ¿No es la primera vez?, —pregunté.

— No, siempre se meten conmigo y con otros niños, pero a mí me pegan, me rompen mi ropa, de quitan los pantalones, los esconden y ya estoy cansado, —dijo Eugenio muy amargado.

— Pues no te canses, eso lo vamos a arreglar nosotros, a ese le cortamos los huevos si vuelve a meterse contigo, —dijo Roberto.

Damián repuso:

— Si esperamos que se lo vuelva a hacer, el chaval... va... a, hará una barbaridad, hemos de actuar ya: ¡Viva el imperio de la ley!

Como los Mosqueteros cruzamos al centro muestras manos y exclamamos:

— Unus pro omnibus, omnes pro uno (1).

Ese mismo día, que estábamos calientes y deseosos de venganza, buscamos la ocasión, la hallamos y la aprovechamos.

Resulta que al final del día cada uno nos íbamos a nuestra casa en el correspondiente autobús. Pero al que salíamos “Los Maricones Muertos” —tal como nos designaban—, digo que al que salíamos del aula, vimos que Abelardo se metió en el baño, raro hacer pis a esa hora, pero entramos allí y no había nadie más.

Dejamos perder al bus y le cortamos la meada a Abelardo del susto. Roberto se animó a decirle su perra vida de matón y cómo pretendía escapar. Entre Damián, Hilario y Facundo lo sujetaron. Roberto, mientras le quitaba los pantalones y el slip blanco y le dijo:

—No me ha gustado nada lo que le hiciste al niño, ahora te lo hago yo, pero es poco, porque tú eres mayor que el niño; a ti te voy a cortar los huevos.

Yo estaba mirando la total disposición de Roberto que estaba muy enfadado. Roberto sacó de su mochila un cutter y se lo pasó por la cara sin cortarle, pero se agachó y no iba en bromas, sino muy en serio para abrirle el escroto y sacarle los dos huevos, pues con dos dedos había estirado el escroto y levantó el cutter para cortar. Aquello me pareció que iba a ser una sangría horrible. Me agaché, le quité el cutter a Roberto y le dije:

— Déjame a mí, que este me ha hecho más daño a mí que a ti.

Entonces tomé el pene de Abelardo con dos dedos, cerré el prepucio dejando ver el glande y le hice un aspa con el cutter cruzando el meato, unos milímetros de profundidad y también el prepucio. Era mi intención cortar en forma de cruz, pero para no cortar mis dedos, me salió un aspa. Sé que aquello debió doler mucho, porque se cayó al suelo y lo soltaron, le saqué un pañuelo de su bolsillo, se lo envolví al pene y le dije:

— Vete donde quieras a curarte si no te quieres desangrar —tampoco era para tanto pero tenía ganas de asustar— y mucho cuidadito: Si algo de esto dices y alguien la emprende con nosotros o conmigo, un día dejaré a Roberto que te saque los huevos como quería hacer hoy. Esto te lo juro por mi vida, joder.

Entonces Damián dijo:

— Yo te cortaré el pene al raso, a ver quién será más maricón tú o yo.

Lo dejamos, salimos sin que nos viera nadie. Esperamos en un sitio para ver si salía. No tardó mucho tiempo, iba cogiéndose sus genitales con la mano y muy apresurado.

Nunca supimos si dijo o no dijo. Lo que sí nos dimos por enterado es que tardó dos semanas a venir a clase, no tocaron ya nunca más a ningún niño y pasaban por nuestro lado un con respetuosísimo temor.

Es claro, o te quieren o te temen, a veces prefiero esto último, es más productivo.

— De las cosas de nuestra adolescencia no tenemos por qué tenerlas en cuenta para los negocios. No vamos a ser amigos tú y yo, ni tenemos por qué serlo, pues de casi ninguno de nuestros clientes soy amigo. Al revés sí, algunos amigos se han hecho mis clientes, no por ser amigos, sino porque les interesa y ganan más. Tú eres libre de buscar otros lugares y si lo deseas te puedo recomendar los mejores, pero no ganarás tanto; quizá se vayan comiendo tu hacienda. Yo te veo como un buen cliente, no te veo como el imbécil adolescente presumido que un día la cagó; todo eso ya pasó. Tú mírame como el sujeto que te saca adelante tus negocios y aumenta tus arcas, no me tomes como el adolescente que se vengó y te marcó con un aspa.

— Pero dolió y me humilló...

— Si te vas, lo comprenderé; pero cuando pierdas tu capital y tu padre te lo recrimine, entonces verás: te dolerá más y te humillará más. Hay que ir olvidando etapas y pasar adelante, eso significa que hay que cambiar modos de pensar, la vida fluye, las personas estamos para entendernos. Tú verás; en tus manos está, eres dueño de tu dinero, del que gano para ti y también serás dueño de tus perdidas si vas a otros vampiros chupa-sangre. Un consejo de colega: sal de tu postura homófoba, jamás te hará bien, perdiste aquella batalla, puedes perder esta, porque es ahí donde está el asunto. No importa que uno sea gay o no lo sea, importa ser persona. Ha sido un placer encontrarte y poder hablar contigo. Tu padre está al corriente de todo. Cuando quieras, ya sabes donde encontrarme.

Al poco tiempo recibí una invitación de matrimonio, era de Abelardo Toledo Martínez que contraía matrimonio con Iselda López Carhuanca. Dudé mucho si iba o no, pero al tratarse de una invitación para dos personas, sabiendo que soy gay, es que pensé —así reflexioné— que le había hecho mella la conversación. Decidí llamarle por teléfono para preguntarle en qué cuenta depositaba mi regalo en metálico, me la dio, y luego le pregunté por qué la invitación era para dos personas, entonces me respondió:

— Me ha dicho mi padre que tienes pareja.

— ¿Cómo lo sabe?

— El mundo es pequeño, tú mismo padre se lo dijo.

— ¿Estás seguro que deseas que vayamos los dos?

— Si no es así, no vendrías.

— De eso puedes estar seguro, no pensaba ir para no incomodarte...

— Hemos quedado que eso eran cosas de otro tiempo, ¿no es así?

— Así es; oye, Abelardo, te llevaste la chica más guapa y valiosa de nuestro salón de clase, felicidades.

— Fue gracias a ti, desde que me cortaste ya no quise saber nada de chulerías y burradas y por eso se me acercó Iselda,

— Por eso me alegro, pero siento pena a la vez, espero que no te impida para nada, me entiendes, ¿sí?

— No te preocupes, nadie supo nada, primero por vergüenza, luego por respeto, pues me libraste de las manos de Roberto; hubiera sido horrible.

— Venga, vale, ahí estaremos, puedes avisar a quien te parezca que no tenemos el mayor reparo.

Fuimos a la iglesia, tuvimos un comportamiento adecuado, hicimos lo que hacen todos y luego con mi pareja que conducía llegamos al hotel-restaurante. Con todos les esperamos, había muchos conocidos, unos clientes míos, otros del Colegio, nos saludamos todos sin más y les presente a Lucio, mi pareja. Cuando llegaron los novios iban saludando y al pasar ante nosotros, me dijo Iselda:

— Te has lucido con tu regalo.

— ¿Por...?

— Ha sido el mayor que hemos recibido...

— No tiene importancia, sois mis amigos.

Saludaron a Lucio y Abelardo le dijo:

— Seremos buenos amigos, al regresar de nuestro viaje, os avisamos y cenaremos en mi casa.

— Hecho, —dijo Lucio.

Abelardo no había dicho nada de la marca del aspa a Iselda y lo comprendo, pero yo le había explicado a Lucio. Cuando acabó todo nos quedamos a dormir en el mismo hotel donde teníamos reserva para no conducir habiendo libado alcohol. Al entrar en la habitación, nos desnudamos y Lucio, motivado por el alcohol, pues había bebido bastante, se puso a acariciar mi polla y sólo decía “qué penita que no tengas un aspa”, estaba muy gracioso, pues cuando toma bastante se pone alegre, chistoso y muy sexy, me pellizcó todo el cuerpo, me lo besó, no me quedé atrás pero me ganó y me folló a tope. Me deja siempre satisfecho cuando lleva la batuta encesta y dirige las acciones, me dio por la boca, por el culo y no paró hasta dormirse. Me dejó feliz. A las 9 de la mañana nos despertamos y, tras la ducha, nos fuimos a desayunar al aeropuerto para despedir a los novios. Allí estaban los padres de Abelardo y los padres y hermanos de Iselda. Todos nos saludaron con delicadeza y ahí mismo dijo Abelardo:

— Regresamos el 24, descansaremos un día y el 26 es el cumpleaños de Iselda, todos los que estamos aquí comeremos en casa, tomad nota, os lo recordaré, pero no os comprometáis con nadie.

Cuando atravesaron la puerta de embarque, Lucio se acercó a los padres de Iselda y les preguntó qué podríamos regalarle por su cumpleaños. Uno de los hermanos dijo que tenían visto un televisor que les gustaba mucho, entonces le dijo Lucio:

— Mañana nos acompañas y que os lo traigan a vuestra casa, lo colocáis donde ellos han decidido, ese será nuestro regalo, sería bueno saber si cambian de pensar.

El hermano de Iselda dijo que no es el caso, que lo tienen separado, pero no pagado, que buscaría el papel para que en la tienda se fiaran. Lo dejamos así y Lucio se encargó de todo. Lucio dirige una sucursal del negocio familiar y sabe que estas determinaciones que toma me gustan. Pero es que de Lucio me gusta todo, su cara, sus ojos, todo su cuerpo y cuando se pone sexy, es un todoterreno y no hay quien le iguale haciendo el amor, es una máquina imparable, lo mismo da sobrio que ebrio, le va y me hace gozar.

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(1) “Uno para todos, todos para uno” es tomado como lema de Suiza desde más o menos 1902, pues resonaba desde que Suiza se convirtió en República Federal. En francés la hizo famosa Alejandro Dumas en su libro Los tres Mosqueteros, “un pour tous et tous pour un”. En español se dice indistintamente “Uno para todos y todos para uno” como “Todos para uno y uno para todos”. El sentido es el mismo. Nosotros estudiamos historia y latín y quisimos sacarla de una tarjeta donde se leía en latín.

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