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La infausta cena

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Es continuación de "Mi familia paterna".

La cena en la casa de tío Andrés fue de lo más espectacular y, a la vez, protocolar. Pero Gaspar se empeñó en desbaratarlo todo y nos apuntamos a ayudarle Fernando el mellizo y yo, porque aquello se preveía que iba a ser un funeral y era mal asunto. Y se impuso arreglarlo, pero vayamos por pasos.

Tía Fina había preparado en el comedor una mesa propia de una boda sin novios o de una Navidad sin adornos, todo muy formal; copa para el agua, copa para el vino tinto, copa para el vino blanco, copa para el cava, copas para no sé qué majaderías más. La verdad es que entre tantas copas, los platos, el impecable mantel blanco con sus caminos de mesa, los platitos para el pan, las servilletas, los tres cuchillos, la cuchara y los tres tenedores, el cubierto del postre cruzado ante los platos y un florero, aquello parecía más una mesa de exposición y venta de vajilla que preparada para comer.

Llegábamos Gaspar y yo desde la calle y nos encontramos a Fernando sentado en una silla que había sacado para ver a los que pasaban.

—”¡¡Ya llegaron los príncipes de Niosey!!”, exclamó Fernando al vernos y levantaba los brazos cada vez que lo repetía armando un escándalo tal que hizo girar más de una cabeza que se interrogaba qué sería aquello.

—”¿Qué te pasa, Fernando querido? ¿Qué te pasa?, exclama Gaspar.

—”Entra, entra y vas a ver; comer no sé si comeremos, pero platos y tenedores tenemos... qué te diré, mejor, ya lo verás”, se quejaba Fernando ceremoniosamente.

—”Seguro que mamá piensa que estamos en Navidad. La pobre se esfuerza y luego se lo estropeamos siempre”, cantó Gaspar.

Entramos en casa; yo me estaba orinando y ya me cogía el paquete con las dos manos para resistir, y me metí a hacer la más grande meada hasta la fecha; tanto fue así que pensaba que no iba a acabar aquello, salía sin parar ni perder virulencia la presión de orina. Desde dentro escuché:

—¿Ya trajiste de la tintorería mi frac, mamá?

A continuación los gritos y consideraciones que Gaspar le daba a su mamá. Que si esto lo deshacemos, que si aquí no va a caber nada, que si sobran copas, y un sinfín de recomendaciones; pero no escuchaba la voz de tía Fina y pensaba que ya se estaban peleando. En efecto, Gaspar le decía que ella no tendría que trabajar tanto, ni preparar tanto, que luego se cansaba y que era un exceso. Lo mejor es que le decía:

—”Los excesos de cariño matan a la que mucho quiere a los suyos, luego ellos se quedan sin cariño. Como yo no voy a tener mujer, no quiero perder a la única que tengo, ¿te enteras, mamá? Que-yo-no-me-di-vor-cio, mamaaa...”

A tía Fina yo no la escuchaba, pero al que salgo del baño, allí estaban los mellizos que, además de ayudarle a su mamá, cada vez que pasaban por su lado le daban un beso. Hubo momentos que le besaban los dos a la vez. Cuando lo vi me dio un ataque de risa que no podía frenar. Así que me puse a ayudarles y hacía lo mismo que ellos, al pasar junto a mi tía la besaba, pero los mellizos me habían dejado la parte delantera y mis besos iban a su boca. Ella les decía a sus hijos que “Jess besa mejor que vosotros”. No le hacían caso, iban a toda velocidad preparando cosas, partiendo, enrollando, desenvolviendo, girando, secando y montando mesas en la terraza, hasta que Gaspar dijo:

—¡Ya está! Ahora a deshacer la mesa del comedor para arreglar los platos afuera...”

—”¡¡Alto ahí!! Esa mesa no se desmonta sin fotografiarla antes”, dije yo.

—”¡Anda con la puta mesa, hasta el primo la quiere conservar!”, añadió Fernando.

—”Eso es educación, eso, ¿lo veis? No sé quién os ha educado a vosotros, no lo sé...”, dijo tía Fina.

En silencio y, como fusileros apuntando con fusil, los mellizos de cara a su madre la señalaban con el dedo. Mientras tanto hice fotos de la mesa por todos los costados. Estaba bonita, de escaparate. No les dije nada, pero quería fotos de la mesa para enviarlas a Roxana, pues me había propuesto llamarla todos los días y ponerle mensajes. Eso a ella le gustaría mucho, pero, si les decía que enviaría las fotos a mi hermana, no halagaba tanto a tía Fina. Ella se sintió orgullosa porque, según dijo, había alguien que valoraba su trabajo y arte culinario.

Todas las cosas se prepararon en la terraza para tener una cena de pie, aunque todos se sentaban de vez en cuando, sobre todo cuando había que utilizar los cubiertos, pero de modo informal. La mesa que había preparado tía Fina era para vestirse elegantemente. Y con el calor que hacía, nadie querría usar camisa. Vinieron a cenar mi Tío Paco con mi padre, Andrés y Sara, su esposa, Lorena, los dos mellizos, yo y los anfitriones. Mientras entraban hice fotos a todo el bufé preparado por los mellizos. Tía Fina se sentía feliz. Durante la cena, mientras yo hablaba con los mellizos vi a tía Fina hablando con mi padre que de soslayo y de vez en cuando me miraban; como tenían una conversación con clarividente sonrisa, entendí lo que luego me contó mi padre, que yo estaba feliz, que me las arreglaba bien con mis primos, que era delicado y que le había contado lo de las fotos. Tío Paco, tío Andrés y Andrés estaban siempre hablando juntos, mi padre y tía Fina, excepto el momento anterior que conté, también estaban con ellos. Los dos mellizos y yo entreteníamos a las dos chicas, Sara, la esposa de Andrés, y Lorena; las dos muy agradables, Sara muy formal, se notaba más tranquila y libre con nosotros que con los mayores y Lorena era todo un circo de risas, chistes, despropósitos y de vez en cuando le decía cosas a Sara por las que esta reía y solía mirarme, por lo que deduje que algo le decía de mí. Quedé un poco mosca y Fernando lo notó, por lo que me dijo que no era nada malo, sino tonterías que se inventaba, porque...

—”Ella y Gaspar se inventan de todo, pero luego no intentan ningún daño”, dijo Fernando para tranquilizarme.

La cena fue llegando a su fin y Lorena entraba con dos envoltorios. Todos me miraban a mí, y yo me sentía aludido; es verdad que pensaba en que sacaría una camisa, pero no envuelta en papel de regalo; además, llevaba dos, y me desconcertó. Gaspar se me echó al cuello diciéndome:

—”¡Conquistador! ¡Te sacas las mujeres como hormigas del hormiguero!”.

—”A ver, Jess y Gaspar, los duendes de la noche, recibid vuestro atuendo”, soltó Lorena toda azorada.

Entendí ahora todo y nos dio un regalo a cada uno. Nos hizo desenvolverlos y dentro había —¡ay, madre!— una camisa de seda toda borracha de colores y un sobre de plástico transparente con un mini slip también de muchos colores como caracolillos con tendencia al rojo. Nos hizo poner la camisa delante de todos y no dejó que la abrocháramos pero nos indicó que diéramos un pase de modelos. Gaspar me guiñó el ojo y entendí qué quería. Entonces hicimos el pase en la terraza los dos, uno tras otro con movimientos típicos de pasarela muy femeninos. Todos rieron. Al acabar, Fernando me dijo al oído que no sabía que yo modelaba tan bien. Nos fuimos deprisa a cambiarnos los interiores y a perfumarnos, pero nos dio tiempo para entrar en la ducha y me dijo Gaspar:

—”Ese slip es porque tienen preparado las chicas hacer algo con nosotros, así que vamos a darnos una buena sacudida y cuando ellas nos hagan quitar los pantalones para vernos en slip o algo más, no tendremos tanta premura. Con esas putas hay que estar al pairo”.

Los dos a la vez empezamos a sacudir nuestras pollas antes de soltar el agua y los dos a la vez sentíamos los espasmos previos al orgasmo. Intercambiamos las manos para mayor placer y noté el abrazo suave de la mano grande de Gaspar en mi polla que necesariamente tenía que ocurrir, me incliné hacia adelante porque me venía y luego levanté la cabeza y con los ojos cerrados comenzaron a salir los chorros de mi amado esperma; con todo no dejé de masturbar a Gaspar y él, al ver ya que estaba yo soltando mi lefa, se vino con sobreabundancia del divino néctar. Todo se fue a la mampara de la ducha. Abrimos el agua y nos ayudamos a limpiarnos bien, echando agua incluso a la mampara para dejar el cristal limpio. Nos secamos y nos insertamos el mini slip. ¡Joder! de verdad que era pequeño. A duras penas cabía toda mi polla dentro del delantero sin forro, y por detrás no llegaba a cubrir ni la mitad de las nalgas. Le dije a Gaspar:

—”Para esto, pudo haber sido una simple tanga cuerda, que no deja marcas en la nalga; estos parecen chinos”.

—”Seguro que sí, pero ya verás, la tanga la llevarán las chicas...”, dijo Gaspar.

Nos pusimos el pantalón, los dos de corto, y la camisa sin abrochar y fuimos hacia la puerta donde nos esperaba Lorena, tía Fina y Fernando. Lorena pasó revista dándome media vuelta y con sus manos tocó mi trasero y metió la mano dentro del short para saber si me había puesto el mini slip. Luego hizo lo mismo con su hermano. Los ojos de tía Fina se dispararon hacia el techo, mientras Fernando se partía de la risa al ver a dos maricones —así lo estaba pensando— domeñados por una chavala. La verdad es que Roxana nunca me ha tratado así, pero parece que Lorena ha tenido más entrada en los mellizos para elegir sus ropas y decidir qué han de ponerse. Mientras Lorena inspeccionaba a Gaspar, Fernando señalándome hacia sus partes me dijo al oído:

—”Yo también lo llevo puesto toda la tarde, igual al vuestro por orden de la «mademoiselle»”.

No tuve más remedio que reírme y entendí el rollo que se llevan los tres hermanos. Daba muchas recomendaciones tía Fina a los «niñitos», mientras Luis le decía que éramos mayores. La besé en la boca para decirle un «hasta luego» y me contestó un «te quiero, Jess» como nunca había salido para mí de labios de una mujer.

He notado que para las madres que aman a sus hijos y son correspondidas, éstos no se hacen nunca mayores. Esta es una constante. No se resisten a que sus hijas se hagan mayores hasta que no les dan un nieto. Pero los hijos gay para su madre son siempre una preocupación, no los consideran nunca mayores, siempre los quieren proteger, cuidar, mimar..., son sus niños, los ven más desamparados y aman al novio de su hijo, si lo tiene, como a su propio hijo y lo tratan igual. Tía Fina es de estas mujeres. A su hijo Andrés lo cuida ya una mujer; ella ya no se mete con él. A Fernando lo trata como al que un día se le irá de casa. Lorena, si se casa, le dará un nieto para hacerse mayor y se convertirán en amigas y confidentes. Pero Gaspar será siempre su niño, el niño, el preferido. Así me sentí, junto con Gaspar, para tía Fina; me demostraba un querer de madre del que yo tenía tanta carencia y más necesidad.

Con este pensamiento se me escapó una lágrima y se humedecieron mis ojos. Gaspar se dio cuenta y me dio un codazo como quien pregunta qué es lo que me estaba pasando. No le respondí, solo le hice un gesto con la cara y con las manos de que no me pasaba nada.

*****

Salimos de casa. Subimos al coche y Gaspar arrancó. Lorena y yo nos pusimos detrás. Me puse detrás porque pensé que Lorena se pondría delante. Cuando la vi a mi lado le pregunté por qué no se había sentado delante y me respondió secamente:

—”Ahí va Luis”.

—”No es verdad”, protestó Gaspar.

—”Pues ya me dirás por qué no le dijiste a Jess que se sentara delante”, replicó Lorena.

—”Porque pensé en ti, para que no estés separada, para...”

—”Ya, ya, ahora sí que soy importante”, cortó Lorena.

Yo me estaba riendo de verlos pelear como perro y gata, lo que no cuadraba con lo bien que se planificaban la vida ayudándose mutuamente.

—”¿Entiendes por qué no me voy a casar con una mujer nunca?, me dijo Gaspar.

—”Eso tampoco yo me lo creo”, le dije y seguí: “porque creo que en cierta manera estás casado ya con Lorena”, y me puse a reír.

—”De ninguna manera, yo con esta no quiero saber nada, ya tendrás experiencia, ya”, dijo Gaspar mientras se reía.

Nos pusimos a reír todos y Lorena nos contó cómo hizo para conseguir las camisas y por qué se le ocurrió lo del slip. Resulta que sus amigas tienen la costumbre de tentar a los chicos a quitarse el pantalón o hacen un juego para obligarle a quitárselo. Como sabía que yo no usaba ropa interior, no quería hacérmelo pasar mal, así estaría bien. Así se provocó de nuevo la hilaridad entre nosotros. Al hablarme así pensé que íbamos varios chicos y pregunté:

—”¿Cuántos vamos a ser?”.

“Mis siete amigas, vosotros dos y yo; es una fiesta para ti, quieren conocerte y no han querido invitar a nadie más. Pero alguno vendrá porque Néstor me ha preguntado y yo le he dicho que viniera a la hora que quisiera a tomar una copa y que se traiga al que quiera. Mis amigas se van a enfadar si vienen y sabrán que soy la culpable, pero me parecía que así tendrías la oportunidad de conocer también a nuestros amigos”.

Todo esto y más detalles contó Lorena y fue explicando los juegos que se habían preparado y los tipos de licores que habían traído. Pero me decía a cada momento que yo tuviera los ojos bien abiertos y que no me fiara de nada ni de ninguna. Que me lo decía así porque son sus amigas y las conoce bien y que ni ella misma se fía de ninguna. Pero que estaba segura de que me lo iba a pasar bien. Mientras decía esto llegamos al lugar.

Era un lugar bastante tranquilo, todas las casas tenían su jardín alrededor y se mantenía todo en silencio. Estaba en la montaña, justo a la parte contraria de cuando fuimos al río. La casa a la que íbamos y que estaba frente a mí tenía un acceso desde la calle por un trozo de camino con árboles a ambos lados. El camino estaba iluminado por farolas elevadas. La casa era de dos pisos según se veía desde fuera, y tenía todas las luces encendidas, porque desde las ventanas salía un resplandor que iluminaba el ancho espacio que había delante de la casa.

Grande, muy grande es aquella casa. Como está exenta, toda ella es una fachada por los cuatro costados. Debajo de una especie de cobertizo, formado por lo que arriba era una terraza que daba la vuelta a toda la casa, estaba la puerta, con sus módulos salientes, uno a cada costado. Grandes ventanales abajo y grandes arriba. Una chimenea exterior adosada a la pared en piedra descubierta se podía apreciar a mano izquierda, delante de la fachada, a excepción de la acera de acceso, había un precioso jardín de césped con plantas de matorral muy bien cuidado y un tinajón enorme del que salía agua formando un riachuelo que daba la vuelta a la casa. Al entrar, un pequeño zaguán daba acceso por la izquierda a una sala de estar grande con chimenea y por la derecha a una sala para visitas. La sala de estar tiene un acceso al exterior independiente de la entrada, mediante unas puertas muy bien acristaladas. El resto de la planta baja lo conforman dos pequeños salones para juegos, escuchar música o ver la televisión, un estudio, el comedor y una amplia cocina, donde hay mesa de comedor también; junto a la cocina hay un enorme tendal. La parte superior de la casa, en el segundo piso, se encuentran las habitaciones de dormir. En total conté seis habitaciones grandes y dos más pequeñas. Todas tienen baño independiente, a excepción de las dos pequeñas que tienen un baño común al que se accede desde las mismas habitaciones sin necesidad de salir al pasillo. A una de ellas fue a dejar las cosas Lorena. Y por si nos cansábamos y queríamos reposar un rato nos asignaron a Gaspar y a mí una de las grandes que daba a la parte de atrás de la casa. Nos dijo Araceli, hija de los dueños, que era la habitación destinada a los invitados. Las chicas, si se dormían, querían pasar la noche todas juntas en la sala de estar y descansarían en los sillones.

Fue graciosa la presentación. Estaban esperando en la parte trasera de la casa, donde hay un campo de recreación con diversidad de juegos, pista de vóley, canastas de baloncesto, patinaje, y un mini golf. A un lado una hermosa piscina toda ella iluminada. Pensé que era magnífica porque seguro que ahí íbamos a acabar.

Cuando llegamos a la piscina, comenzaron las presentaciones y los saludos: Araceli, la hija de los dueños, su prima Juanita, Toia y Alba, dos amigas de Juanita, y las amigas de Araceli y Lorena, Rocío, Abril y Sonia. Besos por aquí y besos por allá y mucho toqueteo. Estas niñas parecían besar no solo con los labios sino también con las manos. Todas me manosearon y ninguna evitó tocarme en el culo. Después de la presentación nos regresamos a la casa para tomar algo. Abril se me echó al cuello y me frenó para retrasarme respecto a Gaspar. Puso su mano sobre mi cadera y me rodeó la cintura con su brazo. Como es más bajita que yo, le puse mi mano sobre los hombros, acariciando su cara con las yemas de mis dedos. Rocío y Sonia se acercaron a Gaspar pero no se dejó tocar.

En la cocina abrí dos tónicas para Gaspar y para mí, mientras las chicas estaban preparando cosas en bandejas. Le estaba diciendo a Gaspar lo peligrosas que eran y la gana de hombre que tenían. No pudo contestarme porque escuchamos ruidos y golpes en la puerta de entrada. Se presentaron Néstor, Tony y Fran. Saludaron y me extrañó mucho que Néstor nos besara y, dándome un cariñoso y suave pellizco a la cara, preguntó mirando a Gaspar:

—”¿Este es el primo Jess? No me lo imaginaba así. Muy guapo, sí.

Los otros dos chicos, Tony y Fran saludaron dando la mano, pero igual me cayeron muy bien. Parecían simpáticos, amables y educados. Fueron a saludar a las chicas y se pusieron a ayudar. Aproveché para preguntar a Gaspar:

—”¿Son gays todos ellos?”

—”No, qué va; Néstor quisiera serlo, ha presumido de serlo, casi convence a todo el mundo de ser gay, pero se deshace por Araceli, y Araceli no le hace ni puto caso. Araceli es muy puñetera con él, jodida de verdad. Y los otros dos están pirraos por las niñas, Toni por Rocío y Fran por Sonia, pero esas dos pendejas andan a por mí... ¡están locas perdidas ellas y locos desorientados ellos!

Esta fue una respuesta que me dio a entender que no había competencia leal ni seria ni posible con estos chicos. Ellos mendigaban lo que nosotros desechamos y ellas apetecían lo que les era inaccesible. Ahí estábamos nosotros; yo, al igual que Gaspar, estaba dispuestos a hacer “casi, solo casi” todo lo que ellas quisieran. La suerte está echada. Menos follar con ellas, que no lo soporto, cualquier cosa. ¿Qué mal lo tenían el trío de buenos chicos, guapos y parece que con dinerito, parné que decían ellos, porque de eso presumían.

Vienen las niñas, nos comemos todo lo que ponen. Procuro que Gaspar no beba alcohol, yo tampoco. Ellas medio borrachas pero con aguante femenino, que ya es mucho decir. Los tres alevines, despatarrados en los sillones, y comienza el juego. Yo con ganas; Gaspar, como estaba bien, y sin alcohol, me entendió muy bien qué había que hacer, incluida la peor de las cochinadas que se les pudiera ocurrir a las chicas, excepto follarlas, que es siempre problemático. Le dije:

—”¡Que nos follen ellas!”.

—”Si saben…", respondió.

Nos reímos y esa fue la propuesta. Conseguir que se lo pasen bien, pero “¡que nos follen ellas!”. Gaspar no acababa de entender, pero se fió de su primo, y su primo, o sea yo, sabía qué tenía que hacer para los dos. Había habido tiempo de pensar y de ver cómo reacciona cada uno de los reunidos. De momento los tres chicos tenían que dormir juntos en un sofá. ¿Solución? Un combinado a cada uno de estos que preparo yo con gin, vodka y matarratas. Como ya estaban entrados en tragos, este combinado con un Ginger Ale que presume bien, les animó. No tardaron más de media hora. Cayeron KO sin remisión y los metí a los tres juntos en un sofá. No hacía falta taparlos, con el calor que hacía por fuera y el que tenían por dentro, ya estaban aviados hasta el día siguiente.

¿Qué hacer? Pedí a Lorena que comience el juego. Y nos anunciaron un juego de prendas. Alertado Gaspar de que resistiera, conseguimos que todas las chicas, todas sin excepción se quedaran, sin zapatos, para que no escapen lejos, sin blusa para que no salgan a la calle, sin pantalones para que se queden a merced nuestra. Habíamos formado un equipo de los chicos contra las chicas. Tres chicos durmiendo y dos respondiendo. Ellas pagaron todo. Le dije a Gaspar que era la hora de ir perdiendo hasta quedarnos totalmente desnudos, que ellas no pierdan más porque eran demasiados coños juntos. Y así fue. No sabían qué había pasado, pero comenzamos a no acertar con las respuestas a las preguntas. Remitieron nuestros falos al cansancio. Gaspar y yo nos habíamos quedado, sin zapatillas, sin calcetines, sin reloj, sin pulsera, sin collar, sin camisa, sin gorra, sin pantalón y nos quedaba el mini slip, y decidí perderlo. Lo perdí, lo pagué. Pero..., había un pero: o me lo quitan o no me lo quito. Se levantaron todas a quitármelo y les puse orden, entre todas, dos dedos cada una y a la voz de tres. Y así fue.

—”Una... dooos... y ¡treseees!, ¡abajooo!

Y las muy putas lo bajaron, lo bajaron a los tobillos, pero mi polla saltó, aunque fláccida y larga, dio un brinco y se quedó bailando. Como era el último castigado, me quedé de pie en medio de todas las chicas totalmente desnudo, porque Lorena recogió el mini slip y se lo llevó. Mientras se iba la vi mover el culo orgullosa de tener tal primo, y lo orgullosa que se va a quedar por tener tal hermano. Porque Gaspar, si lo sueltas, es como una vaquilla en la arena. Y yo lo iba a soltar. Vamos, que nos íbamos a soltar.

Llegó la pregunta para Gaspar. Pregunta más fácil no había: ¿Qué lengua se habla en Argentina? Y Gaspar respondió que en Argentina se habla el argentino que es un inglés de segundo orden. No supo poner orden y le sacaron su mini slip, pero le clavaron las uñas en todo el culo y en las caderas. De nuevo Lorena recogió la prenda y fue a guardarla. Gaspar estaba ya junto a mi y le dije que mirara a su hermana cómo movía el culo y se le caía la baba. Entonces le dije:

—”He descubierto que nosotros los gays, en cuanto a mujeres, solo podemos enamorarnos de nuestras hermanas”.

—”No había caído en la cuenta, pero es verdad..., ¡qué buena está la tía!”.

Regresó Lorena y dijo qué cosa iban a hacer con nosotros. Araceli dijo:

—”Según las reglas del juego, ellos deben elegir el castigo, puede ser el mismo para los dos o cada uno puede pedir uno diferente.

—”¡El mismo para los dos!”, dije en voz bien alta, mientras ellas miraban impávidas nuestras pollas morcillonas pero aún caídas.

Gaspar se me quedó mirando, sin saber qué decir, ni responder. Pero inmediatamente Araceli dijo:

—”De acuerdo; el mismo para los dos. ¿Pueden decir los chicos qué castigo desean?

—”Sí”, dije yo, y Gaspar estaba como asustado.

—”A ver, dinos qué castigo queréis, que nosotras nos encargamos de realizarlo”, dijo Araceli.

Lentamente y poniendo la voz pausada serena y cálidamente, mientras me movía la polla con mis manos, dije:

—”Queremos..., y ya no podéis negaros, que cada una... de vosotras... chupe con su lengua, boca y dientes, nuestras pollas...”

Gritaron todas de contento, e hice la señal con mis manos de que se callaran para continuar:

—”Cada una ha de dar dos mamadas por el tiempo que desee a cada uno de nosotros. Al concluir la segunda ronda debemos haber eyaculado ya. Si lo hacemos antes de que todas pasen dos veces, tenemos un nuevo castigo que lo imponéis vosotras. Si, después de mamarla todas dos veces a los dos, hemos aguantado sin eyacular, elegiremos a dos por cada uno para eyacular sobre su cara y a continuación a las otras dos para que nos desahoguemos la orina”.

De nuevo todas gritaron de contento y aceptaron, pues pensaban que no llegaríamos al final, aunque de mí yo estaba seguro, pero no sabía cómo respondería Gaspar.

Pasaron una vez y todo normal, consiguieron a duras penas que por fin se nos levantara. ¿Puede ser que a un gay no le estimule la mamada de una mujer? Si Gaspar y yo no nos ponemos a besarnos y a tocarnos nuestras pollas no se levantan. Pero casi todas daban mordiscos con los dientes y hacían daño con lo que la calentura se bajaba. Antes de la segunda ronda les expliqué que si los mordiscos hacen daño, el dolor atenúa la tensión y la sangre se va a un solo lugar y no sube a lo largo de la polla. Que tenían que mordisquear el capullo. Dos gays diciendo que han de hacer unas putitas de poco alcance... brrr... Les prometí que si lo hacían mejor, les enseñaría cómo se hace. Pasó la segunda ronda. Me dolía Lorena que le daba un no sé qué mamársela a su hermano, pero yo le decía que no había problema, que todo es un juego. Todo fue inútil. Las pollas se mantuvieron incólumes. Entonces para mi sorpresa, Araceli intervino:

—”Puesto que no hemos sido capaces de excitarlos con nuestras bocas, a ver si podemos con nuestro coño”.

Repliqué:

—”Ya que no se trata de que no habéis podido, sino que no habéis sabido, hemos de enseñaros cómo se hace.”

Todas de nuevo se pusieron de acuerdo. Entonces me puse de rodillas delante de Gaspar, me llevé su polla a mi boca, y comencé a friccionarla lentamente, la sacaba y de nuevo me la metía hasta la garganta, en un momento determinado, con la punta de mi lengua pasaba a lamer el anillo por dentro del prepucio que levantaba con dos dedos. El silencio era sepulcral y la respiración de las chicas entrecortada. Pero la polla de Gaspar se puso dura, muy dura, y al que estaba a punto de eyacular llamé a dos voluntarias que se levantaron enseguida —las muy putas— y se pusieron delante de Gaspar de rodillas, me levanté y seguí masturbando aquella sobrecargada polla que soltó toda su leche y llenó la cara y el pelo de las dos chicas. Con el pie les di la señal de que se sentaran en su sitio y Gaspar sin ninguna orden hizo otro tanto de inmediato. Me hizo una mamada excepcionalmente caliente, mi polla atravesó su garganta y yo comencé a retorcerme de placer y sudaba de tal modo y tanto que las chicas estaban más sorprendidas y temerosas que felices. Sin duda alguna fue la mejor mamada que jamás me habían hecho, larga, esplendorosa, con maestría, codiciosa, porque de verdad se metía mi polla más allá de la garganta, atravesaba las amígdalas que le daban arcadas, pero no le impedían continuar. Quería lucirse y ¡bien que lo hizo! De pronto dije:

—”¡Que me vengo, que me vengo!”

Vinieron dos chicas y sobre ellas eyaculé. Con mis manos dirigí la polla para que disparara en plena cara y llené su nariz y labios de mi propio esperma.

La sorpresa mayor fue cuando llegó el momento de orinar. Había unos plásticos que yo había visto y los trajimos entre los dos, los extendimos en el suelo y se pusieron las otras cuatro en fila, pero antes de que comenzáramos a orinar, las cuatro primeras ¡que eran putas de verdad!, se juntaron y prolongaron la fila. Reventamos casi al mismo tiempo, y las llenamos de orina totalmente. Los sujetadores y bragas quedaron repletos de nuestra orina.

Al acabar se abrazaron todas, pero se notaba que estaban cansadas. Salimos a la piscina y nos duchamos allí mismo. Todas se quitaron sus bragas y sujetadores mojados y nos metimos a nadar desnudos los diez. Los otros tres chicos seguían durmiendo.

Cansados de nadar decidimos que había que dormir un poco hasta el desayuno. Ya eran casi las cuatro de la mañana. Gaspar y yo nos fuimos a nuestra habitación de invitados. Entonces Gaspar me dijo:

—”Lo hemos hecho bien. Ahora nos toca premiarnos a nosotros. ¿Follamos?”

—”Follamos sin parar hasta dormirnos”.

Así lo hicimos; me dejé penetrar por Gaspar que lo hace de maravilla y esperé a que descargara todo su esperma en mi interior, porque me hacía gozar. Luego me exigió el débito y lo follé como un loco a rabiar y con la mala intención de hacerle daño para que lo disfrutara. Imposible, no le hice daño, pero lo disfrutó. Luego jugamos a meternos dedos en el ano y a dar masajes en la entrepierna, y a excitarnos apretando en la ingle. Así nos dormimos uno enroscado con el otro.

Al despertar por escuchar el ruido de gente, salimos de la habitación los dos desnudos. Allí se nos quedaron mirando los tres chicos. Nos dirigimos a la piscina y ellos nos siguieron. Nos metimos a nadar y ellos se quitaron la ropa, toda la ropa y entraron a nadar con nosotros. Me acerqué a Néstor para intentar rozarme con él. Lo conseguí y me dijo:

—”Me gustaría que en algún momento me follaras, pero que estos no se enteren”.

—”De acuerdo, prepara el plan, lugar y hora y follamos en secreto”.

Allí, dentro de la piscina, hundidos bajo el agua, lo besé y le saludé sobando su polla y su huevera mojados por el agua. Le gustó y me sonrió.

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