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La segunda lección

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Este relato continúa a "El Castillo".

Tuve que llamar casi de inmediato a Gaspar para indicarle que no podría salir con él esa tarde y le declaré lo que realmente ocurría. El asunto es que, al entrar en casa, estaba esperando Néstor. Estaba conversando con el Tío Paco. Le había dicho al Tío Paco que tenía que conversar conmigo porque quería unas orientaciones sobre la ciudad, la universidad y otros asuntos y que esperaba encontrarme, ya que me había avisado el día anterior. El Tío Paco, con gran intuición, le dijo que esperara que no tardaría porque, como a mí no me gustaba ir por mucho tiempo con la misma ropa, tendría que venir a cambiarme. El Tío Paco en poco tiempo había captado casi todo de mí. Era extraño ver cómo un hombre que casi no habla, que no opina, que no se inquieta, que solo trabaja, pronto cala a las personas y sabe de qué pie cojean. Con Néstor tuvo una interesante charla porque, tras preguntarle de qué familia era, como el Tío Paco se conocía a todas las familias del pueblo, enseguida adivinó que Néstor estaría necesitado de verdaderos amigos y un poco de afecto, ya que en su casa el afecto y el cariño no era lo que más relucía. Se había dado tanto el Tío Paco a sus hijos, a mi padre y a sus nietos, que le dolía cuando a los demás niños, adolescentes o jóvenes no los atendían adecuadamente. Así que, al entrar yo en casa, ya le había dedicado a Néstor algo más de una hora, le había dado confianza y lo había invitado a cenar. Aunque Néstor le dijo que no sabía si se podría quedar porque tenía que hablar conmigo y en su casa que si esto y lo otro y bla, bla, bla,…, el Tío Paco le dijo que es libre de lo que quiera, pero no hace falta avisar, cenaría si quería con nosotros.

Cuando entré, me fui a saludar al Tío Paco y le di un beso y un abrazo. Cuando saludé con un abrazo a Néstor, éste me besó sin ningún pudor ni temor; yo, pues, le di dos besos bien sonoros. Al volverme, el Tío Paco ya había desaparecido. Nos sentamos a charlar y entró la señora Paulina con una bandeja. Me levanté a tomarle la bandeja y le sonreí.

—”Gracias, Paulina, es usted un ángel”, le dije con mi ancha sonrisa.

—”¿Ángel, yo?, no se equivoque usted señorito, cada una sabe cómo es y por dónde le caen; usted que es tan atento como su tío”, dijo Paulina muy nerviosa.

—”Señora Paulina, por lo que más quiera, no me llame señorito, dígame solo mi nombre, Jess, y no me hable con tanto bombo y platillo, a mí me habla usted de tú, soy más joven que usted; si no quiere que me enfade, hágalo así, por favor”, y dejé la bandeja en la mesa.

—”¡Ay, señorito, qué…”, y se vio interrumpida por mí, poniéndole mi dedo índice perpendicularmente ante sus gruesos labios.

Luego le dije:

—”¿Qué le he dicho? primero, señorito, no; segundo, de tú, de tú, de tú, tutee, a mí sin el usted, eso lo guarda para el Tío Paco y si quiere para mi padre, ¿entendido?”, y me quedé mirándole a los ojos muy cerca de su cara.

—”Entendido, tenga.., ten paciencia, hijo mío, ten paciencia conmigo, que lo aprenderé poco a poco…”

La besé con dos besos bien sonoros en cada mejilla y le dije:

—”Gracias, muchas gracias, así ha de hablarme, de tú y como si fuera su hijo, ¿eh, mamá Paulina? Gracias por llamarme hijo, gracias, mamá Paulina, eres un sol”.

Levantó el extremo del delantal de un blanco reluciente que tenía ceñido y se fue llorando de la emoción, pero yo no imaginaba que lo dicho era para tanto. Cuando me senté para merendar con Néstor le dije que parecía una mujer muy emotiva, porque se había puesto a llorar y no era para tanto.

—”Es para eso y mucho más, Jess, mucho más”, dijo muy en serio Néstor.

—”¿Por qué? Explica por favor”, le dije con curiosidad e interés.

Néstor sacó el pecho de su inclinación a causa del sillón, se sentó con la espalda recta bien apoyada en el respaldo, tragó el bocado que se había metido a la boca, bebió agua y comenzó:

—”Paulina es viuda. Hace casi dos años que enviudó y se quedó sin sus hijos. Su esposo y sus dos hijos, el menor, Anselmo, era amigo mío, muy amigo; vamos, mi mejor amigo. Pues te digo, que su esposo y sus dos hijos sufrieron un accidente de coche y murieron en el acto. No chocaron con nadie, no hubo rastro de alcohol en ninguno de ellos, pero el coche se salió de la carretera, dio varias vueltas y murieron. Se quedó la mujer sola. Ella no es de aquí, es muy buena, quería mucho a sus hijos. Cuando me ha visto entrar aquí, ha llorado porque le recuerdo a su hijo, los dos hacíamos los deberes juntos. Y ahora tú le dices eso, la mujer se ha puesto blandita y se ha emocionado. Debe ser duro perder toda la familia de un solo golpe. Ella ya trabajaba aquí unas horas al día, pero al quedarse sola y sin ayudas, tu Tío Paco la empleó y está casi todo el día aquí”.

—”Es duro, pero no sabía nada; ahora la voy a tratar mejor los pocos días que me quedan”, dije conmovido por el relato de Néstor.

—”¿Ya te vas?”, preguntó con tristeza Néstor.

—”Pero prometo regresar; tengo que irme para ponerme al día y luego ya pronto vienen los exámenes. Concluidos los exámenes, pienso venir algunos días por aquí. No te librarás tan fácilmente de mí…”, dije socarronamente.

Acabamos la merienda y metimos la bandeja en la cocina, le dimos cada uno un beso a Paulina, un “hasta luego” y nos salimos a la calle. Paseamos por todos los rincones que yo aún no conocía e íbamos charlando. En un momento dado le pregunté si había pensado algo al respecto de lo del otro día. Me dijo que le gustó, pero no sabía mucho más. Le hablé tranquilamente de mi opinión:

—”Te ha de gustar tener sexo, porque lo llevamos en nosotros; además, se ha situado justo entre las piernas para que se note. Nos enteramos del sexo al mear, para rascarnos cuando crecen los pelos, para eso tenemos las manos a su altura. Los jugadores de fútbol se ponen las manos delante de los huevos cuando se dispara a falta, para protegerse. No se protegen la cabeza sino los huevos, porque ahí están las manos. Justo a la altura del pene tenemos las palmas de la mano, para cuidar, proteger, orinar, masturbar, rascar. Los que tienen los brazos muy largos no saben donde colocar las manos. Nosotros siempre sabemos que están para los menesteres de nuestro sexo, igual que para los menesteres de la boca y la cabeza están los codos que articulan los brazos para hacer esas necesidades. Los brazos no necesitarían doblarse cuando nos masturbamos, sino naturalmente caídos, como cuando orinamos. Lo que pasa es que el placer que sentimos nos hace actuar de mil maneras y doblamos muñecas, codos, inclinamos hombros, es decir, toda la maquinaria se pone en funcionamiento. Estamos hechos para eso, el sexo es de lo mejor que nos puede ocurrir en nuestra vida y tenemos que disfrutarlo. Nos acompaña a todas partes. Si uno quiere una cerveza, tiene que ir a casa o al bar para conseguirla y así todas las cosas, pero si necesitas el sexo —culo, pene o testículos— no tienes que ir a comprarlo o alquilarlo en ningún sitio. Si estás acompañado, lo compartes; si estás solo, te haces unas pajas o te metes los dedos en el culo; asunto resuelto. No hemos de preocuparnos por nada de esto. No sé por qué hay gente que sufre a causa del sexo; quizá sea un problema para ellos tener algo tan esencial encima de uno mismo, pero visto con inteligencia es lo que en condiciones naturales óptimas jamás nos falta. Por eso, pienso que tener sexo —no hablo de violación, sino sexo consentido— es lo mejor que nos puede pasar”.

Néstor escuchaba con atención, como si descubriera un mundo para sí. Como lo noté ávido de saber, proseguí con mi perorata:

—”Mira —le decía, porque le hablaba con lenguaje directo, sin tapujos ni eufemismos—, te encuentras con un amigo y le das la mano. Te lavas las manos porque se ensucian. No siempre sabes de qué se ensucian. La nariz, aunque la tengas con una gripe notoria, no la escondes, y eso que a veces se pone colorada. No sé qué manía tiene la gente de decir que este trozo de carne que tenemos entre las piernas es diferente, hay que cubrirlo, sienten vergüenza de tener una erección porque se nota. Pero si excitarse no está en nada raro, es nuestra naturaleza que responde a requerimientos del cerebro, de la voluntad, de la necesidad o simplemente del accidente. Una vez —le contaba anécdotas para que entendiera—, había un chico que estaba muy nervioso antes de un examen. El tío era listo, le sobraba, pero se puso nervioso e iba preguntando a todos lo que pondrían en el examen. Tan nervioso se puso que estando cerca de mí note que eyaculó sin tocarse para nada. Acudí a auxiliarlo y lo metí en el baño. Le quité los pantalones y el bóxer, le di papel higiénico para que se limpiara y con papel le limpié el bóxer. Creo que lo necesitaba. Lo metí en el cuarto y sobre la taza lo masturbé para que se sacara toda su mugre guardada de mucho tiempo y poco a poco se iba desahogando. Lo lavé con agua y con su pañuelo lo sequé. Bajé la tapa, lo senté y le dije: Tú lo sabes todo, tú estás bien, serénate que harás un buen examen”. El resultado fue que entró al examen sonriente, sereno y un sobresaliente fue su premio. Un día se me acercó para agradecerme lo que hice por él. Es natural, y contener ese deseo produce traiciones en la propia psicología. Fue entonces cuando exclamó:

—”Así era yo hasta anteayer”.

Lo sabía, lo que necesitaba Néstor era una especie de relleno en un vacío que se hace mucha gente en su propio cerebro. De nuevo, le dije:

—”Todo lo que tenemos es bueno. Además, toda la parte del sexo, desde el culo hasta el pene, está llena de terminaciones nerviosas que producen una gran sensibilidad y por tanto excitación por cualquier cosa. Es absurdo que se use el sexo solo dos veces para tener dos hijos o cinco veces en toda la vida para tener cinco hijos. Añade el doble o el triple, veinte veces en toda la vida para tener cinco hijos. ¿Qué locura! Eso es un desperdicio de muchas posibilidades y de mucho placer”.

Entonces le dije directamente:

—”Néstor, quieres tener esta noche una experiencia única?

—”¿Como qué? Buenoooo…, sí…, pero, ¿qué cosa?”, dijo medio sorprendido.

—” Esta noche cenas con nosotros en mi casa. Luego nos sentamos con mi papá y dejamos que hablen los mayores, nosotros leemos o vemos la tv o escuchamos lo que dicen, si es interesante. A la hora de dormir, nos vamos a mi habitación y nos pasamos la noche durmiendo juntos, ¿te parece?”, propuse.

—”¿Qué dirá tu tío o tu padre?, objetó.

—”No dirán nada, porque yo les pediré permiso y consentirán; de mi padre sé que sí, de mi tío no lo dudo por como has estado con él, seguro que le parecerá bien”.

—”Si te parece…, yo avisaré a mi casa que no voy hasta mañana. Pero no tengo pijama ni…”, segunda objeción de Néstor.

—”¿Necesitas pijama?, pregunté.

—”¿Tú no usas pijama?”, preguntó.

—”Tú tampoco. Se trata de dormir en la misma cama desnudos los dos y dejar rienda suelta a lo que nos acontezca. Verás como todo lo que te he dicho es cierto; pero… ¡uf!, ¡la hora!, se nos pone tarde. Vamos deprisa a cenar”, dije apresuradamente, aunque teníamos suficiente tiempo.

Hicimos el recorrido a casa con la misma naturalidad, conversando de todo lo que se nos ocurría. Lo que le quedó claro a Néstor es que estábamos programando una tanda de sexo para nosotros dos juntos, sin nadie más, con intimidad. El objetivo era que experimentara sus sentimientos, su inclinación, su opción. Yo ya sabía que Néstor era verdaderamente gay, pero él necesitaba experimentar sin miedos ni presiones que realmente lo es. Llegamos a casa con tiempo para que yo hablara con Tío Paco y con mi padre. Como esperaba, no había problemas. Tío Paco, además, me preguntó si necesitábamos un colchón o ropa de cama o cualquier otra cosa, le dije que nos arreglaríamos bien. Y cenamos.

*****

Después de los últimos acontecimientos en los que hubo 32 muertos, la televisión daba reportajes y más reportajes y todos los canales estaban en lo mismo, pero ocurre que a las personas mayores les gusta esto, como si les entrara el morbo por saber qué más podría haber detrás de todo aquello. Tío Paco y mi padre estaban callados y atentos a las noticias repetitivas. Pensé que quizá no hablaban porque estábamos nosotros o porque estaba Néstor. Tomé la indeliberada decisión de que nos levantáramos y nos fuéramos a lo nuestro. Me despedí de mi padre haciéndole una caricia con un pequeño pellizco en su pómulo. Pensé que no siempre han de ser los mayores quienes hagan caricias a los menores porque ¿no se alegran los mayores de saberse cariñosamente queridos por sus hijos o nietos? Vi que mi padre recibió la carantoña con una sonrisa de agradecimiento y pensé que Tío Paco también formaba parte del ámbito de mi cariño. Le dije:

—”Buenas noches, yayo", y le di dos besos.

—”Buenas noches, hijo”, me contestó agradecido el Tío Paco.

Ahora fui yo quien le sonreí. Nos estábamos yendo y le dije a Néstor que me esperara al pie de la escalera y regresé:

—”Papá, ¿te parece bien que tome al Tío Paco como mi abuelo?, dije como un estúpido con ganas de agradar.

—”También es tu abuelo”, contestó inclinando la cabeza y mirando al Tío Paco.

—”Gracias, papá”.

Salí de la sala y escuché una vez traspuesta la puerta:

—”Este chico es extraordinario”, dijo el nuevo abuelo.

—”Lo vas conociendo; es extraordinario en todo, pero…”, —mi padre, tras un momento de duda, siguió hablando,— ”Pero me da pena, porque…, vaya, es que le gustan los chicos…”

—”Qué tiene que ver eso; si es buen muchacho, si estudia y aprovecha el tiempo, si es buen amigo, si le gusta el trabajo…, ¿qué tiene de malo?”, dijo el Tío Paco.

—”Tío, ¿tú también lo ves así?”, dijo mi padre con voz apenada.

—”No es que yo lo veo así; es que es así; cada uno somos como somos y no hay vuelta de hoja; mira a Gaspar, ¿qué problemas hay con un muchacho responsable, trabajador, cariñoso con los de su casa…; bueno, y el otro chico con el que se junta, ese Luis es una auténtica perla fina…; por eso hacen buena pareja y se nota porque no se dedican a hacer mariconadas para llamar la atención, se gustan, se atraen…, se aman; ¿quién podrá objetar algo a lo que sienten estos chicos? El amor es muy extraño… y creo que no lo hemos abarcado, por eso no lo conocemos…”, respondió el Tío Paco a las objeciones de mi padre.

Cuando decidí darme la vuelta me tropecé con Néstor que se había arrimado a mi espalda para escuchar lo que tanto me interesaba. Me sobresalté por no pensar que podía ser Néstor. Lo agarré del cuello por encima de los hombros con la mano izquierda y de los muslos con la derecha y lo subí en brazos a la habitación; por la escalera me daba picos en la boca y casi me hace tropezar más de dos veces. Al llegar a la puerta de la habitación, le dije que abriera y traspasamos la puerta hasta la cama; lo eché sobre la cama y me puse encima de él; nos besamos todo el rato y noté que su polla se ponía dura. Lo dejé en la cama y fui a cerrar la puerta. ¿Qué tenía que esperar ya sino comerme de inmediato el pájaro antes de que tomara el vuelo? Si esto iba a ser una lección para enseñar a este discípulo ignorante, yo iba a convertirme en un profesor avieso y travieso. Al regresar, tras cerrar la puerta, me lo encontré sentado sobre el borde de la cama, quizá con la intención de quitarse la ropa para dormir. “¡Alto, muchachito!”, pensaba en mi interior al mismo tiempo con las manos le daba un empujón para que cayera de espalda encima de la cama. No podía permitir que siguiera la lección a su ritmo, sino a mi compás, porque el maestro iba a ser yo y él un alumno que ignoraba a dónde teníamos que llegar. Un rato largo lo tuve así aprisionado hasta que pude calmar su prisa por actuar lo que imaginaba él que había que hacer. No imagines, muchacho, lo que hay que hacer; imagina lo que te gustaría hacer y que te hicieran, que el ritual del sexo consiste en no tener ritual; las leyes del sexo consisten en ser libre, es decir, en no tener normas ni reglas. El sexo nos da alas de libertad para el amor, porque el amor no resiste las ataduras. Primero nos estamos dando una sesión de picos, besos con la lengua porque el sexo comienza por la cabeza y se expresa en la boca. Besos como estos en los que nuestra lengua saborea cada uno de los rincones de la boca del amado. Contamos con la lengua cada uno de los dientes. Paseamos la lengua por las cavernosas partes del paladar, investigamos debajo de la lengua cualquier resto que pudiera añadir sabor a nuestros besos. Brota la saliva y la compartimos. Las palabras más cariñosas y los insultos mas excitantes salen en voz baja de nuestra boca para ponerse en el oído del amado, mientras mordemos con suavidad el lóbulo de la oreja. Las cejas, que recogen el polvillo del ambiente para custodiar al ojo, aumentan de mil sabores las papilas gustativas. Esos pómulos, han de ser objeto de admiración y se analizan como punto final de una inspección facial, donde mi lengua comienza a recorrer desde el cuello, pasa por el mentón y recorre el rostro lentamente hasta los pómulos. Se ponen después los labios en la frente ofreciendo el contacto de rostro con rostro invitando al amado a ofrecer la otra parte de su cara para semejante prospección, mientras los brazos acarician desde los hombros a la cabeza y remueven el cabello para mayor placer del amado. Néstor responde perfectamente a los requerimientos sin que medie palabra, porque el amor, cuando es generoso, no entiende de palabras que pueden resultar falsas, sino de gestos auténticos y sinceros. Mi lengua recorrió todo el rostro de Néstor, esta vez comenzando desde la frente hasta los pómulos, ofreciendo a la vez el cuello para que la boca y la lengua de Néstor bese e inspeccione esta región, provocando el deseo en el amante. Llegada la lengua al pómulo, interrumpe el recorrido para pasar a jugar con los labios de Néstor, ofreciendo a continuación la clavícula a la boca del amado y poder inspeccionar con la lengua su rostro, desde el cuello hasta el pabellón auricular. Besos y mordiscos suaves al lóbulo, luego al antitragus y al tragus para que sienta en su interior mi propia persona; a lo largo de la fosa escafoidal paso suavemente mi lengua para detenerla en punta sobre el helix. El cuerpo se mueve acompasadamente apretando la pelvis y poniendo en tensión los glúteos; con esta acción exigida por la pasión provocada se definen con el contacto los glúteos, se sienten a través de la ropa los órganos genitales de ambos casi en contacto. Se siente también el deseo de desnudarnos. Nos vamos poco a poco desnudándonos de la camiseta. Sentimos el contacto de pecho con pecho. Néstor nota pronunciadas mis tetillas por la erección que han tomado y yo pongo mi lengua en las suyas para imprimirlas. Voy dando la vuelta y me sitúo a la cabecera de la cama en dirección a los pies de modo que nuestras caras se han contrariado y la visión se vuelve como si estuviéramos ambos boca abajo. Néstor se acomoda en la cama. Ahí nos mantenemos en el profuso placer de besarnos invertidos, cuando nuestras lenguas experimentan otros contactos diferentes, pero la pasión se enciendo. Me adelanto con las manos por encima del cuerpo de Néstor y con ellas empujo el short de Néstor hacia sus rodillas. Se queda con su fino slip blanco y limpio. Comienzo a morderlo, pero me da pena ensuciarlo con mi saliva y decido bajarlo de igual modo junto al short sobre las rodillas, pero como Néstor tiene dificultad de moverse y su pene me ha saltado con fuerza a la cara me alargo para dejarlos debajo de la rodilla, el pene de Néstor me produce cosquillas tentadoras por detrás de la oreja. Mientras, Néstor está sacando mi short que, al no tener interiores de protección, ha salido inmediatamente. Con mis pies lo saco y los empujo lejos de la cama, salen volando desde la cabecera a los pies y se pierdan en el suelo. Néstor sigue el juego y hace lo mismo con idéntica fortuna. Ambos tenemos las pollas en la cara del otro y comienzo mi mamada magistral de modo que Néstor complete el 69 a la perfección. Para mayor relax nos ponemos de lado y voy lamiendo y mamando la polla y el escroto de Néstor, siento que él me sigue y me acerco a su ano para oler su antro. Ha tenido como yo la precaución de lavarlo bien y paso varias veces mi lengua por su ano como un preludio. Interesa dar placer al amado y vuelvo a mamar esa polla que ha ido creciendo y se está poniendo sabrosa gracias al jugo preseminal que eyacula y comienzo a masturbarla con mis labios de modo que ya no oponga resistencia para ofrecer su preciado contenido. Siento los espasmos de Néstor y, cómo no en mí, me van moviendo mis entrañas que se hacen exteriores en movimientos de apretar mi pubis hacia la boca de Néstor y marcando nalgas. También Néstor me está empujando ya su pubis que me roza la barbilla. Y como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, comenzamos a expulsar los chorros eyaculados. Todos se vinieron dentro de mi boca, no quería abrirla, pero no me fue posible contener todo en mi boca y caía, saliendo por la comisura de mis labios, hacia las ingles de Néstor. Más suerte tuvo mi amado que, al estar sobre su costado derecho, pudo contener toda mi leche sin desperdiciar una sola gota. Tocaba ahora saborear los dos espermas y volteé para darle un beso en la boca. Allí tenía mi semen y en mis labios estaba el suyo. Ambos comimos ese suculento y delicioso postre y nos quedamos por un momento largo abrazados, rostro con rostro, sonriendo, en silencio, los ojos abiertos, mirándonos de cerca, sabiendo que nos habíamos amado mutuamente. El tiempo de mirarnos abrazados en nuestra desnudez parecía eternidad.

*****

Me había propuesto hacérselo pasar bien a Néstor. Otras veces pienso en mí y cómo me gusta follarme un tío hasta dejarlo hecho un trapo, sobre todo cuando me cuesta dinero o algún favor. Pero no era el caso. Néstor se había abandonado en mis manos y pensaba que él es quien tenía que disfrutar. No estaba pensando en hacerle lo que a aquel estudiante, compañero mío, que llevaba unos dos meses enteros que no había venido a clases, y no es porque estuviera enfermo o por necesidad, sino por vago, porque no quería levantarse temprano. Entonces, a un mes de Navidad me pidió que le pasara los apuntes y le explicara las cosas más complejas. Primero lo envié a tutoría y no quiso, luego, ante la insistencia, acepté porque me dijo que no quería dar los motivos verdaderos de sus retrasos y faltas para no ser sancionado y que me pagaría lo que yo le pidiera a no ser que no estuviera en su poder.

La verdad es que yo no he necesitado dinero nunca porque mi padre me ha dado todo lo que necesito y hasta más, porque sabe que no soy derrochador. En su pensamiento me ofreció dinero, pero yo le dije que le pasaba apuntes y le explicaba si se convertía en mi esclavo sexual. Se quedó pensando y, al parecer, creyendo que no iba a ser tan grave, aceptó. Le hice firmar un documento que redacté. Le dije:

—”De hoy a Navidad eres mi esclavo, lo que te pida en cuanto al sexo has de hacer, tal como indica este documento; si te niegas, presentaré este papel no solo a escarnio público sino a tutoría, se sabrá que eres un vago, que tus faltas no tienen justificación y te arriesgas a lo que sea. A partir del 1 de marzo quedas libre de tu esclavitud; yo me comprometo a darte las clases mientras seas mi esclavo, después te las arreglas”.

—”Acepto”, dijo después de pensarlo y tragando saliva.

Yo no sé si fue un buen método para que se pusiera a estudiar en serio, pero ese no era mi propósito sino que yo estaba deseando divertirme con una mierda de tío al que le iba a hacer sangrar por el ano durante algo más de dos meses, cada vez que quisiera sacar sus putas heces por sus rotos esfínteres. Como esclavo no le permití jamás lubricarse. Las embestidas por el culo que le di no fueron suaves, sino violentas y desgarradoras. Gritaba como una puta en celo. Me lamía los zapatos, los pies y la mierda de las suelas que yo pisaba adrede cuando nos íbamos a encontrar. Me orinaba en su cara y cuando tenía necesidad de cagar, le pedía que me comiera el culo para cagarme encima de su cara. Quizá ha sido lo más divertido de mi vida. Alguna vez le pegaba con un palo cuando no hacía las cosas que le mandaba o cuando las hacía mal. Un día le pedí que se orinara sobre sus pantalones delante de todos; como no quiso hacerlo, cuando nos quedamos solos, le di dos patadas en todos los huevos y tuvo que acudir a revisarse porque no se le iba el dolor. Ni siquiera sentí compasión. Cuando lo masturbaba estiraba el prepucio del todo para dañarle. Es verdad que dejaba tiempo para que se recompusiera. Pero la segunda vez que le mandé que se orinara delante de todos, lo hizo y fue el hazmerreír de todos; nadie sabía por qué se había orinado sobre su ropa. Con todo esto, que servía para divertirme con un gazapo de hombre, me propuse que iba a saber su materia mejor que el mismo profesor y, en efecto, cosa extraña en él, que siempre suspendía varias asignaturas, en las dos más difíciles y que yo le expliqué sacó sobresaliente, como yo. Que le pusieran un 9, y eso que el profesor siempre decía que el 10 es para el profesor, fue un éxito que le brindó prestigio ante toda la canallesca colectiva de condiscípulos. Mierda a esos docentes que se reservan calificaciones les daría yo en la misma rectoral. Pero así se aprovechan.

Cuando concluyó nuestro compromiso, me dijo:

—”Si no me pides hacer nada ridículo en público, aunque me pegues, quisiera seguir siendo tu esclavo; me ha gustado, sobre todo cuando me follas duro”.

Me dejó hecho una mierda podrida. Me arrepentí de tantas perradas que le había hecho, porque le había sangrado varias veces el ano y yo seguía con mi pene enfundado o con un bastón dañando aquel culo. Tuve con él varias veces sexo, pero no ya como esclavo, sino como un amigo dispuesto a que yo me satisficiera con él. Me aproveché sádicamente lo más que pude sin compasión. Luego se hizo una novia y me dijo que ya no vendría más. No cumplió su palabra; a veces dejaba a su novia en casa, algunas después de haberla follado y venía para que yo lo follara a él. Merecía que lo que aprendía de mí lo practicaba con su puta particular porque a ella le gustaba el sexo violento. Yo le iba descubriendo posturas, nunca suaves, siempre violentamente.

No iba a hacer a Néstor nada similar, sino que me propuse hacerle tomar gusto al sexo. Por eso, le dije que se pusiera su ropa; yo también me vestí; nos bajamos a la cocina. Encontré media botella de vino, no muy bueno, pero válido para el propósito. Saqué dos vasos de la alacena y vacié en los vasos el vino. Eché la botella a la basura y nos fuimos a la habitación con el vaso en la mano. Nos sentamos a charlar mientras tomábamos el vino. Yo le preguntaba cosas del pueblo y él me contaba curiosidades, unas para reírse y otras como para ponerse a temblar, porque la vez que tuvieron un maniático en el pueblo y murieron dos sin poder averiguar quien era el asesino, pues se cepillaron de una paliza al pobre loco, que nada tenía que ver con el asunto según supieron más tarde. El loco murió y lo enterraron. Nadie habla del asunto. Néstor me lo contó con mucha pena.

Habíamos acabado el vino y me levanté, me acerqué donde estaba él y me incliné a besarlo en la boca y en todas partes. La cara, la frente, los ojos… Néstor me respondía del mismo modo sin moverse y la verdad es que se le puso dura antes que a mí; pero estaba disfrutando esta sesión preparatoria de los besos. No sabía Néstor que lo estaba preparando para una penetración, pero se dejó llevar y reaccionaba positivamente. Me lamía desde el cuello hasta la cabeza y con el sabor del vino su lengua parecía enriquecida, daba gusto saborearla.

Agarrándolo por las axilas lo levanté del sillón y lo coloqué junto a la pared. Apoyó sus hombros en la pared, pero no pudo arrimar sus pies porque yo tenía mi pierna por detrás de las suyas para que quedara en plano inclinado. Lo estaba viendo guapo. Néstor es guapo; no es una gran figura, pero las cejas pobladas y negras le juegan bien en su cara. En esa postura observé la nariz más recta que había visto hasta ese momento. De no ser porque al abrir la boca se le doblada un poco, su sonrisa hubiera sido la de alguien con quien no se puede competir en belleza. Con el rostro quieto, la boca cerrada y los ojos con miedo era un chico guapo, verdaderamente guapo; cuando abría la boca, no parecía guapo; cuando miraba alegre, se le iba lo extraordinario de su mirada. Prefería verlo más dudando, que seguro, enfadado que alegre. Es rara la belleza de los hombres, hay gente que para ser bella ha de sonreír y los hay que tienen que poner el gesto grave. De este último tipo es Néstor.

Seguí besándole pero me decidí sacarle muy despacio la camiseta; en desnudarlo no me adelantaba nada sin que la lengua, los labios o mi nariz y mentón no me lo autorizaran. Néstor besaba mi pecho, la erección de mis tetillas parece que le encantaba. Saqué su camiseta y extendiendo la mano la dejé caer al suelo. Néstor solo miraba mi pecho y de vez en cuando mi cara. Yo lo iba mirando todo. Saqué poco a poco su short. Primero descorrí la cremallera y luego desabroché el botón para que me mostrara el slip rojo que llevaba puesto. Esto me encendió porque cuando veo el rojo me pongo a tope. El rojo es un color que me ha gustado siempre porque es vivo, ardiente y me pone; es posible que me excite hasta llegar a eyacular con solo ver algo rojo. No era éste mi caso ahora. Solté el pantalón y se cayó hasta los pies. Con un movimiento de cada pie, Néstor los alejó de sí, e inmediatamente comenzó a sacar mi short. Un poco más complicado porque yo estaba amarrado a su trasero por encima del slip y no paraba de maniobrar y porque mi short tenía unos botones metálicos, nada fáciles de pasar por los ajustados ojales; pero lo consiguió e hice lo mismo que Néstor para alejarlo de nosotros. Pero la diferencia es que yo ya estaba desnudo y Néstor aún tenía su slip puesto. Como me entretuve en caricias, hizo ademán de quitarse el slip y no se lo permití. Con mucho cuidado y lentamente le cogí de las manos y las levanté clavándoselas en la pared, mientras en esta postura, le besaba y me besaba, arrimaba mi pelvis a su delantera marcando mi culo, para que él notara bien mi contacto con su polla. Después de un rato bajé las manos liberándole las suyas y con un dedo de la mano derecha estiré el elástico de su slip para mirar su polla. Miramos los dos su polla y solté el elástico, “plaf”; nos miramos, un beso más y abrazados le tocaba por dentro del slip las nalgas. Él paseaba sus manos suavemente por mis glúteos. Con mis manos en sus nalgas hice presión hacia afuera para bajar el slip y dejar sus nalgas al aire. Me separé para contemplar el plano inclinado que formaba un ángulos convexo sus piernas con el piso; entonces él abría lentamente su slip bajándolo suavemente, de modo que dejaba visible la base de su polla con su pelo medio rapado; siguió lentamente abriendo su slip del todo, liberando aquel bicho que ya debía estar cansado de tanta presión. Yo miraba su cara y él con media sonrisa tentadora forzaba su cuello medio lado para invitarme a la acción. Caí de rodillas delante de él para saborear una polla que hacía rato se estaba resistiendo. Escuché un suave mugido de Néstor cuando hice mis primeras fricciones con mi lengua en su polla y le entró una especie de calambre que le hizo inclinarse, besando la parte trasera de mi cuello. Poco a poco fue bajando y los dos nos encontramos en el suelo, yo con mi boca ocupada en su polla y él ocupando sus manos en inspeccionar cada rincón de mi cuerpo. Nos dimos media vuelta inversamente y nos encontramos de costado haciendo un 69 que no deseábamos que se prolongara mucho tiempo.

En efecto, pronto, en cuanto vi que se estaba madurando la cosa, metí suavemente un dedo en su culo y pronto fueron dos. Iba dando vueltas a mis dedos en el ano para provocar placer en Néstor, y fueron ya tres dedos. Puse saliva al ojete y di más vueltas a los dedos. Metí el pulgar que entró con gran facilidad. Me fui levantando poco a poco y con mis manos levantaba sus muslos, de modo que se quedara apoyado sobre los omoplatos en el suelo y con la cara casi mirándome hacia arriba y puse más saliva en su ojete y la punta de mi polla que suavemente entró un poco sin que se quejara. Entonces, con mis manos coloqué mi pene en dirección de entrada un poco, solo un poco más adentro, y comencé a dar vueltas a mi duro pene en la boca de su agujero anal. Dejó caer los pies sueltamente, se amarró una pierna con una mano, mientras con la otra mano mantenía su equilibrio y ensarté con suavidad todo mi pene en el interior de Néstor.

—”Ah, ah, ah, qué bueno se siente…”, dijo sin dolor.

Comencé a dar paulatinamente vueltas, mientras hacía suavemente el mete y saca en su ano. Al que llevaba media vuelta recogí su pierna libre para que no se desmoronara todo él y sentí cómo apretaba su culo aprisionando mi polla; así frenaba el mete y saca. Cuando me liberó de la presión, di media vuelta más, ensartaba de nuevo mi polla y volvía a presionar; así, poco a poco hasta dar tres vueltas y media. Era una hélice lenta, llena de pasión y amor mezclados con el deseo de hacer disfrutar al compañero. Entonces le dije:

—”Voy a venirme, ¿lo quieres dentro o fuera?”

Como dudó un poco, le dije:

—”No voy a tener ya más tiempo que me voy, que me voy ya”

—”Suéltala, suéltala toda, que quiero sentirla dentro”, contestó.

Su palabra fue una orden porque comencé a soltar mi esperma, uno, dos, tres, cuatro, uno más pequeño, y otro, y ahora salía menos, y un espasmo, y otro, y otro y acabé. Inicié la salida de mi polla de su interior y me retuvo, pero poco a poco le di la vuelta para liberarlo de su posición y le puse de espaldas al suelo. Me costó rodar con la polla algo fláccida en su interior y me caí sobre su boca, notaba su pene que estaba en las últimas y salí de su culo para meter mi boca en su polla. Descargó toda su leche en mi boca y yo la iba tragando, uno, dos, tres, cuatro, no me cabía y comenzó a salirse de mi boca, cinco, seis y siete, ¡Dios mío!, qué capacidad la de este semental, y no pude asumir todo aquel rico manjar, derramando abundante sobre su pubis que, a continuación se descolaba corriendo por sus ingles. Dejé su polla liberada de mi boca y apretaba la base del falo para ordeñar los restos, y los recogía con mi lengua. Néstor me dio un tirón y me acercó a su cara para besarme con la intención de saborear su propio semen del que mi boca estaba repleta. Ahí nos quedamos en el suelo los dos abrazados y mirándonos. Los ojos de Néstor brillaban no menos de lo que estarían los míos, porque con sus manos iba recorriendo cada lugar de mi rostro, aunque yo prefería tocar sus nalgas sudadas para grabarlas en mi mente. Nos cruzamos un fuerte y prolongado beso, en el que su lengua tocó la campanilla de mi garganta y me provocó una arcada. Nos sonreímos los dos de mi debilidad y nos quedamos un rato largo haciendo picos con nuestros labios y abrazados, mientras se secaba el abundante sudor de nuestros cuerpos. Al relajarnos, un reguero de mi esperma salía por el culo de Néstor hacia el suelo.

*****

Así no podían quedar las cosas. Quedaba todavía una larga noche y la prolongación matutina. Esta tenía que ser la lección magistral que necesitaba mi amigo Néstor para tomar decisiones libres y descubrir que en el fondo de nuestra existencia hemos de empeñarnos e vivir como somos lo que somos, procurando siempre ser lo mismo.

En efecto, nos habíamos adormilado un poco sin llegar a dormirnos del todo, pero el calor no permitía dormir si estábamos bien juntos uno del otro. Y estábamos bien juntos. Cuando yo desperté de mi entresueño, me encontraba con una pierna casi recta al cuerpo tocando el entarimado del piso que estaba hecho de un parquet flotante de buena calidad, por en medio de mis piernas tenía una de Néstor; la otra la tenía un poco adelantada tocando la nalga de Néstor y la segunda de mi amigo montada por encima de la cadera. Nuestro pecho y abdomen juntos y las pollas besándose una a la otra. Estábamos muy juntos y sudorosos. Cuando me moví, como Néstor estaba igual que yo, medio despierto, reaccionó y le pregunté:

—”¿Te apetece una ducha?

—”¡Por supuesto que sí!”, respondió alegremente.

—”¿Quieres ir solo o quieres venir conmigo?”, pregunté casi adivinando la respuesta.

—”Vámonos los dos a la vez, ¿no?, creo que será mejor”, dijo incorporándose y tomando una de mis manos para que me levantara.

Me levanté haciéndome el remolón y con todo el peso cargado sobre la mano que me sujetaba Néstor. Dio el tirón y me incorporé hasta su rostro que aproveché para besar muy sinceramente. Estaba yo cautivado con hacérselo pasar bien y lo estaba disfrutando yo mismo. Puse una de mis manos en su culo y le dije:

—”Bonito culo tienes”.

—”¿Tú crees?”, fue su escueta respuesta.

—”Lo es de verdad”, insistí.

—”Me encantan tus bolas, grandes, pletóricas y compactas”, me dijo halagándome tanto que me arrancó un beso.

Entramos a la ducha y me senté en el piso. Se sentó frente a mí. Extendí una mano hasta la clavija y dejé salir un poco de agua que caía formando una ligera cortina entre ambos. Era como estar bajo una cascada. Salpicaba el agua hacia nosotros, pero no nos caía encima.

—”¿Sabes? Me gusta lo que haces”, dijo Néstor.

—”¿El qué?”, pregunté.

—”He disfrutado mucho la penetración que me has hecho, no me ha producido dolor, solo un poquito al comienzo pero soportable, nada que me hiciera sufrir; todo ha sido deleitable y muy grato, ¿cómo lo has hecho?, dijo.

—”Cuando hagas el amor con alguien a quien quieras, nunca tengas prisa. Muchos tienen prisa por penetrar, desechar y marcharse. Eso no es hacer el amor, es una putada. Hacer el amor es conseguir que tu amante lo goce igual o más que tú mismo. El sexo ha de hacerse con cuidado, con preparación o preliminares, como dicen algunos. Besos, caricias, toqueteos, desnudar al amado, dejarse desnudar, mamar la polla con suavidad y muchas más cosas amansan la rigidez del cuerpo y hacen que el cuerpo se confíe al amante. Cuando los músculos y nervios están en tensión siempre duele cualquier esfuerzo. Cuando se trabajan, se estimulan, se les ablanda con masajes, es más fácil que el cuerpo se abandone en el amado y al revés. No se debe hacer una penetración a alguien que quieres a lo bestia, se le pueden romper algunas venas pequeñas y sangra; se le estiran los músculos y luego duele o se le fuerzan nervios y tendones y esto es como una torcedura, puede durar hasta días el dolor. Es bueno ser lento, y conseguir que la polla entre en el ano a su paso. Al ablandar con masaje en los dedos y con la misma punto del pene el esfínter del ano, se consigue que penetre con suavidad y sin dolor”, respondí para que entendiera lo que viene a continuación.

—”Para eso hace falta maestría”, dijo.

—”Para eso hace falta tener paciencia y querer hacer gozar del sexo al otro”, le corregí.

—”¿Cuándo aprenderé yo eso?, preguntó.

—”Ya lo has aprendido; ya sabes que si delante tienes alguien a quien amas y no hay prisa, no tiene por qué sufrir el otro, ni gritar de dolor. Los gritos para las locas; el amor es agradable, y duele solo lo necesario para despertar la pasión. Ahora después te toca penetrarme a mí, porque esa polla tan, tan…, me mola, me mola tenerla en mi culo, sentirla, gozarla…”, le dije cerrando los ojos.

—”No sé hacer las cosas que tú, ¿y si no lo hago bien?”, objetó

—”Sí vas a saber. Todo lo que tienes que hacer es pensar que yo soy algo tuyo muy preciado. Me vas a hacer entrar en ganas. Me llevas a tu deseo y me haces desear, con caricias, besos, un beso negro porque ahora vamos a limpiarnos el ano bien limpio. Y luego me penetras con una vela”, le expliqué.

—”¿Con una vela, dices?, preguntó sorprendido.

—”Si, es una postura que me gusta mucho para la penetración…”

—”¿Como esa que llaman el perrito?”, preguntó como quien no sabe de qué va, y no lo sabía.

—”Bueno, es una postura, como el perrito es una postura, pero el perrito es muy mainstream. Prefiero para ti una cosa más friky, más nueva, la vela”, dije para meterle curiosidad.

—”¿Cómo es?”, la curiosidad le hizo preguntar.

—”Después de toda la preparación que quieras que hagamos, esperando que nuestras pollas se pongan duras, has de conseguir dejarme de modo que yo esté tumbado sobre la cama, espalda en horizontal y mirándote; tomas con tus brazos mis piernas juntas formando con mi cuerpo un ángulo de 90 grados. Las levantas a buena distancia de la cama respecto al resto de mi cuerpo. Mi agujero ha de quedar totalmente expuesto y tú te ajustas con toda tu anatomía para hacerme una penetración muy profunda. Mantén mis piernas cerradas para que se estreche mi conducto y sea mayor la fricción, tu roce conmigo. Para mí será muy cómoda, porque tú sujetarás mis piernas; como me mantendrás elevado, voy a tener una enorme sensación de placer, si lo haces bien. Luego igual te digo que me masturbes, depende. Verás cuánto lo gozas. Pero no pienses que te vas a equivocar o no lo vas a hacer bien, que yo no seré un pasivo total, pues te ayudaré. Pero la gozaremos los dos”.

Esta fue toda mi indicación. La suficiente, para que se manejara como un maestro. En la ducha, nos lavamos, que ya tiene su morbo. Le puse cabeza abajo y se apoyaba con sus pies y manos en el suelo, dejando el culo en la parte superior. Descabecé la ducha y metí el extremo del tuboflex en el ano, sin apretar, pero suficiente para que penetrara el agua en el interior. Cuando ya comenzó a salirse el agua, cerré la ducha y noté que tenía espasmos. Para no hacerle sufrir, le dije que se enderezara poco a poco e hiciera fuerza para sacar del vientre todo lo que tenía. Comenzó a salir toda la mierda con el agua. El lo vio y se rió viendo tantos grumos de mierda que desaparecían por el coladero de la ducha. Dejé la ducha limpia y le dije que de nuevo se pusiera como antes y volví a llenarle los intestinos de agua, y otra vez, bastante mierda salió de su vientre. Ahora empezamos a decirnos groserías, si somos el 50 por ciento de mierda, si esto es una mierda, y mira que mierda tan chula tengo, que si eres una mierda, etc. Esto hacía divertida la operación. Así se lo hice cuatro veces y se quedó limpio. Pero ya le costaba sacar su agua, porque no había materia que empujar. Cuando se encontró perfectamente bien, le dije que hiciera lo mismo conmigo. Me limpió y comenzó tras la última salida de agua a meterme su nariz en el ano para decirme que no olía. Salimos de la ducha a secarnos uno al otro y nos fuimos a la cama. Nos sentíamos raros, como si nos acabáramos de conocer. Las explicaciones y el lavado nos habían enfriado las pasiones. Volvimos a salir, ahora muy despacio y sigilosos hacia la cocina. Ibamos desnudos. Descubrí pan y jamón y me llevé una botella de litro de cerveza que había en la nevera. Por suerte nadie se despertó, nos lo llevamos a la habitación. Allí nos reíamos de pensar si hubiera salido alguien de la casa y nos hubiera visto desnudos, pero no era nuestra preocupación. Con el lavado sentíamos hambre y nos pusimos a comer el pan con jamón y a beber la cerveza. No usamos los vasos, sino que bebíamos los dos de la botella. La verdad es que ese desayuno tenía su morbo y lo comimos con avaricia. Néstor me ofreció de su bocata y le di un mordisco grande, luego le ofrecí del mío y me superó. Las risas imperaban entre nosotros. Ya ninguno de los dos se comió su bocata entero, íbamos alternando y nos comimos los dos bocatas y nos tomamos la cerveza. Néstor, con su boca llena de cerveza se vino a mi boca y me dio a probar de segunda mano, tragamos cada uno una parte y me pasó la botella para que hiciera lo mismo. Jamás había disfrutado tanto un desayuno como éste, y eso que todavía era de noche. Néstor se limpió las manos en sus muslos; la humedad de la botella estaba pringosa. Yo me limpié mis manos en su cadera, porque nos pusimos de pie, para besarnos. Néstor llevaba la delantera y me besó todo el cuerpo pulgada a pulgada. Nada se le quedó. Cuando me besaba los pies, estaba dando a mis ojos una visión espectacular de su agujero anal y me incliné para besarlo y meter lengua. A Néstor le gustó esto porque suspiró. Cuando llegó a mi culo, me hizo tumbar en la cama tal como le había indicado y echó mis piernas hacia mi cabeza. Con mis manos me las abracé y abrí bien el hoyo de mi trasero. Se puso de rodillas y con toda su cara en mi culo, comenzó a pasar la lengua, y a meterla en mi agujero. Así estuvo un rato largo hasta que consideró que podría haber ayudado a dilatar mi esfínter, lo que comprobaba de vez en cuando con sus dedos. Entonces me tomó las piernas y comenzó a elevarme hasta poner mi agujero a la altura de su total erecta polla. Ensartó la punta de su polla en el hoyo y comenzó una fricción lenta. Yo veía el movimiento de su cuerpo para que la polla fuese contorneando circularmente mi agujero y cada vez iba entrando más. No empujó nada con violencia, le costó penetrar porque amordazadas mis piernas con sus brazos y no dejaban paso fácil para que su polla perforara la entrada de mi ano. Ya le corrían a Néstor los sudores por todo su cuerpo, pero también noté la humedad de su líquido preseminal en mi ano, lo cual facilitó la inmersión. Le sugerí que añadiera saliva y esto fue el remate. Traspasó toda la polla hasta el interior y sentí un placer inigualable e incontable. Ésta fue la primera vez que me hacían la vela y fue muy placentera. Después de un largo mete y saca con el doble esfuerzo de mantenerme elevado y del ejercicio de la penetración, le dije que me masturbara con una mano. Sujetó bien las piernas con su brazo izquierdo y su pecho y comenzó a masturbarme con su derecha. ¡Magistral! Este chavo aprende. Ya estaba yo casi para venirme, pero el soltó mi polla porque se venía también y yo apreté mi culo más todavía para que no sacara su polla. Entendió y se vino dentro de mí. Sentí el placer de encontrarme lleno, aunque no tanto por la vaciedad de los intestinos, pero notaba los trallazos en mi interior. Me sorprendí cuando Néstor, tras vaciarse, sacó su polla y volvió a echar mis piernas hacia mi cabeza para lamer el culo. Me inclinó un poco para que se saliera todo mi esperma y lo succionó conforme iba saliendo. Hecho esto, me mamó la polla hasta hacerla explotar y se iba tragando todo mi semen. Entonces le pregunté:

—”¿Te quedaste con hambre?”

No me contestó de momento. Pero se vino a mi boca para trasladar de la suya mi esperma, que ya había sido mezclado con el suyo.

—”Sacia, pues, tu hambre, mi amor querido”, dijo con mucho cariño.

Había entendido Néstor que yo le había dicho “También tengo hambre” y por eso me hizo partícipe. Ahí, tumbados sobre la cama, dos hombres, durante un rato largo de picos con nuestra lengua y con las manos de Néstor jugando con mi escroto, nos dormimos. Nadie nos molestó, nadie nos despertó. Despertamos a la vez y seguimos un rato como estábamos, muy pegados y besándonos sin parar.

Ya estábamos de nuevo en la ducha hacia el mediodía. Jugamos a darnos placer. Néstor me dijo que se iría a casa para realizar unas actividades. Nos secamos, se vistió. Hubo un beso apasionado que hubiera podido tener algún resultado positivo si yo hubiera vivido en el pueblo. Pero ese no era nuestro destino. Tampoco fue la última vez que nos vimos. Decidí ir con frecuencia al pueblo de mis padres en tiempos de vacaciones. Definitivamente el veredicto fue claro: Nestor es gay y vive ahora con su novio, un primo mío llamado Tono, chico muy bueno de verdad. Sí, Néstor vive con su novio, pero cuando voy al pueblo de mi padre, nos vemos los tres y mi novio, por supuesto que follamos; me invita a ir a su casa que está contigua a la mía. Lo paso bien con Néstor y con Tono; pero eso ocurre de uvas a peras, porque las visitas al pueblo de mi padre son espaciadas.

(9,17)