– Buena niña. Creo que eso significa que estas listas para pasar a caprichos más avanzados, ¿verdad?
– Sí… sí, por favor.
Llené la bañera, le dije que podía permanecer en ella para relajarse, que se tomase el tiempo necesario y que al salir se pusiese lo que le dejaría en una bolsa.
Unos minutos más tarde…
– ¿Umm… Hola?
– ¿Sí? ¿Todo está bien?
– No estoy segura.
– Acercate -le dije.
Yo estaba sentada en el sofa desnuda con una copa de vino en la mano. Tal como le habia dejado en la bolsa, llevaba puesto el corpiño que le cubría por debajo de los pechos hasta la cintura, de donde un ligero cogia las medias y unos zapatos de talon alto, todo de color blanco, dejando al descubierto el resto. Se apreciaba al andar que no tenia mucha practica en llevar aquel tipo de zapatos.
– ¡Oh, te ves genial! Me encanta ver tus tetas, tu culo y tu coño.
– Gracias. Creo que tal vez es un poco demasiado…
– Pero creo que te falta algo, ¿no?
– Oh, ¿te refieres al collar?
– Desde luego ¿No piensas ponertelo?
– No pensaba…
– Si no te lo pones puedes coger tu ropa y marchar, pero si voluntariamente aceptas seguir en esta habitación, cosa que deseo, tienes que ponertelo y nadie tiene por qué enterarse decidas lo que decidas.
– No te enfades. Hice lo que hice porque me gusto hacerlo, pero para mí es muy fuerte y se sale de todo lo que conocía.
– Tú eres quien decide… -me levanté y le dí un suave beso en los labios.
– Te quiero, no quiero perderte… espero que no me dejes -Mientras se colocaba el collar alrededor del cuello
– No me des órdenes… vete mentalizando de que las órdenes las doy yo, seras mia y sumisa. ¿Es correcto?
Ella asintió.
– Dilo -le ordené.
– Deseo estar aquí -afirmó.
– Bien. Es la última vez que voy a comentarlo, Elsa. A partir de ahora, que lo que pase entre nosotros será consentido. Pero al mismo tiempo, tienes que aceptar el hecho de que lo que tú desees no es lo más importante, tienes que saberlo y aceptar lo que soy yo, pues puedo desatar todos mis deseos oscuros en tí.
– Sí, lo entiendo… -sonríe.
Yo me había sentado de nuevo, ella de pie, nerviosa, expectante, quizas esperando que le invitara a sentarse, alargé el brazo y le acaricie entre las piernas, apenas rozándole el vello. Movia la mano despacio y ella hizo una brusca inspiración cuando los dedos se abrieron paso sumergiéndose en su interior.
– Estás mojada, no me imaginaba que fueras tan rapida en excitarte.
– Puedes sentarte -señalandole el sofá. Se tumbó con todo el cuerpo tembloroso. Llene la copa de vino y se la ofrecí.
– No tengo palabras… -despues de tomar unos sorbos.
– Veo que aceptas de buen grado servir a los caprichos de tu Ama, ósea a mí.
– Sí, aceptare de buen grado tus caprichos…
– Levántate -le ordené. Vaciló durante unos segundos, luego se puso en pie con torpeza. Mis ojos la recorrieron de arriba abajo.
– Tiéndete en mi regazo.
Ella se quedó paralizada, me miró incrédula, soltó una risita, nerviosa, espectante por lo que le ordenaba.
– ¿Por qué? -preguntó.
– ¿No deseas complacerme?
– Sí.
– De eso estoy hablando, túmbate en mi regazo. Boca abajo. Se movió despacio para acomodarse sobre mi regazo tal como le había indicado.
– No entiendo -protestó.
– No te he dado permiso para hablar.
Era una agradable satisfacción la que me proporcionaba tenerla en mis manos, vulnerable, semidesnuda, nerviosa y entregada. La observé, tendida inmóvil, el calor del torso sobre mis piernas, colgando los brazos y las piernas apoyadas en el suelo, en alto sus generosas nalgas… Me excitaba… Era una sensación especial y morbosa.
De repente, le dí una fuerte palmada en la nalga izquierda.
– ¡Ah! -gritó ella, echando la mano hacia atrás para frotarse. Giro la cabeza, mirandome. Movia las caderas quizas para que no pudiera obtener un buen golpe.
– ¡Quieta! -Volví a golpearla en el mismo lugar.
– ¿Quieres que pare? -le pregunté.
– Sí… no… no lo sé… -vaciló.
– Eso está bien, porque van a ser alguna más y continuaron
Movió la cabeza y asintió aprensivamente. No dijo nada, no podía decir nada. ¿Qué podría decir? ¿Sí? O peor, ¿no?