– Eso está bien, porque van a ser alguna más y continuaron
Movió la cabeza y asintió aprensivamente. No dijo nada, no podía decir nada. ¿Qué podría decir? ¿Sí? O peor, ¿no?
No se las que fueron, cuando termine sí que recuerdo ver sus nalgas coloradas.
– ¿Estás bien, Elsa?
– Um, uh, sí estoy bien. ¿Por qué preguntas?
– Te gusta estar expuesta así, ser manejada por mí. ¿No es así?
– Sí.
– Entonces dilo como lo dices en serio.
– Si me gusta estar expuesta para ti.
– ¿Y?
– Y manejada por ti. Dios, sí, manejada por ti.
– Ok, sé que esto te está emocionando. Muéstrame lo mojada que estás. Ábrete para mí. Sin moverse de mi regazo lentamente abrió sus piernas. Introduje la mano entre sus nalgas, con los dedos acaricié la entrada del ano y continuando por el perineo aprisione su sexo, acaricie los labios, los aparte y deje al descubierto su clítoris que se estaba hinchando por momentos.
– Un coño tan bonito, debo admitirlo. Parece que necesita caricias, creo.
– No, si… por favor.
Sin decir nada más, froté su duro y excitado clítoris con dos dedos, el resto totalmente en su interior hacia la más íntima humedad y, siento su pelvis apretarse y frotarse contra mis piernas, la dejo llevar por el morbo y la satisfacción del momento. Una nueva embestida le hace gemir y grita enloquecida:
– No pares… Luego hare lo que tú me pidas…
– ¿Estás segura?
– Si… un ahogado rugido sale de su interior, me agarra de las piernas y abre más las suyas para que la penetre con fuerza. – ¡Oh, Dios, qué placer!
Aturdida por lo ocurrido se incorpora y se tumba en el sofá. Durante varios minutos, sus resuellos llenan la estancia, mientras sus pechos suben y bajan enloquecidos. Cuando por fin:
– Puedo tomar un poco de vino -Con un movimiento de mi mano le doy la aceptación
Sonriendo me mira. -Podemos continuar, tal como te he dicho. ¿Estás dispuesta?
– La sumisa sea ha vuelto juguetona -añado:- Y muy caliente.
Le hizo un gesto para que se acercara. Obedeció tiré de ella y la besé un poco bruscamente en los labios.
– ¿He sido amable contigo?
Elsa solo asintió.
– Bueno, ahora vas a ser amable conmigo ¿verdad? Ponte de rodillas, tienes trabajo que hacer.
Me acomodé en el sofá, dejando el culo en el borde y abriendo bien las piernas, Elsa no tuvo más remedio que ponerse de rodillas y mover la cabeza entre mis piernas hacia el montículo afeitado.
Ya estaba resbaladiza, y la lengua de Elsa se deslizó de inmediato en el interior mientras acercaba su cabeza, empezó a empujar, causando que su lengua simulara un buen consolador. Se movió en su posición para lamerle el clítoris, estaba cerca y estaba lista para disfrutar de mi orgasmo. Ella se dio cuenta y, comenzó a golpear rápidamente, enviándome al límite. La acerque aún más cuando mi coño le dio un buen baño en su rostro, la mantuve cerca mientras mi orgasmo disminuía. Ella seguía besándome y lamiendo suavemente, sin dejar dudas de que se estaba divirtiendo en este papel.
– ¿Qué piensas?
Elsa se había sentado sobre sus piernas y, me miraba fijamente.
– Hermoso, precioso. Yo nunca…
– Quieres ser mi sumisa, ¿verdad?
Asintió moviendo la cabeza: Ha sido increíble… si ama.
La rodeé con mis brazos, empezamos a besarnos, mordí sus labios, el sabor de su lengua aún impregnada de mis jugos y el roce de su cuerpo que parecía hervir. De pronto la sujeté del pelo para apartar su cara. Nos quedamos quietas mirándonos.
– Buena chica. Vamos a movernos a la habitación ¿de acuerdo? De momento solo han sido pequeños placeres.
– Serás capaz de darme mayores placeres.