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Compañeras de universidad (II)

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—Bienvenida a mi mundo de placer —susurró.

—No es mala la idea… —murmura.

—Me haces perder la razón, cuánto te deseo.

Me besa, el cuello, las mejillas, yo entreabro la boca para recibir un beso lleno de ternura, saboreo su lengua. Lo disfruto, lo saboreo hasta que ella se retira. Abre su bolso y saca un paquete de Kleenex.

—¿Qué te ha pasado? —la miro divertida.

Sonríe y, negando con la cabeza, afirma:

—Verte y no poder tocarte para mí una agonía.

—¿Pues ahora qué quieres hacer? —le pregunto otra vez sonriente.

—Lo que quiero hacer tiene que posponerse hasta después de la fiesta, cariño —susurra.

—¿Regresamos a la fiesta entonces? si no hay más remedio.

—¿Acaso lo dudas? me haces perder la razón.

Regresamos entre risas y nos unimos a la diversión. La encuentro en la sala de descanso hablando por el móvil. Al verme sonríe feliz. Mi mirada se cruza con la suya a través del salón. Sabe lo que estoy pensando, porque se lame los labios lentamente sin apartar su mirada ardiente de mi cuerpo. De pronto se acercó y cogiéndome del brazo.

—¿Puedes seguirme, por favor?

—Sera un placer.

Media hora después, aparcamos, ella el coche y yo mi moto frente a un bloque de apartamentos.

—Adónde vamos —pregunté.

—No seas tan curiosa, siempre hay alguna amiga con quien contar. Como supongo sabes no vivo aquí y aprovechando que mi marido está de viaje, tenía ganas de veros y una amiga me ha prestado el apartamento.

—Sé que es una locura pero ¿te apetece subir?

—Llevo deseándote… no puedo aguantar mucho más.

En cuanto nos subimos al ascensor, la aprisioné en la esquina, y la alcé en brazos para acariciarle el culo bajo la tela del vestido. Entramos en el apartamento, tras cerrar la puerta.

—Dime cuánto me deseas.

—Mucho… mucho… —musitó jadeando.

Y, antes de que pudiera decir nada más, con un movimiento rápido, le desabroche la cremallera del vestido y lo dejé caer al suelo, rozándole con mis dedos sus brazos. Su piel se erizó al primer contacto, sus ojos se cerraron y su boca se entreabrió. Momento que aproveché para entrar mi lengua y encontrarme con la suya. Su cuerpo se pegó al mío buscando mi calor, mi piel ardía en contacto con la suya, y mis manos abarcaban su espalda.

—Tengo miedo…

Al oírla, paré y, murmuré mientras la besaba:

—No tengas miedo. Todo va a salir bien, déjate llevar.

—Estoy un poco nerviosa, tengo que admitirlo. Yo nunca…

—Lo sé, pero ha sido bueno hasta ahora.

—Sí, realmente agradable.

—Hagámoslo más agradable.

—Sí, vamos.

La habitación tenía las paredes pintadas de verde claro, el cabecero de madera blanca y las sábanas negras de raso. Un tocador también blanco y un pequeño sofá. Ella encendió una lámpara con una luz muy tenue. Aquello era puro morbo. Me acerqué a ella y, con delicadeza, paseé la mano por su cintura. La toqué, sin prisas, subí la mano por su espalda. La respiración se le aceleró y más cuando le desabroché el sujetador y sus pechos saltaron como movidos por un resorte, eran de buen tamaño, su color eran del mismo que el resto de su piel, seguro de tomar el sol en toples, no tenía prácticamente aureolas pero si unos sobresalientes pezones.

—Tere, sujétate los pechos con las manos y ofrécemelos.

Acalorada, ella obedeció, se los acaricié con mimo y le mordisqueé los pezones con delicadeza. Se los chupé, se los succioné, se le pusieron erectos y duros como piedras. Me desbroché los botones de mi camisa y su lengua recorrió mi cuello, sus dientes mordieron mis pezones por encima de la tela del sujetador consiguiendo que la excitación llegara al límite y más cuando sus manos empezaron a deshacerme de mi pantalón.

No quería ir tan rápido, quería explorarla a placer, así que la tumbé en la cama. Me libre de mi ropa y me tumbé junto a ella, mi mano resbalaba por su pecho hasta encontrarse con uno de sus pezones. Hice círculos sobre él observando sus reacciones, y sustituyendo el dedo por mi boca. Le succioné el pequeño botón hasta el límite, una y otra vez. Ella se arqueaba, gemía y me agarraba la cabeza. Seguí con los dedos entre la tira de su tanga y acaricié su pubis con poco pelo y bien definido, como pude ya palpar e intuir en el hotel.

—Encoge y separa bien las piernas —le digo.

Enardecida y exaltada, hizo lo que le ordené. Me arrodille frente sus piernas. Tiré de la tela, esta pasó entre sus nalgas, apretando un rosado agujero del ano y por entre los labios carnosos de su sexo. Mis manos pasaron desde los tobillos ascendiendo por la cara interna de sus muslos. Había cerrado los ojos saqué la lengua y pasándosela muy lentamente, por sus ya mojados labios la hice jadear. Después introduje un dedo en su cálido interior, lo moví para darle placer, entonces ella abriéndose las nalgas con las dos manos ante mi sorpresa me ordenó y yo la obedecí.

—Cómeme el culo, me gusta —metí mi lengua entre sus nalgas y empecé a lamérselo, se abría con placer ante las caricias de mi lengua.

Empezó a gemir:

—Así, así, más adentro —Me agarro del pelo y apretó mi cabeza entre sus muslos, mi lengua estaba completamente dentro de su culo y se movía lamiendo todos los rincones.

—Oh, como me gusta esto —Mi lengua se movía a toda velocidad entre ambos agujeros.

—Ahora me toca a mí, déjame.

Me tumbé con las manos apoyadas bajo la cabeza y la dejé hacer. Sus manos acariciaban mi pecho, mi estómago y mis piernas, me llenaba de besos todo el recorrido. Paseó sus dedos por mi excitado coño acariciándolo, notaba mis labios vaginales hinchados de deseo, deslizó un dedo por mi mojado agujerito lo movió unos segundos y metió un segundo dedo mientras me decía ‘estás caliente’. Cuando siento que no puedo aguantar ni un segundo más, la aparto e intento tumbarla en la cama.

—No… déjame hacer a mí —mientras tira del tanga sacándoselo.

Se montó a horcajadas sobre mi pelvis. Sus movimientos son lentos, quizás inexpertos. Apoya las manos en mi pecho para darse impulso, y yo aprovecho la cercanía para acariciarla, para pellizcar sus pezones. Siento la necesidad de aumentar el ritmo, esta lentitud me está volviendo loca, y creo que a ella también. Finalmente la tumbo, cruzo mis piernas con las de ella, ahora yo sobre su cuerpo y al ritmo que ambas necesitamos en ese momento. Ella grita, agarrándome del trasero, gime y me clava las uñas en la espalda, cuando el orgasmo la arrasa, yo la acompaño con unas embestidas más y alcanzo el mío.

Me tumbo sobre su pecho y la oigo suspirar satisfecha. Acaricio su cabello hasta que el sueño me vence, pero antes de caer dormida entre sus brazos la oigo susurrar.

—Nunca te olvidaré.

Me despierto sola en la enorme cama. El lado donde dormía ella ya está frío, señal de que hace bastante tiempo que se ha levantado. Tranquilamente me doy una ducha en el aseo anexo y sin vestirme salgo a buscarla sin éxito. Ya en la cocina, en la encimera encuentro un sobre con mi nombre.

“Lo siento, lo he intentado, te juro que lo he intentado, pero soy incapaz de pertenecer a tu mundo. De momento no puedo por mucho que me esfuerce. No me busques pues en estos momentos seguro que ya estoy lejos, mi amiga vuelve mañana.

Espero que encuentres a alguien que consiga hacerte feliz. Te quiero

Sigue con tu vida.

Tere”.

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