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Los inmigrantes (I)

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Hacía mucho tiempo que lo buscaba. O mejor, que los buscaba. Y por fin los había encontrado. O tal vez me habían encontrado a mí cuando aquel día de abril recibí en mi teléfono un mensaje que decía escuetamente:

'Hola. ¿Todavía estás interesado?'

…interesado en qué me pregunté por un rato, hasta que, dispuesto a dilucidar el enigma decidí seguirle el juego a mi misterioso y repentino interlocutor:

“Si… todavía” le respondí, intrigado yo mismo por mi respuesta.

“Quién eres?” me atreví a preguntarle decidido a despejar cualquier duda.

“Me llamo Catherine. ¿Y tú?”

Una mujer. ¿Una mujer desconocida interesada en mí? De inmediato comprendí. Sí, una mujer era la que había respondido a mi publicación en una página web de contactos. Pero esa publicación había decidido cancelarla hace ya varios meses ya que al parecer a muy pocas personas les interesaba lo que decía el aviso: “Hombre bisexual, maduro, con experiencia busca a pareja bisexual para formar un trío. Garantizo discreción”. El aviso era muy claro y directo. Como se dice, al grano.

“Me llamo Juan” le respondí con algo de desgano, pues meses de búsqueda infructuosa por encontrar a una pareja que llenase mis expectativas había hecho mella en mi confianza. Algunas personas respondían a mi aviso, pero nunca se llegaba a concretar nada. Prácticamente ya había perdido mis esperanzas.

“¿Tienes una foto?” -Me preguntó.

Claro. Siempre le piden a uno foto. Algunas veces con ropa y otras sin ropa para ver el tamaño del miembro. Es como una especie de pasaporte que la gente pide: “Muéstrame el tamaño de tu verga”: como si uno valiera por el tamaño de la verga. Pero esta vez decidí salirle al paso y le envié una foto mía vestido y de cuerpo entero. Era la mejor forma de iniciar una relación. Y de paso le solicité que me enviase una foto suya también. Si íbamos a iniciar una amistad debía ser de una manera menos explícita.

Cuando recibí su respuesta me quedé pasmado: me había enviado una foto suya desnuda en semi penumbra mostrando sus nalgas y otra en compañía de un hombre, al parecer su esposo, los dos vestidos, abrazados. Esa era la prueba que necesitaba. Por fin me había escrito alguien interesado en formar un trío conmigo.

Por lo que alcanzaba a ver en la foto ella era morena, nalgona, bien proporcionada, de unos 38 años de edad y aunque no se le veía bien la cara, presumí que tenía unas facciones finas. Su esposo, más blanco que ella, lucía bien parecido, con el cabello bien cuidado. Pero lo que más me sorprendía era la iniciativa de ella en iniciar una relación.

“Cuando nos podemos ver?” pregunté ya decidido a conocer personalmente a la pareja.

“Vivimos en un pueblo un poco lejos” me respondió ella. “Nos tienes que asegurar que sí estás decidido para nosotros viajar hasta la ciudad”.

Tanta seguridad en sus palabras me sorprendió. Parecía una persona decidida.

“Eso sí. Cobramos por nuestros servicios. Es una ayuda pues llegamos de Venezuela hace poco y no tenemos trabajo”

Bueno. Me dije. Aunque cobren vamos a ver que podemos encontrar. Si están necesitados, los puedo ayudar y de paso conocerlos más de cerca. Además, ella me parecía una persona interesante y educada por su forma de escribir, con buena redacción y ortografía.

Le escribí que estaba sinceramente interesado a lo que ella me respondió que podían llegar a la ciudad el día martes por la mañana. Le dije que sí y que concretaríamos todo la víspera.

Bueno, pensé, vamos a ver qué pasa. No pasó mucho tiempo cuando recibí un mensaje de Catherine preguntándome que me gustaría hacer cuando nos encontráramos. Le dije que no tenía ningún requerimiento especial, pero que lo que buscaba era tener sexo con los dos. Siempre he pensado que una relación en trío bisexual es para que tengamos sexo entre los tres simultáneamente, es decir, hombre con hombre con mujer o la mujer con los dos hombres, pero nunca formar parejas y aislar al tercero del trío.

Con esa premisa comenzamos una intensa relación que narraré en la próxima entrega.

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