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Pastillas squirt

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Me he animado a escribir mis experiencias, ya que tengo la convicción y certeza de que puede ser de mucha ayuda para otras mujeres que se identifiquen con lo que me sucedió y puedan empoderarse para vivir su sexualidad abiertamente para sí mismas, sin importar su edad.

Esto me sucedió hace seis años, cuando recién llegaba al primer año después de mi cuarta década de vida. Fue una etapa especial, difícil y de muchos cambios. Atravesaba muchos cambios emocionales, de vida y físicos que me conducían por un sube y baja de alegrías y etapas de depresión. Como una segunda adolescencia.

Últimamente había estado muy deprimida, mi hijo se marchaba a la universidad y el más pequeño, quien se encontraba justo en la etapa más difícil ya casi no estaba conmigo, prefiriendo a sus amigos.

No me quejaba en realidad, siempre he estado muy orgullosa de ellos y nunca he tenido nada que reprocharles, al contrario, son el amor de mi vida y me enorgullece decir que ambos se encaminan por la vereda del bien y lo correcto.

Sin embargo dentro de mí algo cambiaba, me sentía utilizada, sola, como desechada. Desde que mi difunto esposo falleciera nueve años atrás, fue muy difícil para todos, siempre tuve el apoyo de mi familia pero generalmente tuve que valerme sola.

Y ahora que por fin terminaba mi etapa más difícil de labor como madre, me sentía sin propósito, inútil y sin un camino propio. Todo había, sigue y seguirá centrado en mis hijos, y en ese tiempo sentía que me estaban dejando y con ellos todo lo que significaba mi vida.

Naturalmente esta depresión comenzó a evidenciarse más y más hasta que todos lo notaron. Amigos y familiares me motivaban a cambiar, me alentaban a hacer nuevas actividades y me brindaban todo su apoyo, pero yo no hacía nada por mí. Fue hasta que una amiga me comentó y recomendó un psicólogo al que ella había acudido después de su divorcio, asegurándome que me podría ayudar mucho.

Al principio dude, sentía que no era para tanto, que seguramente sería solo una etapa que pronto pasaría, pero no fue así. Entonces un buen día me decidí y acudí a la dirección de aquel terapeuta.

Aquella se convertiría la mejor decisión que habría tomado, en verdad que me ayudó mucho, me comentó cosas de mí que no tenía contempladas y que habían pasado a ser la razón de mi declive emocional.

Una de aquellas razones, y que jamás me habría imaginado eran mis cambios hormonales naturales por mi edad. Y es que todas y todos nos imaginamos que por siempre vamos a tener veinte y nunca pensamos en nuestra salud hasta que ya estamos padeciendo de alguna enfermedad.

Por ello es que me decidí, ahora, por indicaciones de mi doctor psiquiatra a acudir con un médico a un examen general. Por supuesto, en aquella cita con mi doctor le comenté sobre todo lo que bien estoy expresado hoy en estas líneas, palabras más, palabras menos. Acortando la historia un poco, diré que me ha mandado a hacer estudios de todo tipo, meses pasaron y después de trámites y filas, los resultados de mis análisis clínicos reflejaban algunos problemas y deficiencias, gracias a dios nada grave.

Para tratar aquellas anomalías y otros padecimientos propios de la edad, el doctor me recetaba una larga lista de medicamentos, entre ellos un tratamiento de pastillas que darían razón y motivo a este escrito.

Mi primera vez

Bien decidida estaba por comenzar una nueva vida aquel día. Desde que frecuentaba a mi psicólogo me sentía mucho mejor, y ahora que sabía qué males me aquejaban en el cuerpo, tanto física como mentalmente, me sentía increíble. Ya tenía una vida más saludable en mi alimentación y hasta hacía ejercicio, había bajado algunas tallas y ya recuperaba mi vieja figura, pues me había descuidado un poco. Nunca estuve realmente obesa ni obsesionada con mi cuerpo, pero ya estaba un poco pasadita y cierto era que algunos de mis trajes favoritos ya no me quedaban.

Justamente ese día me sentía especialmente decidida a ponerme uno de mis viejos vestidos que días antes me había probado y calzado a la perfección. Sabía que tratando mis males todo se arreglaría, por ello me tomé mi primera serie de pastillas de mi tratamiento y me dispuse a ducharme para salir al trabajo.

Hasta ese momento todo iba perfecto, pero saliendo del baño me llegó la primera señal de que algo andaba diferente. Justo me ponía crema en las piernas cuando un escalofrío me recorrió por todo el cuerpo. Fue muy extraño, no sabía exactamente que me sucedía, era como si quisiera relajarme y tumbarme en mi cama con una buena película romántica y té caliente. Supuse que debían ser las pastillas así que no le presté atención.

Ya terminando de humectar mi piel me dispuse a vestirme, tomé aquel vestido que me traía como loca y me lo puse. Generalmente aquel vestido lo usaría con unas mallas gruesas debajo, pues es muy corto y a mi edad ya no me vería bien. Pensaba.

Pero ese día era diferente, era un nuevo inicio, y al mirarme en el espejo con ese pequeño vestido entallado color beige y las piernas desnudas, no estaba tan mal. Aún tenía un buen trasero, firme y bien parado, y unas buenas tetas que ahora con el abdomen plano y reducida cintura, lucían perfectamente su curvatura natural.

Estaba decidida, llevaría aquel vestido como me placiera sin importarme nada. Esa decisión en mi cambio de actitud me había empoderado, y no solo cambiaría por dentro sino por fuera. Así que me quite por un momento el ajustado vestido y me sumergí en mi cajón de ropa interior para sacar el conjunto más sexy y sensual de mi repertorio.

Tomé un sostén y unas pantaletas tipo tanga color nude de encajes transparentes y lo acompañe con unas pantimedias del mismo tono, me las puse y encima el vestido. Estaba encantada, me amaba a mí misma, me sentía increíble. Así que me puse un par de zapatos altos y salí muy contenta y coqueta al trabajo.

Pero algo andaba mal. En el camino comencé a sentirme enferma, estaba un poco mareada, pero al mismo tiempo me sentía genial, todas aquellas miradas de los hombres que se pegan a mi cuerpo como sanguijuelas me hacía sentir un poco incomoda sí, pero también sentía que podía elegir a cualquier hombre, me sentía poderosa, que tenía a todos los hombres a mis pies.

Pero una vez sentada en el transporte a punto de llegar al trabajo todo empeoro. Una fuerte oleada de calor me recorrió todo el cuerpo haciéndome sudar, especialmente en mi entrepierna que sentía húmeda como nunca. Sentía que me estaba dando fiebre, incluso comencé a temblar un poco.

Sabía que eran los efectos secundarios de las pastillas, me preocupé un poco, pero por otro lado me sentía tan bien, tan alegre, tan mujer que decidí no llamar al médico.

Ya en el trabajo me tranquilicé un poco. Con los compañeros, el jefe y el trabajo se me perdió un poco la noción del tiempo. Todos me adulaban por mi atrevimiento de llevar aquel atuendo ese día, me decían que me veía hermosa, muy guapa, sexy, y eso me hacía sentir aún más increíble. No me sentía como una cualquiera o una desesperada, porque en realidad no le estaba coqueteando a nadie en específico, era solo a mí y para mí que me había vestido así ese día.

Por fin llegaba a mi escritorio, ya saben, la clásica estructura de oficinas en cubículos con el clásico diseño en el que no puedes ver a nadie pero si escuchar a todos, se supone que para que el trabajador se concentre en su computadora.

Precisamente en eso estaba, haciendo números, reportes y eso, pero entonces de nuevo me puse muy mal. Me llegó un mareo horrible y con él unas nauseas de lo más feas, estaba sudando y temblando, fue por fin cuando me preocupe. Sentía que me desmallaría, así que tomé aire con un profundo suspiro e intenté relajarme, me masajee las piernas intentando que dejaran de temblar por lo menos lo suficiente como para poderme levantar, pero en ese momento algo me pasó.

Mientras me masajeaba las piernas una ola nueva de calor me erizaba cada folículo de mi piel abochornándome por completo, pero esta vez era diferente, pues me relajo un poco. Entonces continúe sobándome las pantorrillas por encima de mis pantimedias hasta mis piernas que se escondían por debajo del vestido eludiendo mis carisias. Fue justo en ese momento cuando sentí unas ganas insoportables de hacer pipi.

Asustada por pensar que no llegaba, me puse de pie y corrí al baño. Aquel brusco movimiento había provocado que me mareara de nuevo, apenas pude llegar al mingitorio y sentarme para no colapsar.

Estaba terrible, mareada con nauseas, dolor de cabeza, y espasmos en todo el cuerpo. Ya estaba realmente asustada, pero extrañamente excitada. Por alguna razón que aún no comprendía me sentía caliente, creí que debía ser por la fiebre que tenía, pero había algo más.

Sabía que debía acudir con un doctor, pero antes debía pasar al baño y bueno ya estaba ahí. Entonces me puse de pie, levante la tapa de la taza y me bajé las bragas. Fue ahí cuando me di cuenta de cuan mojada estaba, llegue a creer que me había ganado un poco la pipi, y quizá así fue, pero seguro estaba mojada por mi excitación.

Entonces me senté y pujé un poco para terminar de orinar, pero no pude. Fue cuando se me ocurrió, o quizá lo hice sin pensar, pero me toqué un poco mi húmeda vagina y todo se desplomó. Un mareo tremendo me nubló la vista acompañado de un terrible espasmo en mi espalda baja, cintura, vagina y piernas.

No sabía que me pasaba, pero sin duda estaba excitada como nunca, así que continué tocándome, y todo mi cuerpo retumbaba agradeciéndome cada caricia, mi vagina se humedecía aún más, mis piernas temblaban velozmente y un orgasmo inminente se avecinaba y entonces pare.

No podía creer lo que estaba haciendo. Pensaba: – ¿en serio voy a masturbarme? No creía que lo hiciera después de tanto tiempo, y menos en el trabajo. Yo siendo una mujer recatada, de valores, tímida, obsesionada con lo correcto, siempre respetuosa del espacio ajeno. Pero cierto era también que no recordaba cuando había sido la última vez que me había tocado de esa forma, que me había querido a mí misma. Y ese día era especial. Me sentía diferente.

Así que me subí el vestido, me quité las pantaletas y me abrí de piernas lo más que pude. Entonces continué tocándome. Todo fue muy rápido, ya estaba muy excitada, literalmente estaba al borde del orgasmo, así que sobé mi clítoris que estaba erecto como nunca y sentí el clásico espasmo que abre paso al orgasmo, pero en ese momento algo me detuvo, y es que me dieron una ganas terribles de orinar, así que pare de nuevo, me senté a postura correcta y puje para terminar rápidamente y reanudar mis tocamientos. Pero nada salía.

Ya con la calentura a tope, me volví a inclinar y sin perder tiempo reanude el trabajo de mi mano derecha en mi mojada vagina, y de nuevo sentí que me hacía pipi ahí mismo. Entonces, llena de enfado y frustrada, me puse de pie, me abrí de piernas para que la taza pudiese entrar debajo de mí y puje, pero nada.

Decidida me lleve la mano de nuevo en mi clítoris y lo estruje fuertemente, sentí de nuevo que me orinaba, pero no me detuve, puje un poco, y me llevé al cielo, aquellas acciones en conjunto se sentían increíble.

Entonces lo hice, me masaje el clítoris fuertemente y puje, pero como no era suficiente, con la otra mano me metí dos dedos lo más profundo que pude para hacerme venir. Fue ahí cuando pujando, majeándome fuertemente mi clítoris y metiéndome los dos dedos medios al fin pude sentir ese glorioso orgasmo acompañado de un espasmo horrible y esa sensación de querer orinar.

Pero no me detuve, al contrario, aumente la fuerza, velocidad y el ritmo. Sentía como mi vagina se dilataba al máximo y se mojaba más y más mientras escuchaba como el fluido que empapaba mi coño salpicaba por todos lados a causa del movimiento de mis dedos de mi mano izquierda que entraban y salían velozmente, y de mi mano derecha que estimulaban mi clítoris con gran brusquedad.

Aquella serie de acciones y movimientos producían un sonido pegajoso y húmedo que resonaba por todo el baño. Mientras continuaba cada vez más rápido y fuerte hasta que un fuerte chorro salía de mi vagina entre mis manos mojando todo a su alrededor haciéndome tambalear y soltar un profundo gemido de placer.

Intenté que la mayoría de aquel fuerte, poderoso y largo chorro que fluía de mí, entrase en la taza, pero era tanto y salió con tanta fuerza que me fue imposible evitar que me mojara las pantimedias, parte de la puerta y por todo el suelo del baño.

Por suerte me había llevado mi bolso, pues ya volviendo a la cordura después de aquel tremendo orgasmo, me quité las pantimedias, me sequé las piernas y mi vagina que había quedado completamente empapada para después guardar mi preciosas pantimedias en mi bolso.

Espero que este relato les de valor para vivir su sexualidad con total naturalidad, quizá no con el mismo exhibicionismo que yo, pero sí el sentirse amadas por ustedes mismas, sin importar el momento de sus vidas y siempre respetando a los demás.

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