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Elsa, mi sumisa

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Era ya finales de la primavera y un cielo rojizo en el horizonte por la puesta de sol.

—Sí que has tardado en salir.

Elsa se sobresaltó al verme, la había atacado por la espalda, y seguramente no esperaba que yo aún estuviera esperándola.

—Necesitaba un poco de tiempo para recuperarme —dijo sonriéndose.

—Y ¿qué piensas con respecto a lo que hemos hecho?

—Muy morboso, me ha gustado, ha sido muy agradable. Creo que contigo ya no me asusta el sexo, ni cómo ni dónde.

—Estas preciosa se nota que te ha sentado bien. ¿Tienes prisa?

—Bueno... algo... dispongo de un par de horas, tengo una cena familiar, pero tú dirás.

Le sugerí ir al parking y coger su coche, tenía la moto en el taller y había de pasar a recogerla, no puso reparos en acompañarme, nada más entrar en el coche, me besó, me cogió una mano y se la metió bajo la falda ‘¡Oh, no!’ soltó con cierta preocupación en su cara, iba a esforzarse para satisfacer mis gustos, pues se subió la falda y con decisión hizo la intención de sacarse la braga.

—Ya ves me rompiste el tanga, pero tenía unas bragas de recambio.

—¿Son para las urgencias? —le solté riéndome.

—¿Quieres que me las quite?

—Sí, y no te bajes la falda, siéntate y deja sobre el asiento tus piernas y tu culo desnudo.

—De acuerdo —exclamó

Y ya que tenía prisa, no quería entretenerla. Salimos, le indique la dirección a donde ir. Ella conduciendo, yo desde mi posición podía ver sus piernas, y descubiertos sus muslos.

—¿Te gusta lo que ves?

—Si, mucho, suerte que estas conduciendo —Levantando los pliegues de la falda posaba una mano sobre la parte superior de sus piernas, para luego, tocarla, acariciarla.

—Te gusta ser mi sumisa.

—Sí, primero fue la curiosidad, pero ahora lo estoy queriendo y deseando, he sido tuya esta tarde y espero serlo muchas veces más.

—Me gusta oírtelo decir. Repítelo, te gusta ser mi sumisa.

—Si mi ama, me gusta ser tu sumisa y me gustará obedecerte.

A partir de aquel momento, reafirmaba que aquello sería distinto, que podría ser mía para lo que quisiera. Mientras habíamos llegado al taller y aparcó un poco más adelante. Sin dejar de mirarme cogió mi mano.

—Espera un momento por favor.

—Sí, tú dirás.

—Está ardiendo.

Deslizándose hacia delante se acomodaba en el asiento, y subía lentamente mi mano por entre sus muslos. Podía apreciar a través del fino tejido de su camisa por sus movimientos la excitación en sus pechos.

—¿No te da vergüenza? estás empapada.

—¿Si? no me digas, es por tu culpa.

Mientras decía esto, los músculos de su vagina aprisionaban mis dedos entre sus paredes, comenzando un juego en que aflojaba y presionaba a su antojo, mis dedos seguían entrando y saliendo lentamente, disfrutando el momento. Se aferró con sus manos en el asiento, se arqueó hacia atrás y un gemido salió de su garganta. Mis dedos totalmente empapados salieron fuera de su coño. Se los puse en sus labios, para que degustara sus propios jugos. Poco a poco fue recuperando la respiración y una posición más cómoda.

—Tienes que irte te esperan.

—Siento dejarte así. Te prometo compensarte pronto.

Después de darme una buena ducha, aproveche de paso para rasurarme todo el vello púbico de mi zona genital, desnuda completamente me miré en el espejo, se acercaba el verano, y tenía que empezar la operación bikini. Paseé las manos por mi cuerpo, me palpé, podía estar satisfecha de mi físico. Pero un día era un día, ¿por qué tanta contención? Había cenado una pizza y una buena cerveza fresquita, y después de hacerme un té bien cargado estaba en el sofá tumbada, con una camiseta vieja como única prenda leyendo un libro de relatos eróticos. Me hizo recordar todo lo acontecido aquella tarde. Ella, puro pecado pero con clase y yo del montón, pensé. Eso me hizo sonreír. Era delicioso besarla, tocarle las partes íntimas, con el sexo en la mente de uno, pasarse el día pensando dónde, cuándo y cómo se realizaría, ella inventarse excusas para salir de casa. La vida familiar y social de Elsa era un tanto complicada siempre con algún compromiso familiar o social, por lo que, para no levantar sospechas, los fines de semana ella inventaba las escusas de haber quedado con amigos, para encontrarnos después normalmente en mi casa. El resto nuestros encuentros eran por tanto furtivos con aquel sabor prohibido que le daban un morbo añadido. Los goces secretos, apasionados, en cualquier parte, la rápida corrida de unos genitales, los deseos lascivos, y por sobre de toda su sumisión.

Noté la humedad entre mis piernas. Sin apenas ser consciente en aquel momento, tenía la mano bajo la camiseta encontrándome con mi mojado sexo, empecé a acariciarme. Estaba fantaseando muy excitada, sentía como se aproximaba mi orgasmo. Presionaba mi clítoris inflamado entre dos dedos, mientras los dedos de la otra mano se deslizaban simultaneando el orificio anal y el vaginal, el orgasmo estalló con fuerza y me corrí.

Sonó el teléfono. Somnolienta miré el reloj. Las 01:40. Se oía ruido de coches, reconocí su voz.

—Sí, estás bien. ¿Desde dónde llamas?

—Um, uh, sí estoy muy bien. En veinte minutos te llamo otra vez.

Dicho esto, colgó. Ahora era el timbre de la puerta. La puerta se abrió y tras de ella con una cazadora negra de piel cubriendo una camisa roja floreada, una falda negra también de piel ceñida a las caderas pero después acampanada y subida en unos zapatos rojos altos de tacón, estaba ella.

—¿Qué pasa? ¿Estás bien? ¿Algún problema? —le dije haciéndola pasar.

—Sí, problema ninguno, quería estar contigo, ellos han continuado con su juerga.

—Pero te echaran en falta, ¡no!

—Con mi madre me he disculpado, creo que ella me cubrirá —Vi como una sonrisa lasciva se dibujaba en su cara a la vez a que afirmaba con su cabeza.

Mientras nos besamos contra la pared del vestíbulo, pasé mi mano por detrás bajo la falda acariciándole las nalgas, me encontré con la tela de unas bragas.

—¿Que?

—Sí, lo hice pensando en ti ama.

—¿En mí?

—Sí, y quería hacerlo delante tuyo —dijo, mientras se las quitaba apoyada en la pared, eran blancas de tipo culote, después me las dio. Mientras habíamos entrado en la sala, hice que se esperase de pie, entré en el dormitorio y volví con un collar de cuero.

—Póntelo, y muéstrame que ya no llevas bragas.

Obedeció, se colocó el collar y levantó lentamente la falda mostrándome su coño desnudo.

—Mantén la falda levantada. Déjame admirarte, te gusta estar expuesta así, ser manejada por mí. ¿No es así?

—Me gusta estar expuesta para ti.

—¿Y?

—Y manejada por ti. Ama, sí, manejada por ti —Se estaba sonrojando y nerviosamente mantenía la falda levantada.

—Sé que esto te está emocionando. Muéstrame lo mojada que estás. Ábrete para mí. Mientras yo me había colocado frente a ella. Elsa lentamente separó sus piernas.

—Un coño bonito, debo admitirlo. Pero... ya sabes cómo lo quiero —Empezaba a ensombrecerse por el vello.

—Sí, ama.

—Creo que ahora necesita caricias.

—Si ama, lo que tú desees.

—¿Que deseo? que seas tú quien se frote el coño para mí, y sin argumentos, por favor.

Hizo lo que le indiqué. Y frotó. Le desabroche la blusa, tiré de ella por la espalda, solté el sujetador y jugueteé con sus pezones.

—¿Estás cachonda verdad? ¿Quieres correrte, no es así?

—Síííí, no puedo más, sigue por favor, es maravilloso —Abría la boca ligueramente y sus gemidos empezaban a retumbar en la habitación, a medida que ella aumentaba el ritmo de frotación, yo tiraba de sus pezones, sus gemidos eran más prolongados e intensos. Vi su clítoris brillante, moje mis dedos, lo acaricie y mis dedos la penetraron, esto hizo que sus gemidos se volviesen constantes y profundos. Su mirada perdida entregada al placer.

—Me voy a correr, ummm. Quiero que te corras conmigo.

—No me des órdenes, pero está bien pequeña, ahora de rodillas. Ven a buscármelo.

Se puso de rodillas. Levante una pierna apoyándola en una silla. Puse mis manos en su cabeza para colocarla en posición para lamerme el coño. Cuando empezó retiré mis manos

—Oh, lo hago bien, te gusta.

—Sigue, muy bien.

Se inclinó y regresó a su posición para seguir lamiendo. Estaba lista para disfrutar de mi orgasmo pendiente. Se dio cuenta de que estaba cerca, y su lengua empezó a golpearme rápidamente, la acerqué más contra mi coño y termine con un buen baño en su rostro.

Le mantuve la cara cerca mientras mi orgasmo disminuía. Ella siguió besándome, pasando y lamiendo suavemente, sin lugar a dudas de que ella también estaba disfrutando. Tiré de ella para levantarla y la besé un poco bruscamente en los labios.

—¿Ama, me he portado bien?

—Sí, mucho.

—Ama, estoy deseosa de satisfacer tus deseos.

—Seguro que lo harás, y al igual llegaras a pedirme que pare.

—Vamos al dormitorio, estaremos más cómodas. ¿Tienes prisa?

—Desde luego, no tengo prisa —Lo dijo con voz ahogada, acercando sus labios a los míos y con un beso mezcla de deseo y pasión.

—Espérame dentro, mientras voy a por una botella de vino, cuando vuelva te quiero ver desnuda y sentada en el suelo.

CONTINUARÁ...

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