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Así nunca me folló su hijo
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Federico, un viudo sesentón, iba paseando a su perro por el monte cuando vio a Angelita, arrodillada y bebiendo en un regato que bajaba del monte. Tenía el trasero en pompa, y le dijo. 

—Ese sí que es un culito diez, Angelita.

La voz de Federico la sorprendió. Se puso de pie.

—¡Qué susto me metió, suegro!

Federico era un hombre de complexión fuerte, de estatura mediana, pelo cano y aún potable. Vio al lado de Angelita un saco mediado de piñas, y le dijo:

— ¿Cómo andas hoy a las piñas? A las piñas se viene después de un día de viento.

—Ya lo sé, pero me aburría en casa. ¿Qué decía de mi culo?

—Que lo tienes bonito.

Angelita se puso muy seria.

—¡¿Es que no tiene vergüenza?!

La miró, Angelita era una joven de 19 años, rubia, llevaba su largo cabello recogido en una trenza, lo que hacía resaltar su cara redondita y su largo cuello. Tenía los ojos castaños, las tetas medianas, y el cuerpo delgado. De los lóbulos de sus orejas colgaban dos aros de plata.

Federico, le respondió:

—La dejé en casa.

Angelita apoyó la espalda a un eucalipto.

—Ya veo, ya. Si se entera su hijo de que me tiró los tejos, se arma gorda.

—Mi segundo nombre es Peligro.

—¿Peligro? Viejo verde, diría yo.

Angelita echó a andar, Federico le preguntó:

—¿Quieres que te ayude a llenar el saco de piñas?

—Ayude. —Angelita comenzó a flirtear con su suegro— ¿Y qué más?

—¿Qué más, qué?

—¿Qué más le gusta de mí?

—Por gustar, de ti me gusta todo.

—Sólo le falta decir que soy como un cerdo, que se pueden aprovechar de mi hasta los andares.

—Y se podría.

Lo miró y parecía enfadada.

—¡¿Me acaba de llamar cerda?!

—Lo del cerdo lo dijiste tú, pero ya que te pones alta, te lo diré: Me gustas tanto que te echaría un polvo que te dejaría los ojos en blanco.

—Sueñe. Yo no soy como mi amiga Pilarita.

—¡¿Te contó lo del pajar?!

—Sí.

—¿Te contó también que yo estaba dormido cuando me cogió la polla?

—No.

—Lo que me contó fue unas cosas de usted que me cuesta creer.

—¿Qué cosas?

—Cosas.

—¿Son cosas que le hice?

—Sí. ¿Es verdad que le hizo cosas sucias?

—¿Te dijo que me mamó la polla y que yo le comí las tetas, el culo y el chocho?

—¡¿Le comió la almeja?!

—Claro. Le comí el coño y se corrió en mi boca. En un buen polvo debe haber de todo. ¿Mi hijo no te come el coño?

Angelita no salía de su asombro.

—¡No!

—Entonces es un idiota. Un coñito tan fresco como el tuyo se debe saborear.

—¡Lo que es su hijo es un señor!

—Lo que es mi hijo es un tonto del culo. No hay nada más rico que beber el jugo de la corrida de una mujer, y si es jovencita, eso ya es una delicia.

Angelita se agachó para coger una piña, giró la cabeza y vio para donde estaba mirando su suegro. Se incorporó. Metió la piña en el saco, y le preguntó:

—¿Me estaba mirando para el culo?

—Sí, ya te dije que lo tenías muy bonito.

—¡Váyase!

—Me voy, pero antes dime. ¿Qué te dijo Pilarita que le hice que te pareció tan sucio?

—¿Si se lo digo me deja en paz?

—Dejo.

—Que se la metió en los dos agujeros.

—¡Oh, oh!

—¿Qué?

—Si te contó que la folle por los dos lados fue con el fin de conseguir algo, esas cosas no se dicen gratuitamente.

Angelita, se ofendió.

—¡Siga su camino!

—Te hizo dos deditos. ¿A qué sí? Coño y culo.

Cogió una piña verde del saco e hizo amago de tirársela.

—¡Largo!

—Te lo hizo.

—¡Qué se largue, coño!

—¿Se los hiciste tú también a ella?

La piña verde salió de la mano de Angelita y voló por encima de la cabeza de Federico.

—Ya me voy, ya me voy. No le cuentes nada de lo que te dije a mi hijo.

—¿Ahora le viene el miedo a Peligro?

—Miedo, no, pero hay cosas que es mejor evitarlas.

Federico, se fue. El perro, un perro de raza desconocida, lo siguió.

Unos minutos después, estando Federico sentado sobre la roca del Venancio, una roca plana de unos 16 metros cuadrados, Angelita, arrastrando el saco de piñas llegó junto a la roca, apoyó la espalda a un pino, y le preguntó:

—¿De verdad que Pilarita se corrió en su boca?

—Sí, y yo me corrí en la suya. Se la llené de leche.

—¡Qué fuerte! ¿Sabe rica?

—¿Cuál?

—La suya.

—No sé, nunca la probé. ¿A que sabe la tuya?

—Sabe a… Si supiera que no lo iba a saber nadie…

—Puedes apostar mi vida a que si algo pasa entre nosotros quedará entre nosotros.

—Siendo así…

Federico se levantó, fue a su lado y la besó. Angelita comenzó a temblar como una niña. Berto, su marido, no la besaba con lengua, Federico lo supo porque no sabía besar. Enseguida aprendió. Le desabotonó la blusa. Ella se desabrochó el sujetador Tenía las tetas duras, con pequeñas areolas rosadas y bonitos pezones. Por su manera de gemir, le encantaba que se las comiera. Se le pusieron los pezones tiesos. Al bajarle las bragas vio que las tenía empapadas. Arrodillado, —Angelita levantaba la falda con una mano— le cogió las duras nalgas, y le pasó la punta de la lengua por ambos lados del capuchón del clítoris y después alrededor. El clítoris salió del capuchón. Lo lamió de abajo arriba, lo chupó y giró su lengua sobre él. Angelita abrió las piernas, y le dijo:

—Me voy a correr.

—¡¿Ya?!

—Ya.

Le lamió la raja y le salió la lengua llena de babas. Le lamió los labios y fue bebiendo de ella. Le dio la vuelta y jugó con la punta de su lengua en su ojete. Al rato, le dijo:

—Así también me voy a correr.

Le volvió a dar la vuelta. Al lamer el coño de abajo arriba, las piernas de Angelita comenzaron a temblar y le llenó la boca a su suegro con una larga corrida, pastosa y blanquecina.

Cuando acabó de correrse, subió las bragas, y abotonando los botones de la blusa, le dijo:

—Lo que hicimos no estuvo bien. ¡Qué vergüenza! ¡Cómo pude dejar que me hiciera una cosa así!

Federico la había cagado. Al correrse, a Angelita se le fueran las ganas y se iba a quedar empalmado y sin coño donde meter. Sacó la polla, y le preguntó:

—¿Y qué hago yo con esto?

—Pélela.

Federico, le cogió una mano.

—Menéala. Me lo debes.

La cogió sin rechistar. La apretó y Federico le follé el círculo que hiciera con la mano dándole al culo hacia delante y hacia atrás. Poco después, al mojarle la mano de aguadilla, la besó y ya le dio ella hacia delante y hacia atrás. Federico le magreó las tetas y le metió dos dedos en el coño empapado con las bragas subidas. Masturbándolo, y ya caliente de nuevo, le dijo:

—Enséñeme.

—¿A qué?

—A mamar una polla.

—Ponte en cuclillas.

Al estar en cuclillas le dijo todo lo que le gustaba. Que le chuparan el glande, que le pasaran la lengua desde los huevos al frenillo… Le dijo como hacerlo y cuando… Lo que no le dijo fue que se iba a correr. Lo supo cuando la leche de su corrida llenó su boca, pero parecía estar esperándola, ya que se la tragó, y luego le dijo:

—Sabe raro, suegro.

—¿No sabe cómo la de mi hijo?

—A su hijo, en los dos meses que llevamos casados nunca se la mamé.

—Ahora ya sabes hacerlo, esta noche mámasela.

—¡Sí, hombre! Para que me pregunte quien me enseñó.

—También es cierto. Mejor que no se la mames.

Angelita le miró para la polla y vio que se le pusiera flácida.

—Se le bajó.

—Cosas de la edad.

—Y yo que quería…

Federico, guardó la polla, cogió el saco de piñas, lo echó al hombro, y le dijo:

—Lo que tú quieres es mejor hacerlo en tu casa. Berto no llega hasta la noche.

En la cocina de la casa de Angelita, bebiendo un par de limonadas, le preguntó Angelita a Federico:

—¿Ya está para otro, suegro?

Federico se acercó a ella, le cogió las nalgas, y la apretó contra él, Angelita rodeó con sus brazos el cuello de su suegro. Se besaron largamente, después, Federico, le preguntó:

—¿Cómo te gusta más, arriba, abajo, por detrás…?

—Sólo follé estando debajo, pero me gustaría correrme otra vez en su boca antes de que me la meta.

Se volvieron a besar.

—Tutéame.

—No, no vaya a ser que después, sin querer, lo tuteé delante de su hijo y empiece a desconfiar.

—Estás en todo.

—Hay que estar.

Federico le quitó la blusa, el sujetador, la falda y las bragas, Angelita se quitó los zapatos y las medias. La cogió en alto en peso y la sentó sobre la mesa, mesa a la que la cubría un mantel azul. La besó. La echó hacia atrás y le comió las tetas. Con dos dedos le abrió el coño. Le lamió un labio varias veces, después el otro, y acto seguido, con la lengua plana, se lo lamió de abajo arriba sin llegar a tocar el clítoris. Los gemidos de placer de Angelita y aquel coño tan fresco fueron empalmando a Federico. Se desnudó. Su polla ya miraba al frente. Le lamió el periné y el ojete. Se lo folló con la punta de la lengua y sintió como se la apretaba al abrirse y al cerrarse. Luego le folló la vagina con la lengua la tira de veces. Cuando ya Angelita no aguantaba más, le preguntó:

—¿Tienes mantequilla?

—Hay manteca en la alacena.

Federico cogió la manteca y untó su polla con ella. Le echó a Angelita en el ojete. La muchacha se asustó.

—¡Por el culo, no!

—Te va a gustar.

Le puso la punta en la entrada.

—¡No, suegro, no!

Empujó y entró el glande.

—¡Le dije que no!

Federico se la metió hasta la mitad, y suavemente le folló media docena de veces el culo. Angelita había parado de protestar. Se la metió hasta el fondo, despacito. Con dos dedos le acarició el clítoris. Al rato, magreándole las tetas con una mano, acariciándole el clítoris con la otra y follándole el culo, le preguntó:

—¿Te gusta?

Angelita, mintió

—No.

—Mentirosa. Sé que te gusta porque de tu coño no para de salir jugo.

—Fólleme y calle.

Federico la folló y le acarició el clítoris hasta que los gemidos de Angelita lo alertaron que se iba a correr. Se la quitó.

—¡No! Métala en el culo otra vez.

Federico, cogiéndola por la cintura, metió todo el coño de Angelita en la boca y le metió la lengua en la vagina. Angelita movió la pelvis de abajo arriba y le llenó la boca de babas, diciendo:

—¡Me corro, suegro, me corro!

Al acabar de beber aquella inmensa corrida. Federico, al estilo troglodita, se echó al hombro a Angelita y la llevó a la habitación. La puso en la cama, se echó boca arriba a su lado, y le dijo:

—Folla al hombre de las cavernas.

—Prefiero que me siga follando. —Se puso a cuatro patas— Así nunca me folló su hijo, y además estoy indefensa.

Con eso le había dicho que se la podía meter en el culo cuando quisiese.

Federico, que había visto una zapatilla debajo de la cama, se estiró, la cogió, se puso detrás de Angelita, levantó la mano y le largó.

—¡Plas, plas —Angelita se estiró sobre la cama, plas, plas, plas!

—¡Me está haciendo daño!

—Esto es por puta. Mira que meterle los cuernos a mi hijo…

Le volvió a largar en las dos nalgas.

—¡Se los metí con usted, hijo de…!

Le dio con más fuerza.

—¿Hijo de qué, guarra?

—¡Hijo de puuuuuuta!

Le volvieron a caer, ya con menos fuerza.

Después de darle, Federico, le besó las nalgas coloradas, y le pasó la lengua por el periné y el ojete, Angelita levantó el culo y abrió las piernas. Le lamió el coño empapado. La muchacha, gimiendo, se volvió a poner a cuatro patas, y le dijo:

—Dame un poquito más con la zapatilla.

Federico, le dio.

Después de darle, tiró con la zapatilla, la cogió por las tetas y le clavó la polla en el coño.

Angelita, exclamó:

—¡¡Ooooh, qué gustazo!

Al rato largo, sintiendo las pelotas de Federico chocar contra ella y sus manos magreando sus tetas, le dijo:

—Métamela un poquito en el culo, suegro.

—Y tú mete dos dedos el en coño y fóllalo.

Angelita hizo lo que le dijo. Federico se la metió y le folló el culo.

No tardo ni cinco minutos en decirle:

—¡Córrase conmigo, suegro!

Angelita, al correrse, sintió tanto gusto que Federico, llenándole el culo de leche, tuvo que taparle la boca con una mano. Si no lo llega a hacer se iban a enterar en los vecinos del pueblo y los de los pueblos de al lado de lo que estaba haciendo por sus escandalosos gemidos.

Angelita, tuvo que esperar a otra ocasión para montar a su suegro. El pájaro era de picha floja, pero eso sí, lo que hacía lo hacía  bien.

Quique.

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