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La historia de Ángel, solo era un muchacho (02)

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A partir de aquella noche, en que además de tener a Pablo en mi cuerpo, fue la primera que pude dormir sosegado, las cosas fueron diferentes, sabía o imaginaba, deseándolo fervientemente, que tenía un amigo en él, era cierto que lo que me decía resultaba complejo y difícil de asimilar pero confiaba, deseaba con toda mi voluntad creer en alguien.

Los dos días siguientes pasaron tranquilos, Pablo acudía a sus clases y cuando volvía tenía que hacer sus deberes, y sin embargo me dedicaba un rato para hablar y así me sentía confortado, alguien se preocupaba por mi.

En algunas ocasiones no podía evitar pensar en mi familia o en Álvaro, ya menos en Alejandro, intentaba que fuera lo menos posible para no ponerme triste.

-El viernes quiero llevarte a dar una vuelta en moto. ¿Te apetece? Visitaremos a Erico, va a estar solo, sus padres van a visitar a sus abuelos y se llevan a su hermano. -estábamos viendo la televisión después de la cena, acompañados de Eduardo y por eso no di un salto para llegar donde él y darle un beso, era tanto el aburrimiento que sentía de estar tantas horas solo, curioseando por la inmensa casa.

-Me gustará, seguro, esto es una jaula. -eso estaba comenzando a pensar, una jaula de oro pero al fin una jaula donde me sentía prisionero.

Solo después de hablar me di cuenta de lo inoportuno que había sido al hablar de esa manera delante de Eduardo, le miré para pedirle disculpas y soltó una carcajada, tenía a Dulce sobre sus piernas y movió con alegría la cola.

-¿A ti que te parece Eduardo?

-A mi no me preguntes, ya te ha dado él la respuesta. Pero le voy a buscar ocupaciones para que el diablo no le tiente. Vendrán unos profesores para impartirle algunas clases. -luego se dirigió a mi. -Aprovecha los días que te quedan de relax.

Habían pasado los dos días sin más incidentes de importancia, y esa noche Pablo no cenó con nosotros pero si Ana María, que desde el principio anunció que tenía pensado salir después de la cena.

-Ana, deseo que te ocupes de Ángel, ya sabes, como hacías con Oriol, comprarle las ropas que necesite, llevarle para que le arreglen el pelo y cuiden de su aspecto personal, te lo agradecería muchísimo.

Pensaba que se iba a negar por la cara que puso en un principio.

-Por mi encantada cariño, ya sabes que esas son las cosas que me gusta hacer, solamente que tendrás que llenarme la cuenta bancaria.

A Eduardo no pareció cogerle de sorpresa y solo encogió los hombros como afirmación. Después de prepararme me metí en la cama, no había querido preguntar por Pablo y ninguno había dicho algo al respecto. Pensaba en lo que tendría que hacer a partir de ese momento. Me impartirían clases que harían que no me aburriera, Ana María me sacaría de compras y a la peluquería, Pablo me llevaría de paseo.

De alguna manera ya me sentía en un mundo diferente y más amable. Se me ocurría pensar que podría encontrar una manera de escapar al poder salir a la calle, de huir, pero ¿a donde iba a ir?, además metería en un compromiso a Pablo y a Ana que se portaban bien conmigo. Y a menudo me hacía la pregunta: ¿Dónde estaría Pablo? Comencé a preocuparme.

Me había quedado dormido y desperté sobresaltado al sentir que la cama se movía, a continuación la voz de Pablo cuando iba a gritar asustado.

-Tranquilo precioso soy yo.

-¿Pablo?

-Sí, déjame sitio a tu lado.

-¿Por qué, por qué…? Es muy tarde.

-No es tarde pero te has dormido, ¿estás cansado?

-No lo sé…, no, no, te esperaba… Has faltado a la cena, ¿dónde has estado?

-No importa, ya estoy aquí.

-Estas frío, ven que te abrace. -pasé la mano por su cara y la sentí helada.

-En la calle hace frío bonito, ahora me calentaré a tu lado.

-No tenías que estar en la calle de noche.

-No he estado en la calle, ha sido el viaje y el viento, hoy hace frío.

-Pablo, por favor, cuéntame donde has estado, estaba asustado, pensaba que te había pasado algo malo.

-Pues ya ves que no, estuve en la casa de don Manuel haciéndole un trabajo. -se había quitado la ropa y estaba totalmente desnudo, pasé la mano por su espalda.

-Un trabajo a don Manuel, ¿qué trabajo? -su mano helada me cogió la cara.

-No lo entenderías precioso, don Manuel me regaló la moto, Yasin no pudo acudir a la cita que tenía con él esta noche y estuve yo en su lugar.

-¿Yasin? No te entiendo Pablo.

-Lo suponía, los regalos hay que pagarlos de alguna forma, pero no te preocupes y abrázame.

No conseguía entender sus palabras, y decidí olvidarlas de momento, le froté la espalda y enredé mis piernas con las suyas.

-Se está bien así, a tu lado.

-Te quiero Pablo.

-Pues no me quieras, solo abrázame fuerte. -estuvimos un momento en silencio, él con la boca sobre mi cuello besándome con suavidad.

-¿Ángel?

-…

-Escúchame con atención…, don Manuel no es como Eduardo, él se cobra los favores, los regalos, todo tiene un precio.

-Antes decías que me querías y yo te pido que quieras a Eduardo, él está viejito, necesita mimos como los que tenía de Oriol. Ya se que es diferente, que Oriol le conocía desde niño, en realidad es su padrino, pero no te será difícil ser zalamero y cariñoso con él. ¿No es mucho pedirte verdad? -se detuvo un momento, quería comprender sus palabras y lo que me pedía, para hacerlo y darle gusto, porque él me lo pedía y yo le debía tanto.

-Oriol le quiere mucho, Eduardo se lo enseñó todo y se lo entregó al doctor, ya no es suyo. No se le endurece la verga y no puede tomar pastillas, solo necesita algún beso y sentirse querido. ¿Me entiendes pequeño?

-Creo que sí Pablo, haré lo que tu me mandes.

-Así me gusta bonito y ahora te premiaré. -la recompensa eran sus labios hambrientos sobre los míos, sus dientes mordiendo mi oreja, sus risas en mi oido.

-Te deseo Ángel, deseo tu hermoso cuerpo. -me mordía la clavícula a la vez que me sacaba la chaqueta del pijama.

-Tus tetitas ricas. -y me las lamía pasando la lengua una y otra vez.

-Tu pancita preciosa. -y metía la lengua en al agujerito del ombligo, dejándolo lleno de saliva para luego sorberla, y arrastrarla con la lengua hasta el esternón, ahí se detenía para besar mis costillas y volver a lamerme los pezones.

Su verga golpeaba en mi pierna y la sentía húmeda y pegajosa.

-¿Pablo?

-Sí.

-Déjame que ahora sea yo.

¡Waauu! Claudicó, se quedó tendido boca arriba a mi lado y luego me llevó para colocarme sobre él.

-Soy tuyo, estoy para ti.

Me senté a horcajadas sobre su estómago apretándolo entre mis piernas, mi pantalón de seda resbalaba sobre su piel y me lo quité sin dejar de estar sentado, elevando una pierna y luego la otra.

-Me gustas Pablo, mucho. -y comencé a besarle la cara y chuparle los labios, para bajar a su garganta, seguido a su pecho y le elevé los brazos, recibí el perfume de sus sobacos lamí los negros pelos de sus axilas.

Cada momento que pasaba me gustaba más, el olor corporal que desprendía elevaba mi deseo, al lamer el vello de su pecho noté su polla rozando entre mis nalgas y la pasé rozándola para besar su abdomen marcado y duro. Me estaba entreteniendo demasiado y me empujó la cabeza hasta los pelos del pubis.

Olí esa parte, el olor se acrecentaba hasta hacerse fuerte al pasar mi nariz por el glande cubierto, sujeté la verga en mi mano y la coloqué en mi cara, el pene le temblaba, le besé la punta y el talló, buscando sus testículos con la lengua entre el matorral de vellos que los cubrían.

Pablo gemía y a veces se contraía y me animaba a seguir.

-Sí precioso, vas bien, cómelo ahora.

Empecé a chupar con avidez, deslicé el prepucio dejando libre el glande redondo y lo besé delirante de gozo y deseo, una y otra vez hasta tenerlo en mi boca abrazado con la lengua.

Su erección se volvía más potente y me cogió la nuca empujando para que comiera más, la polla de Pablo no se parecía a las que ya había mamado, era única, dura y larga que llegaba hasta el fondo de la boca y quería traspasarla, sentí una arcada pero no me retiré, no me importaba devolver la comida de la noche si eso quería él, y me forcé para dejarle que llegara hasta el final, y sentir los primeros pelos del fuste de la verga en mis labios.

Me daba unos golpecitos follándome la garganta y él mismo la retiraba para dejarme respirar y que no me ahogara. Sujeté sus testículos con una mano apretándolos contra la base del pene y así sentirlos en la barbilla.

-¡Ahhh! Precioso, que bien la mamas. Chupa, chúpala bonito mío.

Su voz era ronca y elevaba el culo de la cama para atravesarme la boca, hasta que la sujeté con una mano, para solo chupar un cuarto de ella con enormes ganas mientras con la otra le masajeaba los huevos.

Sentía una presión angustiosa en mi bajo vientre, y tenía mi pene a reventar, entonces volví a posicionarme con el culo sobre su abdomen, presionando su verga dura sobre la raja de mis nalgas, haciendo como que me follaba, y llevé la mano derecha a su verga, me elevé hasta sentirla encajada en el hoyito del culo, y comencé a sentarme en ella.

Mordía mis labios dejando que mi peso venciera la resistencia del ano, hasta que comenzó a entrar en mi cuerpo. Entonces le miré, Pablo me observaba con atención y solo me sonreía dejándome hacer a mi, sin tocarme con las manos.

Fui bajando lentamente, sintiendo como me abría y hacía sitio para que su pene entrara hasta quedar sentado totalmente empalado, y sentirlo muy profundo en mi vientre, entró completa y me dejé caer sobre su pecho, la verga salió un poco pero pude llegar con mi boca a la suya para besarla y morderla, le entregué la lengua y él me la mamaba muy rico.

Dejaba resbalar mi pecho sobre el suyo al descender, para que su verga entrara y el ayudaba elevando las caderas, y retirándolas para que saliera, sintiendo la intensidad y profundidad de sus metidas, hasta que no aguantó más y me rodeó con los brazos, manteniéndome pegado a su pecho mientras entraba y salía muy fuerte elevando el culo de la cama, saltando sobre ella.

Yo apretaba el ano lo que podía en esa postura tan abierto para que el roce fuera más fuerte, deseando el momento que llegó como un torrente saltando sobre las peñas.

-Me corro Pablo. -y luego solo un Ah,Ah,Ah angustioso.

En ese momento elevó las caderas buscando la penetración total y completa, para empezar a vaciarse los testículos en mi cuerpo llenándome el culo de semen.

-Me estoy corriendo Ángel ¡wooooo!

Le sentía en lo más hondo de mi con las pulsaciones de su verga vaciándose, tranquilo, gozando de su plenitud.

Respirábamos entrecortados y Pablo me abrazaba muy fuerte, y cuando nos repusimos, con su pene aún en mi culo, comenzamos una nueva sesión de besos, ahora tranquilos, los míos llenos de cariño y gratitud, los suyos eran más fogosos.

-Pablo me gusta estar a tu lado y sentirte como ahora.

-A mi también pequeñajo. -no sabía si me decía la verdad pero me gustaba que me lo dijera.

No conseguía entender como en el poco tiempo que le conocía había llegado a quererle tanto, y sentir que sus folladas eran totalmente distintas a las de mi tío o Alejandro, me hacia sentirme querido, deseado, protegido, lo contrario que con mi tío donde era violado.

——————————

Había mirado la ropa de Oriol cien veces, abierto los cajones del vestidor para encontrarme ropas increíbles, desde calcetines y medias hasta trajes para vestir de etiqueta, su escritorio revolviendo sus libros, su ordenador con la contraseña apuntada en post it de color rosa y pegada a la pantalla, las fotos que pasando incesantes por la pantalla, y me podía el aburrimiento.

Decidí salir para hacer mis investigaciones, la zona del comedor de diario y la cocina estaban desiertos, miré por la ventana y en el jardín estaba Dulce escondido debajo de una planta dormitando. Volví al pasillo donde estaba mi habitación y con miedo avancé sigilosamente hasta la puerta que Pablo me había señalado como la habitación de Eduardo.

Llamé suavemente con los nudillos, luego más fuerte sin tener contestación, había decidido, siguiendo las instrucciones de Pablo, intentar un acercamiento a Eduardo pero estaba visto que no era mi día de suerte.

Seguí avanzando y doble el pasillo hasta la entrada de la piscina cubierta. Pensaba que la encontraría vacía y la abrí, a la izquierda, sobre una mesa camilla, estaba tendido Eduardo, desnudo y boca abajo, un hombre enorme, con una bata blanca pasaba las manos por sus brillantes piernas.

-¡Perdón! -musité, e intenté cerrar la puerta.

-Entra Ángel. -no me dio tiempo a cerrarla y Eduardo reconoció mi voz. Entré con algo de timidez, observando a aquel gigante con la cabeza afeitada que no abandonaba su trabajo.

-Anda, acercaté. -recorrí la distancia que nos separaba hasta estar a su lado izquierdo y giró a cabeza para verme.

-Me alegra que hayas venido, ¿querías algo?

-No, bueno no se, fui a tu habitación, quería verte. -mientras hablaba observaba su cuerpo, el culo era pequeño y lo tenía arrugado, con algunos pelos en las nalgas, y en ese momento su masajista los estiraba haciendo que se abrieran dejándole ver el ano.

-¿Pablo te atiende bien?

-¡Oh sí! Es muy amable.

-Dese la vuelta. -el hombre aquel le ayudó a levantarse para tumbarle de espaldas. -tenía la barriga abultada, peluda igual que el pecho con mucha carne en las tetas, unos pezones enormes y la tripa le llegaba colgando ligeramente sobre el pubis. Tuvo que ser un hombre verdaderamente bien dotado sexualmente, aún ahora le descansaba un tubo rosado de carne sobre unos testículos gordos envueltos en un escroto con mucha piel casi transparente.

El masajista derramó una olorosa sustancia aceitosa sobre su pecho y las piernas y comenzó a pasar las manos haciendo el masaje y dejándole la piel brillante. Sin pretenderlo mi mano parecía cobrar vida propia y la pasé con suavidad por donde terminaba de hacerlo el señor, me salió una risita nerviosa, más gritito de sorpresa que risa.

-Está muy suave. -y dejé la mano parada mirando los azules ojos de Eduardo.

-Sigue, lo haces muy bien. -nos sonreímos el uno al otro y continué moviendo la mano subiendo por su pierna y muslo, me detuve al llegar donde su escroto colgaba, pero la curiosidad me mataba y puse la mano sobre el tubo de carne rosada. Solo sentí un pequeño latido en su pene y volví la vista otra vez para mirarle.

-Ya ves, murió antes que su dueño. -Eduardo se divertía viéndome nervioso y ruborizado, salvo el momento con una risa secundada por la del otro hombre más grave y callada.

-Cuando termine conmigo puedes aprovechar sus servicios, te gustará como lo hace y te sentirás mejor. -miré al masajista con las mejillas rojas por el esfuerzo de su trabajo, los ojos algo hinchados, las manos grandes y fuertes, los brazos como muslos de un niño, me miraba sin dejar de apretar las carnes flojas de Eduardo y asintiendo con la cabeza.

-Vale, de acuerdo.

-Puedes bañarte mientras termina conmigo. -retiré la mano de su pene y me aparté dos pasos para que me mirara.

-No tengo bañador. -Eduardo volvió a reír divertido.

-Oriol tenía montones, pero no importa puedes hacerlo desnudo, así estarás preparado para la siguiente sesión.

Y como tenía ganas de hacer ejercicio no tuvo que repetírmelo otra vez, me quité rápidamente la ropa y caminé al otro extremo, donde estaba la puerta de cristal que daba acceso a la piscina. Esta era rectangular, ovalada en dos de las esquinas y me tiré de cabeza.

Nadé un rato esforzándome hasta sentir que los músculos me dolían, pero resultaba delicioso, llevaba muchos días sin hacer ejercicio de verdad.

Eduardo, envuelto en un albornoz, me hacía señas para que saliera y me tenía preparado otro igual al suyo para mi, me llegaba hasta cubrirme los pies.

El masaje, como ya me había advertido, resultó placentero, y hasta me pareció cargado de erotismo sentir las manos enormes abrirme las nalgas, y jugar delicadamente con los dedos en la entrada de mi ano.

La mañana transcurría y sin darme cuenta de que el tiempo pasaba.

-Te ha gustado. -Eduardo repartía su tiempo mirando una gran pantalla de televisión, sintonizada en un canal de noticias económicas y mi cuerpo manejado por el gigante masajista.

-Ha sido estupendo y me lo he pasado muy bien, nadando y con el masaje. -Eduardo parecía estar contento y volvió a reírse con ganas.

-Yo también me lo he pasado bien, hacía mucho tiempo que no lo pasaba así, ahora vamos a la ducha y prepararnos para comer.

El camino de mi entendimiento con Eduardo estaba iniciado, y se consolidaría en la comida, no estaban Ana María ni Pablo y Alicia nos la sirvieron en el comedor cercano a las cocinas.

Eduardo empezó a dar pequeños pedazos de nuestra comida a Dulce y le secundé, el perrito viajaba de una mano a la otra para comer aquellas golosinas que le entregábamos. Después se marchó para echarse la siesta a su habitación, y yo salí a dar un paseo por el parque cerrado a la libertad y al mundo real. Pero ese día no lo sentía tanto, hacía un calor inusual para la época y me sentía a gusto caminando sobre la hierba y jugando con Dulce que alborotaba el silencio rompiéndolo con sus ladridos.

Continuará…

 

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