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Consulta con el urólogo

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Tengo 19 años, me llamo Ernesto y he sufrido un problema de nervios, quizá debido a los exámenes que se me han manifestado con una insuficiencia urinaria, que me produce mayor stress y preocupación. Me estaba orinando gota a gota y sin darme cuenta a cualquier hora en cualquier sitio y me fui a la farmacia para comprarme pañales. Me resultaba muy molesto eso de los pañales, pasé cuatro días así y permanecía siempre húmedo y sin poder ir con los amigos a ninguna parte, porque en cualquier momento hablan de pelársela o de follar y me daba vergüenza ir con mi pañal, que, además, siempre estaba húmedo. Ni me atrevía a decirlo a mi madre, pues no sabía qué podría pensar, ya que cuando me pillaba los calzoncillos sucios de semen me decía: «Vas a agarrar una enfermedad».

Ya desesperado no tuve más remedio que meterme en la consulta de un urólogo particular que descubrí caminando por la calle. Accedí y pedí consulta. La secretaria me dijo que ya estaban para acabar, que consultaría con el doctor. Entró, tardó poco tiempo y me aceptó, pero sin saber exactamente a qué otra porque estaba con un paciente. Preferí esperar a marcharme, ya había entrado y eso era bastante.

De pronto, estando yo metido en mis preocupaciones, asomó el doctor y una señora que salía de la consulta. Le dijo el doctor a la secretaria:

— Que pase el siguiente y ya se puede marchar, Isabel.

Me sorprendió, de modo que la prisa la tenía la secretaria y no el médico. Pero me quedé como muy aliviado de saber que me iba a atender un urólogo y quizá podría quedar tranquilo.

Al que pasé, el médico me miró de arriba abajo, se fijó en la parte de mi pantalón e hizo una mueca de sonrisa.

— ¿Es la primera vez que vienes?, preguntó.

Entonces comenzó a escribir como haciendo la ficha, pero solo me preguntó nombre, apellidos, DNI, teléfono, algo que debía de haber hecho la secretaria. Escribía en un tablero del ordenador de sobremesa. No me preguntó dolencias, enfermedades, operaciones y me extrañó muchísimo, porque después de eso me dijo:

— Desnúdate, quítate el pañal y métete en la camilla tumbado.

— ¿Cómo sabe doctor que llevo pañal, si no le he dicho lo que me pasa?

— Porque eres guapo, delgado, y tienes todo lo que envuelve el entorno de tu culo muy grueso y necesariamente es el pañal.

Se puso guantes azules, se acercó me miró a la cara y me dijo:

— Buena polla, chaval, lástima que tengas esa estúpida incontinencia.

— ¿Qué puedo hacer, doctor?

— Dos cosas, igual que te vino por un shock que desaparezca por otro; a ver, explícate, ¿cómo van tus deseos y apetitos sexuales…?

— No sé, doctor, supongo que normales, como cualquiera de mi edad.

—¿Cómo lo lleva cualquiera de tu edad, follando o absteniéndote?

— No sé si acabo de entender, pero me hago alguna paja de vez en cuando.

— ¿Con qué frecuencia, una o dos a la semana, una al día o más de una al día?

— A veces más de una al día.

— ¿A veces o es habitual?

— Es habitual, doctor.

— Ya…, a ver, entiende bien, ¿has follado alguna vez con alguien?

— Hace tiempo que no, doctor.

— ¿Como cuánto tiempo hace?

— Desde que salí del Colegio…, ah, no, el verano pasado…, sí, el verano pasado.

— Ya, ¿con una chica?

— No, hmm, hmm, doctor —bajé el nivel de mi voz—, con un primo mío, pero no fue nada del otro mundo, no crea.

— No, yo no creo, pero te gustan los chicos…

— Verá, doctor, es lo que hay, ¿no?

— ¿Te gustaría que fuese alguien mayor, ¿es eso lo que quieres decir…?

— Sí, doctor, pero no vaya a pensar usted que yo…

— No pienso nada, solo te digo que desde que estamos hablando no te ha salido ni una sola gota de orina.

— No, doctor, yo tampoco he notado necesidad.

— Vamos a la segunda parte, cierra los ojos y piensa en cualquier cosa, como si soñaras.

El doctor me descapulló mi polla que yo ya notaba que se me iba levantando de estar expuesto totalmente desnudo ante el doctor. Sentí placer cuando con dos dedos subía y bajaba el pellejo y cómo se iba animando a tener mayor velocidad. El colmo de mi placer fue cuando me rodeó la polla con toda su mano y sentía el calor y comenzó a masturbarme; entonces sentí que mi orgasmo se aproximaba y aguanté todo lo que pude, pero como todo tiene un fin, eyaculé y me pareció abundante, aunque no lo vi, porque el doctor con unas toallitas de papel limpió y echó en un tacho con pedal, no lo veía pero escuchaba todos los sonidos y ruidos. No podía decir palabras porque el doctor me había producido tal placer que estaba muy distendido y sereno. Tiempo que no me encontraba así. Todavía un rato largo sentía en la punta de mi pene un pequeño e intenso regusto y en todo el entorno una situación placentera inconmensurable. Debía de estar con una cara llena de placer y sonrisa porque el doctor me preguntó:

— ¿De qué te ríes tan a gusto?

— Porque nadie me había dado nunca tanto alivio a mis males.

— Creo que esto se te va a curar en un par de días o tres, hoy es martes…, uno, dos, tres —contaba con sus dedos enguatados— el viernes has de venir.

— ¿Ya está, doctor?

— No; pero no falta mucho, ¿tienes prisa?

— Ninguna doctor, estoy muy a gusto y esperanzado.

Se cambió los guantes y se puso otros, no sé por qué pero estos eran blancos. Me imaginé que los otros estaban pringados de mi leche y por eso se los cambió. Entonces me dijo:

— Si te duele algo, dilo de inmediato, no te calles…

— Ok, doctor.

— Cierra tus ojos o mira al techo y piensa lo que quieras, pero siente todo para decirme si algo te duele.

— Ok.

Me levantó las piernas poniendo mis talones junto a las nalgas y me indicó que dejara mis extremidades liberadas de tensión. No sé que me hizo, pero sentí como un dedo que se paseaba por mi ojete con algo muy frío, que me parecía resbaladizo y pensé que sería una pomada. Así estuvo un rato largo y metió el dedo al interior de mi culo y seguía moviéndolo al tiempo que hacía presión con otro, pero no me hacía daño y sin darme cuenta noté los dos dedos dentro y que presionaba con otro que apretó fuerte y me quejé, se disculpó y seguía moviendo en circular y metió el tercero. De repente los sacó y sentí alivio, pero fue metiendo otra cosa, como si fuera una sonda o manguera, y me puso más crema de esa fresca del comienzo y yo me sentía bien y mi polla se iba poniendo dura.

— Un momento, quédate tranquilo.

— Sí, doctor, eso ha estado bueno.

No me contestó, oía algunos ruidos muy suaves y el moverse de una silla y de pronto me tocó el hombre, volví la cabeza y lo miré, estaba sonriente. Me dijo:

— ¿Te he hecho mucho daño?

— No, nada, doctor, más bien ha sido placentero.

— ¿Puedo darte más placer o estás cansado?

— No doctor, estoy muy bien, puede continuar.

Se subió a una especie de taburete y se abrió la bata, me mostró su polla, ¡qué polla! Yo había visto las pollas de caballo y me parecían grandes, pero esta, aunque no se parecía a la de los caballos, era magistral. Me dijo:

— Quiero llegar a tu próstata y ver cómo reacciona…, si no te parece mal.

Entonces me animé de valor y le dije:

— Doctor, no me meta usted ese pollón en mi culo en seco, deje al menos que se lo remoje con mi boquita.

— No hay problema, ya sabía que eras una verdadera puta y una mamona; estaba seguro que me la querrías comer… Anda, dale lengua al glande…

Estuve un rato lamiendo y poniéndomela en la boca, luego ya el mismo doctor me fue follando la boca, metiendo su tranca hasta el fondo y sacándola para que respirase hasta que dijo:

— Gime, gime, ya has remojado bastante, hemos de seguir con la rutina.

Se fue a mis pies, se subió en otro taburete, me agarró de los tobillos, se los metió en los hombros y sacó el tapón que me había puesto, se volvió a embadurnar la polla y mi culo con esa pomada y metió su pollón adentro, diciendo:

— Lo que no hace daño no cura.

Tiró empujando hacia adentro, y añadió:

— No te resistas y quédate tranquilo.

Me serené y noté un fuerte dolor cuando la clavó hasta adentro. Se quedó quieto, se fue calmando el dolor muy rápidamente y comenzó a mover su polla de forma circular, me acariciaba las nalgas y de vez en cuando me daba un suave cachete a los glúteos. Por fin vino lo que yo me imaginaba, un mete saca suave pero in crescendo. El doctor se paró, yo lo miraba y se quitó la bata y la camisa que llevaba debajo, se quedó con el pecho descubierto muy lleno de pelos. Se agarró a mi polla por encima de mis manos para invitarme a masturbarme y después metió sus manos en mi cadera mientras daba un más que violento mete y saca que también me hizo sudar solo de verlo como le corría el sudor por todo su torso desde la cabeza, de modo que algunas gotas caían encima de mí. Durante unos 25 ó 30 minutos estuvo follándome el culo y me entró el orgasmo, sacando todos mis jugos por mi polla que cayeron encima de mi pecho y abdomen.

Ya no tardó en venirse el doctor en mi interior, ya notaba que su grosor había llegado a tope y sentía palpitar sus venas, entonces noté que chorreaba dentro de mí y fue menguando sus movimientos hasta caerse encima de mi pecho. Lamió mi leche y me besó, entregándome parte de mi semen.

Nos pusimos de pie fuera de la camilla y le vi desnudo todo entero y le dije:

— Doctor, eres muy bueno follando.

— Espera que me vista; toma estas toallitas húmedas para limpiarte antes de vestirte y toma este pañal, pero cuando llegues a tu casa, te lo quitas, te pones un calzoncillo o dos, mejor sería uno para recobrar la seguridad en ti mismo.

— ¿Qué tengo, doctor?

— Se trata de puro stress, pero te doy una receta para que pases por una farmacia y tomas dos pastillas antes de la primera comida que hagas y dos más antes de la cena. Mañana tomas hasta seis, dos, dos y dos, desayuno comida y cena; si se resiste sigues tomando al día siguiente, el viernes te quiero aquí.

— Vendré, doctor, ¿que te debo?

— Prepara bien tu polla para el viernes que apenas verla hoy me ha gustado.

— ¿A qué hora vengo?

Como hoy, solo que en la tarde no hay consulta y nos iremos a comer algo por ahí, cuando nos cansemos.

Me atreví a besarlo antes de salir y me devolvió el beso y un abrazo diciendo:

— Me llamo Jaime.

— Me llamo Ernesto.

— Hasta el viernes, Ernesto.

— Hasta el viernes, Jaime.

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