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Ya soy el puto del equipo (IX)

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Follamos tanto cuantos goles metimos.

Era miércoles. Todo había transcurrido como estaba previsto, excepto una cosa. Había acompañado a Abelardo al médico, estaba mejor. De hecho ya movía la pestaña del ojo y veía normal, solo que tenía un hematoma muy extendido en torno al ojo y en toda la cara desde el pómulo hasta la altura de la boca. Fue la bofetada a puño cerrado, según decía el médico en el parte, que recibió y movió una muela. El médico dijo que lo de la muela no era peligroso, no la perdería, pero no estaría de menos que fuéramos al odontólogo en cuanto estuviera un poco mejor. Ya comía y hablaba bien y habíamos determinado ir a ver lo de la muela en jueves.

Lo que no estaba previsto es que me llamara Gunnar porque quería encontrarse conmigo para hablar sobre lo de Marcos. Le dije por teléfono que ya todo estaba hablado y si cambiaba algo no me iba a quedar manco. Aunque insistió, le dije que ya estaba bien pagado, que no molestara más y nos veríamos en el entrenamiento.

Mala cara me puso el míster cuando llegué al campo. Iba acompañado de Marcos. Dejó a los chicos que jugaran y se puso a hablar conmigo:

— ¿Quien es tu novio Abelardo o Marcos?

— Ninguno de los dos.

— He sabido que Abelardo vive en tu casa…, pero también Marcos va mucho por allí.

— Hay muchos cotillas y comprendo que te entiendas con los cotillas, seguro que también follan contigo.

— No te pongas a la defensiva

— Tú me tienes que decir que me ponga a la defensiva y a la «parativa», soy el guardameta, —dije con cierto sarcasmo.

— Me refiero a Marcos, ¿aceptaría a formar parte del club de mis amigos?

— No lo intentes; es mi amigo, he pagado yo por él, me has tratado como a un animal y eso no voy a permitir que se lo hagas a mis amigos, antes la muerte.

— Pones en juego tu permanencia en el equipo…, ¿eh?

— Yo no necesito el equipo para vivir, tengo gimnasio, amigos, casa, estudios que hacer, demasiadas cosas para mí solo.

— Ni que fueras rico…, jajaja…

— No es eso, pero una palabra mía y tú te vas a la calle; inténtalo, sí, inténtalo, hasta me divertiría.

— Voy a jugar hasta acabar la liga, seguiré recogiendo las cosas y ordenando el vestuario, pero ya no me volverás a tocar nunca más o cantaré.

— Y si recibes una sorpresa y te avergüenzas y te expulsamos del equipo.

— Ya te he dicho que lo intentes.

— ¿Me amenazas?

— No; es una realidad; si me sacas del equipo, Marcos dejará el equipo, Calvero saldrá del equipo, no quedarías campeón de la liga; si te atreves, considérate muerto para el fútbol.

Me fui a mi puesto y me batieron por diestro y siniestro y me abatieron en los 15 primeros minutos, mientras el entrenador se sonreía burlonamente, pensando que yo estaba acabado. Entonces, cansado de sus risas y movimientos despectivos, me puse las pilas y la cosa mejoró. Fui el de siempre, el que entusiasma al equipo, el que los anima y el que hace de recoge pelotas, calcetines, etc., pero se recuperó la confianza. De nuevo el míster estaba serio y a mi parecer ya vislumbraba su propia caída del pedestal donde él mismo se había colocado.

Yo pensaba que un equipo de fútbol necesitaba un preparador, que nos exigiera, nos entrenara y nos diera técnicas, normas y trucos para el combate. Me lo imaginé siempre como el general de un ejército llamado para la victoria. Pero un general sin soldados no gana batallas y un entrenador sin jugadores no gana partidos. Llegué al equilibrio, nos necesitábamos, necesitábamos un equipo cuyos jugadores tuvieran seguridad en sí mismo y con unas líneas claras para el combate en el campo de juego. El entrenador estaba jugando para sí mismo, lo que buscaba de los jugadores era carne fresca, sexo, placer… Nada había que hacer ya con este hombre. Me propuse ser el alma del equipo, no por los conocimientos, sí por el entusiasmo. No desdeñaría las normas y técnicas del míster, pero para mí había acabado de ser Gunnar mi amigo. Sus días estaban contados.

Pedí a Marcos que me ayudara a recoger las cosas. Se nos unió, como si conociera mis planes, Luis Calvero que se trajo a Marcelo Sebastián. Acabamos pronto la recogida de todos los trapos y prendas y nos pusimos a ducharnos en ristra, éramos cuatro uno en cada ducha. Parece que el agua en lugar de refrescarnos nos calentó. Yo observaba a Marcelo de reojo, pero él no dejaba de mirarme, y eso que estaba en la cuarta ducha. Una de las veces que lo miré estaba fijamente mirándome. Le hice una señal para que se acercara. Pasó por entre las duchas y le dio una palmada en el culo a Luis Calvero y luego repitió con Marcos. Estaba claro que podríamos entendernos.

— ¿Qué te gusta que tanto me miras?, —le dije poniendo mi mano sobre su hombro.

— Me gusta tu polla.

Miré la suya y nada tenía que asombrarme, pero me pareció un chico que podría entrar en el círculo de mis amigos y le dije:

— Tienes el mejor culo del equipo, además de tu triángulo de hombros a cintura. Me gustas.

— ¿Qué hacemos?, —preguntó mirando a los otros dos.

— No hay problema, ellos se van a juntar y van a hacer de las suyas; ¿eres activo o pasivo?

— Pasivo, ¿y tú?

— Versátil.

Se puso sin pensarlo de rodillas a mamarme la polla y quité el agua de mi regadera. Sobre el suelo mojado nos pusimos en 69 y mientras me comía majestuosamente mi polla le fui preparando el culo. Cuando ya vi que estaba bien caliente y soltaba gemidos sonoros sin parar, decidí enderezarme y tomándole de la cintura lo puse en cuatro y me dio su culo. Poco a poco lo penetré hasta el fondo procurando hacerle el menor daño posible, aunque gemía de dolor y placer. Mientras tanto estaba mirando a Marcos y Luis que estaban preparándose mediante una sucesión de besos sonoros. Pronto se colocaron en posición y Marcos se puso de cara a mí follando a Luis, nos mirábamos Marcos y yo y pensábamos que ya teníamos la mitad del equipo formado. Acabé dejando mi esperma en el recto de Marcelo, saqué mi polla y me puse a besarlo hasta que expulsó todo su semen sobre mi pecho y abdomen. Casi se disculpa pero no le dejé hablar, me comí su boca mientras escuchaba los sonidos desesperados del orgasmo de Marcos y Lucho, que se quedaron exhaustos agarrados a la pared.

Nos lavamos, ayudé a Marcelo a sacar mi semen por su culo y como Marcos me miraba hizo lo mismo con Luis. Lo lavé con besos y Marcelo me besaba agradecido. Salimos del vestuario los cuatro felices comentando, sobre todo Marcelo, lo raro que estaba el míster. Pero Luis Calvero no se calló nada y nos comentó cómo se había atrevido, siendo tan mayor a querer follar con él o tendría que sustituirlo. Al final de la explicación de Luis, Marcelo entendió por qué le había dicho el míster que quería hablar con él muy en serio.

— Pues no hablará contigo, —dije muy en serio.

— ¿Como sabes eso?, y si me insinúa…, ¿yo que hago…?

— Tu puedes hacer lo que quieras, si quieres follar con quien sea, hazlo, pero obligado no, deja que yo lo voy a tener a esa mula amarrada en corto.

Y dije a todos:

— No perdáis de vista que solo faltan cuatro partidos, vamos empatados con el supuesto líder, el Ventura FC, si no perdemos ninguno y él cae, ya lo tenemos, si no cae, todo depende de que abultemos los goles, sin dejar de pensar que la cuenta de nuestros goles es ya mayor en 13 que la suya.

Paramos a mitad de la Avenida porque Marcelo y Lucho se iban por una de las calles traveseras. Había una cafetería y les pregunté si aceptaban un café con leche y un bollo para recuperar las fuerzas. Les invité, aceptaron, tomamos nuestro café con leche y luego a casa. Marcos se vino a la mía. En el resto de la Avenida Universitaria hasta mi casa, Marcos me explicó que su familia estaban de viaje y que él se había quedado por el campeonato y me pidió quedarse estos días con nosotros, lo que acepté de buen grado. Además salíamos a correr en la mañana y en la noche le hacíamos disfrutar a Abelardo.

***** ***** *****

Sábado en la mañana estábamos todos en el vestuario. Esa jornada íbamos de locales. Pero el vestuario nuestro siempre era el mismo. Todos los clubes no tenían campo, unos jugaban en el Deportivo Municipal, otros en canchas de algún colegio y otros en la Universidad. Esa era otra tarea, porque cuando venían otros y usaban nuestro vestuario, dejaban muchas cosas desparramadas por las banquetas y el suelo, igual que ocurría en Visitante. Tenía que ir a recoger todo e iba engrosando el ajuar de los pobres de mi taita. Esta tarea me servia para seguir pasando por pobre, aunque cada vez iban sabiéndolo unos cuantos, conforme las relaciones se me iban ampliando. Por eso es que comentaban algunos de hacer en el jardín de mi casa la celebración de final de temporada y quizá la victoria. Yo, escuchando todo eso, en el fondo de mi alma me alegraba, pero no quería tener al míster en mi casa. Por eso no decía nada.

Nos reunimos Marcelo, Marcos Luis y yo con tres más del equipo, Fernando Bataller, Manolo Ìñiguez y Leoncio. A esa reunión en la cafetería del cruce, La Perla, nos reunimos y llevé a Abelardo. Allí diseñamos nuestro juego al margen del entrenador. Aunque yo desconfiaba de Fernando, Manolo y Leoncio, casi por desconocimiento, en la reunión se revelaron que tenían mucha relación y muy especial con el míster y se fueron entusiasmando. Casi no hablé, porque tomó la palabra Abelardo y me decía que yo desde atrás tenía que animar al equipo y a cada uno le fue dando su puesto, mucho más acertado que lo que diseñaba el propio míster. Salimos muy contentos de la reunión, en la que solo tomamos agua mineral para no alterar nuestro ánimo.

Abelardo durante todo el camino de bajada hasta la Universidad, iba recordando que 5 goles había que marcar en el primer tiempo, no encajar ninguno y por lo menos 3 goles en el segundo tiempo. Decía:

— Vosotros, ¡guerra sin cuartel! y ante la duda mirad a Doro, haced lo que os diga; tú, Doro, de vez en cuando me miras a mí, estaré detrás de ti.

Todos bajaban marcialmente, diciendo:

— ¡Guerra sin cuartel!, ¡guerra sin cuartel!…

Abelardo y yo nos retrasamos respecto a ellos, porque Abelardo no podía caminar a su paso. Pero me decía a mí

— Si no metéis 8 goles no te hablo nunca más y si te dejas meter un gol, te mato a traición.

Ninguna vergüenza tenía de darme de vez en cuando un beso discreto en la cara, pero todo el tiempo se apoyó en mí, unas veces en mi hombro, otras en mi cintura, otras cogido de mi brazo. Pero iba feliz conmigo y yo muy feliz con él.

El partido fue brillante, como una procesión, llegar a la cancha y paseárnosla cómodamente, sin oposición, sin fuerza. No pudieron meter goles porque no pasaron del medio campo y no tenían tiros. Digamos que jugué más de míster que de guardameta. El resultado era de esperar 6 goles en el primer tiempo y 5 en el segundo, total 11-0. Tampoco fue nada extraño, el Avalon U.D. era el colista.

Bastantes felicitaban al míster y él se mostraba orgulloso de semejante victoria. Pero fueron algunos, sobre todo profesores y algunos alumnos los que vinieron a felicitarme a mí, yo llamé al equipo para que escucharan cómo los felicitaban por lo bien que lo habían hecho, cuando estaba el míster saliendo de nuevo del vestuario, despejé la reunión:

— ¡Vamos a lavarnos y a celebrarlo con las amigas y los amigos!

Después de mi ducha, estando Abelardo todo el tiempo en el vestuario esperándome acompañado de Marcos, salimos, llamé un taxi y nos acercó casa. Estábamos felices. Abelardo se preguntaba en voz alta qué pensaría el míster y cómo acabaría esto. Le dije que acabaría mal para unos, bien para otros, como todas las cosas. Me miraba y se admiraba de verme con tanta paz y entrando a casa, me dijo:

— Ya creo que podré follar en serio —nos decía mirándonos a Marcos y a mí—, ¿qué…?, ¿después de comer?

— No tengo otra cosa que hacer esta tarde, —dije.

— Pues mira que yo… ¡claro que sí!, —decía Marcos.

Entramos felices a casa a comer. Mi taita se interesó por Abelardo, los demás como si fuéramos parias. Me quejé y me cogió me puso boca abajo sobre sus rodilla y me cacheteó el culo por encima del short, diciendo:

— ¡¿Así tratas a tu taita?!

Le di dos besos que es lo que esperaba de mí.

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