Nuevos relatos publicados: 9

Quiero hacer un gato (Parte 1)

  • 9
  • 8.466
  • 9,60 (10 Val.)
  • 3

—¡Ah, Tita, te envidio por el esposo y los amantes que tienes! Entre ellos, mi esposo, no creas que estoy ciega. Se nota una gran cordialidad entre todos ustedes. —me confesó Adriana intempestivamente.

—Pues sí, es de envidiar mi situación actual, pero seguramente no sabes todo lo que sufrí durante varios años: las depresiones constantes; mis relaciones esporádicas y subrepticias; los enojos de Saúl, quien deseaba una esposa fiel y yo lo orillé a que buscara compañía en otras mujeres, de quienes, por cierto, siento unos celos terribles sólo de acordarme.

—Hace una semana que vino Eduardo, a… verte, me la pasé pensando qué tal sería un trío MHM, ¿me aceptarían?

—¿Se lo planteaste ya a Eduardo? –Pregunté automáticamente, pero inmediatamente me arrepentí.

—Sí. —Me contestó bajando la cabeza para que no la viera avergonzarse.

—¿…? —Quedé en espera de que completara la respuesta.

—Él se quedó callado, me abrazó y me llenó de besos, y creí que eso era una aceptación. Pero después me dijo, simplemente “No sé si sería cómodo para ti, para mí y para Tita.” —Continuó al verme expectante con mi silencio—“Pregúntale”, le pedí. “Hazlo tú, será lo mejor”, me contestó. Y aquí estoy, por eso te pedí que nos viéramos. —Concluyó y me quedé pensativa…

—¿Qué piensas? ¿Aceptarás que estemos los tres haciendo el amor? —Me insistió.

—No sé, pues tal vez sí sería incómodo y podría traer consecuencias más allá de nosotros tres… —Pensé en voz alta.

—¿Te refieres a tu relación con Saúl? ¿Crees que él se molestaría, a pesar de la libertad que te da al tener amantes, entre ellos a mi esposo? —Dijo con tono de azoro—. ¡Entonces, invitémoslo! —Propuso sin más argumentos, en tanto que mis certezas empezaron a flaquear pues recordé una experiencia de celos mutuos, míos y de mi amante Eduardo, cuando fuimos a un club swinger.

—¿Tú cómo has vivido la relación con Eduardo, sabiendo que somos amantes? ¿Tienes celos? ¿Cómo lo asumes? —pregunté, más por darme tiempo a que la vorágine de ideas, dudas y preguntas que rondaban en mi cabeza, que por saber su situación.

—Yo me fui metiendo como cuña en la vida de Eduardo, él siempre tan libre, sin buscar ni aceptar una relación estable, hasta que un día me confesó que ya tenía a alguien que lo hacía vibrar y que por ello no aceptaba consolidarse con otra pareja. Me quedé asombrada porque nunca supe de ello. Incluso yo pensé que sólo hacía el amor de vez en cuando sólo por necesidad fisiológica ya que esporádicamente eso ocurría con alguna amiga, incluso yo, y después ¡nada!, como si no hubiese ocurrido algo más que un encuentro casual. Poco apoco supe de ti y del amor que tenía Saúl por ti y de las razones por las que tu esposo aceptaba que hubiese otros en tu vida. El asunto es que insistí e insistí en estar con él que me fue aceptando poco a poco, incluso a vivir juntos como pareja. Cuando los conocí a ustedes, sentí simpatía por el matrimonio tan abierto y tan fuerte que tienen y acepté plenamente que Eduardo y tú fuesen amantes, guardando la secrecía y sin alterar la discreción que guardaban en esa múltiple relación.

Adriana me fue contando todo, hasta el irrisorio caso de cómo llegaron al matrimonio. Resulta que su padre, quien sólo tenía hijas mujeres y era dueño de una gran fortuna, sintiendo que ya le quedaba poco tiempo, las juntó a tres de las cuatro, las tres solteras, y les dijo que en una semana más haría su testamento por última vez, y que su fortuna sería repartida con un 1% a cada una de las que estuvieran solteras y el resto en partes iguales a quienes estuviesen casadas. La hermana casada no sabría esto hasta que el testamento estuviese redactado y que tenían una semana para entregarle el acta de matrimonio. Aunque ese 1% les permitiría vivir holgadamente si lo sabían administrar, la fortuna restante no era para despreciarse. Ella le pidió matrimonio a Eduardo, sin decirle nada del testamento, pero convenciéndolo de que podrían vivir sin problemas. Él le recordó su relación conmigo y que por ello no iba a aceptar casarse.

—Eduardo insistió en su amor por ti y manifestó las desventajas que tendría en su libertad para mantener esa relación. Me confirmé a mí misma que yo sí lo amaba verdaderamente y que, como Saúl, podría demostrarle yo a Eduardo mi amor de una manera similar —me dijo con un tono de gran convicción—. Ese amor, el de Saúl y el de Eduardo por ti, me dieron inspiración para plantearle muchas ventajas de que él estuviera casado. No sé de dónde saqué palabras y argumentos tan persuasivos, además de los dos años que entonces llevábamos de amasiato. Le dije “Quiero que sigas con ella, te cases o no conmigo”, me escuchó con incredulidad, pero de inmediato continué preguntándole “¿Crees que no es posible, a pesar de tener un ejemplo de ello en la actitud de Saúl? No hubo más, él me dijo “Sí, acepto ser tu esposo” y me convencí de que era cierto que él también me amaba.

Me pareció franca por los años que llevábamos conociéndonos y porque siempre su actitud había sido tal como ella decía: ninguna recriminación o insinuación, ningún obstáculo de Eduardo para darme el amor cuando se lo pedía, y más ejemplos que no son necesarios mencionar, pues nunca hubo impedimento debido a “la esposa Adriana”. Aparecieron mis dudas, las cuales quise expresar en voz alta, pero me quedé con la boca abierta sabiendo que eran sólo mías, gritándolas en mi interior: ¿Qué pasará si me niego? ¿Crecerá el amor de Eduardo por Adriana hasta ser yo una imagen desdibujada de lo que antes fue amor o simplemente deseo? ¡Dios, no quiero perder a Eduardo! ¡Tampoco a Saúl!

—Déjame pensar esto y las posibles consecuencias, estoy confundida —le dije casi al punto de soltar el llanto y ella entendió mi confusión, despidiéndose de mí con un beso de hermandad y cariño.

Esa noche, entre mamada y mamada de pene, ¡bien parado!, le pregunté a Saúl si se le antojaba Adriana.

—La he visto pocas veces y menos veces he sostenido una plática con ella. Sí, está buena, además es muy culta e inteligente, pero a pesar de la fortuna que le dejó su padre, nunca te dejaría por una aventura con ella; además, tú sabes que Eduardo la ha de tener muy contenta con lo que él sabe hacer… También ella ha de tener mucho que dar en el amor, por algo Eduardo se casó con ella. En resumen, me tiene sin cuidado, al igual que muchas señoras igual de antojables e interesantes.

—¿Cogerías con ella?

—¡Qué te pasa! ¿Qué te hizo Eduardo que no te importa meterme a mí en tus venganzas?, —exclamó indignado quedándome con su pene flácido en mis manos.

—No te enojes, Eduardo y yo estamos en buenos términos, pero hace poco sucedió algo que me hizo preguntarme qué tanto bien nos haría a nosotros dos hacer el amor con otra pareja y preguntarme si disfrutarías viendo en tercera dimensión y en vivo cómo me hace el amor Eduardo y te calentarías tanto como cuando te lo platico, o cuando te masturbas al ver los videos que tomas con tus cámaras ocultas cuando él u otro viene a verme.

—Sí, me calienta ver cómo te cogen tus amigos y la cara de puta que pones cuando disfrutas sus penes. Confieso que me gustaría ver cómo te dan entre dos o más, y no sé por qué no lo has hecho, pero creo que te molestaría a ti más que a ellos ser tratada como objeto y no con amor. A mí me gustas puta y así te amo.

—Tienes razón, ni yo misma estoy convencida, pero creo que para nosotros sería una oportunidad para profundizar más nuestro amor. — Le dije y pasé a contarle lo que me dijo Adriana.

—¡Qué locura la de esa mujer que es capaz de dejarse coger por otro con tal de ver cómo te coge su esposo! Mejor regálale un video para que esté feliz, tal vez se caliente tanto como yo.

—No se me ocurrió eso…. —le expresé a Saúl y me puse a chuparle el falo sumergiéndome en mis dudas y deseos: ¿Adriana está dispuesta a encuerarse y, quizá, dejarse coger por Saúl con tal de verme a mí con su esposo? ¿Ella querrá que la compare Eduardo conmigo en la acción inmediata? ¿Qué buscará con eso? ¿Habrá una escena de celos entre Saúl y Eduardo o yo los tendré al ver cómo le hace el amor alguno de ellos?

—¡Me vengo, mi nena! ¡Puta, seguramente seguiste pensando en él, a mí no me habías mamado así como he visto que lo mamas a él! —gritó Saúl cuando se vino y continuó con el pito parado, me lo metió abrazándome y besándome; se movió rapidísimo gritándome “¡Eres muy puta, nena. ¡Puta!”, me decía una y otra vez mientras se eyaculaba como nunca hasta que quedó inerme “Sí, quiero ver cómo te cogen y cogerme a Adriana para vengarme de Eduardo” Dijo al reponerse, acariciándose la verga que volvió a quedar tiesa.

Nunca lo había sentido tan caliente, pensé que tomó alguna de esas pastillitas azules, pues me volvió a ensartar, ahora por el culo y gritó “¡También quiero ver cómo te coge Othón por el culo y cogerme a su esposa mientras él se viene en ti!” y yo sentí su semen caliente en mis entrañas.

Ya calmados, me dijo que nunca se había imaginado hacerle el amor a alguna de las esposas de mis amantes; aunque algunas sí le gustaban para cogérselas, y más de una lo sugirió cuando Saúl les pedía que lo acompañaran con algún pretexto para dejarnos solos (con las cámaras como testigo), él siempre él se mostraba distante a las insinuaciones. Confieso que sentí celos de que me lo contara, sin precisar a quién de ellas se refería, a pesar de que era yo la que se estaba cogiendo a sus maridos, y me llené de dudas sobre la conveniencia de hacer lo que propuso Adriana.

—Me gustaría participar en una orgía donde estuvieran tus amantes y sus esposas viendo cómo te cogen uno a uno mientras yo me las cojo por turno, respectivamente conforme te penetren, luego verlos de dos en dos, y de tres en tres o todos contigo. ¡Te amo, mi nena puta! —exclamó mostrándome entre sus manos el falo inhiesto y se subió encima de mí para penetrarme otra vez.

¡Nunca antes alguien me había penetrado tanto en tan poco tiempo! ¡Qué calentura le daba pensar en eso!

—¿Quieres que hagamos una fiesta en casa o rentamos una en la playa donde quepamos todos cómodamente? —me preguntó antes de dormir.

—¡Oye, sólo me refería a Eduardo y Adriana y tú quieres con todos! ¡Estás loco, debes ver a un psiquiatra! Le dije alarmada por lo que mis comentarios habían desatado y temerosa de que él quisiera llevar sus fantasías a la realidad.

Dejé que el tiempo calmara esa ola de excitación lujuriosa que lo había atacado, pero dos semanas después me habló Adriana por teléfono para vernos y platicar un poco, obviamente quería una respuesta a su petición.

 

(9,60)