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Ya soy el puto del equipo (XVII)

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El segundo piso de La Eiffel 69.

El día amaneció fresco, estuvo nublado hasta las 8 de la mañana. Salíamos a la calle con solo zapatillas y short para correr y hacer hambre para desayunar. No es que sin correr no podríamos desayunar, sino que había que mover piernas y culo para estar en forma.

Al salir de casa parecíamos ir en formación de dos en dos por la acera: iniciaban la carrera Santi y Frasquito, detrás de ellos Martín y Canales, les seguían Mauricio y Leoncio y como yo cerraba la puerta, también cerrábamos filas Abelardo y yo. La mirada al frente porque estaba nublado y nadie llevaba gorra. Yo estaba viendo los primeros de la fila, Santi y Frasquito, totalmente desvergonzados, dándose palmaditas a sus nalgas. Pero Abelardo me dice, mira cómo Martín le mete mano a Canales. En efecto Martín tenía la mano metida dentro del short de Canales, y se notaba que le acariciaba las nalgas. Claro que los de detrás teníamos que contagiarnos. Mauricio volvió la vista sonriendo, al parecer nos había escuchado y metió su mano por la pernera de Leoncio. Este Leoncio se había puesto un short de baja cintura y muy corto, así se le podían ver las nalgas, y Mauricio no tenía que sufrir para meter la mano por la cintura, sino por la ingle hacia arriba. Por eso es que se había vuelto para decirnos lo fácil que lo tenía. Abelardo, como íbamos los últimos, me metió la mano también por delante. Le dije:

— Cochino, te has pasado.

— No; estoy a tu lado y me va bien, —me dijo.

— Eres un desvergonzado, —le dije.

— Menos mal, pensaba que ibas a decirme aprovechado…

— Pues también, un aprovechado.

La cuestión es que se me puso dura y no sacaba la mano. Estaba yo pensando que entre la mano manoseándome mi polla y mis huevos y la carrera que habíamos emprendido de inmediato me iba a correr en plena calle, antes de llegar al paseo marítimo. Así que tuve que pararme y meterme junto a unos árboles. Suerte que era temprano, porque Abelardo se puso de rodillas, me bajó el short y comenzó a mamarme mi polla. No tarde en eyacular en toda su boca y no desperdició ni una gota. Respiré profundo, me sosegué, me serené y emprendimos la marcha para alcanzar a los demás. Adelantamos a Mauricio y a Leoncio porque también Mauricio le estaba mamando la polla a Leoncio. Pero es que poco más adelante estaban Santi follando a Frasquito y Martín a Canales, los cuatro en el mismo lugar. Le comenté a Abelardo:

— ¿Estos nunca descansan? Siempre están follando.

— ¿Acaso tú no estás igual?, —dijo Abelardo.

— Pero no es lo mismo que tú me la mames a que ellos se follen… o sí?

— Yo te la he mamado pero me he quedado con ganas de follarte, — me dijo Abelardo.

— ¿Aquí?

— ¿Y qué más me da?

— ¡Eres un puto maricón, joder!, me bajé el short y me incline hacia el suelo ofreciéndole el culo.

Me la metió de golpe, ni sentí dolor. Es que teníamos ganas ambos y por eso me penetró de inmediato. ¡Joder! ¿Pero qué puta mierda nos había picado? Nos habíamos levantado todos tan en serio y ahí estábamos en una carrera interrumpida para follarnos. Pasaron Mauricio y Leoncio y gritaron:

— ¡¡Aquí hay maricones follando!!

Poco después pasaron Santi y Martín. Eso indicaba que habían acabado de follar y habían mezclado parejas, seguro que para follarse más adelante. También nos gritaron:

— Queremos un hijo vuestro.

Joder los putos maricones estos escandalosos como ninguno. Me temía que iba a pasar pronto Frasquito y Abelardo no había soltado su semen de mierda en mi recto, y estaba haciendo ya violencia. En eso que pasaron Frasquito y Canales:

— ¡¡A esos!! ¡¡A esos!! ¡Se están follando en público!

La puta madre que los parió; igual no tiene más culpa que ser su parturienta, pero ellos son unos hijos de puta sin más remedio. Así, al fin, Abelardo soltó toda su mierda en mi intestino y sacó su polla y se puso a correr sin esperarme. ¡Cabrón de Abelardo! ¿Cómo iba yo a correr sin descargar por mi culo el semen que me había depositado. Me puse con quien caga al aire para sacar el semen, justo en el momento en que pasaba un tío corriendo y se para delante y pregunta el muy cabrón:

— ¿Te han follado todos esos que van ahí delante? Porque el charco que estás haciendo parece que has sido la puta de todos ellos.

Se acercó, me puso su polla en el culo que penetró enseguida gracias al semen que estaba sacando y no tardó en correrse. Me dio dos besos, salió de dentro de mí, me puso dos dedos en mi culo que con una soplada mía hizo salir de mi culo todo su semen. Me puse el short y seguimos adelante corriendo. Notaba que mi short se estaba mojando porque salían restos. Mi compañero me dijo:

— Si corremos un poco más fuerte los alcanzamos.

Lo hicimos y cuando nos juntamos con ellos, me dijo:

— Me llamo, Sebastián, me gustaría que contarais conmigo cuando salgáis a correr, ¿puedo seguir con vosotros?, ¿os molesto?

— No, que va, te invitamos a desayunar al regreso, sigamos hasta allá a la punta, nos bañamos en el mar y regresamos a casa para desayunar, —le dije.

Así fue, llegamos al cabo, junto al mar. La verdad es que no había más que dos personas un poco alejadas. Hacía ya buen clima y el sol quería despuntar por entre las nubes. Nos quitamos el short para nadar un rato. Sebastián le gustó esto y también se quedó desnudo como nosotros, para entrar en el agua. Tenía buena polla, le colgaba, sería de unos 19 cm. y me entraron ganas de que fuera otra vez mía. Pero era el momento de bañarnos y regresar a casa antes de que el sol saliera del todo y apretara el calor. Salimos del agua, nos pusimos el short y regresamos a casa los 9 para desayunar. Nos sentamos a la mesa mientras Abelardo y Mauricio preparaban el desayuno a base de huevos fritos y chistorra. Mauricio, previsor, había sacado el pan para que se descongelara. Todo estaba rico porque lo era y porque teníamos hambre.

Al acabar el desayuno, había salido el sol y nos tumbamos junto a la piscina desnudos. Estábamos bien. A Sebastián le gustó nuestra compañía y se divertía con Frasquito que, además, aún llevaba sus uñas pintadas en manos y pies.

Eché una mirada en torno a toda la zona de la piscina y no descubría a Abelardo. Me quedé curioso y extrañado porque Abelardo no desaparecía sin más de mi presencia sin decirme qué quería o qué iba a hacer. Esperé como unos veinte minutos por si había ido al baño, ya que siempre iba un poco estreñido, pero no aparecía. Me levanté y fui a buscarlo, a la cocina, a la sala, di media vuelta a la casa y luego la otra mitad, para no salir a la calle y no lo vi. Se me ocurrió que no había ido a nuestra habitación. En efecto, me lo encontré, tumbado en la cama, boca a bajo, no a lo largo de la cama sino como quien se tira a lo ancho y se queda con los pies fuera de la cama. No era la postura del que dormita y por los suaves gemidos pensé que estaba llorando o había llorado.

Estaba apoyado sobre los codos, la cabeza hundida, la almohada algo apartada de la cabeza como si la hubiera usado para silenciarse. Le vi de espaldas, tan hermoso, delgado como siempre, con los omoplatos marcándose de la postura en que estaba, su culo brillaba con propio esplendor, estaba al borde de la cama con los genitales sobre la sábana, una sombra en su trasero que le remarcaba más la belleza de sus nalgas. La pierna izquierda toda extendida tocando el suelo con las puntas de los pies, la pierda derecha un poco doblada y apoyando el pie sobre el tabula de su pierna izquierda y el pie medio doblado. Enseguida pensé «¿Qué le duele a mi hermoso chico?». Pues si ya estaba enamorado de él, esta estampa que veía acabaron de rematar mi amor por Abelardo.

Lo miré un rato largo. Tenía que haber oído que alguien entraba y allí no podía ser otro sino yo. No se movió, solo gemía como a quien le duele algo muy profundamente. Qué muchacho más delicado, qué suerte tenía yo con él. Me acerqué a la cama. Le puse mi mano izquierda en la parte inferior de sus nalgas. Ni se inmutó. Me apoyé con mi codo derecho la cama junto a él y subí mi mano acariciando sus nalgas. luego con el dedo pulgar y el puño cerrado fui paseando mi mano por su espalda, el pulgar tocando la hendidura que formaba su espina dorsal. Al llegar a su cuello abrí el puño y con el dedo del corazón hice lentamente un zigzag por toda la espalda y subí mi mano abierta arrastrando la palma de la mano por su espalda hasta llegar al cuello. Ni se inmutaba, seguía gimiendo. Ahora más próximo a él sentía los gimoteos del llanto que en algún momento debió ser muy fuerte.

Aprobé mi cuerpo al suyo y nos tocábamos desde los hombros hasta el muslo. Movió su cabeza y vi sus ojos llorosos y como hinchados.

— ¿Qué te pasa, Abelardo, cariño mío, qué te pasa?

— Nada.

Lo cogí de la barbilla, acerqué mi cara montando mi pecho sobre su hombro y le di un beso:

— Sí te pasa algo y me lo vas a decir, mi cariño, mi amor, dímelo que muero de angustia de no saberlo.

— Tú ya no me quieres.

— ¿Quéeeee…? ¿Qué dices? ¿Qué significa eso?

— Primero Leoncio se apodera de ti, luego Mauricio es no sé qué contigo y ahora ese nuevo que no conoces de nada,…

— ¿Sebastián?

— Sí, como se llame, no quiero saber cómo se llama, se ha enamorado de ti, tú le haces caso y me desplazas…

— Abelardo, mi amor, por favor, ¿porqué estoy aquí? He venido a buscarte porque sufría de no verte; mira, estoy aquí, contigo, eres lo único que me importa…

— Pero, Doro, reconoce que te gusta el nuevo.

— Lo reconozco, claro que lo reconozco, me gustan todos los hombres, todos y me gusta follar con los hombres, eso lo sabes;… pero amor, lo que se dice amor de verdad, solo lo siento por ti, si alguno no aparece en un rato, ya vendrá, pero si desapareces dos minutos de mi vista, se me deshace el corazón en pena y he de venir a buscarte…

— ¿Es verdad evoque dices?

— Claro que es verdad, solo tú puedes decir taita a mi taita, para los demás será la señora Rosita…, solo tú ocupas un espacio en mi corazón y mis lágrimas y gemidos me cuentan un mal. Eres el más precioso de cuantos he conocido, eres solo tú, solo tú mi amor.

Me besó y respiré algo mas tranquilo. Puso su mano en mi pecho y sintió como pulsaba mi corazón de fuerte.

— Ahora sé de verdad que me amas, Doro, tu corazón me lo dice.

— Yo también te lo digo: te amo, te amo solo a ti; aunque folle con cien, siempre estaré esperando que folles conmigo, solo un beso tuyo valen más que mil placeres.

— Qué tonto soy, ¿por qué habré dudado de ti?

— Porque me amas y no quieres perderme…, son los celos sanos que fluyen a nuestro corazón porque tememos que se nos acabe lo que tenemos…, pero tú y yo nos amaremos hasta más allá de la eternidad, estamos marcados, tú para mí y yo para ti.

— Y…, ¿qué son los demás con los que follamos algunas veces y tú pones pasión y yo temor?

— Son pasatiempos, solo pasatiempos, entretenimiento, pura distracción, pura diversión lúdica, no me satisfacen, solo tú me satisfaces y a la vez ellos me provocan los deseos de ti.

— Quiero que ahora me folles, Doro, quiero que desaparezcan mis celos, que esto no vuelva a pasar.

— No te va a volver a pasar, pero no te quites los celos, quiero que los tengas, significan que me amas. Cuando veas que otro se entretiene demasiado conmigo, métete en medio, tú eres más fuerte, hazte valer, si me ves a los otros de entre mis piernas o detrás de mí deseando lo que es tuyo, sácame a los otros de mi culo, ocupa tú ese espacio, que mi corazón te reclama y sabrá sentirse aliviado y agradecido contigo.

Se dio la vuelta en toda su hermosura. Todavía más bello por delante. Había recuperado la honesta sonrisa con la boca cerrada, sus ojos, aunque húmedos, estaban alegres. Sus pechos, sin estar pronunciados, muestran unas tetillas en el centro de sus oscurecidos pezones que me provocan las ganas de lamerlos y lo hago. Su abdomen, sin estar totalmente cargado de tabletas, mostraban los espacios intercostales con sus graciosas curvas. El más bonito de los ombligos estaba frente a mí deleitándome de mi chico. Su polla gruesa, erecta hacia el lateral, todavía medio dormida, y su escroto colgante recogido ligeramente entre su muslos algo abiertos y los dos testículos haciéndose ver al final del escroto, valiéndose de su propio peso. Sus piernas ahora caían igual que antes hacia el suelo solo que de frente, preciosas rodillas…, y yo, allí delante, volviéndome a enamorar.

Ya me hubiera gustado sentarme encima y hacer que esa polla atravesara el antro de mi culo, pero Abelardo me suplicaba sin cesar que lo atravesara y volvió a ponerse de espaldas, pero lo regresé, quería que me viera con lo mucho que le amo, así que le subí los pies para que los apoyara al borde de la cama y me puse de rodillas para trabajar culo. Pasé mi lengua para saber esas dos enjutas y redondeadas nalgas. Sentía que me hubiera comido, pero mi polla ya reclamaba, tras la tormenta, refugiarse en su guarida. Así que rápidamente entre mis manos y mi lengua encendí su deseo en el culo y su pasión en el corazón. Su cabeza a través de su lengua me decía:

— Entra, poséeme, ámame, fóllame y sé mío y hazme solo tuyo.

No pude aguantar más, me puse de pié, ajusté mi polla a su culo, tenía que doblar mis rodillas incómodamente. Cogí dos almohadas, las puso detrás de su culo y ahora ya se acomodaba. Acaricié su preciosa entrada con la punta de mi polla y me urgió:

— ¡No demores más!, ¡¡Ahora!!

Como si me hubiera empujado, se dio cuenta que para mí una petición suya es una amable orden y la metí, pasé la cabeza, apretó su esfínter, me sentía aprisionado. El prepucio se había recogido en un pliegue fuera del ano. Soltó su presión y empujé, metí la mitad de mi polla y volvió a cerrar los esfínteres aprisionándome como si se encallara mi polla en un objeto imposible. De nuevo sentí la libertad y el paso libre, empujé una vez más y ya lo tuve todo dentro. Tocaba fondo y pared. Una pena que no se pueda ver, debe ser maravilloso, cuando se compenetra de tal manera dos cuerpos. Ahora fui yo el que hacía latir mi polla dentro de Abelardo sin sacarla ni presionar. Me sonrió. Me estaba indicando que ya no le dolía sin palabras, sino con la mejor de sus sonrisas que significaba aceptación total. Entonces inicié un movimiento de extracción y de penetración lento, por cada empellón parecía dolerle, pero el gemido no sonaba a dolor sino aplacer y comencé mis movimientos de manera mas rápida. Cerró los ojos, abrió la boca, sentí algo maravilloso y nos vinimos los dos a la vez. No pude ver lo que dejaba a mi amor en si interior, pero él, tanto me amaba, que soltó sus trallazos hasta mi pecho. En ese momento me volví a enamorar por tercera vez en un instante, sin palabras ni consideraciones, sin lógicas ni sentimientos. Era un enamoramiento de puro amor y recordé en mi pensamiento mis propias palabras: ˝Hasta más allá de la eternidad˝; al instante, Abelardo, me dijo:

— Hasta más allá de la eternidad…

Me dejé caer y me lo comía a besos, todo su cuerpo lo besé aprovechando los lugares donde había grumos de su semen para lamerlos y comerlos.

— Vámonos, Doro, donde están los otros.

— ¿No quieres que nos duchemos?

— No; quiero que nos vean manchados de nuestro semen, quiero que me vean en la ducha de la piscina sacando por mi culo tu semen y que tú me ayudes; quiero que sepan que tú y yo somos únicos, el uno para el otro; queso que sepan que nos amamos.

— Adelante, pues, ambos queremos lo mismo, le dije.

Cogidos por la cintura los dos y con evidentes marcas de semen en nuestros cuerpos, nos dirigimos a la ducha descubierta de la piscina. Ya nos estaban mirando, me agaché y puse mi boca en su culo, aspiré y metí dos dedos para que fuera saliendo mi esperma. Una vez fuera, me enderecé y nos besamos bajo el chorro del agua. Nuestras pollas se volvieron a rectar y me incliné para que el me follara delante de los demás, lo hizo con toda la parsimonia, vinieron los siete a nuestro entorno y cuando nos corrimos los dos, aplaudieron aparatosamente. Y nos metimos todos a la piscina. Poco nadamos, dentro conversábamos. Nadie hizo ninguna referencia a lo nuestro ni preguntaron las razones de nuestra actitud. Pero todos entendieron una cosa: «Estos se aman». Es lo que queríamos que supieran.

Le dije a Abelardo delante de los demás que explicara cómo sería el sorteo para la tarde y cómo es que nos ofrecíamos ambos para estar en la base. Lo hizo de una manera tan simpática que todo el mundo comprendió todo, excepto Sebastián que no entendía nada. Sebastián, sin embargo, no tenía necesidad de entender nada porque ya se tenía que ir apartamento del que faltaba desde la mañana. Abelardo, generoso como siempre, le invitó a venir tantas veces cuantas quisiera, porque Abelardo y yo íbamos a estar todo el mes. Sebastián se despidió de todos como si nos hubiéramos conocido de toda la vida. Abrazó fuerte a Abelardo y le dijo susurrando:

— Te aseguro que vendré, tú y tu novio me habéis gustado mucho, se nota que os queréis mucho, ya me ayudarás a encontrar alguien como él, has sabido elegir.

Abelardo no sabía qué decirle ni como decirle que fui yo el que le encontré a él y lo elegí, solo le dijo:

— Cuando conozcas bien a Doro, entenderás porque no quiero perderlo, entre los dos te ayudaremos a encontrar alguien que te ame como nos amamos nosotros.

Entre nosotros ocho nos organizamos unos juegos acuáticos que comprendían carreras, partidos de waterpolo de cuatro por equipo, hasta que hicimos hambre y teníamos que ir a comer. Nos fuimos al restaurante con nuestro bañador y zapatillas para poder ir por el paseo marítimo que era más directa, ya de regreso lo hicimos por la orilla del mar hasta llegar a nuestro lugar, frente a mi casa, para tomar el sol despatarrados sobre la arena y de vez en cuando y sin orden ni mandato meternos en el mar.

Me di cuenta que, cada vez que alguno de los seis se me acercaba, Abelardo observaba discretamente o me pedía ir a nadar, lo que yo hacía gustosamente. Dentro del agua, estábamos solos y me dijo que tenía ganas de que llegara la noche para ir a dormir y dejarse de juegos. Yo le sonreía, no podía hacer ni decir otra cosa, porque él entendía que teníamos que tratar adecuadamente a nuestros amigos.

Y todo llega, y llegó la Eiffel de dos pisos. Como ya estaba la plataforma colocada, nos metimos Abelardo y yo abrazados en la plataforma, dispuestos al 69 y entendieron todos que el asunto iba por parejas. Santi y Frasquito se levantaron y se colocaron detrás de nosotros. Martin y Canales de subieron sobre los hombros de Santi y Frasquito de cara a ellos y dándose la espalda. Para que no tambalearan detrás de Santi y Frasquito se colocaron Leoncio y Mauricio que se habían agenciado unos dildos largos. Cuando dieron la señal, mientras Abelardo y yo nos dábamos gusto mamando nuestras pollas, Frasquito comenzó a acariciar la entrada de mi culo con su polla, mientras Santi hacía otro tanto con Abelardo. Frasquito a su vez mamaba la polla de Canales que estaba sentado en su hombro y Santo la de Martín. Ambos se había cruzado sus caras para poder besarme y jugar con sus lenguas. Los sujetaban bien para que no se cayeras y tocando se las espaldas por los hombres tenía suficiente estabilidad. Martín por detrás era sujetado por Leoncio, que así vez aprovechó para encelarlo, lo mismo hizo Mauricio con Canales. Todos ocupados, pero los dildos de Leoncio y Mauricio llegaban a los culos de Martín y Canales. Sí que todos estábamos sintiendo el placer por dos lugares y así convertimos aquella torre en una torre del placer. El primero que se vino fue Canales, pues derramó su esperma en la boca de Santi, porque Mauricio lo follaba duro con el dildo. Pero Mauricio bombeaba a Santi al mismo compás que este bombeaba el culo de Abelardo. Yo me vine en la bi¡oca de Abelardo primero y luego él me dio su esperma del que no dejé escapar ni una gota, Martín eyaculó en la boca de Frasquito y este no pudo aguantar y se corrió en el culo de Abelardo.Leoncio no perdonó el atrevimiento y ya se corrió dentro de Frasquito cuando la torre se estaba derrumbando, Al final éramos un montón de carne sucia de ochos espermas, de los cuales cuatro eran de regreso de sus culos. Necesario irnos todos a la ducha antes de la cena. Cada pareja se fue a su habitación y Abelardo y yo nos follamos, mejor él me follo muy delicadamente en mí mientras yo le regalaba mi esperma sobre su pecho. Estábamos tumbados sobre la plataforma de la ducha amándonos sin cesar hasta que nos llamaron y conectamos la ducha para lavarnos. Nos secamos y salimos a cenar con todos. Estábamos con hambre y cansados, pero gozosos y gozados.

¡Qué pena que todas las cosas se acaban! Este era el sentimiento universal. Pues al día siguiente cada uno se regresaba a su casa. Abelardo y yo fuimos a nuestra casa para preparaos el verano restante. La alegría de encontrar a la mamá de Abelardo con mi taita la sentimos los dos. Aprovechamos para hablar del día en que el papa de Abelardo estuviera en casa para ir a visitarlo. Su mamá se comprometió en avisar oportunamente.

(10,00)