No sé si empezar a contar esto desde la primera vez o llegar al momento álgido de la relación.
Era un día normal para cualquier Godín, el trabajo normal y se llegaba la hora de la comida. Yo aprovechaba para salir al gimnasio.
Como buen Godínez que se respete, traía mi comida en tuppers, más porque la zona donde trabajo es muy caro para comer fuera y siendo los últimos días de quincena no había forma.
Los cargaba hasta el lugar del ejercicio, al terminar me daban chance de calentarla e ingerirla en unas mesitas de la cafetería del lugar.
Tenía una “socia” del ejercicio, de esas que apoyan y motivan cuando tienes flojera y quieres desertar del gym y viceversa, apoyarla en los días que hay veces que llevarla a rastras.
Ella es de formas redondas, trasero voluptuoso redondo y duro, resultado del ejercicio diario. Es un 34 B, nada sorprendente pero con una cintura que provoca una ilusión óptica deliciosa. Siempre impecablemente maquillada y con ropa que luce el modelo completo.
Cabe aclarar que ya hemos caído en la tentación de nuestro cuerpos, pero esa es otra historia que ya les narraré en otra ocasión.
Salí de mi oficina y encontré a Samantha en la recepción, me dio beso de saludo y me comenta
-Loco, muero de flojera de ir al gym, olvidé la comida en casa y ando bien gastada como para comprar comida.
-Cómo crees, vamos al ejercicio, sirve que nos desestresamos.
-Anda vamos a mi casa ahí te quito el stress y comemos ahí.
No me podía resistir, eso significaba que tenía ganas de follar y tal vez dormir un poco.
-Ok vamos solo porque me insistes… -reímos porque los dos sabíamos que iba a pasar.
Se nos quedó viendo la recepcionista con cara socarrona porque creo que imaginó a qué íbamos, ella era amiga de Samantha y tal vez hasta habían platicado de mi desempeño.
Regresamos al elevador y bajamos al estacionamiento, Aunque solo era un piso, aprovechó para darme un beso en la boca de 30 segundos y tocar mi miembro. Como si estuviera revisando que trajera todo listo y dispuesto, yo amasé su trasero como cuando checas el tamaño de tu almohada, fuerte para probar la resistencia, soltó un gemidito lánguido de aprobación.
Caminamos despacio por el estacionamiento, hablando trivialidades, aunque estábamos en la oficina y es recomendable ser discretos, ella se colgaba de mi brazo como colegiala saliendo de la escuela.
Subimos a su auto, una SUV espaciosa que había sido testigo de duras batallas de mi mano vs su pantalón o contra el seguro de su bra.
Traía una falda gris oxford, no tan corta pero con una abertura interesante que mostraba su muslo derecho, bronceado, marcado pero sobre todo con esa curvita que marca la pierna, que recorre desde la ingle hasta la rodilla que permitía, la abertura permitía el acceso rápido a su monte de venus.
Una blusa negra con botones la cual siempre desabrochaba para dejarme ver el interior… El cual era negro, con un poco de encaje… con unas bubies redonditas…
Estaba hablando, siempre movía mucho las manos para expresarse, hasta le hacía burla que iba a chocar porque de repente soltaba el volante para explicar esto o aquello.
Empecé a subir la mano por su pierna, por esa ranura de la falda que permitía mi libre acceso.
Parecía que yo no existía, como si ella fuera de piedra y no sintiera nada ella, seguía hable y hable, solo de trabajo.
Me daba miedo interrumpirla, después se quejaría que solo me interesa su cuerpo y que me vale lo que me platica, aunque sea cierto, nunca un hombre debe aceptarlo.
Bajaba la mano hasta su rodilla y regresaba, tímidamente cada vez mas cerca de su pubis, como cuando el carterista mete la mano en el bolsillo para extraer la cartera, tiemblan los dedos, sudas porque sabes que estás a punto de alcanzar el objetivo.
Llegué rozar su tanga, justo en su ingle, sentí la costura, sabía que era una tanga porque se le marcaba un poco en la falda apretada, comencé a meter un dedo sigilosamente, Samantha seguía hablando, yo solo escuchaba palabras incoherentes como si fuera un idioma desconocido.
-Verdad que tengo razón -decía.
Yo solo pude asentir y apretarle la pierna como señal de aprobación.
-Cuanto tráfico -fue todo lo que pude balbucear, no sabía de qué me preguntaba y requería cambiar de conversación.
-Sí mucho, creo que llegaremos muy tarde a mi casa.
Seguí mi camino, hasta su vagina, ella entre abrió la pierna para permitir más profundamente mi acceso.
Estaba sobre la tanga, la cual ya estaba mojada, la hice un lado y toque su clítoris, estaba perfectamente depilada, se sentía mojada y lisa, como una lengua lista para recibir la boca de su amado.
Empecé a masajear el botoncito del placer, por primera vez en todo el trayecto, cerró la boca. Empezó a sudar, una gota le escurrió entre las bubis y empezaba a acelerarse su respiración, se mordía un labio de vez en cuando.
Solo la observaba disfrutaba sentir la humedad en mis dedos, la palpitación de su clítoris que se ponía duro, muy duro.
Metí la mano derecha en su blusa… logré burlar el bra de encaje y llegar a su pezón, que estaba a punto de explotar. Lo pellizque con fuerza y grito, algo parecido a un gemido muy fuerte.
Ella seguía manejando no se había detenido, estaba en piloto automático mental, de esas veces que manejas de regreso a casa y no te das cuenta hasta que ves el portón de la cochera, como caballo que regresa al corral cuando lo sueltan en la pradera.
Llegamos a un semáforo en rojo frente a una escuela, los pubertos salían, tuve que sacar la mano y emparejar su blusa, era muy evidente y nos avergonzaba escandalizar a los chamacos. Más por la edad de los pubertos, que por el exhibicionismo nuestro, ya habíamos experimentado estos toqueteos en el auto y hasta cortinas abiertas.
Ya casi se ponía el verde y yo estaba con una erección que se notaba desde un avión, Samantha aprovecho para poner su mano encima y tocarlo como quien amansa a un bull terrier estresado.
Arrancamos y solo escuchó una exclamación:
-Fuck Fuck Fuck, dónde están las llaves, creo que no las traje. No por favor, no por favor.
Se orilló, puso sus intermitentes y abrió su bolsa, yo no sabía que pasaba solo veía su cara de sorpresa y un poco de desesperación.
-¡Diablos olvide las llaves de mi casa en el cajón de la oficina! -comentó.
-No inventes, de verdad no puede ser. Llevamos 20 minutos de camino, diablos hubiera ido al gimnasio
Fue una reacción de frustración de mi parte, mi miembro estaba duro y las pelotas hinchadas, Sabía que me dolerían más tarde sino lograba liberar la excitación.
Empecé a reclamar por lo distraía que era y se justificaba con que nunca las saca de su bolsa y mil cosas.
Estaba realmente enojado, con apetito y hambre, no se cuál era peor.
Metió primera velocidad casi quemando llanta y me dijo:
-No te preocupes te tengo una sorpresa, te va a encantar.
Yo iba con enojo por lo sucedido y reclamaba
-Inche vuelta a lo wey, todo por andar de caliente, etc. Etc. Etc. -Como niño que le quitan el juguete.
Después de 15 minutos de reclamos llegamos a un estacionamiento, imagino que era la entrada trasera, ya que no se veían anuncios que indicaran el giro de la empresa. Creí que se iba a “mochar” con la comida para “encontentarme”.
Nos bajamos del auto, caminamos por el estacionamiento, sin pavimentar, con grava de taller mecánico, un tipo sentado en una silla, cuidando los autos con su clásica franela.
Nos acercamos y detrás de unos macetones el paraíso, Baños Arredondo.
-Qué? Son unos baños? Vaporcito y así? -pregunté
-Así es -sonrió.
No sé y no me importa saber porque conocía este lugar una niña tan refinada como Sam, pero se sentía en su ambiente, como cuando llegas al antro y saludas al cadenero “Hola Bobby”, realmente me impresionó el manejo de la situación.
Llegamos al mostrador:
-Un vapor individual -Ordenó
Saque mi último billete para pagar, Sam me tomó la mano y me dijo te lo debo por el coraje y me dio un beso. Sacó un billete de 200 y pago
El ruco del local me miró con ojos de envidia pero a la vez respeto.
-Tú crees que la traigo por guapa? -respondí,
-No pues ya vi, tomen el 12 -respondió el cobrador con ojos de lujuria mirando el escote de la nena que llevaba un botoncito de desabrochado de más.
Reímos y Sam me dio un pellizco.
Caminamos un pasillo largo forrado de mosaico viejo, muy viejo, debería tener 25 años ahí viendo pasar bañistas, Mosaico blanco, enmarcando puertas de madera con los números blancos pintados en el centro.
Llegamos a otro mostrador donde había una campanita, Como de hotel, la hicimos sonar y salió de una puerta escondida tras un pilar, un joven, alrededor de 25 años con más músculos que en los libros de anatomía, Sonaban unas risitas femeninas desde adentro y me pareció sospechoso. En otra ocasión les contaré que esperaban esas muchachas dentro.
Nos entregó nuestras toallas y un par de jabones “Rosa Venus”, como se acostumbra en estos lugares, para lavar los cuerpos sexosos, sudados por la batalla.
Buscamos el 12 y entramos a un pequeño cubículo, con un estudio coach o cama de consultorio, con unas toallas de tela cubriéndolo, 3 espejos de cuerpo completo a cada lado, en cada pared.
Con tragaluces que alumbraban perfectamente el lugar a las 3 de la tarde parecía una sala de Hospital de los 60’s, solo que sin el blanco y negro.
-Vamos a sacarnos una selfie -pidió Samantha, pusimos nuestras mejores sonrisas con los espejos de fondo. Claro y mi mano en su trasero para que sonriera un poco más.
Guardó el teléfono y empezamos a inspeccionar, abrimos un cancel de vidrio y después de un pequeño pasillo, estaba una regadera, no sé si en otros países aplica, pero en México este tipo de baños tiene una placa de aluminio bajo la regadera, que sirve como llave para abrir el flujo de agua. Esto, para que no se desperdicie agua.
Solo si alguien está sobre la plataforma el agua saldrá.
Abrimos otra pequeña puerta, en mejor estado, ahí estaba el vapor, encendido con bruma, una bardita que hacía las veces de banca a una altura muy conveniente. Perfecta para practicar el amor.
Nunca había tenido relaciones en un vapor. Qué pasará? Aguantaré? Me sofocaré? Me gustó la idea de probar la nueva experiencia. Pero primero habría que probar los espejos y la camita del Doctor.
Regresamos al primer cuartito, le di la vuelta y la fui besando, nos paramos en medio de los espejos,
Empecé a subir su falda de las nalgas, la vista era hermosa, piernas torneadas, un poco marcadas, llegué a sus nalgas, redondas, duras, atrapando la tanga que tendría que empinarse para que saliera, por lo apretado de las mismas. Estaba en una cárcel de carne que no permitía el menor movimiento.
La apreté contra mi miembro, nuestras lenguas se buscaban como ciegos en el salón, empecé a desabrochar su blusa botón por beso, ella desabrochaba la mía. Nos mordíamos los labios de vez en cuando.
Le di la vuelta, quería que viera, en el espejo como masajeaba sus senos. Aún con bra, la blusa abierta, le apretaba como si estuviera haciendo una pelotita con play-do o haciendo figuras de barro como cierta película
Desabroche la falda por detrás y deje que cayera sobre sus tacones, sutilmente saco los tacones y se agacho a recogerla, apretando su culo en mi pene, se quitaba la blusa, mientras se frotaba fuerte como si quisiera desgastar mi bragueta, La envestí para que sintiera mi erección.
Aproveché para desabrochar el seguro del Bra, y sus lolas colgaron por la gravedad, por el espejo veía como rebotaban sin control. Estiró los brazos para que se deslizara hasta el suelo y pudiera observarlos libremente.
La enderece y continué acariciándolos, pellizcando sus pezones con un poco de fuerza, Dio la vuelta y me saco la camisa, sin desabrochar, por la cabeza. Empezó a morder mi pecho con tranquilidad, bajando hasta el ombligo, desabrocho mi pantalón y lo bajó, dejando solo mi bóxer brief, negro, el cual empezó a lamer, desde abajo de mis bolas hacia la cabeza. Bajo el bóxer y metió la polla completa en su boca, cambió el ritmo y empezó a succionar como ella sabía, como le gustaba.
La levanté y le baje la tanga, negra CK de algodón, la olí, despacio, la dejé en mi nariz como queriendo absorber sus esencias afrodisíacas, mientras ella entraba al vapor…
Caminaba lento como si enfrente estuviera un océano y fuera a enfrentarse con él, decidida a ir a una batalla de sudor y saliva.
Se movía como torero partiendo plaza, con seguridad pero nervios, nos gusta llegar al límite y disfrutar cada sentido, cada centímetro de piel es área de placer, de dolor, de sabor.
Caminé tras de ella, le di una nalgada que sonó por el cuarto. Era un placer ver que no rebotaba nada, nalgas redondas marcadas y duras,
Entramos en el vapor, la bruma nos tapaba pudorosamente, había un espejo empañado al final, le pase la mano y apareció ese cuerpo escultural, brilloso por el sudor que corría por el. Que placentero es acariciar sus senos húmedos, ver sus vellos púbicos escurriendo, eran pocos, muy pocos, una franja delgada, corrían cinco centímetros abajo de su ombligo hasta el cielo. Pase mi dedo por el clítoris y gimió, ya estaba lista, mojada como toalla después de la ducha. Con ese color rojo de que se ha llenado de sangre, listo para explotar en gritos…
Puse la toalla blanca, desgastada pero limpia, en la banca de mosaico, asiento que se acostumbra en estos lugares.
Se acostó un poco sofocada no sé si por el ambiente o la excitación pero su respiración era acelerada. Mucho.
Puse mi miembro en su boca, con sutileza saco la lengua y lo lamió, como niña que come paleta, despacio para que no se acabe, la veía cada que pasaba la lengua, largando desde el perineo hasta la cabeza, roja o tal vez morada de pronto cambio de ritmo y rebotaba con fuerza en su boca.
Puse una mano en su bubies, acariciándolas apretándola. Mientras manipulaba y jugaba con lo que tenía entre manos… Baje mi mano a su monte de venus, puse mi pulgar en su clítoris y metí 2 dedos en la vagina, a encontrar su punto G, esa pequeña almohadilla de placer, haciendo pinza, como si mi pulgar y mi dedo índice quisieran tocarse.
Empezaba a gemir más rápido, levantaba su dorso, se encorvaba como si estuviera recibiendo un shock eléctrico, metió entera mi pija en su boca las pelotas rebotaban en su mejilla, empuja dentro hasta llegar a su garganta. La sacaba a tiempos para respirar y toser, babeaba como perro rabioso que está defendiendo su comida. Tomaba aire y la volvía a meter, sacaba y metía al ritmo de mis dedos en su botón, respira más rápido, mas y pego un grito largo, sordo como de muerte, continuó el proceso del orgasmo, sudor, un poco más, su pezones eran grandes, el derecho estaba rojo porque sin darme cuenta lo había apretado de más y le había dejado marca. Seguro se acordaría de mí al otro día, cuando lo rozara el bra.
Volvió a meter toda la pija en su boca la deja quieta no hace nada, pero siento como palpita en su garganta, hay presión, humedad, se siente bien, pero le sigo el juego, no me muevo solo siento como me aprieta, su respiración un poco agitada. Vuelve a lamer, succionar estoy a punto de venirme pero me aguanto.
Me monto en ella mi sudor escurre en su cara, besos sus pezones están duros, húmedos y deliciosos, empujo y gime, nos vamos resbalando sobre la toalla y casi caemos de la banca. Reímos un poco.
Doblé un poco más la toalla y la puse en el asiento, en la banca de mosaico, estaba mojada pero cumpliría su misión, Samantha se hincó poniendo, sus rodillas sobre la toalla para no lastimarlas. Traía minifalda y no quería que se quedaran marcadas para cuando regresáramos al trabajo.
Se recargo en la pared como si estuviera perreando, la penetré por atrás de un solo empujón, su conchita estaba caliente, hacia ruido por el semen retenido.
Sus nalgas me quedaban para usarlas, hacerles lo que yo quisiera.
Mientras empujaba desde atrás, se escuchaban como cachetadas cada que la embestía y se mezclaba con sus gritos, todo sonaba rítmicamente,
Empezaba a sofocarme, las piernas me temblaban un poco pero el espectáculo del perreo con la mano en la pared valía la pena,
Fu cuando baje la mirada que vi su culito, redondo rosita, pidiendo atención, lo empecé a masajear, en círculos, despacio, ejerciendo presión, daba de sí, abriendo poco a poco, le escupí para que lubricara más.
Samantha gemía, gritaba “más-más”. Metí el meñique ahondando en sus entrañas, ahondando espacio para que cupiera algo más grande y duro. No dejaba de empujar en su vagina rítmicamente.
-Sigue, sigue -gritaba, entre más le metía el dedo
-Mami no te detengas respondí.
Me salí porque estaba a punto de venirme, casi me corro pero logré apretar mi glande para resistir.
Apunte la pija en su culo y empecé a girarlo en círculos. Con la otra mano seguía masajeando el clítoris y metiendo uno, dos tres dedos para que no bajara la excitación.
Fui empujando despacio pero con firmeza, no daba de sí el culito, puse más salivita y lo intenté de nuevo, infructuoso el intento, hice círculos nuevamente con mi pija, dale dale, para que se relajara,
Samantha bajo su mano y masajeo su clítoris, nadie mejor que ella lo conocía, es lo más sexy del mundo, ver como una mujer se da placer, como utiliza un dedo en ese botón de placer.
Era una llave maestra para abrir el culito, formidable, empezó a abrir y pude encajar hasta las pelotas…
-Dale, dale duro… -replicó
-Uhhh parece que me pusieron gasolina de avión -empecé a empujar y ella se retorcía.
Su espalda se arqueaba, veía su cara en el espejo pidiendo más nivel, yo estaba a punto de venirme… Sentí el shock eléctrico del semen explotando. Ella gritaba con su orgasmo… apretaba su clítoris, lo jalaba lo frotaba, mientras su mano recargada en el espejo se deslizaba como en la escena de famosa película, empuje por las últimas 3 veces, mientras me corría dentro.
Nos quedamos impávidos yo dentro de ella, ella recargada en el espejo, Jadeamos como si hubiéramos corrido un maratón, lánguidos por el sexo y por el vapor que inundaba nuestros pulmones.
Me salí lentamente, sabía que había hecho daño y que le costaría sentarse cómodamente, pero también sabía que se acordaría de este momento con el dolor.
Recogí la toalla que se había quedado en el suelo, puse otra seca en la banca y nos recostamos,
-Por un momento creí que me desmayaría del cansancio. -Comentó
Reí con dificultad, aún no recuperaba el aliento.
-Tenemos que regresar a la oficina, creo que no podré subir las escaleras, ojalá que el elevador funcione. -Le dije
-Deja eso no podré sentarme en toda la tarde
-Deja te sobo un poco y te pongo cremita
-Si por favor, la verdad que no podré ni moverme.
Nos fuimos al silloncito y se acostó boca abajo tome la crema de su bolsa, siempre había sido útil y le puse un poco en el coño.
Lo tenía un poco rojo, así que aproveché para masajearlo. En círculos despacio, mi pija empezaba a reaccionar, se empezaba a llenar de sangre, intentando levantarse nuevamente, con trabajo aún por la pasión anterior, como cualquiera de nosotros un lunes para ir a trabajar.
Volteo Sam y grito
-Ni lo pienses, creo que no te lo volveré a prestar en un año. Está muy adolorido.
-Ja ja me imagine. Pero mañana se te olvida.
-No lo sé. Lo pensaré
Le di una nalgada bien tronada y respondió con una majadería…