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Ese higo tuyo entre tus piernas

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Es una alegría que la vida te haya puesto ahí esos melones, tierra. Dónde ir si no es a ti, a tus manantiales. Allí donde mana el alimento que da vida y que sostiene los manjares. Por donde pueda me quedaré y allí estaré disfrutando de ellos.

Por si acaso no te has dado cuenta... es tu movimiento el que te lleva, el que guía tus pasos. Y tu higo está quedo. El espera placentero y ofrecido, calentito y protegido. ¿Cómo te abres, dime… si no es con mi mano silenciosa, con mi palabra mágica que despierta todos tus rincones? Desnuda te quiero. Desnuda tu mirada y tu semblante. Deseosa, desprendida. Musa puesta.

Ese higo tuyo entre tus piernas. Ese higo que se mueve sin moverse y que cuando mis dedos o los tuyos lo abren cuenta sus secretos y tú mantienes cerrada tu boca o la abres exagerada y cierras las pestañas.

Oh, niña mía: hago de ti mi alegría y mi gozo y así quiero que para ti también lo sea. No puede ser de otra manera. Ahí donde te quedas y ahí donde te observan, eres tú mi dueña y mi esclava al mismo tiempo. Eres todas las nenas en una y a un tiempo una sola en todas. Tu higo es un tesoro que esperas que descubran.

Ahora que estoy solo ha sonado el llavero del perverso: de ese cuya llave abre la cerradura... no para abrir la puerta sin opara romper el silencio. Y entonces pensamos que somos culpables de gozar uno del otro: cuando el perverso mira por el ojo de la cerradura. El vecino atento y despistado, la oradora de la culpa. Algo me dice: ten cuidao con lo que pones. Y es mi sombra, que me quiere distraer de la breva que alimenta mis ilusiones y me hace ser comedor y tocador de frutos.

Higo fecundo, jugoso, joven puesto en pantalón de mallas, que hace la carne más apetecible. Allí vas... con ella, con la disfrutadora, con la musa, la abogada, la jueza, la pintora, la cajera, la taquillera o la actriz. Allí vas con ella. Y el higo contigo. ¿No sabrás que nada pasa hasta que lo hayas probado? Y entonces solo pasará que gozas.

He puesto en ti mi ojo tuerto y mi deseo. Y es así como te miro desde ahora. Buscándote. Y a la vez habiéndote encontrado.

Cuando fui allí me sacaste con tu mano a dar un baile con tu cuerpo estilizado, guapo y adornado. Tu vestido claro y me gustó pensar que debajo tu higo estaba al aire. Sonreías mucho. Era una sonrisa de diversión y también de apetencias. En el baile bailamos. Yo era un pirulo que pivotaba, deseoso y contenido, haciéndome al deseo, fabricando mi momento. Y tú eras el cuerpo precioso y deseado que se contoneaba y se complacía sobre su eje pirulo. Ahora dejaré salir a mi pájaro del nido para que respire, tenso y engrandecido.

La niña que va para monja disfrutará de mi pecado, mientras goza con otros de su cuerpo. Pervertida que entró a saludarte al olor de las sardinas...Como guiada por el sexo. Buscando dónde entrar y quizá dónde ser entrada. Abre el aire con su saludo y entonces comienza a ver viejos verdes con los que justificar que no entiende el sexo escrito, ese que se produce en la cabeza de quien escribe. ¿Por qué no romper el himen aquí, ahora que huelo las feromonas del escritor? Y sigo escribiendo, porque tengo mucho tiempo. Y ella, la pervertida que siempre se excusa para no despervertirse... saluda a quien le abre la puerta y le cuenta sus secretos... para aspirar el ambiente que le lleva las feromonas del escritor que quiere higo. Y entonces todo se perturba.

Se llevó las noticias de lo mismo de siempre. Esa que en la clase se ofrecía, pero nunca fuera. En la clase lo hacía para desconcentrar a quien quisiera y justificar que entre tanta mirada no podía. Y dime ahora: ¿quién miraba?

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