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Despedida de soltera, todita para el tío
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Tiempo de lectura: 8 minutos

—Estoy a punto de casarme, ser esposa, formar familia, hijos y suegros, entrar a esa dimensión sin grandes expectativas, cargando la frustración de mi anodina soltería. Hazme tu hembra, quiero ser tu puta antes de dar el sí.

Ayer en la tarde estaba recorriendo el shopping buscando comprar una remera, entré en un local, solicitando una como la de la vidriera, de la nada misma, mientras la vendedora busca y rebusca una que fuera de mi agrado, escucho una suave voz femenina que dice:

— Esta es la que mejor le sienta al tío…

En esa fracción de segundos sentía una cálida voz que me resultó familiar, su mano en el hombro y la mirada que nos cruzamos fue la deliciosa sorpresa de encontrarme con Any, íntima amiga de una ex pareja, que siempre me llamó “tío”. Estaba acompañada por un bonito niño

— Hola bonita, hace como… poco más de tres años que no te veo.

— Casi cuatro.

— Ufff, claro. Qué bonito niño,

— Sí, tiene tres años. Me invitas un café?

— Cla… claro…, vamos en piso de arriba lo hacen muy sabroso.

Ese encuentro fue el disparador de un rehilar de recuerdos, sacados del arcón de los afectos entrañables y mejor guardados en la memoria, Any seguía siendo el recuerdo de la aventura de una noche que perduró siempre en mi sentimiento.

Es cierto que soy un adicto incondicional al sexo y a las relaciones, sobre todo furtivas, esas que duran lo que duran y luego cada quien retoma su camino casi sin mirar atrás, pero esta mujer había dejado huellas profundas que ahora en el fortuito encuentro se despejan las cenizas que el tiempo y la vida fue cubriendo, esa cicatriz de una noche tan especial vuelve a hacerse sentir. Con dolor y placer voy a intentar traer ese recuerdo, compartirlo y tal vez pueda ser una forma de comenzar a exorcizar esos pecados para sanar el alma.

Desde varios años antes que inicié la relación con su tía nos veíamos la obvia frecuencia de frecuentar el mismo ámbito familiar, ella siempre me deparó trato muy afectuoso, desde el primer momento me llamó tío, estrechando ese vínculo más allá de la connotación del postizo título de parentesco. Habíamos descubierto afinidades que nos permitieron compartir momentos de amena charla, las visitas frecuentes a su tía habían afianzado el acercamiento, los besos en la mejilla fueron haciéndosele más permisivos de su parte, con el regocijo personal que no podía manifestar por obvias razones.

El trato se había hecho algo más próximo en oportunidad de invitarme de un modo muy especial y casi en privacidad a su cumple, desde ahí el trato subió un escalón en la consideración y acercamiento, y hasta conversar sobre algunos temas de intimidad sobre las relaciones que mantenía con su novio y próximo casamiento. Sobre este tema en particular recuerdo nos quedamos compartiendo un café y una copa una noche luego de que su tía se fuera a dormir, esa y otras similares nos acercaron tanto que me tenía que esforzar por mantener la compostura y no pasarme de la raya.

La mejor forma de ayuda, escucharla con atención. Sentía el peso de la responsabilidad de dar el gran paso, tanto tiempo imaginado, la inminencia del compromiso adquiere un tono distinto, dejar la seguridad de lo conocido por la aventura de todo por conocer. Con él se conocen desde niños, novios en la adolescencia, y no mucho más que un noviazgo aséptico, sin conflictos, todo bien, eso la asusta.

Una pausa, para beber un poco de café, tomar fuerzas para confesar, que a todas sus amigas le pasan cosas que a ella no, problemas con sus novios o amantes, a ella no, que muchas de ella han tenido o tienen relaciones furtivas u ocasionales, a ella no, que ha escuchado comentar a su tía de lo buen amante que era Luis.

Ella misma pudo comprobar la veracidad de lo que decía de Luis como amante, en una ocasión que su tía se excedió en los gemidos durante una sesión de sexo. Precisamente esa situación le había hecho sentir que su libro de soltera quedó una hoja por escribir, sentía que no podía dar vuelta la hoja para escribir la próxima.

Esa noche le expliqué que tampoco me había comprometido en el casamiento, que solo había tenido ocasionales parejas, muchas de ellas cama afuera, como con su tía, que aunque me quedara a dormir con ella, cada quien seguía con su vida, por lo tanto no me consideraba el más indicado para aconsejarla en dar ese paso de casamiento y con libreta. Me sentía un espíritu libre que gusta mucho del sexo, tenía parejas por miedo a la soledad, que podía transmitirle experiencias de vida.

Pocos días después de esa charla se presentó otra situación similar, esta vez fue de tarde, compartiendo el mate cebado y facturas. Ella comenzó un monólogo de lamentaciones sobre el desconocimiento del mundo que no fuera a través de los ojos del novio.

— Estoy a punto de cruzar el umbral, formar una familia propio, hijos y suegros, entrar a esa dimensión sin grandes expectativas, cargando la frustración de no haber vivido nada relevante en mi anodina soltería, y luego qué…

Volví a repetirle que no tenía consejos, pero quería seguir escuchándola, colaborando en ayudarla a descubrirse. La retuve, abrazo contenedor, beso en la mejilla.

La siguiente ocasión fue durante un corto viaje de la tía, nuevo encuentro, más relajada, hacía las veces de ejercicio ilegal de la psicología amistosa, la dinámica la ubican en su espacio de confort, ser escuchada es ser entendida, develar ese aspecto de la vida es una transgresión inédita, predispuesta y con tiempo libre, preparó café, yo unos tragos, whisky “on the rocks” para abonar el escenario confesional.

El primer consejo fue que siempre es mejor lamentarse por haberse equivocado que lamentarse por no haberlo intentado, dijo estar decidida por la segunda parte del conocido aforismo, sobre todo respecto del sexo, que lo mal aprendieron juntos, se iniciaron el uno con el otro, no fue lo esperado, las siguientes más de lo mismo, monótonas y rutinarias, casi una necesidad fisiológica para calmar ansiedades.

Cuando el whisky hizo su efecto, fue tiempo para explicarle las bondades de una buena cama en pareja, y como el sexo contribuía a mejorar la relación. Me miró de modo distinto, provocadora:

— Quiero tu experiencia. Enséñame!.

— Estás dispuesta, de verdad?

— Estoy abierta… a lo que me enseñes, ahora. Vamos, nadie nos escuchará.

Un piquito suave. Tomé su cara entre mis manos y contesté con un beso en la boca. Sus labios se abrieron, para entrar mi lengua en la boca, cedió y al momento estaba buceando en el interior de la mía. Me tomé todo el tiempo del mundo para jugar con las lenguas, dentro y fuera de la boca, sabía que ese contacto excede con mucho al genital, el erotismo y la excitación que produce no tiene igual.

Fuertemente abrazados disfrutamos los besos de lengua, ella los acompañaba con las vibraciones de su cuerpo, sin soltarnos, la tendí sobre el sofá, mis manos buscaron la piel oculta, le llevé su mano para hacerme lo mismo. En un par de minutos estábamos sólo en ropa interior. Primero el corpiño liberó sus cúpulas de firme carne blanca, frutillas agresivas emergiendo en areolas rosadas. Imposible resistir la tentación, las mamé con desesperación, deleite y fruición. Los gemidos colman de sonoridad el momento tan erótico.

La recorrí toda, con manos, labios y lengua. Un derrotero de besos me llevaron a descorrer la bombacha para tomar contacto con el vello que pretendía ocultar la abertura carnal, sumergí mi nariz en su pecera, nadó la lengua en el salado mar de su almeja, sorbí el delicioso jugo de mar.

Descubrí el clítoris, frotando hasta el delirio, convulsiona, gime, agitada en la angustia y desesperación de un estruendoso orgasmo, tan intenso como inédito. Se disculpó por haberlo gritado tan fuerte, que siempre fue silenciosa, claro que si este fue un orgasmo, lo que había sentido como satisfactorio, no era comparable con esta sensación de ahogarse en su propio delirio.

— Mil perdones por ser tan gritona.

— Nadie pide perdón por ser feliz.

Esperé que procesara las nuevas sensaciones, volvimos a los besos en la boca y en los senos. Le llevé la mano a mi sexo, necesitó instrucciones. Movió la mano pajeándola, su boca recorre mi pecho, el vientre, hasta recalar en el choto, duro y atrapado en su mano. Expliqué cómo besar y pasarle la lengua. De un golpe se la metí en la boca, se dejó sin resistencia.

Movía la pelvis, en una cogida por la boca. Fue tomando intensidad, sentía cercana la eyaculación, hice ingentes esfuerzos por que no se notara la proximidad, sentía la necesidad de vaciarme dentro de ella y por nada del mundo que me saque de su boca. La mano en la nuca la aproxima y retiene cualquier intento de fuga.

El primer disparo de semen debió ir directo a la garganta, intentó toser, como atorada, recibió los siguientes chorros de semen, sentía la aspereza de la lengua recibiendo el néctar masculino. Los ojos llorosos, por la contención y sorpresa de recibir la andanada de esperma.

Salí de su boca, vació en la palma de su mano el resto del semen, sorprendida y tosiendo, sin saber qué hacer con él. Su mirada busca explicación a mi actitud.

— Perdón, perdón, me dejé llevar por la calentura, no me pude contener. Sé que aún no estas preparada pero… no pude… me pusiste tan caliente…

— Nadie pide perdón por ser feliz. Fueron tus palabras.

— Es cierto me hizo muy feliz acabar en tu boca.

— Yo debo disculparme, no sabía cómo hacer, nunca había chupado una pija, menos aún que se vengan en mi boca. Con mi novio nunca llegó más allá de la paja, después abría las piernas y adentro de la concha hasta que él acababa, alguna vez también yo. Nunca sin forro.

Yo te voy a hacer conocer la textura de la pija, sin forro, sentir piel con piel.

Coloqué sus piernas en mis hombros, para poder tenerla bien puesta, accedió, preguntó por el forro (condón), que lo sabía hacer sin usarlo, que me tuviera confianza no le terminaría dentro, cuando llegara el momento la saco y le dejaba la leche en otro “lugar”.

— En qué lugar, podés dejar tu leche?

Te la puedo dejar sobre el cuerpo, en la boca o… en la colita. Preguntó por las opciones y cómo hacerlo, la respuesta se perdió cuando se la enterré toda, a fondo, disfruta, agitándose, deliciosa queja por ser más gordota que la conocida.

A poco de estar enchufándola y masajeando el clítoris, desató en otro orgasmo, a toda orquesta, sacudiéndose, dislocada, estrujando sus pechos y agarrándose del borde del sofá. Sufre el delirio de la angustia de no saber cómo dominar la inquietud que producen los terremotos internos. No paraba de friccionarla ni de moverme en ella, prolongaba el orgasmo hasta niveles insostenibles, luego de varios y dilatados jadeos disminuí la contundencia del bombeo.

Enseguida retomé el traqueteo, con las manos debajo de la cola, por demás ensartada, golpeaba con la pija en el fondo del útero. Estaba cercano el momento, esta vez consulté donde venirme, que en su boca estaría delicioso, sin obligación de tragar, si no quería a podía escupir.

— Escupir la leche de mi hombre. Nooo

Llegué al límite, aviso que “voy a domicilio”, acerco el choto bañado en sus jugos, y meto en su boca, pajea ella misma, ayuda con la mano para exprimirle toda su esencia.

Se llenó la boca de mi carne palpitante, luchaba por llegar al fondo de la garganta; avisé que se apreste a recibirme la leche. Sostenía la cabeza con una mano, breve empujón y largué un grueso, fuerte y caliente chorrazo de semen en la boca. No paraba de fluir mi leche. Una arcada y un gesto que sí, se tragó todo. Necesitó dos traguitos para engullir todo el contenido.

—Qué caliente te sale, es un poco salada. Me gustó. Ni falta hace que sostengas la cabeza, no pensaba retirarme.

Agradecida me besó con intensidad, se refregó la lengua contra la mía, queriendo pasarle algo de mi sabor.

Se apresuró por relatarme todo lo vivido, como sentía la penetración, el grosor del choto, la pasión de los orgasmos y la emoción de beberse la leche de su hombre. La calentura me permitió estar listo para una tercera acabada.

Lo realizamos con variedad de posiciones, ella arriba, de costado, etc. Las veces siguientes fueron de placer desenfrenado, estaba ansiosa por recuperar el tiempo perdido, tragar toda la pija que no había tragado, aprovechar al máximo el tiempo de soltería para hacerse coger a todo dar.

Propuse estrenar la cola, me la retacea cada vez que estoy en la vecindad del orto, se pone a la defensiva, el grosor del miembro le hace fruncir el upite —La tienes bien gruesa.

No cejaban en la insistencia por hacérsela, ya no demostró tanta firmeza, dudó, apuré con que debía probar todo antes del casorio. Puso condiciones, que parara cuando lo pidiera, si no podía aguantar se la sacara.

—Sí amor, vos decidís cuando parar.

Esa tarde la llevé al hotel, teníamos todo el tiempo. Después de hacerla acabar varias veces, cambié su posición. Boca abajo, cola elevada, almohada doblada debajo del vientre. Se abrió las cachas para facilitar el acceso. El esfínter lubricado con flujo de la concha, por fuera y por dentro, con un dedo entrando y saliendo, moviéndose, girando para darle confianza. La presión de la cabeza del miembro en él se acentúa.

—No sé si podré aguantar, dijo preocupada.

Volví a tranquilizarla, mientras presionaba en el agujero. Empujaba y esperaba, a cada avance colabora, sumisa, empujón del culo en retroceso. Repetimos la acción, hasta que avisé que iba a entrarme todo en ella. Entré, cerró fuerte los ojos y emitió un quejido que le salía de la garganta.

—Me la mandaste hasta la garganta guacho. Metiste todo el choto.

Permanecí quieto y en silencio, acariciando las nalgas. Desde atrás, mi postura predilecta, con el orto dispuesto, siento el poder de partirla al medio como a un queso, necesito controlarme para no acabar rápido, cuando lo logro puedo aguantar un montón.

El miembro hinchado por la excitación expandía el estrecho canal, no se sentía demasiado seco, podía deslizarme con comodidad. Movernos al compás de las pasiones.

Bombeo fuerte y ritmo consistente tomado de las tetas, siento que no puedo aguantarme por más tiempo, agarré el clítoris apretándolo, eyaculé, agita y menea las caderas, nos sacudimos hasta vaciarme totalmente. Pidió que permanezca montado, disfrutando los latidos de la verga hasta que pierda parte de la turgencia, disfrutamos el clímax conseguido en la profusa acabada.

Fueron dos semanas de sexo intensivo, aprovechando cada momento, sabíamos que no habría un después, que cada momento era parte del fin del camino juntos.

El casamiento fue motivo de una fiesta solo para familiares, en los preliminares me llevó a un lugar privado para que le cumpliera un regalo especial de casamiento, hacerme una mamada con final feliz, de modo que entraría dentro suyo al momento del dar el sí quiero.

Tan pronto regresó de la luna de miel, me buscó, tuvimos sexo desenfrenado, ahora exige que termine adentro, disfrutó mi leche bañando el útero todas las veces.

Le costó entender que yo no estaba en su futuro, para darle una nueva perspectiva en su nueva vida, tomar un trabajo temporal en el interior servía para poner distancia física. Al volver no la busqué.

Nunca respondí sus llamados, ahora la casualidad nos puso frente a frente, con los años del niño bien podría… pero no hubo preguntas, solo debe ser una casualidad…

Una historia como la de tantos, una ex sobrina, ex amante, ex de tantas cosas.

Tu opinión me serviría para sanar las heridas de la resignación. [email protected].

Nazareno Cruz

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