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Follando a bordo del yate Britania

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Llevaba un tiempo en Bora Bora. Varias veces me habían invitado a follar, pero no estaba animado. La verdad, divertir no me divertí hasta un día que fui invitado a un yate por Richard, un excéntrico inglés, cuarentón y con aspecto de dandy al que conociera estando los dos mamados en el Bora Bora Yacht Club, él estaba mamado de whisky de bourbon y yo de brandy Napoleón. Allí, bajo los efluvios del alcohol, sin buscarla, naciera una buena amistad.

Esa noche, en cubierta, bajo la luz de la luna llena y de las estrellas, con delfines pasando a ambos lados del yate, que estaba anclado en alta mar, seis bailarinas, a cual más hermosa, danzaron para Richard, que vestía un traje blanco, para mí, que vestía un traje gris, para su esposa Jenny, que tenía 40 años recién cumplidos, y que era rubia de ojos azules, alta y con un cuerpazo, y para Candy, su hija, que hacía honor a su nombre, ya que era un caramelito de 18 años y un cuadro de su madre, a esa edad, según me diría Richard. Madre e hija vestían trajes de noche e iban enjoyadas hasta los pies, sí, hasta los pies, ya que llevaban dos brazaletes de diamantes en las piernas, justo encima de los tobillos, que hacían juego con los diamantes de sus gargantillas y de las pulseras que lucían en las muñecas.

En la danza, las bailarinas movían sensualmente las caderas, los brazos y las manos al son de una flauta, dos ukeleles y dos tambores que tocaban cinco tahitianos con sus fibrosos torsos morenos al descubierto. Estuvo caliente la cosa.

Richard se debía sentir fuerte o tomaba viagra por un tubo ya que poco después de acabar la danza se retiró a su camarote con cinco bailarinas. Jennny, se fue con el joven que tocaba la flauta y con los dos que tocaban los ukeleles, y Candy con los dos jóvenes que tocaban los tambores. Al quedarme a solas con la otra taihitiana me di cuenta de que me dejaran con la más bonita, pero también con la más vergonzosa. Se sentara en una hamaca y no levantaba la cabeza del piso. Maldita la gracia que me hacía su compañía.

Yo llevaba un tiempo sin follar, desde que llegara a Bora Bora solo estuviera con mi amante, la hermana dela zurda. Así que fui hasta la mesa camilla de las bebidas y eché dos Napoleones con hielo. Fui a su lado y se lo ofrecí. Lo rehusó moviendo la cabeza en sentido negativo. Puse el vaso en una pequeña mesa que teníamos delante.

La muchacha tenía el cabello negro azabache, rizado, y le llegaba a la altura de las caderas. Tendría 18 o 19 años. Mediría un metro sesenta y tenía las piernas llenitas y el culo gordo. Se levantó. Mirando al piso, quitó el sujetador y vi sus grandes tetas con areolas negras y grandes pezones. Se quitó la falda tahitiana y las bragas blancas y vi su coño rodeado por una pequeña mata de pelo rizado. Cómo llegara descalza quedo vestida únicamente con la gardenia blanca que llevaba prendida en el pelo sobre la oreja izquierda. La muchacha, enfrente de mí, seguía sin levantar la cabeza. Le levanté el mentón con dos dedos, la miré a sus ojos negros, y le dije:

-It is not necessary.

Me besó en los labios. No entendía el inglés. Probé en español.

-No es necesario -cogí la falda del suelo-. Vístete.

La muchacha se volvió a sentar en la hamaca. De pie, con el vaso de brandy en la mano, le dije:

-No creas que no me gustas. Eres una de las chicas más bonitas que he visto, y créeme, con el tiempo que llevo sin follar te haría el completo, y probablemente volvería a repetir, pero no soy de los que abusan de una mujer a la que la necesidad obliga a dar su cuerpo.

Me acerqué a ella, le volví a levantar el mentón. Se volvió a poner en pie, rodeó mi cuello con sus brazos, y antes de que pudiera seguir hablando, me volvió a besar.

-Ya te dije que esto no es necesario. Ojalá me pudieras entender, bonita.

La muchacha me echó la mano a la polla por encima del pantalón y me besó de nuevo. Sus labios estaban húmedos y eran dulces, tiernos. Mi polla se empezó a levantar. Le dije:

-No debía, pero voy a acabar follándote.

La muchacha cogió su vaso de brandy, le echó un trago, luego con brandy en a boca me besó con lengua, acto seguido se agachó, me bajó la cremallera del pantalón, saco la polla, la metió en la boca y me hizo una pequeña mamada.

-Ya no te escapas viva... ¡Me cago en todo! No puedo ser tan cabrón.

Estaba luchando Jekill contra Hyde, y Hyde acabó riéndose de Jekill cuando oyó a la muchacha decir:

-¿De verdad que soy una de las chicas más bonitas que has visto?

Me había sorprendido.

-¡¿Hablas español?!

Ella, a lo suyo. Meneando mi polla, preguntó:

-¿Lo soy?

-Sí, lo eres.

-¿Qué es un completo?

-Correrte tres veces con un oral, un vaginal y un anal.

-¿En ese orden?

-En el orden que tú quieras.

Se levantó. Me besaba y la meneaba.

-Nunca me la metieron en el culo.

-Para todo hay una primera vez. ¿Te corriste en la boca de algún amigo o de alguna amiga?

-No, no me corrí en la boca de nadie.

-¿Te gustaría hacerlo?

-Sí.

-Échate en la hamaca, tahitiana.

-Hina, mi nombre es Hina.

-El mío es... Llámame Quique. Échate en la hamaca, Hina.

Hina se echó en la hamaca y abrió las piernas. Arrodillado, le cogí el pie derecho y le hice la "pedicura" con la lengua, después subí besando, lamiendo y dando mordisquitos en el interior de su muslo hasta llegar al lado del coño peludo. Se lo abrí con dos dedos. Estaba empapado. Le soplé y a Hina se le escapó un pequeño gemido. Le cogí en pie izquierdo y le volví a hacer la "pedicura", o sea, besar, lamer y chupar sus dedos, lamer y besar y masajear la planta, acariciar sus tobillos... Y subí por el otro muslo besando, lamiendo y dando mordisquitos. Al llegar al lado del coño, se lo volví a abrir con dos dedos, le besé el clítoris, y le pregunté:

-¿Quieres que te bese los labios?

Su voz parecía la de un ángel, cuando me respondió:

-Síííí.

Me levanté y la besé en la boca. Sonriendo, me dijo:

-Malo. Eres un, un, un tramposo.

Me desnudé, después la besé y le acaricié las tetas unas tetas duras como piedras que a continuación devoré, literal, ya que acabé mordiendo tetas y pezones. Le lamí el ombligo y bajé al pilón, mejor dicho, al lado del pilón. Besé el interior de sus muslos e hice amago de volver abajar a los pies. Hina, me cogió la cabeza con las dos manos y me llevó la boca a su coño. Enterré mi lengua en él. Moviendo la pelvis de abajo a arriba, me dijo:

-No la quites, no la quites.

No la quité, e Hina, poco después, moviendo la pelvis hacia los lados, alrededor y de abajo a arriba, dijo:

-¡Me voy a correr!

Le agarré las tetas, le apreté los pezones, y... ¡Bummm! Su coño empezó a encharcar mi lengua con un jugo calentito. Hina, temblando, exclamó:

-¡Me mueeero!

Quien casi se muere, pero del susto, fui yo, pues al acabar de correrse Hina y sacar la cabeza de entre sus piernas vi una figura femenina vestida con un overol rojo ajustado al cuerpo, con un antifaz del mismo color, calzando unos zapatos con tacón de aguja también rojos, con cuernos en la cabeza, con una fusta en la mano derecha y unas esposas en la izquierda. Mirando para mi boca mojada de jugos, de entre sus labios pintados de rojo carmín salió una voz muy familiar.

-¡Te pillé!

Era mi sobrina Diana.

-¡¿Qué haces aquí, Diana?!

-Ya te lo explicaré. Así que te estabas divirtiendo sin mí.

-¿Qué esperabas que hiciera? ¿Querías que me siguiera pajeando pensando en ti? ¿Cómo es que estás aquí?

Hina, ni se inmutó. Debió pesar que la diablesa era parte de la fiesta. Diana me respondió, mientras caminaba hacia mí contoneando las caderas de aquel cuerpo escultural:

-Son demasiadas preguntas juntas.

-Pues dime solo cómo es que estás aquí.

-Digamos que tienes un amigo con un gran poder de seducción.

Me tiró las esposas. Las cogí, y le pregunté:

-¿Qué hago con ellas?

-Póntelas con las manos a la espalda.

Me las puse. Diana me dio con la fusta en las nalgas.

-¡Zasss!

-Tira hasta la barandilla de la borda.

-¿Para qué?

-¡Zasss!

-¡Que tires, caraaajo!

Hina se había quedado muda. Aquello pintaba bastos, y aún que nadaba muy bien no se podía tirar al mar ya que estábamos lejos de la costa y las aguas estaban infectadas de tiburones. Al mirar Diana para ella, se levantó de la hamaca, y haciéndose la valiente, le dijo:

-¡A mí no me toques qué te como!

-¡¡Zaaas!!

-¡El coño me vas a comer cuando yo te mande!

Hina me siguió cómo una corderita.

Al llegar a la barandilla, Diana, me dijo:

-Ponte con medio cuerpo fuera del yate.

-Es demasiado peligroso.

-¡¡Zassss!!

-¡Ponlo o te eho al mar!

Ya me pesara haberme puesto las esposas.

-Vale, vale, me pongo.

Me puse cómo me dijo y abrí las piernas Hina, estaba viendo el peligro, en forma de aleta de tiburón.

-Se puede caer al mar y...

-¡¡Zasss!!

-¡Cómele el culo!

No sé de donde quitó el valor, pero Hina, le dijo:

-¡Cómeselo tú, asusta niñas!

-¡¡Zasss, zasss, zassss!!

-¡¡Ay, bruta!! Me hiciste mucho daño.

-¡Qué le comas el culo, coooooño!

A Hina se le quitó la tontería.

-No sé cómo se come un culo.

-¿Sabes dónde está el ojete?

-Zasss.

-Si.

-Lámeselo y cógele los huevos.

Hina me lamió el ojete.

-¿Así?

-Sí, así. Métele la punta de la lengua y folla su culo con ella... Lame... Muérdele las nalgas...

Poco más tarde yo ya estaba empalmado como un caballo delante de una yegua en celo. Hina, caliente cómo una perra le dijo a Diana:

-¿Le aprieto los huevos?

A Diana le entró la risa floja.

-¿Me quieres dejar sin hombre?

Le metió la empuñadura de la fusta dentro del coño, y se lo folló con ella, luego, le preguntó:

-¿Quieres que te folle cada vez más rápido hasta que no puedas más y te corras?

-Quiero.

-Deja de follar su culo con la lengua y azota sus nalgas con las palmas de tus manos. Cuanto más fuerte le des más rápido te voy a follar.

La timorata, la que parecía un angelito moreno, la que al principio me daba pena, era una perra de cuidado. Se emocionó y me empezaron a caer nalgadas... ¡Qué nalgadas ni que leches! Me cayeron hostias cómo panes.

-¡Plasss, plaaaas, plassss...!

Cuando se corrió en la empuñadura de la fusta chilló cómo una loca.

-¡¡¡Ayyyy, ayyyy, ayyyy...!!!

Mi culo quedó rojo como un tomate maduro, y mi polla dura cómo un hierro. Diana, me dio la vuelta, metió mi polla en la boca, y me la mamó hasta que me corrí en su boca. Con leche en los labios, se levantó y me besó, me quitó las esposas, abriéndolas con una llave que llevaba entre las tetas, y después me preguntó:

-¿Me echaste de menos, cariño?

-Mucho, princesita linda.

Hina, que había vuelto a su hamaca, al vernos cariñosos, dijo:

-Estáis chiflados.

Diana, me preguntó:

-¿Está buena?

-Tiene un coño rico.

-¿Más rico que mi coño cuando sale la leche de tu corrida de él?

-No hay color, tu coño está mucho más rico.

Hina, puso cara de no quiero.

-¡Qué asco!

Diana, le preguntó:

-¿Quieres comer mi coño peladito? José podría comerte el culo, o follártelo, eso ya sería cosa tuya.

-No me pagaron por estar con una mujer.

-Ni te voy apagar yo. ¿Quieres jugar o no?

-Bueno, la verdad es que tengo curiosidad. ¿A que sabe tu coño?

-A vicio. Acabarás lamiéndolo y haciendo que me corra con la leche de mi hombre saliendo de él.

-¡Esa guarrada no la haría ni por un millón de dólares!

Diana, le dijo:

-Levántate.

Se levantó y le dio en una nalga, con fuerza.

-¡¡¡Zaaas!!!

-Si no quieres jugar con mis reglas... ¡Aaaaire!

Hina, altiva, le dio dos bofetadas en la cara, una en cada mejilla, y después la morreó al tiempo que le bajaba la cremallera del overol. Se separó de ella. Se miraron a los ojos sin decirse nada. Diana le cogió la gardenia tahitiana que llevaba en el pelo y se la metió en la boca, le echó las manos al culo, la apretó contra ella y después la besó con lengua. Al acabar de besarla, Hina, escupió la flor, le abrió el overol con las dos manos, como si de una puerta de dos hojas se tratase... Aparecieron dos tetazas con areolas marrones y gordos pezones... Le mamó una teta... A esa teta siguió la otra... Diana había dejado caer la fusta al piso de la cubierta. Hina, se agachó y le quitó los zapatos, se puso en pie y le quitó el antifaz, el gorrito rojo con los cuernos, y le ayudó a quitar el overol. Vi desnudas a mi princesa hermosa y a una sirena tahitiana.

Hina, que había tomado la iniciativa, me dijo:

-Ven, juguemos los dos con ella.

Hina, en cuclillas, pasó su lengua por el coño mojado de Diana, yo me puse detrás y le trabajé el culo cómo a ella le gustaba, lamidas, folladas de lengua... Pasando el glande por el ojete y metiéndolo dentro del culo... Al rato, por mi respiración supo que estaba perro, se separó de Hina, y me dijo:

-Cógeme.

La cogí en alto en peso por las nalgas y la penetré, Hina, le comió el culo. En nada mi polla comenzó a latir dentro del coño de Diana. No iba a aguantar y mi sobrina lo sabía.

-Lléname el coño de leche, cariño.

Corriéndome dentro de ella me comió a besos. Cuando acabé sentí como su coño apretaba mi polla. Estaba a punto de correrse. Me dijo:

-Déjame en el piso.

La puse en el piso. La leche de mi corrida comenzó a salir de su coño. Le cogió la cabeza a Hina, y llevó su boca al coño. Hina, le echó las manos al culo y lamió con lujuria -para mi que no era el primer coño que comía-, y Diana, Diana con un terrible temblor de piernas, le llenó la boca de jugos. Hina tragó la mezcla de semen y jugos mientras clavaba las uñas en las nalgas de Diana, las clavaba porque el morbo de lo que estaba haciendo la llevó a un potente orgasmo.

Al acabar de corrernos, me dijo Diana:

-Echaba de menos estos polvos mágicos, cariño.

-Y yo, amor, y yo.

Hina, en la hamaca, con las piernas abiertas de par en par, me dijo:

-¿Qué hay de lo mío?

-¿Qué es lo tuyo?

-Dijiste que me la ibas meter en el culo.

Diana, que estaba sentada sobre mis rodillas en otra hamaca, le dijo:

-Saliste caliente, caliente y guarra, morena. Deja a mi hombre en paz.

Hina, ya iba de sobrada.

-¿Tienes miedo de que le haga una danza tahitiana a tu cariño con mi ojete sobre su polla y le acabe gustando más que tú?

A Diana no le gustaba que la subestimaran.

-¿Miedo? ¿Gustarle más que yo? Danza, morena, danza.

Yo callaba.

Vino a nuestro lado y le lamió el coño a Diana, que se levantó, y le dijo:

-Todo tuyo por media hora.

-Ayudame a levantarle la polla.

-¿Ahora necesitas ayuda?

Hina le dio un pico, después la besó con lengua y le dijo:

-Me gustas mucho. ¿Lo sabías?

-Claro que lo sabía, lo supe con el primer beso que me diste.

La volvió a besar.

-Es que eres tan guapa.

Diana, se empezó enfadar.

-¡A lo tuyo!

Hina comía con los ojos a Diana.

-¿Después me harás el amor?

Diana, no estaba por la labor.

-¡Te vas a quedar sin enculada!

-¿Me lo harás cosita bonita?

Diana, se sentía halagada, pero las mujeres no le hacían tilín, ella era de hombres, y selectos.

-¡Ooooy! Me desesperas.

-¿Me lo harás?

Diana, le dio esperanzas.

-Ya veremos, nunca antes se la comí a una mujer.

Diana e Hina se arrodillaron delante de mí, Diana, estiró mi polla morcillona, lamió mis huevos y le metió la polla en la boca... Poco tardó en ponerse dura, ya que si una mamaba bien la otra mamaba mejor.

Y llegó el momento de la danza, Hina, puso la cabeza de mi polla en la entrada de su ojete y comenzó a danzar moviendo las caderas cómo si estuviera de pie. Danzó lentamente hasta que entró el glande y fue acelerando el movimiento de las caderas a medida que iba entrando el resto de la polla, luego con toda la polla dentro se movía a toda mecha. La música la ponían sus gemidos y los míos. Diana, de pie, se llevaba las tetas a la boca con una mano y con dos dedos de la otra acariciaba el clítoris y se follaba el coño. Mirando cómo se tocaba, le dije a Hina:

-¡Para, para que me corro!

Diana hizo que Hina se quitase la polla del culo. La cogió y se la puso en la entrada del coño. Hina volvió a repetir el baile, lento hasta que se metió el glande, acelerando a medida que iba entrando el resto de la polla, y a toda hostia al llegar al fondo...

Le llené el coño de leche. Al acabar de correrme y levantarse pensé que mi sobrina le iba a comer el coño, pero no era ese su pensamiento. Le dio la vuelta e hizo que pusiese su coño en mi boca... Con la leche de mi corrida cayendo sobre mi legua le lamí el coño... No tardó ni un minuto en llenarme la boca con sus jugos. Sus flujos sabían a coco y sus gemidos me parecieron música celestial. Quedó medio muerta sobre mí. Diana, la aparto, cogió mi polla, otra vez morcillona, la chupó, y después, sentándose sobre mí, la metió en el coño y me folló a su aire. Poco después mi polla estaba dura y haciendo estragos dentro de su coño.

-¡Qué rico, que rico, que rico! ¡¡Me voy a correr, cariño, me voy a correr!! ¡¡¡Me coooorro!!!

Diana tuvo un orgasmo brutal. Temblaba sobre mí. Su boca chupaba mi lengua con fuerza, era como si quisiera comerla. Esta vez no me corrí. Al acabar me puso el coño empapado en la boca para que lo saboreara. Sabía que me encantaba el sabor de su coño, un sabor a ostra recién salida del mar.

Hina, espatarrada en su hamaca, nos dijo:

-¿Me harás ahora el amor?

La muchacha era insaciable, en vez de cobrar debía pagar por follar. Diana, en lo de insaciable, tampoco se quedaba a la zaga. Me dijo:

-Tendré que satisfacer al caramelito.

Acabaron corriéndose juntas en un delicioso 69, y yo, yo solo miré. Había que guardar fuerzas.

Dos días y dos noches estuvimos a bordo del yate Britania, Richard, Jenny, Candy, Diana y yo. En esos dos días hubo camas redondas donde todos follaban con todos, padre e hija, hija y madre... Hubo dobles penetraciones, hubo de todo, pero esa ya es otra historia.

Quique.

(9,69)