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La historia de Ángel, solo era un muchacho (52/59)

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Había resultado increíble el polvo que me había dado aquel joven aun, sin terminar de formar su cuerpo y de apariencia desgarbada. la pastilla que Eduardo le había hecho tomar le mantenía la barra de carne morena y gruesa continuamente dura y con las venas que estallaban.

Me hacía gritar entre suspiros y sollozos, quejas que no era tales si no la expresión suprema de mi placer.

-¡Ummmm! ¡Qué rico sabe! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! Fóllame Yasin, dame verga amor. -repetía cada vez que la polla entraba con fuerza en mi vientre reventándome las paredes, causándome un ligero y soportable dolor al vencer la resistencia de mi recto, y lo abría para penetrar donde nunca nadie, solo él, había conseguido llegar.

-¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! - gruñía Yasin cuando sacaba su verga reluciente y bañada en jugos de mi vientre.

-¡Toma! ¡Toma! ¡Toma! ¡Toma! -cambiaba la canción según el ritmo de las entradas de la verga, empujando las caderas hasta chocar sus huevos henchidos de semen contra los míos.

Terminamos en ese postura, suficiente para que en diez minutos gritara y moviera el culo apretándole la verga al llegarme la leche hasta la punta de la polla y saliendo en disparos cortos y abundantes.

Me permitió que fuera el primero en correrme, y él aguantó hasta verme relajado, satisfecho al dejar de aprisionarle el pene con la presión de mi ano, continuó entrando y saliendo pero ahora a mucha velocidad y sacando una pequeña porción de verga para volver a meterla con enorme fuerza. A pesar de terminar de vaciarme los huevos gozaba al sentir la maza de carne ocupando todo mi ser y llenándome.

Empezó a vaciarse los huevos en el fondo de mi culo, muy al fondo de mi tripa, y sentía el calor de la simiente cuando me la depositaba en mi interior golpeando las paredes.

-¡Ohghhh! ¡Ohghhh! ¡Ohghhh! -Yasin se ahogaba, mientras sin moverse, me llenaba como todo un semental. -continuó con su verga en mi culo, moviéndose entre espasmos y poco a poco se calmaba cuando los disparos de semen se fueron espaciando, hasta dejarse caer en mi espalda con el pecho empapado en sudor.

Cuando al fin se desenchufó de mi culo me sentía muy abierto, como un profundo pozo mirando el cielo en la tierra infértil y sedienta de agua, aunque ahora yo estaba lleno de leche. Tardé unos segundos en controlar mis esfínteres y hacer que se cerraran para que la preciosa carga no saliera perdiéndose en la blanca sábana.

Miré a Eduardo sentado en el sillón, sin poder dar crédito a lo que terminaba de ver, su antes poderosa polla se había engordado un poco sin terminar de ponérsele dura, y de los pellejos que le tapaban el prepucio escurría un hilo de seminal.

Me arrodillé prontamente entre sus piernas, y cogiéndole la verga en mis manos se la masturbé dos o tres veces, milagrosamente respondía a los estímulos que le daban mi mano, me la metí en la boca y aspiré mientras despellejaba su glande y lo acariciaba con la lengua.

Sin llegar a ponérsele dura comencé a sentir las contracciones en la base de la polla, dispuesta quizá por última vez, a vaciar el contenido de sus huevos en mi boca.

Miraba arrobado y amoroso, desde mi posición arrodillado, la cara asombrada de mi amado viejecito, gozando la mamada que su puto preferido le otorgaba. Me acariciaba el cabello a la vez que yo le pasaba la lengua por su blando pene para no perder una sola gota de la esencia de aquel macho ya caduco.

Bebí su leche caliente y dulce disfrutando del sabor delicioso que tenía.

-Gracias mi bebé querido. -le acompañé hasta la puerta cuando se levantó.

Yasin se quedó conmigo, tumbado a mi lado.

-¿Quieres ducharte para marchar? -se giró y se colocó sobre mi, como me pesaba abría las piernas para que apoyara las rodillas en el colchón.

-Eduardo me ha pedido que pase la noche a tu lado y te de lo que tu quieras. -volvimos a unir nuestros labios, a besarnos tranquilamente gozando, ahora si de comerle la jugosa boca.

Pude volver a chuparle su hermosa y delicada verga, a tenerla profundamente metida en la garganta, saborear los deliciosos jugos que sus huevos secretaban, acariciarle entero y volver a tener su verga en mi culo.

Tuvo que tomar otra pastilla azul para aguantar las tres corridas de su precioso elixir, una para que la degustara compartiéndola con él pasándolo de boca a boca, otra con la que me regó la cara cubriéndomela de leche que luego lamió con su enorme lengua roja, también compartido, y la última volviendo a rellenarme las tripas, fue un preciado regalo el que me hizo.

Me quedé dormido con su verga clavada en mi culo, y lo supe cuando al día siguiente lo sentía dolorido.

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A mediados de Septiembre comencé las clases en la universidad y reanudé las de baile y guitarra, Ian iba por allí pero solo hacía ejercicios de piernas, le habían quitado la escayola pero tenía que ir a recuperación antes de utilizar ese brazo en la danza.

En Marzo del año siguiente Álvaro tuvo la niña que le dio Irina, y a Alberto le habían terminados las obras de reforma uniendo los dos estudio. Me llevó un día para que viera como le había quedado.

-¿Qué te parece? Aun falta algún mueble pero tampoco pienso llenarlo. -en la planta baja le había quedado un enorme espacio como sala, la cocina no era mucho más grande que antes, también dos habitaciones con sus cuartos de año y solamente tenía una amueblada. Los muebles eran escasos, los suficientes y mucho espacio libre para transitar.

Me dirigí hacía la escalera para subir a planta superior, donde antes tenía el dormitorio.

-Arriba no he hecho nada aún, no lo necesito de momento. -subimos y como me había advertido aún era solo un local vacío y sin separaciones.

Cuando salíamos me di cuenta de que ahora todo el final de la galería era suya, tenía unos dos metros de anchura por ocho de longitud, parecía excesivamente grande y desangelada estando vacía.

-Podías coloca unas macetas de adorno, las flores se darían bien con tanta luz. -se quedó observando un momento, imaginando lo que se podría hacer.

-Tienes razón, además alegrarían la entrada, ¿se te ocurre que plantas quedarían mejor? -hacía algunos días que había visto en la televisión, con Eduardo a mi lado, un reportaje sobre la plantación de lirios en Holanda y me habían gustado mucho, sobre todo una variedad de amarillos y azules.

-Planta lirios, quedaran preciosos y puedes pedir los bulbos a Holanda, son de los más bonitos y aquí tiene luz suficiente. -me habían gustado tanto las innumerables variedades que seguí el reportaje realmente interesado.

-¿Te ha gustado como va quedando? -me miraba buscando mi aprobación y no le iba a mentir, porque no era necesario, era una bonita y espaciosa vivienda, quizá demasiado grande para él solo.

-Es preciosa Alberto, creo que has acertado al decidir quedarte aquí.

-Ya solo falta algún pequeño detalle y alguna lámpara, pienso que ha merecido la pena endeudarme para treinta años.

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Me sentía muy nervioso esperando el resultado final de las dos asignaturas que faltaban, a pesar de que Oleguer me hubiera intentado tranquilizar diciendo que estaba seguro de que todo saldría bien. Los nervios me traicionaban cuando a la tarde llegué para ver las notas ya expuestas en los tableros, Alberto había pedido esa tarde libre para llevarme hasta el campus.

Me temblaba el dedo siguiendo la lista de los DNI en sentido descendente, y allí estaba yo, (7,5), me salió un hondo suspiro y Alberto me dio un cariñoso empujón.

-¿Has visto? Siempre piensas lo peor y que no vales, ya no volveré a creerte cuando te quejes.

-¡Joder Alberto, éste soy yo! Un 7,5, mi mejor nota.

-Aún te queda por ver la última.

-Esa seguro que no la he aprobado, iba muy mal en ella, la que más trabajo me ha dado y me ha impedido dormir bien.

-No hables antes de tiempo. -repuso sin creerme, pero era verdad, la estadística se me atragantaba. Nos desplazamos al siguiente tablero que correspondía e inicié el mismo arduo trabajo de seguir la larga lista hasta encontrar mi número.

Me empezaron a correr las lágrimas cuando vi el resultado sin podérmelo creer, tanto esfuerzo había merecido la pena, tenía un seis que no esperaba ni en el más remoto pensamiento.

Alberto me abrazó y me limpio él mismo las lágrimas.

-Vaya con el chiquillo, tanto sufrir…, ahora lo celebraremos.

-Lo he pasado todo, ¿no es increíble? -le abrazaba contra mi loco de alegría.

-A ver Ángel, era lo que Oleguer esperaba y me fío más de él que de ti, pero me alegro porque se que lo has dado todo. -no pude evitarlo y me empiné para llegar a sus labios y besarle.

-¿No tenemos que ver alguna más de tus notas? Quiero seguir recibiendo más besos. -soltamos los dos la risa y me cogí de su brazo para salir de la facultad e ir a recoger el coche.

Habían pasado doce meses, un año lleno de acontecimientos, buenos y malos: El nuevo ser que había llegado para alegría de la familia Bergara, la noticia me la comunicó Victoria, su hijo no fue capaz de hacerme una llamada. Me alegré con ella y por don Mateo. Otra de las buenas cosas que habían pasado, fue la terminación las obras en el apartamento de Alberto.

¿Las malas? Porque en la vida hay de todo: Los informes de los médicos sobre la situación de Eduardo, estaba realmente mal, sin que su organismo pudiera aceptar el tratamiento con nuevos fármacos.

Tuvo periodos de tiempo que estuvo decaído, otros en que se recuperaba y volvía a mantener su febril actividad, hasta que llegó a estar permanentemente postrado en la cama y sin salir de su habitación. Incluso dejó de someterse a los masajes que le aplicaba Nestor su masajista.

Mi atención a los miembros de la sociedad se habían interrumpido hacía algunos meses, había tenido encuentros innumerables, creo que con todos los miembros de la organización, algunos repetidos, había vuelto a estar con Andrés y Millán, los primeros miembros que me follaron el culito, también con otros como el notario, todos personas sobresalientes de su grupo.

La necesidad, o capricho de Eduardo, por disfrutar viendo como era follado por varios de los profesionales de la agencia, había terminado bastante antes. Me dio permiso para que llamara si yo quería que alguno viniera, y lo hice sin que él participara, sobre todo me pedía a Yasin con el que estaba más a gusto. También decidí dejarlo agobiado por los estudios.

-Esto se acabó Angelito. -permanecía sentado al costado de su cama, a veces desviando la mirada al retrato sobre la chimenea de mármol, de aquella hermosa dama que había sido su mujer, aquellos días pasaba horas a su lado.

-Tonterías Eduardo, volverás a levantarte. -intentaba animarle adoptando una posición de indiferencia.

-Es posible que sea como dices, pero no me refería a mi estado. Quería decirte que a partir de ese momento no tienes ningún compromiso conmigo, no volveré a aceptar los encargos que me llegan, se acabaron todas tus obligaciones, si deseas seguir usando los servicio de la agencia puedes hacerlo, pero será porque tu quieras. -yo no pensaba que era una obligación lo que estaba haciendo, ese era mi trabajo, el que me habían enseñado, en el que Pablo me amaestró hasta el punto de que gozara cumpliéndolo.

-Es lo único que se hacer. Tu no me has obligado nunca. No voy a saber que hacer si tu faltas. -en parte había mucha verdad en lo que decía, aquel hombre había conseguido, con su amabilidad, simpatía, cariño y preocupación por mi, que me volviera dependiente de él, más allá de la herencia que me dejaba había un sentimiento de sometimiento a su voluntad y su persona, yo era feliz si le veía contento por mi proceder. Quizá no sea la comparación correcta, pero nuestra relación se parecía a la que mantenía con Dulce, salvando las distancias de que Dulce era un animal y yo una persona.

-Angelito, sabes hacer muchas cosas, eres un muchacho como todos los demás, estudias y según tus profesores no eres malo, y esta ese muchacho, Alberto, que te hace tanta compañía.

-Sí, es un buen amigo, siempre que puede está aquí para ayudarme. -el enfermo me miró y no reía para no gastar sus fuerzas.

-Me gusta ese chico para ti, él te cuidará, y estoy seguro de que a ti también te agrada, si dices que no es así, te engañas a ti mismo. -como casi siempre, sabía que decía la verdad y estaba en lo cierto.

Las cosas no cambiaron después de esa conversación, y no volvió a levantarse, más que para ir al baño o para que le asearan, le mantenía con nosotros su inquebrantable amor a la vida y su tesón para la lucha.

Como Eduardo había dicho, ya estaba muy seguro de que amaba a Alberto y podía jurar que a él le sucedía lo mismo, peo ninguno nos decidíamos a dar el primer paso y no pasábamos de ser los mejores amigos que alguien pudiera tener.

-¿Me había olvidado de Álvaro, de Pablo? No, no y no. Nunca lograría arrancarlos de mi mente, pero había otra persona en la no dejaba de pensar en cada momento, diferente a mis dos antiguos amantes, muy distinto y mejor para mi.

Dos días más tarde, después de haberme acompañado a la facultad para conocer mis notas, recibí su llamada, ya estaba hasta enojado con él, eso no era su costumbre e iba a llamarle yo.

-Tenemos una celebración pendiente, ¿o ya no te cuerdas? -su voz sonaba con la misma alegría de siempre.

-Lo único que tengo seguro es que llevas dos días sin llamarme.

-Vale, ¡perdón, perdón! No te enfades, he estado preparando la fiesta y eso lleva su tiempo. -mi enfado se lo tomaba a risa y no le preocupaba.

-No necesito una fiesta, te necesito a ti… -me detuve inmediatamente al darme cuenta de lo que terminaba de salir de mi boca.

-Repítelo.

-¿El qué?

-Lo que acabas de decir, vuelve a repetirlo.

-Es una forma de hablar.

-Pues quiero escucharlo otra vez, o mejor, mil veces.

-No digas tonterías Alberto.

-De acuerdo no insisto, pero te recojo a la tarde.

Corté la comunicación y me tiré sobre la cama con el corazón galopando como un caballo desbocado. Una conversación de dos minutos conseguía que temblara y que el temor al futuro me estremeciera.

Amaba a Alberto, se había convertido en una necesidad para mi, su compañía, su presencia me eran tan necesarias como respirar, y todo eso se había ido produciendo, gestando lentamente a lo largo de casi dos años sin pretenderlo, sin forzarlo, había surgido de la nada.

Ahora tenía miedo a enfrentar mi pasado, a lo que él pudiera pensar de todo lo que había sido mi vida anterior, había sido un puto de lujo hasta hacía escasos meses, innumerables importantes hombres de la ciudad me habían tomado, era cierto que Oriol había pasado por mi misma situación y David lo había aceptado, pero yo no era Oriol ni él era su amigo David.

Cuando Alberto llegó a buscarme estaba en la habitación de Eduardo, sentado a su lado leyéndole un libro que no terminaba nunca, y desde hacía más de una hora vestido y preparado para su llegada.

“Resulta humillante, por no decir más, tener que recitar las tablas de multiplicar con esa pandilla de niños del Medio Oeste. Cinco por doce, sesenta. Pero lo más duro es mantener mi voz lo más baja posible, la cabeza gacha, para que la maestra, una mujer de mi misma edad, no se fije en ese niño raro que garabatea la confesión de su vida.”

(de Las confesiones de Max Tivoli, por Andrew Sean Greer)

Eduardo había mantenido los ojos cerrados y en ese momento los abrió.

-Es mejor que no sigas leyendo, pierdes la entonación y tu cabeza está en otro lugar muchacho, leer no es jugar a las canicas. -me arrancó una tierna sonrisa de ternura, parecía el mismísimo “Max Tívoli”, un niño en el cuerpo de un viejo que hace el camino al revés, razonando como niño siendo anciano.

-Alberto ha preparado una fiesta para celebrar mi aprobado en la universidad y viene a buscarme. -adivinaba su mirada fija en mi a través de las rendijas de los párpados.

-Coge lo que la vida te ofrece, lo que desees tómalo también si puedes pagarlo, que sea con respeto, pero no te niegues a tenerlo cuando puedes. -suspiró y se pasó la lengua por los labios resecos.

-Háblame más claro para que te entienda. -le sujeté la trémula y huesuda mano.

-Ese muchacho, ese Alberto, no dejes que se te escape, llévatelo a tu terreno, algunos necesitan que se les empuje para que hagan lo que deben. -volvió a cerrar los ojos y a respirar sin notársele.

Sentí una mano sobre mi hombro y la agarré imaginando de quien era. Me sujeto con suavidad como un aviso para me levantará y salimos silenciosamente de la habitación, al instante se levantó un enfermero que pasó a ocupar mi lugar para vigilarle.

-Podemos ir en mi coche y después te devuelvo si tu quieres. -había dejado su coche en las puertas de las cocheras sin meterlo y estuve de acuerdo con su idea.

Pensaba que me llevaría al bar de costumbre, donde están nuestros amigos pero luego se desvió cogiendo la dirección de su casa.

-Creo que mi chofer ha equivocado el camino, ¿es la costumbre? -Alberto se rió con suavidad y puso la mano derecha en mi muslo.

-Tranquilo, no vamos a perdernos, la fiesta es en otro lugar. -sentía el peso de su mano sobre mi pierna y el suave calor que desprendía. ¿Tendría razón Eduardo? ¿Alberto necesitaría un empujón para decidirse? ¿Y si me equivocaba y Alberto no sentía lo que Oriol y Eduardo pensaban? Sería un un terrible error y la vergüenza no me dejaría volver a mirarle a los ojos. No resultaba nada fácil.

Llegamos a su casa y en lugar de dejar el coche en la calle lo metió en el patio hacía su garaje. Las plantas en sus macetas estaba iluminadas y volvía a admirar aquella especie de patio andaluz con suelo de canto rodado.

Cuando llegamos a la galería de su apartamento me llevé otra sorpresa, hermosos lirios amarillos y azules brillaban por los focos que había colocado en la parte superior de la fachada, encima de los ventanales que daban luz al interior y que ahora aparecían iluminados desde dentro.

Alberto se me quedó mirando expectante, esperando mi reacción.

-Es precioso, la entrada te ha quedado perfecta. -pasé un dedo por el pétalo de una flor que parecía una tela de terciopelo azul claro como el cielo. Sonrió orgulloso y me respondió con engreída petulancia.

-No es nada comparado a cuando les da la luz del día, tuviste una estupenda idea. -nos quedamos un momento sin hablar y entonces escuché voces, mitigadas por las paredes y la puerta que venían de la casa.

Pensaba en cuanta razón tenía para desear no cambiarse de vivienda, poder vivir en el centro de la ciudad, con aquella tranquilidad y aislado de los ruidos resultaba un privilegio.

Cuando abrió la puerta entendí los ruidos de voces que escuchaba, estaban algunos de nuestros amigos sentados en el salón atendiendo a lo que sucedía en una enorme pantalla que colgaba de la pared. El salón estaba adornado con ramilletes de globos, de los mismos colores que los lirios, y de la barandilla del piso superior colgaban grandes serpentinas rizadas, plastificadas y de idénticas tonalidades de los globos, prendidas en la parte alta de la barandilla bajaban hasta el suelo.

Me quedé con la boca abierta observando de un rápido vistazo todo aquello, entre los chicos estaban Ian y Erico. Se pusieron de pie y se acercaron a saludarme, imaginé que Alberto había dejado allí a alguno de ellos para recibir a los demás antes de ir a buscarme. Después de los abrazos y alguna broma que me gastaron observé a más gente que bajaba la escalera, Rubén acompañado de unos muchachos que no reconocía.

En el mostrador de la cocina tenían preparadas bandejas de comida y botellas con bebidas.

-¿Pretendes emborrachar a la gente? No te has privado para organizar la fiesta. -me sonrió sin dejar de preparar dos vasos con bebida y me entregó uno de ellos.

-Celebrar dos acontecimientos se merece tirar la casa por la ventana, además de tus notas inauguramos la casa, ya está todo terminado, vamos arriba y ves lo que no conoces. -me sujetó de la mano y tiró de mi para llevarme escaleras arriba.

En realidad no había cambiado mucho desde que lo vi vacío, lo habían dividido para colocar una pequeña barra de bar, parecía más un adorno para contener un pequeño frigorífico y una cocinita que no servía para otra cosa que no fuera preparar un te, pero la función principal era servir de ocultación a un aseo tras él.

El resto permanecía como antes, había colocado una mesa de billar americano, y no entendía como pudieron meterla si no había sido desarmada y luego vuelto a montar. En otra parte tenía un gran escritorio pegado a una pared, algunos sofás estratégicamente colocados y mucho espacio libre.

La casa le había quedado perfecta y como él quería.

-Realmente acogedor, puedes estar contento del resultado, ya lo tienes todo completo. -se me acercó y me cogió la cintura.

-Aún hay algo que falta para que resulte perfecto, pero creo que en breve pueda tenerlo y entonces estará completo. -sentía como sus manos se cruzaban en mi abdomen acercándome a él y posó la boca sobre mi pelo.

-¿Adivinas lo que falta? -me sentía temblar y él tuvo que notarlo.

-¡Alberto! -conseguí murmurar girando la cabeza lo que me permitía, y entonces me besó el cuello dejando sus labios sobre la piel unos segundos eternos.

-¡Oh, Alberto! -estaba mareado y me mantenía de pie porque él me sostenía.

-Sí Ángel, faltas tu para que todo esté bien.

-¡Yo…, yo…!

-Te amo Ángel, te amo como no puedes imaginar, solo necesito saber si tu sientes algo por mi y luego no me importará esperar lo que haga falta.

-Creo que sí Alberto, creo que yo también te amo, pero… -me interrumpió sin dejarme continuar hablando y con lentitud me giró para ponerme de frente.

-Te prometo que conseguiré que me ames, haré todo lo preciso para que sea una certeza. -no pude aguantar más y me sujeté a su cuello buscando unir nuestros labios. Nuestro beso no tenía un final y nos ahogábamos.

-Si que te amo, estoy seguro de ello Alberto, pero tenemos que hablar.

-Tenemos toda la vida para hablarnos y podrás decirme lo que desees, lo importante ya lo has dicho hace unos segundos.

-¡Eduardo! No puedo dejarle ahora.

-Tampoco te lo pido, ya te he dicho que esperaré hasta que estés dispuesto.

-No es tan fácil, tenemos que conocernos mejor. -le acaricié la mejilla y después pasé los dedos por sus labios apretándolos para que no hablara, pero lo hizo de todos modos.

-Te conozco muy bien, lo suficiente para saber que eres lo mejor que he encontrado en mi vida, que eres la persona que deseo tener a mi lado para siempre, ¿qué más cosas voy a querer saber? -nunca nadie me había hablado así, en ese tono y con ese sentimiento. Nunca Álvaro, ni Pablo, habían sido tan contundentes y sinceros manifestándome un amor tan profundamente sentido.

Deseaba decirle a todo que si, someterme a sus deseos que eran iguales a los míos, pero el remordimiento me contenía, no deseaba empezar mi nueva vida envuelto en mentiras y engaños, él no se merecía eso.

-Alberto…, mi vida pasada no ha sido para nada inocente, ni casta, he estado con hombres, con muchos hombres, no como tu supones con Álvaro y Pablo, ha habido muchos, ¡oh! tu no sabes. -me sujetó de los codos y me besó con fuerza.

-Se más de lo que tu creer amor, también yo he estado con David, con Oriol, y lo tuyo era tu trabajo, además lo pasado no importa, tenemos que vivir el presente y el futuro. ¡Oh! mi amor, tu vida pasada no me preocupa. Te amo Ángel, te quiero tanto. -hablaba y se detenía para besarme y continuar explicándose.

-Estos años próximo a ti he llegado a conocerte, y sabía cual era tu trabajo, lo externo que no tiene importancia, pero yo te veía por dentro y me desesperaba pensando que amabas a otros, y habrás podido estar enamorado, yo también creía estarlo y me equivocaba. -sus tiernas caricias me conmovían y escuchaba incrédulo todo lo que me decía, ¿cómo había estado tan ciego para no darme cuenta antes? Tuvieron que ser Oriol y Eduardo los que quisieron abrirme los ojos y tampoco llegue a creerlos

-Alberto, mi amor. -me volvió a besar con la pasión contenida y yo le respondía ya totalmente entregado.

-Vuele a decírmelo, dime que tu también me amas, dime que vivirás a mi lado, dime que te importo, ¡Ay! Mi Ángel querido.

-Lo prometo, cuando por desgracia Eduardo ya no esté con nosotros, seré totalmente tuyo, viviré contigo y para ti mi amor. Ahora será mejor que bajemos, van a pensar mal de nosotros. -Alberto se echó a reír con una alegría diferente a como lo hacía antes

-No creo que les preocupe mucho, tienen bebida y comida para entretenerse. Quiero pedirte un favor, un favor muy importante. -elevé la cabeza para mirarle y vi su rotunda y maravillosa sonrisa.

-Lo que quieras, pídelo. -me dejó suelto y solo me sujetaba la mano cuando colocó una rodilla en el suelo y elevó la vista mirándome con brillos en la mirada.

-¿Quieres ser mi novio? ¿Puedo anunciarlo cuando bajemos? -me había dejado perplejo al arrodillarse, y sus palabras hicieron que mis rodillas temblaran, caí arrodillado a su lado abrazándome a él.

¡Ohh! Alberto, mi amor. Si quiero, deseo ser tu novio y puedes pregonarlo donde quieras. Desde ahora soy solo tuyo y para ti, tu tienes que decirme lo mismo. -le cogía la cara y no dejaba de besarle emocionado. Me había pedido que fuera su novio, de verdad tenía a alguien que me amaba, caíamos al suelo perdiendo el equilibrio a la vez que lloraba y reía.

Seguirá…

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