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Memorias inolvidables (Capítulo 4)

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Mi sobrino Ismaelito, su padre y sus tíos.

Ismaelito es la oztia, como decía un amigo mío al que llamábamos «er cordobé»: «¡ere la oztia, esaborío, olé la mare que te parió d’un zolo gorpe, jo’é!». Ismaelito es un hijueputa como ninguno; no un hijueputa en serie sino hecho ex profeso. Ismaelito es el hijo mayor de mi hermano Andrés. Yo conozco a mis hermanos y quizá más a mi hermano Andrés por ser el mayor. Es un cojudo como mi padre. No falta mucho para que su mujer le diga que le duele la cabeza cuando él le pida hacer el amor y ella se niegue con la acostumbrada excusa de las mujeres, para que ya no la moleste más, se busque una querida fuera de casa o haga como mi padre, cuando le falle la empleada, ir de putas. Están ahí, es un escaparate que tiene muestras para elegir, lo que hace falta es tener bolsillo y mi hermano lo tiene.

Lo que no entiende mi hermano es que su hijo Ismaelito, del cual soy su padrino, sea gay. Me echa la culpa a mí, porque dice que yo me doy la gran vida y su muchacho también. Mi hermano tiene dos hijos, Ismaelito tiene 16 años y ya se ha declarado gay para la familia.

Ismaelito me pidió venirse conmigo, le respondí que ha de esperar a tener la edad y la libertad de poderlo hacer. A los 18 tendrá edad, pero su libertad la tendrá cuando acabe bachillerato en el colegio. Si quiere ir a la universidad tendrá que retrasarlo, porque donde yo estoy no hay universidad. Es decir, mi sobrino Ismaelito está en la lista de espera. El abuelo paga, el abuelo manda, luego ha de estar donde quiera el abuelo.

He contado el deseo de Ismaelito de venirse conmigo y cómo no es posible de momento, lo cual no quiere decir que acabe viniéndose conmigo. Lo importante es que haga estudios para valerse por sí mismo. Cuando escribo estas letras todavía tiene que concluir estudios universitarios. Sé poco de él, solo un par de veces lo ha hecho venir mi padre con él, pero nunca con la abuela. El problema de la abuela, es decir, de mi madre, es que no sé qué médico le ha dicho que la homosexualidad es congénita y que yo lo he heredado de ella y su nieto lo mismo, solo que se ha saltado una generación. Ella quisiera borrar esa «lacra». Por más que he querido sonsacarles qué médico ha dicho eso, nunca ha sido posible, porque no se pueden hacer afirmaciones de esta índole sin comprobarlas, simplemente porque así le parezca a alguien. Jamás se me ocurriría culpar a mi madre de nada, aunque fuese congénito. Que yo no la quiera, no la culpa de nada, ¿qué culpa podría tener ella? Eso es lo mismo que si un niño es rubio y su madre también, cualquiera sabe de dónde viene el color del cabello. He conocido niños rubios de padres morenos, ¿dónde estará el rubio que ha dejado esa constante en el ADN? No estoy nada descontento de ser homosexual, aunque lo hubiera heredado de mi madre, además me gusta ser homosexual y no reniego de serlo. En esto estoy dispuesto a defender a mi madre, a pesar de todo, pero ni ella quiere.

Pero mi madre tiene un problema mayor, sus tres primeros hijos, tan machos ellos. Mi hermano Andrés siempre burlándose de mí y en privado puedo decir que me despreciaba, aunque nunca lo dijo, pero lo sentí. Y ahora su primer hijo, del que él hacía gala de ser su propia persona por lo que se le parecía, resulta que es homosexual. Me da pena mi hermano porque no lo acepta y va a enloquecer si sigue con esos pensamientos. Él dice que ha sido porque yo hablaba mucho con él y le he influido y al chico se le ha pegado; sé que no lo piensa así, pero decirlo le sirve de excusa para sentirse menos culpable, sin tener por qué ser culpable (la gente se complica la vida por nada). Por más que le haya dicho yo que ni él ni yo somos culpables de nada, porque no es un mal, y si lo fuera no es deseado a priori, sino que sería devenido, somos así y para qué más razones.

Para mi madre el mayor era como la niña de sus ojos. Se divorció y a mi madre se le cayó la luna en la cabeza. Su hijo, su hijo preferido, su mejor hijo, abandonado por su mujer, cuando estaba en estado del tercero. Ismaelito es el mayor, el segundo se llama Toño y el tercero es Zigor, nombre de origen vasco por su abuelo materno que es de Bilbao. A este último no lo conozco, ni lo he visto, ni siquiera por foto. Toño es un muchacho simpático que ha sido muy cariñoso conmigo, pero ya hace tiempo que no los veo, desde que me fui de casa. Era entonces pequeño. Familia rota, separada, hermanos por dos lugares sin relacionarse a su tierna edad. Esa es otra desgracia de mi madre, que nunca ha sabido tratar a su nuera y quería mandar sobre ella. Desgracia de mi hermano que lo mal consintió.

Timoteo es otro caso. Este es soltero, será el soltero eterno porque no quiere comprometerse nunca a nada, ni siquiera al trabajo. Es el eterno segundón que no sirve para nada. No piensa, no estudió nunca; mis padres tuvieron que hacer muchos regalos a sus profesores para que lo dejaran pasar de curso y el asunto cada vez iba a peor. No pudo acabar el bachillerato. Era imposible. Faltaban conocimientos básicos y capacidad de pensamiento. Algo ha desarrollado muy bien: cómo sacarle dinero a su madre, que es mi madre, para poderse desahogar con putas. Lo suyo con putas es casi a diario, por eso siempre acude a putas baratas para descargar y hasta el día siguiente. Quizá, según los rumores que se oían, se entienda con mi hermana Angustias y cesen las putas. En el terreno familiar sería un paso adelante hacia la moral tradicional.

El ejemplo de la casa es Santiago, aunque depende de qué, porque si se avergüenza de su «hermano maricón», como él dice, no puede presentarse como modelo de casi nada o de nada. Pero sí, él es feliz siendo maestro y criando sus hijos, me alegro por él. Quizá un día me necesite e igual ni se atreve a buscarme; entonces, además de poco ejemplar, sería tonto. No puedo decir nada de mis sobrinos hijos de Santiago, ya lo dije más arriba. No tengo pena porque no los conozco, tampoco tengo de qué enorgullecerme en mis sobrinos hijos de Santiago, porque no tenemos roce. No sé si saben que existo, y tampoco sé sus nombres, porque he tenido que olvidarlos. El dolor se puede aguantar un tiempo, luego es necesario olvidar para sobrevivirlo.

Pero vamos a ver quiénes son estos hermanos tan ejemplares que tengo yo, que son mayores que yo y que son la dicha de mi familia, sobre todo de mi madre. Los dos mayores, Andrés y Timoteo no tienen estudios superiores. Creo que no se acuerdan de la mitad de lo que estudiaron en su bachillerato. Ambos son agricultores, primero a las órdenes de mi padre, luego, cuando se hicieron dueños de las tierras, dilapidaron. Ahí está mi madre ayudándoles a sobrevivir. Mi hermano Santiago, nada más y nada menos que maestro. Estos tres fueron los primeros en violarme, ahora lo descubro para todo el mundo en este capítulo, porque ayer se lo conté a mi padre frente a mi madre. Son merecedores de desprecio, pero al fin y al cabo son mis hermanos. Los hechos ocurrieron de una manera de lo más inopinada e impensable.

Yo no oculté, desde que supe mis tendencias, lo que sentía. Me confié primero que nada a mi hermano mayor, Andrés. Le conté todo lo que sentía, lo que pensaba y mi atracción hacia los hombres. Todavía no se había casado, pero tenía ya a su novia Eleonora y decía estar enamorada de ella, y lo creo, porque es bonita y simpática, además de generosa. Pero no supo darme ninguna orientación a mi desconcierto. Por el contrario —estoy hablando de mi primera vez—, una noche, Andrés me despertó suavemente y me asusté de vérmelo al lado, solo llevaba su calzoncillo, mientras yo iba vestido con mi pijama completo desde el cuello a los pies. Lo único que había aprendido era a quitarme todo antes de ponerme el pijama de punto, ajustado al cuerpo. Claro que me tocaba el pene, pero me asustaba cuando llegaba a hacerme unas raras cosquillas como si me fuera a pasar algo. También descubrí que algunas noches eyaculaba semen muy oloroso, más agradable que la orina y que dejaba como una costra en mis genitales y en el pantalón del pijama. Como me daba cierto reparo hablar de eso, me quedaba en mi ignorancia y yo solo me soporte a mi mismo y me daba gusto con mi mano.

El asunto es que un día me asusté al ver a mi hermano Andrés junto a mí y con palabras para trasmitirme calma de no sé qué si no era del susto que me había dado:

— Estabas soñando algo horrible y gritabas, cálmate, —dijo.

No recordaba ningún sueño, ni estaba sudado, ni tenía pesadilla. Pero Andrés me hizo creer que estaba sudado porque había sufrido y que para no resfriarme, mejor que me quitara el pijama. Yo quise cambiarlo por otro, pero me dijo que mejor abrigado en la cama sin pijama por si volvía a sudar y que él me acompañaba para cuidar mi sueño y bla, bla, bla… me dormí suave y con sueño ligero porque no me fiaba de mi hermano. Al rato Andrés se movió, desperté del todo pero me quedé quieto y pensé que se iba al no hacerle caso. A momento me di cuenta que estaba pegado a mí. Se había movido para quitarse el calzoncillo. Al arrimarse, noté su polla, que no era digamos muy extraordinariamente grande —incluso más pequeña que la mía—, pero la tenía dura. La notaba como un palo paseándose por mi culo, como buscando algo y sentía que me dejaba humedad.

— Andrés, ¿qué pasa?, —pregunté.

— Nada, Ismael que sigues soñando y te voy a aliviar tu sueño, estate quieto, la causa de tu mal sueño está aquí en tu culito.

No estuve soñando, yo sabía que no estuve soñando, supe que me estaba mintiendo, pero también supe que me estaba gustando y sentía algo en mi culo que me pedía que ocurriera alguna cosa. Con mi mano me toqué la entrada de mi culo y me rasqué con un dedo. Suavemente Andrés quitó la mano, me la puso en mis genitales y metía un dedo en mi culo y luego dos, no podría jurarlo pero estoy seguro que llegó a meter tres. Yo notaba que mi polla crecía y como tenía la mano en ella, me la manoseaba agradablemente y sentía gusto de hacer lo que hacía y de sentir lo que me hacía Andrés.

Andrés apuntó su polla a mi agujero. Noté el comienzo y presionó, entró el capullo o eso me pareció a mí, no sentí más que algo me había entrado en mi agujero. Esperé para saber lo que podría pasar y pasó. La metió con más fuerza de lo que quería y grité, me puso una mano en la boca y la otra en mi abdomen para empujar. Sentí un dolor agudo y amargo, que se mantenía. Me dijo:

— Muévete, haz movimiento en círculo y se suavizará.

Hice lo que me dijo y al rato, cuando ya tenía los ojos llenos de lágrimas de dolor comencé a sentir algo distinto, un gusto o placer que me notaba en mi pene que iba creciendo y se me puso duro como un garrote. Noté que en mis entrañas ocurría algo extraño, entraba un líquido a golpes dentro de mí y que mi cuerpo sentía un extremado placer, mayor que cuando me bañaba en agua tibia en la bañera de casa. Era un placer que sentía en todo mi cuerpo e intensamente en mi pene y en mi bolsa de los huevos. Todo ese placer explotó con varios chorros que salían de mi pene con furia. Me mojaron la mano y luego puse mi mano en el pene que iba soltando de ese mismo líquido viscoso y oloroso, puse mis dedos en la boca y me gustó mi semen y me lo tragué, lamí toda mi mano y me gustó más.

Mi hermano ya había soltado mi boca hacía rato y estaba abrazándome y besando mi cuello.

Para mis hermanos siempre era yo un ignorante, quizá por mi discreción. Como vi que esa falsa idea que tenían de mí me iba a ser muy útil para obtener placer de ellos, seguí con mi supuesta «ignorancia».

— ¿Qué ha pasado, Andrés? ¿Qué ha sido eso?, —me hice el inocente, como si no supiera nada de la vida.

— Que ya eres un hombre, —me contestó cobardemente.

Entonces noté que poco a poco sacaba su polla de mi culo, se levantó de la cama y se fue cuidando de no hacer ruido. Me quedé un poco solo y preocupado porque de mi culo comenzó a salir algo húmedo. Era la primera vez que me follaba y no pensé que ocurriría esto. Encendí la luz, descubrí la sábana mojada con el líquido viscoso, lo toqué con el dedo, me lo puse en la boca, me gustó, pero quedaba más grumoso y no me interesó. Toqué mi culo con mi mano y miré lo que salía. Yo pensaba si sería sangre, pero era blanco, muy blanco y correoso. No estaba seco, pero tampoco viscoso. Lo vi limpio, muy blanco y lo probé, estaba muy agrio y no me gustó. No sabía por qué se me escurría el semen del culo, aún no había aprendido a retenerlo. Lo primero que pensé es que me había salido un semen por el pene más bueno y otro por el culo muy desagradable. Seguí mirando cómo salía retorciendo mi cuerpo, sentí un espasmo que me provocó mi barriga, empujé y salió como un chorro. Noté que estaba sucio de mierda y pensé que por eso tenía mal sabor. Me levanté, cogí papel higiénico del baño que está en el pasillo y limpié lo que había salido del culo, luego pasé el papel por la mancha de lo que había salido del pene. Me puse el pijama, me acosté, busqué colocarme de modo que no notara la humedad y quieto allí pensé que no había tenido un mal sueño, que no había tenido pesadillas y que lo que había salido por el culo era por la follada de Andrés. Me dormí.

Vino mi madre a despertarme, porque me retrasaba. Hizo lo que hacía todos los días que yo tenía el sueño profundo, me quitaba las sábanas y me echaba unas gotitas de agua.

— ¿Has dormido bien?, —es una pregunta que no me había hecho nunca. Siempre me despertaba diciéndome: «Arriba, gandul» y me daba un cachetazo al culo. Yo saltaba de la cama. Ese día no salté. Yo olía un olor raro e intenso en el ambiente de la habitación. Mi madre debió notarlo también y abrió las ventanas.

— Cuando te despiertes mojado, abres las ventanas para que se airee, que lo tuyo huele muy intenso; ponte bien el despertador y levántate por tu cuenta.

El olor intenso no era por mi semen, sino por el de Andrés, la verdad es que apestaba. Mi madre pensó que yo había comenzado a masturbarme muy tarde, porque soy algo tonto. Todo era fruto de su moral, puro secretismo, ni preguntó, ni explicó, ni tuvo más compasión de mí en adelante. Dejé de ser un chico educado para convertirme en un macho más que aguantar. Ya podía yo ser cariñoso. Un día que la quise acariciar me dijo para herirme:

— Vale más ser hombre que un sarasa, déjate de mariconadas.

Me hirió, sí, no supo aceptar el hijo que tenía, ese día ya supo qué era yo, aunque nada dijo, ni a mi padre le dijo nada entonces. Él lo supo cuando yo salí del clóset, pero mi madre descargó sobre mí lo que imaginaba, pero no puso nunca remedio. Uno de los días que acompañó a mi padre para verme, me preguntó:

— ¿Con quien follaste la primera vez? ¿Fue con tu padre?

Mi padre, que estaba presente, se puso muy sorprendido de la pregunta y no le salían las palabras para aclarar que no. Entonces le dije:

— No. Fue tu hijo Andrés el que me violó por primera vez.

Nunca más mi madre se metió con mi vida. Pensé y acerté que mi madre no vino a verme muchas veces porque sentía vergüenza. A mi padre le había invitado a ir de putas, no para que se aliviara, sino para que se curara de lo que ella pensaba que me había hecho. Mi madre notó la mezcla de dos olores diferentes. Andrés era el hijo preferido de mi madre. Ese día le salió rana. Sobre todo cuando le dije que no fue una vez, que fueron muchas veces y entonces le dije:

— Andrés fue siempre tu preferido, lo que a mí me da lo mismo, porque tus preferencias me las paso por el culo —mi padre me miró recio, pero le gustaba lo que le decía a la vieja—, no te preocupes, papá, las tuyas me las paso por debajo de los huevos, me gusta más y me produce más placer. Tu hijo preferido, mamá, es maricón también, solo que nunca salió del armario, se casó para disimular, pero tiene un querido y doy gracias que lo ha encontrado y lo tiene escondido, porque así no desgraciará a su hijo como desgració a su hermano. Pero te digo más, mamá, no solo me folló varias meces abusando de mí, lo dijo a los otros dos hermanos míos y tanto Timoteo como Santiago han abusado de mí y me han violado. Esos son tus hijos, yo solo he sido para ti una mierda, justo lo que ahora veo en ti que eres para mí.

— Respeta a tu madre, —dijo mi padre sin fuerza ni rigor.

— Yo la respeto, papá, todavía la considero mi madre y le digo mamá; pero la respeto como ella me ha respetado a mí; siempre me ha considerado un deshecho y una desgraciada desdicha; la desdichada es ella, que mira qué hijos te ha dado, y no me meto en mi pobre hermana Angustias.

— Deja a tu hermana estar, —dijo mi padre suplicando.

— La dejo estar, pero dejadme vosotros estar a mí también. No vengáis aquí al pueblo si quieres verme, venid a mi casa, arriba, si queréis hablar conmigo, os recibiré bien, a ti, papá, mejor que a mamá y a cualquier puta que traigas contigo también, bienvenida sea.

— Tu madre no es una puta, cuida tu lengua, —dijo mi padre sin fuerza.

— Y si no cuido mi lengua ¿qué pasara…? ¿Eh? Dime, ¿qué pasaría? Tampoco me refería a esta mujer, aunque me ha hecho muchas putadas, sino a las tuyas, si tienes muchas; tan preocupado por tu hijo el maricón y fíjate qué familia tienes, hasta tú, papá, eres un gran putañero porque esta no te da lo que te corresponde. Tú sabes que la mujer que has mantenido te ha negado el sagrado débito y al final te ha convertido en un buen putañero, ya lo dice el refrán: «Al tahúr nunca le falta qué jugar ni al putañero qué gastar».

***** ***** *****

Las folladas de mis hermanos y su violencia sin piedad al follar fueron constantes. Me acuerdo del día que se me presentó Timoteo a mi habitación que abrió sin llamar y cerró el pestillo por dentro. Él venía con un pantalón de pijama suelto y a pecho descubierto. Sabía que yo estaba despierto porque acabábamos de estar ante el televisor y era imposible que me hubiera dormido, además recién me había puesto el pijama y aún no había abierto la cama. Tardó lo justo para ponerse su pijama.

— Dicen que tienes malos sueños, Ismael, ¿es cierto?, —dijo.

— No sé, creo que ya no, —respondí.

— Pero no duermes bien, se te nota, —mintió.

— No sé qué se me nota, —dije.

— De todas formas te acompaño hoy y a ver si te vas aliviando, —me propuso sin pedir permiso y se metió a la cama.

A mí me había gustado lo que me había hecho ya unas cuatro veces Andrés que no supo callar y se lo dijo a Timoteo, entonces si este venía a lo mismo, me iba a gustar, entonces le pregunté:

— ¿Me quito ya el pijama?

Se me quedó mirando, adivinando que yo fui más listo que él, porque le adiviné sus malas intenciones.

— Si, mejor, sí; aprovecho y me lo quito yo también, —respondió.

— Pues quiero ver lo que haces y cómo lo haces, —le respondí como le había dicho anteriormente a Andrés que había accedido y me resultó más placentero.

Tiré la sábana a los pies de la cama, puse la almohada debajo de mis caderas y levanté las piernas acercándome las rodillas a mi pecho. Le tendí una caja de vaselina que había cogido del baño de mis padres y supo qué hacer con ello.

Lo de la vaselina lo había aprendido yo solo, me metía el dedo y me costaba, con agua igual me costaba metérmelo, con saliva menos y un día que estaba en casa solo, me metí en el baño de mis padres a escudriñar sin ninguna intención, sino pura curiosidad, olí bragas de mi madre y no me gustaron, olí calzoncillos de mi padre y tampoco porque olían demasiado a sudor; encontré varias cosas que no sabía para qué se usaban y por fin encontré vaselina alcanforada y sin alcanfor. Como me habían puesto algunas veces vaselina en la nariz y me parecía que los dedos patinaban, entonces me llevé el tubo de la alcanforada y la caja redonda sin alcanfor. Por el buen olor me puse vaselina alcanforada en el dedo y entró fácilmente y me dio gusto, pero picaba algo. Así que al día siguiente me puse pura vaselina, el efecto fue el mismo pero sin escozor. Me agradó.

A Timoteo se la di pensando que pediría explicación, pero no, se la colocó en su polla y metió un dedo untado en mi culo. Con las nalgas bien abiertas y la vaselina, la polla de Timoteo, con ser algo más gruesa que la de Andrés, entró suave y agradablemente. Me gustó y entré en un delirium tremens que me hacía gemir de gusto:

— ¡Aaaaaah, ¡aaaaaah!, ¡aaaaaah! ¡qué gusto! así, así, —decía o gritaba yo.

— No grites tanto.

Comenzó muy pronto a meter y sacar con movimientos bruscos y se corrió en mi interior. Luego me corrí yo, porque me había puesto a masturbarme. Lo miré a la cara, vi que sentía vergüenza, tal vez porque se corrió antes que yo, quizá porque se dio cuenta que su hermanito ya no era un ignorante o bien porque mi polla aún era mayor que la suya. Timoteo lo gozó y me preguntó:

— ¿Te molestaría que viniera alguna vez más?

— No, ¿por qué debía molestarme si eres mi hermano?, —dije.

Se inclinó, me besó y aprendí algo nuevo, que para sacar placer del beso había que meter lengua en la boca del otro. No tuve necesidad de que me explicara nadie. El beso ruidoso que se da en la cara no es más que una parodia del auténtico beso a la boca con un juego de lengua y mezcla de semen. Pero ninguno de mis hermanos comía semen. Pienso que no lo han probado nunca, a mí me gustó el mío desde el primer instante y el de los demás me gustó después de probar varios. Por eso, ese día, cuando mi hermano se iba después de haber descargado en mi culo, le dije:

— Timo, ¿no quieres que te dé una mamada a tu pene y te lo vuelva a levantar?

Se tumbó en la cama con el pijama en la mano y comencé a mamársela, como me había mamado a mí mismo. Yo solo había descubierto el secreto del anillo, el placer del frenillo y la sensación de lamer la polla. Le hice las tres cosas hasta hacerle gemir de gusto. Se le puso dura, muy dura cuando le lamía el tallo del pene. Se puso a removerse cuando le pasaba la lengua por el anillo y, cuando con la punta de la lengua le apretaba el frenillo, gritó. Adiviné que se iba a correr y metí su polla del todo en mi boca y la cerré bien. Casi me ahogo, pero hice correr la mitad del semen al interior de mi barriga y abrí la boca mostrándole mi boca con gran parte de su semen. Sus ojos parecía que daban vueltas, entre la eyaculación que le había producido mi mamada y ver su semen en mi boca estaba como alocado. Lamí bien su pene, para recoger todo y me lo fui tragando despacio mientras él me miraba. Cuando acabé y mi lengua estaba de nuevo roja, solo quedaba el olor y sabor a semen, me preguntó:

— ¿Está bueno?

— Muy bueno, como el mío, —respondí.

— ¿Cómo sabe?

— Muy rico.

— ¿Cómo huele?

— Bésame y lo hueles.

Se agachó, me besó, le puse la lengua en su boca, me lamió la lengua y el paladar y luego me dijo:

— ¿La próxima vez me darás a probar?

— Sí.

Se levantó y con una sonrisa se despidió y salió de mi habitación, me quedé muy a gusto.

No fue esta la última vez que Timoteo venía a mi habitación y teníamos sexo, Fueron varios meses en los que Andrés y Timoteo me pasaron por la piedra y yo los disfrutaba. Unas veces eran solo mamadas y me decían que incluso mejor que sus novias…, bueno Andrés me decía:

— Mi novia no me la quiere mamar, dice que es una cochinada.

Por curiosidad le pregunté a Timoteo si alguna de sus chicas se la mamaba. Me dijo:

— ¡Que va! Ni por imitación, ninguna de ellas me la chupa, no la mamarían como tú, tú las superas con creces, el placer que me ofreces no es el mismo, lo que tú haces es más intenso, largo e insuperable.

A decir verdad estas alabanzas elevaban mi ego y mis hermanos me gustaban cada vez más. Ellos me ofrecían placer, aunque creo que ellos entendían que yo no lo obtenía sino que era un vicio por ser maricón. Ellos pensaban o piensan que nosotros no sentimos placer cuando le mamamos a alguien la polla o cuando nos follan el culo. Una vez mi hermano Timoteo me preguntó:

— ¿Tú sientes placer o es que te gusta que te la metan por el culo?

No me dejó responderle, se fue. No le interesaba mi placer, ni que yo me sintiera bien, ni que participara con ellos de una actividad agradable para los dos. Para ellos todo consistía en venir, violarme y marcharse. Pero para mí era tener unas pollas en mi boca que me hacían disfrutar o en el culo que me hacían ver el cielo.

Después de varios meses, comenzó a extrañarme que Santiago no se hubiera enterado de lo que hacíamos Andrés, Timoteo y yo. Porque para mí no era que venían a violarme, sino algo que hacíamos los tres. Pero dejé pasar, un cierto tiempo. Ya entonces les guiñaba el ojo antes de irme a acostar y ya me metía en la cama desnudo esperándoles. Un día vinieron juntos Andrés y Timoteo. Ese día para mí fue el mejor de todos hasta ese momento, mientras mamaba la polla de uno el otro me daba por el culo. Descansamos un rato y cambiaron. Primero se la mamé a Timoteo y Andrés me penetró, luego se la mamé a Andrés y Timoteo me folló. La lefa de Andrés era agria y desagradable, la de Timoteo era salada y de buen gusto al paladar. Timoteo follaba con amor, con cariño, con ganas. Andrés, penetraba el culo y descargaba, no le importaba nada más. Para mí era mejor cuando estaba con Timoteo, hablábamos más y follábamos mejor. Andrés cada vez se fue distanciando más. Entonces me enteré que iba en serio con su novia Eleonora y que se iba a casar.

Una demostración de que los dos hermanos no se llevaban bien, fue que desde que Andrés dejó de venir a mi habitación, comenzó a venir Santiago. Me lo dijo él mismo cuando yo le pregunté:

— ¿Por qué has venido? ¿Quién te ha dicho?

— Andrés me ha dicho que te gusta que te follen, y que Timoteo se aprovecha mucho de ti… Andrés anda muy preocupado de que Timoteo te haga daño porque viene con frecuencia, y Andrés lo supo y vino una vez y no le gustó lo que vio que te hacía Timoteo.

Me hizo mucho daño la mentira de Andrés a Santiago, me dolió con toda el alma, porque era un desprecio entre hermanos, hacia Santiago y hacia mí. Me callé porque me parecía oportuno. Santiago me avisaba casi siempre de la siguiente manera:

— Hoy estudiaré hasta muy tarde y me pondré nervioso, ¿quieres que te visite esta noche?

Solía decirle que sí y cerrábamos siempre la puerta. Nunca supo Timoteo que estaba conmigo Santiago, alguna vez llamó a la puerta y si no le contestaba pensaba que estaba con Andrés. Hoy Andrés y Timoteo viven en casa de mis padres, uno, Andrés, abandonado por su mujer, el otro Timoteo, soltero, pero no se hablan. Eso lo soporta muy bien mi madre, que no se hablen, así ella siempre será la mandamás.

Cuando Santiago se hizo novia, dejó de venir a mi habitación, se casó y desapareció de mi vista. Timoteo se burló un día de mí de muy mala manera y me maltrató con la lengua. Dejé de recibirle. Esa misma noche vino y me levanté con mi pijama puesto y lo mandé fuera. A partir de ese día decidí cerrar por dentro la habitación siempre que estaba allí, tanto para dormir como para estudiar.

No soy mejor que mis hermanos, aunque tengo mejores calificaciones. Conseguí concluir mi carrera con muy buen promedio. No los necesito ni a ellos ni a mi padre para tener una vida que me satisface y complace. Dos de ellos, Andrés y Timoteo, me parecen unos pobres desgraciados, del otro no puedo decir nada porque no sé, pero es maestro. Sé que no es muy inteligente pero si su mujer lo es, me alegro y presiento que pueden ser felices; si es así, me alegro. Tampoco les deseo ningún mal, sino todo lo contrario, que tengan la mayor felicidad posible en esta vida.

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