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Mientras mi novio duerme (Parte 1)

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1

Me llamo Camila, tengo veinticuatro años, y voy a compartir mi historia a través de este medio, ya que necesito desahogarme, y qué mejor manera de hacerlo que ante un montón de extraños anónimos. Voy a comenzar a contar mi historia a partir del momento en que mi vida comenzó a complicarse.

Esto fue hace solo tres meses. Era un día lluvioso, demasiado fresco teniendo en cuenta que era verano. Estaba en la casa de mi novio. No convivimos, pero la verdad que paso más tiempo ahí, que en la casa de mi abuela, que es donde realmente vivo. Habíamos terminado de ver una película por Netflix, y ya era más de media noche. Ninguno de los dos tenía sueño, así que decidimos que veríamos otra. Pero antes necesitaba unos mimos. Me había puesto una pollera, a propósito, esperando que Martín, mi novio, me acariciara las piernas mientras mirábamos la tele. Eso me pone a mil: que me acaricien las piernas. Pero él no había hecho nada.

Aun así, no me molesté. No creo en eso de que el hombre deba tomar siempre la iniciativa, y menos aún, cuando ya hay una relación de un año de por medio. Mientras Martín exploraba en la página, buscando la siguiente película, le di un beso en el cuello, y luego un chupón.

— ¿Qué hacés? —dijo Martín, entre risas, ya que sentía cosquillas en el cuello.

— Esto. — Dije yo, y mientras seguía besándolo, mi mano de uñas largas apretó su bulto, por encima del pantalón. Martín giró y me besó en los labios, al tiempo que rodeaba mi cintura delgada con sus manos.

— ¿No íbamos a ver una película? — me preguntó, cuando los labios se separaron.

— Tenemos toda la noche para ver películas ¿Qué pasa? ¿Ya no te gusto? — le dije, frotando su sexo, sintiendo cómo muy lentamente comenzaba a inflamarse.

— Claro que me gustás. — dijo él, acariciando con las yemas de los dedos todo el largo de mi espalda. — Me gustás mucho.

— ¿Qué te gusta de mí? —pregunté, ávida de cumplidos.

— Todo.

— ¿Mis piernas te gustan?

— Me encantan — dijo él, y apoyó su mano en mi rodilla, y la metió por debajo de la pollera con lentitud y ternura.

— ¿Y qué más? — inquirí.

— Vos sabés qué me gusta. — dijo él, mientras le volvía a besar el cuello. — tus labios gruesos, tu cuello de cisne, tu cintura de avispa, tu piel marrón, tu pelo negro como la noche.

— ¿Y mis tetas? ¿Son chiquitas, no? — pregunté, con un fingido tono de tristeza.

— Son hermosas. — Dijo Martin, y acto seguido se apoderó de una de mis tetas, cuyo pezón estaba casi tan duro como su pija. — pero hay algo que me gusta más. — susurró. Deslizó lentamente la mano que ya estaba muy cerca de mi tanguita, y se apoderó de mi nalga. — Tu culo me encanta.

Me sacó la tanga. Yo me di vuelta y me puse en cuatro sobre el sillón. Martín me levantó la pollera hasta la cintura y me lamió las nalgas con pasión, alternando las lamidas con mordiscos. Luego se bajó los pantalones y mientras me manoseaba el culo con una mano, con la otra se ayudaba a apuntar su sexo en la dirección correcta. Me penetró una y otra vez, haciéndome gemir de placer, hasta que acabó, eyaculando en las nalgas que tanto le gustaban.

Pero solo duró cinco minutos.

— Ya vengo. — dije. Alzando la pollera con las manos, para que no se ensucie, sintiendo como el semen impregnado en mi trasero se deslizaba hasta llegar a las piernas. Entré al baño y me limpié. Mientras lo hacía pensaba en si era oportuno decirle algo a Martín. Cada vez que hacíamos el amor duraba un poco menos que la vez anterior. No lo consideraba un eyaculador precoz, pero hacía mucho tiempo que no duraba lo suficiente como para que yo alcance el orgasmo. Decidí no decirle nada. Seguramente estaría consciente de su problema, y haría lo necesario para solucionarlo.

— Mirá, esta película parece buena. — dijo una vez que volví al living. Me di cuenta de que fingía que nada había pasado, pero su sonrisa era un poco forzada. Pensé que si no quería hablar del tema era mejor no molestarlo. Si lo presionaba podría empeorar las cosas. Más bien debería preguntarle si había algo que lo estuviese molestando. Algo que le causase estrés y desconcentración. Pero eso haría al día siguiente. Nos quedamos acurrucados, viendo la película. Cada tanto lo observaba, y se notaba cierta contrariedad en su semblante. Me sentí mal por él. A los hombres les gustaba sentirse unos sementales, y Martín estaba lejos de serlo.

Para que entienda que, de mi parte, estaba todo bien, al finalizar la película le practiqué sexo oral. Cuando acabó, dejé que lo hiciera adentro mío, a pesar de que eso no me gusta mucho que digamos. Y por si fuera poco le mostré cómo me tragaba toda su leche.

— Te amo cuando hacés eso. — me dijo.

— Lo sé. — contesté.

Acto seguido acarició con ímpetu mis piernas. Se arrodilló. Me quitó la tanga, y me devolvió el favor practicándome sexo oral. Yo estaba bastante calentita después de tanto manoseo, pero aun así le costó mucho trabajo hacerme acabar. De todas formas, pude ver en su sonrisa, que había recuperado parte de la hombría que había perdido hace un par de horas.

2

— Viene Ezequiel de visita. —me dijo cuando estábamos desayunando.

Nos habíamos levantado a las diez de la mañana. Muy temprano considerando que estuvimos hasta las cuatro de la madrugada mirando películas. Martín tenía ojeras profundas mientras tomaba un sorbo de café que lo ayudaría a desperezarse. Cuando pronunció esas palabras lo dijo con voz apagada, y yo apenas le comprendí.

— ¿Viene Eze? —Pregunté.

— Sí, viene hoy. —me contestó dirigiendo sus encantadores ojos celestes hacia mí. A pesar de estar despeinado, y vestido con una remera arrugada y un short de fútbol, no podía más que sentirme cautivada por su mirada de cielo. Martín es un chico que a simple vista pasa desapercibido, y probablemente por eso es tan humilde, y por momentos, inseguro. Pero una vez que se lo tiene cerca, una descubre sus facciones peculiares, heredadas de sus antepasados hebreos, y sobre todo, sus ojos hipnóticos. Sin embargo, en ese momento su belleza estaba ensombrecida por su expresión melancólica.

— Qué bueno, pero ¿No estás contento de ver a tu hermano? Hace años que no lo ves. —le pregunté.

— Sí… bah, mas o menos. —Me contestó Martín.— Viste como es Eze. —dijo, dejando la oración colgada en el aire.

Yo sabía cómo era Eze. Los conozco a los dos desde la adolescencia. Nunca fuimos muy cercanos (con ninguno de los dos), pero en el barrio nos conocíamos todos. Ezequiel era hiperactivo, canchero, fuerte, y sobre todo, burlón. Y el receptáculo de la mayoría de las burlas era su hermano menor. Yo sospechaba que Ezequiel no se daba cuenta del daño que su actitud producía en la relación con Martín, porque me resulta imposible creer que quisiera alejar a su hermano de él. Pero Martín era muy sensible, y según él mismo me confesó en una noche de intimidad, siempre necesitó un verdadero hermano mayor, alguien que lo proteja, alguien que le de los consejos que no se animaba a pedir a su padre. Pero en Ezequiel no encontró nada de eso. Siempre le guardó cierto rencor, ya que, incluso de grandes, Ezequiel lo trataba como a un pelele. Usaba su físico para intimidarlo, le recordaba continuamente las torpezas que cometía siendo un niño, y era tan carismático, que todos los chicos (y sobre todo las chicas) lo seguían como si fuese un líder natural, mientras que Martín pasó una adolescencia solitaria, viviendo a la sombra de su hermano mayor.

— Tranquilo mi amor — le dije, y me puse de pie para ir a sentarme a su regazo. — vas a ver que la van a pasar bien. Él te debe extrañar un montón. ¡Es tu hermano! — le dije con ternura, no sin sentir, al mismo tiempo, que a quien estaba convenciendo no era un hombre, sino un niño.

— Sí, ya sé. Yo también lo extraño. — dijo Martín, esbozando una forzosa media sonrisa.

Me puse de pie, dándole la espalda. Quedé muy apretada, entre la mesa y él.

— Voy levantando la mesa. — dije. Martín no había terminado el café. Pero yo comencé a juntar las tazas para llevarlas a la cocina. Para agarrar la mía tuve que estirar los brazos e inclinarme levemente. Lo hice lentamente para que Martín se deleite con mi cola, que esta vez estaba enfundada con una calza negra que me entraba como guante. Mi novio pareció entender el juego y enseguida apoyó sus manos en mis nalgas, y las masajeó suavemente con las yemas de los dedos, dibujando círculos sobre mis glúteos.

— Tenés un culo para el infarto. — me dijo mi chico, mientras empezaba a acariciarme con más intensidad. Me di vuelta y vi su gesto. Parecía un nene disfrutando de su juguete favorito, aquel con el que nunca se cansaba de jugar. Flexioné una pierna y me incliné más. Alejé las tazas hasta ponerlas en la otra unta de la mesa y apoyé mi torso sobre la madera.

— Y es todo para vos mi amor.

— ¿Vamos a la cama, o al sofá? — me preguntó, y acto seguido me dio un mordisco en una nalga.

— Cogeme acá.

Martín me bajó la calza. Yo me quité las zapatillas y lo ayudé a despojarme de la prenda. Se deleitó un rato con mi culo. Me dio un rico beso negro que me generó un placer débil, pero agradable. Luego escuché la silla arrastrarse, y enseguida su verga se metió en mi cuerpo. Me penetró cuatro o cinco veces, y yo sentí cómo esa pija que se había introducido como un fierro caliente, se iba convirtiendo lentamente en un chorizo, firme pero blando, hasta que, luego de unos segundos, estaba completamente fláccida.

— Perdoname, ahora no tengo ganas. — susurró con vergüenza.

— Okey, todo bien. — le contesté, mientras se levantaba el pantalón y se iba al baño, dejándome con el culo desnudo sobre la mesa.

3

Luego de esa escena traté de mentalizarme en que no debía preocuparme. Ambos actuamos como si nada hubiera pasado, y yo me fui a lo de mi abuela para dejarlo un rato solo. Pero por la tarde fue imposible no cavilar sobre lo sucedido. Martín me deseaba, no me cabía duda. Se ponía como loco cuando comenzaba a manosearme. Pero por algún motivo le estaba costando mantener la erección. Y lo que sucedió ese día fue la gota que rebalsó el vaso. Apenas había empezado a cogerme y ya no pudo continuar más. ¿Tanto lo aturdía la inminente visita de su hermano? Siempre supe que era algo exagerado. Es de esas personas demasiado sensibles, que la sola existencia del mundo les duele, pero ya era hora de que enfrente la vida con madurez. Me prometí que hablaría con él sobre sus problemas sexuales, pero lo haría luego de la visita de Ezequiel, cuando tuviéramos tiempo para nosotros solos.

A la tarde me llegó un mensaje de Martín. Me pedía que vaya a la noche a cenar con él y con Ezequiel. Le contesté que era mejor que cenase a solas con su hermano, y le sugerí que si Ezequiel tenía alguna actitud que no le gustaba, se lo diga inmediatamente. No me contestó, por lo que intuí que se sentía decepcionado por mi actitud. Pero yo le estaba haciendo un favor.

Ahora, habiendo pasado varios meses, me doy cuenta de que Martín interpretaría mi respuesta como una pequeña venganza por lo sucedido en la mañana. Cosa que dañaría su hombría, ya de por sí deteriorada.

Al día siguiente, para asegurarme de que el pobre no estuviese atormentado, le envié un mensaje preguntándole cómo le había ido. “Muy bien. Como siempre, me recordó cosas vergonzosas de la niñez, y es un desastre, deja las toallas mojadas en cualquier parte, y eructa mientras come. Pero me contó sobre su vida en Malvinas Argentinas, y hablamos como dos adultos. Cosa que creo que hicimos por primera vez” me contestó, cerrando el mensaje agradeciéndome por preguntar, y con varios emoticones de caritas sonrientes. Luego me pidió que esa noche no deje de ir a visitarlo “Ezequiel quiere verte. Dice que se acuerda de vos de cuando vivíamos en el barrio” me escribió. Y yo le respondí que estaba bien, que esa noche iría a cenar con ambos.

Llegué al departamento. Abrí la puerta con el juego de llaves que me había entregado Martín hacía unas semanas. Mientras abría la puerta escuché las risas alegres que venían de la cocina. Ezequiel me había escuchado llegar y salió a recibirme.

— ¡Cami! — me saludó, alegre. Me abrazó con fuerza, y yo sentí todos sus músculos apresando mi cuerpo. Me dio un beso en la mejilla. — Mirá el bombón que se fue a levantar mi hermanito. — dijo cuando me soltó.

Martín también había salido de la cocina y noté que, a pesar de que su sonrisa no se había desvanecido, el comentario no le agradó mucho. Por cierto, a mi tampoco me gustó ¿Quién era Ezequiel para decidir a qué tipo de mujeres se podía levantar su hermano? Lo acababa de ver después de mucho tiempo, siendo esta la primera vez que compartíamos una reunión tan reducida, y ya empezaba a contagiarme del rechazo que sentía mi novio. Sin embargo, enseguida me olvidé de eso. Para malhumorados, con Martín, era suficiente.

A pesar de ese pequeño paso en falso con el que comenzó la velada, luego todo marchó bien. Ezequiel nos contó sobre su aburrido trabajo como contador, y nos deleitó con las descripciones de los lugares que visitó en sus vacaciones, gracias al sueldo que le proporcionaba ese mismo trabajo que aborrecía. Tomamos una cerveza, y luego otra. El ambiente se tornó alegre y pusimos música.

— Vamos al balcón un toque. — propuso Ezequiel.

— Sí, perdoná que no me avivé de mostrarte. No sabés la vista que tiene.

Vivimos en el décimo piso, y nuestro departamento está en uno de los pocos edificios grandes del barrio. De hecho, nos rodean sólo casas y edificios pequeños, por la que la vista es espléndida. De noche, se ve la ciudad iluminada, y los vehículos parecen juguetes que se deslizan por una pista de carreras.

— Esto es hermoso. Los felicito. — dijo Ezequiel. Yo miré a martín, que esbozaba una sonrisa orgullosa.

Charlamos en la terraza, y después nos pusimos a bailar. Martín siempre fue un patadura y sólo bailaba porque estaba alegre. Pero Ezequiel era muy hábil con las piernas, y su cadera se movía mejor que la de muchas mujeres. Bailé en medio de los dos. Martín me besaba cada tanto, y Ezequiel me tomaba de la cintura cada vez que podía. Sentir esas manos extrañas, fuertes como tenazas, sobre mi cuerpo, me generaba un estremecimiento un tanto perturbador. No estaba borracha pero sí un poco alegre por el alcohol. Mientras miraba la noche estrellada y oía la música, que llegaba suave desde el living, recordé algo que hace mucho no recordaba (o fingía olvidar). Ezequiel bailaba, ligero como pluma en el viento, en ese espacio tan reducido, y yo lo veía, como cuando éramos chicos. Yo, una adolescente de dieciséis años. Él, un muchacho de dieciocho, a punto de convertirse en adulto. Recordé su cara, siempre sonriente, igual que esa noche, y sus ojos, celestes como los de su hermano, pero mucho más vivos. Recordé mi obsesión por ese cuerpo trabado, ese mismo cuerpo que ahora se movía, derrochando sensualidad, sólo para mi deleite, ante la mirada inocente de su hermano. Recordé las noches que tuve que apaciguar mi pasión con la autosatisfacción, mientras pensaba en ese chico, aparentemente inalcanzable. Sentí vergüenza de mí misma. Me dije que ya no era una nena, y que debía olvidar aquello, o mejor, que sólo debía recordarlo como algo lejano, algo que le sucedió a otra persona.

Logré hacerlo. Al menos por esa noche.

4

— Y por cuánto tiempo te quedás. — le pregunté al día siguiente mientras los tres desayunábamos.

— ¿Ya querés que me vaya cuñadita? — preguntó Ezequiel, y todos reímos.

— No, para nada. Solo es curiosidad. — dije yo, un tanto avergonzada.

— En unos días debo volver a la rutina de papeles y teclados. — comentó, sin dar mayores precisiones. — Pero antes me gustaría invitarlos a algún bar, a comer algo y a emborracharnos.

— Paso con lo de la borrachera, pero te acompañamos al bar ¿cierto mi amor?

— Sí, claro. — contesté yo. — hace rato que no salimos de noche. —agregué, sin reparar en que podría sonar a reproche.

— Entonces hoy saldremos. — dijo Martín.

— ¡Muy bien, así me gusta! — exclamó Ezequiel. — y me parece bien que no saques muy seguido a esta hermosura. Me imagino que más de un tipo se habrá querido propasar con ella, incluso en tu presencia. Pero conmigo cuidándoles las espaldas, nadie los va a molestar. — bromeó.

Martín se puso rojo, y yo me incomodé. En una misma frase me había tirado onda, y había dejado a Martín como un idiota incapaz de cuidar a su novia. Por otra parte, el silencio de mi novio también me molestó. ¿No se le ocurría ninguna respuesta para ponerle los puntos a su hermano? Ya era hora de que empiece a poner huevos.

— Era una broma, no se me enojen, yo soy así nomás. — dijo Ezequiel, reduciendo la tensión en el ambiente, solo un poco.

Me puse a levantar la mesa. Ezequiel quiso ayudarme. Me siguió por detrás hasta ir a la cocina. Yo sentí su mirada clavada en mis nalgas. Esa mañana llevaba un pantalón, no tan ceñido como la calza de la otra vez, pero lo suficiente para marcar mi cola de manera sensual. Me di vuelta para engancharlo in fraganti, y Ezequiel, al verse descubierto, me sonrió descaradamente.

— Que suerte tiene mi hermanito. — me dijo.

No le contesté. Apoyé las tazas sobre la bacha de la mesada.

— Dejalas acá nomás, que yo las lavo — le dije, señalando la mesada donde debería apoyar los cubiertos que llevaba.

Ezequiel se acercó por detrás. Me agarró con una mano por la cintura, gesto totalmente innecesario. Y con la otra mano apoyó los cubiertos en la pileta. Para hacerlo, se tuvo que acercar mucho a mí, y yo sentí durante unos segundos, el bulto detrás de su bragueta que se apoyaba con poca sutileza en mis nalgas. Hice de cuenta que no pasaba nada. Quería saber la reacción que él tendría. Quizá estaba equivocada y fue un acto no premeditado. Sin embargo, ante mi mutismo e inmovilidad, Ezequiel se apretó más a mí.

— ¿Segura que no querés que te ayude? — me susurró, agarrándome de la mano con la que empezaba a lavar las tazas de café.

Mis nalgas sentían como, lentamente, su sexo comenzaba a hincharse, y también sentí su abdomen plano y duro contra mi espalda.

— Está bien, lavá vos. — le dije, y luego me zafé de él, no sin cierto esfuerzo.

Me quedé atolondrada ante se desfachatez. ¿cómo se atrevía a hacerle eso a su hermano? Me sentía indignada, pero sin embargo, no lograba enfurecerme. Quizá yo le había dado alguna señal sin darme cuenta. Mis fantasías de adolescente habían regresado desde que visitó a martín, y probablemente él lo notaba. Pero no por eso estaba bien lo que hizo. Traté de tranquilizarme. No quería que Martín note mi perturbación. Volví a la cocina, y mi novio estaba sentado, ajeno a todo lo que acababa de ocurrir.

— ¿Todo bien? — me preguntó.

— Sí, todo bien. — contesté, esbozando la mejor sonrisa que pude. — copado tu hermano ¿no? — pregunté, tanteándolo.

— Sí — contestó — sigue siendo el mismo pesado de siempre, pero me doy cuenta de que yo también soy exagerado. Tengo que tener más tolerancia con los que son diferentes a mí. — dijo.

En ese momento quise decirle la verdad. Decirle que su rechazo hacía su hermano no era infundado. Pero algo me detuvo. No quería arruinarle la alegría que estaba experimentando en esos momentos. Además, si Ezequiel era un desubicado ¿qué era yo? Le había permitido un contacto corporal, pero eso sería todo.

Al menos, eso pensaba en ese momento.

5

Por la noche, mientras estaba en la casa de mi abuela, recibí el mensaje de Martín, recordándome que nos habíamos comprometido a salir con Ezequiel. Mi primera reacción fue inventar una excusa. Pero no quería que sospeche nada raro. Mi novio es lento, pero no tanto. Además, era una buena oportunidad para demostrarle a Ezequiel que entre nosotros jamás pasaría nada, y si se daba la ocasión, lo reprendería por la actitud traicionera que tuvo ese día.

Eran las ocho de la noche. Así que tenía tiempo suficiente para prepararme. Me duché. Me maquillé. Elegí una pollera de jean bastante corta, y una remera blanca, y zapatillas también blancas. Simple pero sensual, era mi lema, y esa noche no sería la excepción.

Me pasaron a buscar y fuimos en el auto de Ezequiel hasta un bar de Palermo.

No comimos, porque todos habíamos cenado. Bebimos cerveza artesanal, y muy pronto nos habíamos tomado tres chops cada uno. Durante la primera hora de la velada, era casi como si yo no estuviera con ellos. Los hermanos conversaban de cosas banales, elevando la voz por encima de la música y del griterío del resto de los comensales, para hacerse escuchar. Yo los observaba, especialmente a Eze. Estaba vestido con una camisa manga larga, muy ceñida a su cuerpo de músculos marcados, con el pecho al aire. Se había puesto un pantalón de jean, y el cinturón, de hebilla grande y llamativa, hacía imposible no desviar la mirada hacia la zona púbica, donde se advertía su miembro, demasiado grande para un pantalón tan ajustado. Por suerte, en ese momento estaba sentado, y yo no debía preocuparme porque mis reflejos me traicionen, y mi atención de vaya hacía aquella zona prohibida. Sin embargo, era difícil no prestar atención a su cara de facciones hermosas, y ojos azules que brillaban en la oscuridad del bar. Al lado de él, Martín, no parecía más que una copia defectuosa.

Sentí vergüenza de mí misma, por pensar en eso. Y también sentí mucha pena por mi novio, y mucho odio hacia Ezequiel.

— ¿Bailamos chicos? — preguntó mi cuñado en un momento.

— No hay nadie bailando. — dijo Martín, escrutado con la vista todo el establecimiento.

— ¿Y qué tiene? Me gusta esta canción. — retrucó mi cuñado.

— La verdad no tengo ganas. — dijo mi novio.

— Entonces te robo a Cami. — dijo Ezequiel. Se puso de pie, y me agarró de la muñeca. — Te la devuelvo enseguida. Vamos cuñada. — dijo tironeándome con fuerza de la muñeca.

Mientras me arrastraba hasta un lugar donde había espacio suficiente para bailar, observé la expresión contrariada de mi novio, que se quedaba solito en la mesa, mirándonos con intriga e incomodidad.

— No me preguntaste si yo quería bailar. — le dije, mientras empezábamos a movernos.

— Perdón Camila, es que tenía miedo de que me digas que no, sólo por el aburrido de mi hermano. — me susurró al oído mientras sus manos se apoyaban en mi cintura, y su pelvis rozaba mi cadera.

— Martín no es aburrido, sólo es diferente a vos. — Alcancé a decirle. Pero él fingió que no escuchaba.

Bailamos dos o tres temas, y nos fuimos a sentar. Ezequiel era un bailarín muy hábil y yo no pude evitar preguntarme si su destreza física se trasladaba a otras situaciones de la vida.

— ¿Todo bien hermanito? — dijo Ezequiel al volver a la mesa. — baila muy bien tu novia, deberías aprovechar y sacarla más seguido.

— Gracias por el consejo. — dijo Martín, disgustado.

— En serio Martincito, a las chicas les gusta divertirse. Si no la divertís, alguien lo va a hacer por vos.

Hubo un silencio tenso en el aire. Yo pensaba que por fin había llegado el momento en que mi novio le ponga los puntos al petulante de Ezequiel, además, el alcohol habría de hacerlo más audaz. Pero luego de clavarle una mirada asesina, bajó la vista y dijo en voz baja.

— Creo que ya es hora de volver a casa.

— ¿Ya? — preguntó asombrado Ezequiel, quien parecía que no se había dedo cuenta de que había arruinado el momento. — ¿Vos que opinás Cami?

— Sí, mejor nos vamos.

— Pero que aburridos. — dijo él, decepcionado. — Tomen, lleven mi auto, yo veo como llegar después. — dijo, entregándole la llave a Martín.

— No hace falta.

— No quiero que anden solos por la calle a estas horas. Por mi no se preocupen, después me tomo un Uber. Me voy a quedar un rato, a ver si pesco algo.

Agarré la llave para no entrar en una discusión sin sentido. Si Ezequiel quería pagar el viaje, era problema suyo.

Viajamos en silencio. No había mucho que decir. Ezequiel era un imbécil, de eso no cabía duda. Solo me limité a agarrar la mano de Martín como para que sepa que lo comprendía. Sin embargo, su falta de carácter me indignaba mucho, pero no dije nada al respecto.

— No me dijiste nada de cómo vine vestida. — le dije cuando llegamos al departamento.

— Estás hermosa.

— ¿hacemos algo? — propuse, acercándome a él para abrazarlo.

— Hoy no tengo ganas. — contestó, cortante. — voy a dormir.

— Okey, yo me quedo un rato viendo la tele.

Me quedé sola y disgustada en el sofá, buscado películas durante una hora, sin encontrar ninguna que me interesara lo suficiente. Al rato llegó Ezequiel.

— Veo que no pescaste nada. — le dije, irónica.

— No hubo suerte cuñadita. — me dijo, deleitándose con mis piernas desnudas, que estaban cruzadas, sin disimular ni un poco.

— No me gusta tu actitud. — le dije. — y no me gusta cómo tratás a Martín.

Él se puso serio, como jamás lo vi.

— Sabés lo que pasa Cami. — me dijo, mirándome a los ojos, con una expresión tan sincera que me sorprendió. — Mi hermano ya tiene veintitrés años, y parece un nene. Si yo no lo trato con cierta dureza, el mundo se lo va a comer vivo. Él tiene que aprender a lidiar con situaciones adversas. ¿A vos te pareció bien la actitud que tuvo en el bar? Era obvio que no le gustó verte bailar conmigo, y menos le gustó el comentario que hice después, pero ¿qué hizo al respecto? Nada, y no sabés lo que me duele que mi hermano sea tan débil, porque para poder retener a una hembra tan hermosa como vos, tiene que ser más fuerte. No me digas que no te molesta que sea tan poco hombre.

— Martín no es poco hombre. — dije, ofendida, aunque no pude evitar sentir que coincidía con la mayoría de lo que Ezequiel pensaba. — Además hay otras maneras de preocuparse por un hermano.

— Puede ser, pero yo tengo mi manera de ser, y mi manera de hacer las cosas.

— Eso lo sé muy bien. Y te aclaro que no me gustan nada tus maneras. Lo de ayer en la cocina fue el colmo de la desfachatez— dije, susurrando. No quería que Martín nos escuche, aunque estaba segura que ya estaba completamente dormido.

— Así que no te gustó. — dijo él. — yo pensé que sí.

— No seas ridículo — dije indignada.

— Mirá Cami, vos sos muy buena mina, pero se nota que tu carne es débil.

— ¡Estás loco, yo nunca traicioné a Martín! — exclamé, furiosa.

— ¿Y lo de ayer no fue una traición? ¿Le contaste a Martín lo que pasó?

— No, pero sólo porque no quise molestarlo. — dije.

— Puede que tengas razón. No quiero que pienses mal de mí. Yo solo quería asegurarme de que la novia de mi hermano sea una chica seria y recatada. Pero tengo mis dudas.

— ¿Y vos quien sos para juzgarme? — pregunté, y apenas terminé de hacerlo, me agarró con fuerza de la cintura. Me acercó a su cuerpo y me besó, invadiéndome con su lengua y su aliento a cerveza.

— ¡Estás loco! Soltame. — dije, apartando mi cara a un costado. Él apoyó su mano intensa en mi pierna, y cuando empecé a quejarme me estampó otro beso. Esta vez le respondí con un fuerte cachetazo en la cara.

— Quiero que te vayas mañana y no vuelvas más. — le dije, con lágrimas en los ojos, mientras me aparaba de él y me iba a mi cuarto.

En la habitación, Martín dormía profundamente, totalmente ignorante de lo que acababa de pasar. ¿Cómo reaccionaría si se enterara de lo sucedido? Me indignó darme cuenta de que no sabría cómo lidiar con aquella situación, tal como lo había dicho Ezequiel. Salí del cuarto, sintiéndome muy sola. ¿De qué servía tener un novio con el que no se podía contar? Además, había otra cosa en la que Ezequiel había acertado. Mi carne era débil, y si hasta ahora había logrado serle fiel, no estaba tan segura de por cuanto tiempo lo sería, menos ahora que Martín ya no me cogía bien.

Pensé en irme a la casa de mi abuela, pero era muy tarde, mejor intentaría dormir unas horas, y luego saldría temprano, para no tener que cruzarme con mi cuñado.

Pero antes salí al balcón a tomar un poco de aire fresco, y a meditar sobre mi noviazgo. Debía hablar urgente con Martín. Había cosas que debían cambiar, si no, la relación no duraría mucho tiempo.

Habían pasado unos quince minutos, cuando escuché que una de las puertas del departamento se abrió. Desde el balcón, no podía estar segura de si se trataba de mi novio o de Ezequiel. Me puse nerviosa, y me sentí tan débil e insegura como Martín. Escuché los pasos, que se acercaban despacio. Luego el ruido del vidrio que daba al balcón al abrirse, y finalmente el cuerpo pararse detrás de mí.

Yo estaba de espaldas, viendo al barrio nocturno. El cielo estaba despejado y las luces artificiales que se veían a lo lejos, se mezclaban con las estrellas.

Dos manos se posaron en mi cintura. Eran manos fuertes, e impetuosas. Yo tenía mis manos apoyadas sobre el metal que hacía de límite del balcón, con una pierna flexionada, y el torso levemente inclinado. Sabía que, involuntariamente, me había puesto en una pose sensual, y me incliné aún más sacando cola. Las manos, bajaron hasta mis caderas y me acariciaron con pericia, por encima de la pollera.

— No digas nada — susurré en la noche silenciosa.

Él no dijo nada. Yo no quería mirarlo. Seguí observando las luces de la madrugada, mientras los dedos fuertes bajaban, más y más, hasta llegar al final de mi pollera, y encontrarse con mis piernas desnudas. Al principio, sentí un frío que me estremeció, pero ante las caricias insistentes, las manos enseguida se tornaron cálidas. Sentí cómo mi pelo era corrido a un lado, y la lengua saboreaba mi cuello. Luego me sopló, ahí donde había dejado un rastro de saliva, y cuando me encogí por la sensación, mezcla de cosquilleo y placer, apoyó una mano en mi trasero, ya sin delicadeza, y lo tanteó con impunidad, como quien agarra una cosa que no es suya. Lo apretó, con violencia. Yo sentí mis músculos contraerse, como si con ese par de toques ya estaba a punto de llegar al orgasmo que últimamente tanto trabajo me costaba.

Luego acercó su cuerpo al mío. Yo sentí toda su dureza en mis propias carnes. Los brazos me rodeaban, como apresándome. Su torso ejercitado se sentía en mi espalda. Sus piernas duras, que habrían de estar acostumbradas a incansables cabalgatas, con las rodillas semiflexionada, me instaban a arrinconarme contra la reja de metal. Y su pelvis se hincaba en mi trasero, haciéndome sentir el enorme bulto que escondía el pantalón, un bulto que ya estaba semierecto, y que se endurecía más y más a cada segundo que pasaba.

Quedé apretada, viendo la ciudad oscura. Muy lejos se veían personas caminar por las calles, pero ninguna parecía darse cuenta del espectáculo que comenzaba a desarrollarse en el décimo piso del edificio de mi novio.

Sentí cómo mi pollera se levantaba, lentamente. Sus dedos ya no tacaban mi piel, sino que agarraban la tela y la subían, milímetro a milímetro. Por lo que por un momento sentí que la pollera se levantaba por su propia voluntad, o por la voluntad de mi sexo palpitante, que estaba esperando con ansias ser penetrado.

La cola quedó al aire, sólo cubierta por la diminuta tanga blanca que había elegido para esa noche. Metió el dedo índice por debajo de la tela que se hundía en el trasero, y tironeó hacia abajo, hasta que mi trasero quedó por completo desnudo. Agarró la tanga y yo sentí como hacía un movimiento brusco con el brazo. Al instante siguiente vi como mi prenda íntima caía lentamente al vacío.

A pesar de que ya lo sabía, ese último gesto audaz me terminó de convencer de que quien estaba a punto de poseerme, no era mi novio. Martín jamás haría algo como eso.

— ¿Esto también es una prueba? — dije, descubriendo que mi voz salía jadeante.

— Si — Contestó Ezequiel. — Quiero saber qué tan zorra es la novia de mi hermano. Aunque ya conozco la respuesta.

— Sos un perverso. — le dije, mientras escuché el sonido del cierre del pantalón abrirse. — cogeme — dije después — cogeme mientras mi novio duerme.

Separé más las piernas y sentí la enorme cabeza arrimarse a mi sexo. Él empujó un poco y el glande me penetró, haciéndome abrir los ojos por el placer y el dolor que me causaba. Luego empujó más, y el tronco se hundió deliciosamente en mí. Me acariciaba las tetas mientras embestía en mi conchita mojada una y otra vez. Yo giré mi cabeza, y me comió la boca, inundándome de nuevo con su sabor a cerveza y a traición.

No sé cuánto tiempo estuvimos copulando al aire libre. Pero él seguía duro como una roca, e increíblemente, yo acabé al cabo de unos minutos. Me corrí y mis fluidos bañaron su pija incansable. Mi vista se distoricionó, y las luces de la ciudad se mezclaron con las de las estrellas, y me sentí volando en un inmenso cielo de éxtasis. Y mi cuñado no paró de embestir hasta que me hizo acabar otra vez.

— No puedo creer lo bien que cogés. — le dije, felicitándolo.

— Y vos sos una yegua hermosa, pero todavía no cabo mamita, y tenemos que apurarnos, Martín se puede despertar en cualquier momento. — me dijo, susurrando, alternando sus palabras con besos en mi boca y cuello.

— Martín duerme como un tronco. — dije yo — pero está bien, terminemos, pero quiero que acabes.

— Ya me falta poco mi putita.

— ¿Querés que te la chupe? Quiero tomarme toda tu leche. — le dije.

— Está bien.

Retiró su pija de adentro mío. El preservativo estaba empapado de mis fluidos. Se lo sacó, y se lo guardó en el bolsillo.

Me puse en cuclillas, y me llevé su falo a mi boca. A pesar de que me había cogido con el preservativo puesto, su tronco sabía a mis fluidos. Me gustó sentirme en sus carnes. Me tragué la pija. La mayoría de mis antiguos amantes solían felicitarme por lo hábil que era con los petes, y esa noche me esforcé por hacer honor a la fama que me precede. Le chupé la pija, en el balcón, donde cualquiera podría vernos, mientras mi novio dormía plácidamente. Él eyaculó cuando todavía estaba adentro mío. Me tragué su leche, y fue lo más delicioso que bebí jamás.

Continuará.

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Aquí termina este relato, pero por supuesto, la historia continúa. Espero que no me juzguen, aunque sí me gustaría saber la opinión que tienen al respecto. Pueden dejarme un comentario en esta página o escribirme por email a [email protected]

Ojalá les haya gustado mi relato.

(9,89)