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Memorias inolvidables (Cp. 11): Si algo puede salir mal
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Tiempo de lectura: 14 minutos

Si algo puede salir mal, saldrá mal. No hay duda.

Lo nuestro fueron dos años y medio de convivencia alternativa entre Eduardo y la Universidad. Los tres veranos hacíamos vida en común en la casa de sus papás a los que llegué a llamar papá y mamá. Todavía hoy lo hago. No suelo ir a mi casa porque solo me interesa mi padre, pero cuando mi padre va a ver a su amigo Onésimo, todavía hoy lo acompaño, si me es posible, y me paso el día con mamá, por supuesto mamá Emerenciana. Solo cuando le hablo a mi padre de ella digo mamá Emerenciana, para que no se confunda. Ella se portó conmigo como una madre cuando me llegaron las desgracias que rompieron de cuajo mi felicidad, me quitaron mi amor y me dejaron más vacío que una caña, solo me quedaban los nudos del dolor y las telarañas del desconsuelo.

Hasta que vino el mal, fui muy feliz. Los tres veranos, decía, los pasábamos juntos, trabajaba con papá Onésimo, me dejaba abrazar por mamá. Los niños pequeños crecían y yo ante ella bajaba mi edad. Ella sabía cuánto amor materno y fraterno necesitaba yo y me lo daba y hacía que me lo dieran los niños. Los niños me veían en el sofá casi acunado por mamá y venían a hacerme los jueguitos que yo les hacía tres años atrás. Me hacían reír y me sentía mimado por mamá y por mis cuatro hermanitos. Hasta Eduardo me mimaba. Habíamos llegado a un estado de felicidad todos que nos cuidábamos cariñosamente. Mi papá veía eso cuando venía y, además de alegrarse, también decía a mamá:

— Emerenciana, no le consientas tanto que él se toma más de la cuenta.

Luego lo repetían todos los niños con el mismo tono:

— Emerenciana, no le consientas tanto que él se toma más de la cuenta.

Luego Eduardo añadía:

— Ya se lo ha tomado y me ha desplazado a mí del regazo de mamá.

Mamá, sonreía y callaba. Así fue nuestro noviazgo, lleno de felicidad y alegría. Era una vida de niños en familia y unas expresiones de amor que unas veces eran puro cariño, sonrisas, juegos, besos inocentes, otras veces se encendía el fuego de la pasión y actuábamos como salía de nuestro animal, ese animal que llevamos cada uno dentro. Es el gran peligro del amor, que no tiene consideración, todo es desbordante. Del amor al egoísmo hay un pequeño paso, de hacer las cosas para la felicidad del amado a hacerlas porque nos hace felices a nosotros mismos. Por eso en el amor es conveniente cuidar detalles de cariño, de juegos, de delicadeza, dulzura, de finura incluso; no es afeminar el amor, es hacerlo cada día nuevo. Eso procurábamos hacer Eduardo y yo. Nunca noté en Eduardo una mínima preocupación que le hiciera sufrir más de la cuenta. Lo que nos ocurría nos lo contábamos todo y vivíamos envueltos en paños de felicidad. ¡Cómo se siente cuando esto se pierde!

 

Yo me encontraba haciendo el MIR en el hospital de la ciudad. Las cosas iban bien y ya me veía muy próximo el final de mis estudios y con el título y la licencia en la pared, Eduardo como enfermero o secretario profesional y viviendo ambos una vida feliz. Ese tenía que ser el resultado final de nuestra relación de casi tres años, de los cuales dos formalmente novios y reconocidos por el pueblo, casi en su totalidad, incluso por el cura que le pedía servicios constantemente a Eduardo porque era un manitas y le resolvía todo sin cobrarle un céntimo. Yo hacía pocas migas con el cura porque siempre que nos juntábamos por algo acabábamos discutiendo sobre la existencia de Dios. Los argumentos del cura eran buenos, pero yo empecinado en ponerle difícil mi conversión. Llegó un día que me dijo:

— Si te conviertes de corazón, yo os caso por la Iglesia.

— No te comprometas, Adolfo —así se llamaba—, a lo que no puedes cumplir, porque arruinarás tu vida; en este pueblo te quiere todo el mundo, hasta yo comienzo a quererte, que si no fuera por este —señalaba a Eduardo— te llevaría a mi cama; pero no arruines tu vida haciendo promesas vanas.

— Llevas razón, Ismael, no podría hacer eso, tampoco irme a dormir contigo, ¿eh?

— Vamos, Adolfo, ¿cuántos tíos te has tirado?

— Oye, tú, ¿qué te crees?, —reaccionó Adolfo.

— Que todos los varones del mundo tienen huevos y necesitan descargarlos, o ¿tú eres híbrido?, —le dije.

Eduardo se partía de risa cuando nos veía discutir al cura y a mí. Él quería conquistarme a su religión y yo a mi cama, estábamos a la par, o íbamos a las dos cosas o no íbamos a ninguna.

— Nadie en el pueblo me discute, hablan de mí, bien o mal, pero no me discuten ni me hacen pensar, pero tú, Ismael, con ser un maricón por donde quiera que lo mire, me haces pensar argumentos y gracias a ti estoy estudiando más que en el seminario, —decía Adolfo.

— Bueno, bueno, eso me alegra, para algo sirve ser maricón, al menos para hacer estudiar al cura del pueblo, —contesté.

— Tampoco es eso, Ismael, tú no tienes la receta para todo…

— En efecto, señor cura, no hay receta para todo, pero todo cabe en una receta, digo que yo no te considero malo por ser cura, ni siquiera malo, pero vosotros nos consideráis malos por ser homosexuales.

— Todos no; yo, al menos, no; tengo buena amistad con Onésimo y Emerenciana, me critican algunos del pueblo por las veces que voy a vuestra casa, pero sois mis amigos. Eduardo me ayuda mucho, tú eres el que menos me ayuda…

— ¿Por qué crees que los cuatro niños son monaguillos?, —le pregunté.

— Les gusta, son niños religiosos…, —fue su respuesta.

— Frío, frío, frío, congelado…, —dije.

— No, señor cura —hablaba Eduardo—, es porque Ismael se lo aconseja para que tengan una completa formación, para que mi madre sea feliz, ya que ella es muy religiosa y porque, créalo, padre…, porque Ismael en el fondo es muy religioso, pero no sabe transmitir su pensamiento religioso y los niños le hacen muchas preguntas y quiere que tengan respuestas; Ismael piensa que si los niños tienen confianza con el sacerdote le harán las preguntas de lo que les preocupa…

— Muchas de las preguntas que yo te hago, querido Adolfo, es porque me las han hecho los niños a mí y no quiero engañarlos con respuestas falsas, —dije.

— Cada vez que pienso en vosotros, Ismael y Eduardo, me digo, qué pena que seáis como sois, con lo buenos que sois, luego me arrepiento de pensarlo y me digo: ¿qué querrá Dios de ellos?

— Yo creo que ese Eterno y Creador, que no sé cómo es ni dónde está, porque no lo conozco, desea que cada uno cumplamos nuestro designio para el cual nos diseñó; no nos hagamos la guerra, que tú, Adolfo, eres lo que eres porque Él quiere y nosotros somos lo que somos porque Él tiene un papel diseñado sobre nosotros. Busquemos y encontraremos, llamemos y se nos abrirá, pidamos y se nos dará, creo que lo dijo Jesucristo ¿no?, de eso no entiendo tanto, pero es verdad, no podemos saberlo todo y hemos de estar abiertos a escuchar a quien sí lo sabe todo.

— Ismael tienes más fe que yo, —dijo Adolfo.

— Pero me temo que no es la misma fe, esto es otra paradoja.

— Padre, ¿tiene algún sitio donde comer? Véngase con nosotros a casa, mi madre se pondrá feliz, le gusta que seamos sus amigos, —dijo Eduardo.

— Voy con vosotros, no hay problema y con mucho gusto, pero me vais a prometer que follaréis menos, ¿eh?

— Eso sí que es difícil de prometer, pero, no estaría de más, —dije para tenerlo contento, sin comprometerme a nada, lo que el cura ya preveía que no íbamos a poder cumplir.

Este hombre era amistoso, amigable, alegre y comprensivo. Decía lo que tenía que decir, según él pensaba, pero sin ofender. Tenía un estilo muy diferente a lo que se dice comúnmente, llegué a pensar que una cosa es lo que se dice de ellos y otra lo que ellos intentan hacer. No parece que en los tiempos que corren lo tienen fácil ni se les entiende tan fácilmente; desde que conocí a Adolfo, pienso que les pasa algo como a nosotros los homosexuales, unos nos soportan y otros nos desprecian, pero pocos nos entienden.

*********

Eduardo y yo lo pasábamos bien. Este último año en que yo había acabado el MIR, y me conocía a casi todo el pueblo, buscando los médicos cómo organizar sus vacaciones hicieron que me dieran trabajo. Todo comenzó cuando el forense se fue un mes entero y necesitaba sustitución urgente. Cosme, así se llamaba, lo habló con su jefe y le dijo que yo estaba por allí y me dijeron de sustituirlo. Acepté, pero tuve que estar una semana con él, porque debía improvisar una especie de especialidad, aunque me dijo que para los casos que se presentan, puedo tirar para adelante y en caso de necesidad que acudiera a Cirilo, otro médico forense que estaba en otra población cercana.

Cuando Cosme regresó estuve sustituyendo a otro médico, Fabián y luego al Dr. Roscosanz, así pasé casi tres meses. En el tiempo libre me gustaba ayudar a papá Onésimo y a mi padre cuando venía. Casi todo el mundo me decía que era un médico agricultor por las faenas de campo que hacía, pero había que vivir y no me hacía ascos del trabajo agrícola, creo que fue mi preparación para una posible futura granja, de lo que algo he contado y hablaré extensamente más adelante. Pero así logré tener prestigio en aquella comunidad mayoritariamente agrícola.

No obstante, mi mayor ocupación fue ayudar a Onésimo y mi mayor placer tener contento a Eduardo. Hicimos un par de excursiones porque mi padre me había hablado de hacerme con parte de la herencia, es decir, de todas tierras de naranjos ya que Eduardo estaba aquí. Lo cual me pareció muy oportuno. Así y todo todavía quedaban mis hermanos en que tenían que darme parte de dos casas ya que dos de ellos las tenían como propias y una parcela de olivos que me correspondía pero la llevaban ellos. Cuando cobré de los dos hermanos, a quienes les ofrecí lo mío a un precio muy de familia, Tanto el olivar como las casas, el olivar me lo compró Andrés, mi hermano mayor. Casi se lo regalo, pero le tenía que obligar a ponerlo a nombre de sus hijos, porque su mujer le podría reclamar o él lo acabaría con sus continuas borracheras y con el juego. Decidí vendérselo a un precio razonable, menos de lo que pretendían darme otros. Lo puse en manos de mi padre para que administrara mi dinero hasta que yo lo pudiera necesitar. Tengo que añadir que mi padre consiguió multiplicarlo como todas las cosas que tocaba: multiplicaba el dinero, multiplicaba las ganancias, multiplicaba las cosechas, multiplicaba incluso las mujeres con las que se acostaba.

En cierta ocasión, salimos de viaje Eduardo y yo para visitar las montañas de nuestro alrededor. En uno de esos parajes me señaló el valle y me dijo:

— Me gustaría vivir ahí, comprar eso e instalar una granja con muchos animales.

Tomé nota, hice fotos y, cuando llegamos a la población donde correspondía el terreno del valle, me fui a un notario que conocía y le hablé del lugar. Me dijo que probablemente podrían vender algunos y que me pondría en contacto. Entonces le dije a Eduardo:

— Todo arreglado, en aquel valle tendremos nuestra granja para vivir los dos, yo me dedicaré a los animales y tú a la agricultura; nos ayudaremos uno al otro en lo necesario, pero como nuestra vida nunca se sabe cada uno tendremos nuestros ahorros y ganancias.

Sé que esto último no le gustó porque parecía una desconfianza, pero era necesario que entendiera que la vida da muchas vueltas y lo que ocurriera después no podría ser motivo de peleas, porque cada uno tenía lo suyo. Solo así entendió. Hoy sé que nunca nos hubiéramos separado, pero lo hacen fuerzas superiores que no están bajo nuestro dominio.

Ese día, tras hablar con el notario amigo que se iba a interesar, nos fuimos a la ciudad y estando paseando me dijo Eduardo:

— Ismael, verdaderamente estoy cansado, no puedo caminar más, ¿por qué no preguntamos por un sauna o algún lugar donde tomar una copa, escuchar música tranquilos y relajarnos en una bañera?

— También estoy cansado, pero no osaba decirte nada, pensando que preferirías meterte en la cama del hotelito.

— Está bien, pero prefiero unos baños, una música y una copa, es que nuestras duchas del hotel no tienen bañera son de plato…

Miré en el móvil y encontré un sex bar swinger y nos encaminamos hacia allí para encontrar descanso y compañía con quien conversar. 

Sería la primera vez que visitábamos un club swinger. Sabíamos que asistían parejas, mujeres salas y hombres solos, quizá esto último nos interesaba más, pero no se veían parejas de chicos, y me pareció que en toda la noche éramos los únicos.

Nos tomaron como esposos gay y de pronto se acercaron algunas mujeres bastante jóvenes; parecía que la fruta prohibida era lo que más les gustaba. Antes que hacer caso a todas las que se acercaron, con las que intercambiamos besos y buenas voluntades para más tarde, sentía la curiosidad de ver y conocer un club swingler y saber qué se cocinaba allí adentro en rincones recónditos y puertas semi abiertas o semi cerradas.

Un muchacho algo mayor que nosotros, muy amable y amistoso, nos mostró una pista de baile, una piscina, habitaciones vacías, el vestuario unisex y una sala donde sólo vimos hombres con una toalla amarrada a la cintura. Aquello parecía una sauna común y corriente. Queríamos ver parejas o grupos haciendo el amor, ver un espectáculo erótico en vivo que se anunciaba o encontrarnos con algo desconocido donde Eduardo y yo disfrutáramos.

Regresamos ya solos al vestuario. Nos desnudamos, había dos chicas que estaban indecisas y nos miraban. Una se me acercó a preguntar si habíamos venido con nuestras novias y dónde estaban:

—Pues no —le dije—, nosotros somos gays y vamos a pasar el rato.

— Nosotros somos les y llevábamos la misma idea, ¿podemos acompañaros?

— Por supuesto que sí.

Acabamos de desnudarnos y ellas se pusieron la toalla alrededor de sus genitales, Eduardo hizo lo mismo y yo, descarado que soy, me la eché al hombro.

Una, llamada Celia, se emparejó con Eduardo y la otra, Flora se emparejó conmigo porque, según decía, le gustaba estar al lado de los desnudos y se quitó su toalla y se la puso como yo al hombro. Era la primera vez en mi vida que una mujer desnudo me agarraba del brazo y le pasé el mío por su cintura. Lo primero que pensé fue en la naturalidad. De vez en cuando Flora me masajeaba las nalgas, sobre todo bajando unas escaleras, y me dijo:

— ¿Sabes?, tienes buena polla —la cogió con una mano para acariciarla— pero he estado con otros hombres y se les levanta enseguida, pensé que…

— Ojo, yo soy un gay muy gay, una mujer no me la pone, pero si veo un tío, vas a ver que trancazo se levanta…

— ¿Entonces no follarás conmigo?

— No voy a jurarlo, pero ni es mi intención ni se me ocurre.

— ¿Me dejarás que te la mame?

— Yo dejo que hagan con mi polla lo que me dé gusto, pero no te voy a follar, al menos no lo haré por el coño.

— ¿Por el culo sí?

— Inténtalo a ver si lo consigues, no tengo experiencia en culos de mujer.

— ¿Sabes que eres un hijoputa por la claridad con que te expresas?

— Yo no miento, pero no puedo con la suegra.

— ¿Es que estás casado?

— No, yo llamo suegra a tu coño, a la concha; no sé cómo podéis vivir con eso, pero supongo que cada uno tenemos nuestros gustos, deseos y placeres.

Caminamos conversando por el club, nos pusimos la toalla para tomar unas copas en el bar. Fue entonces cuando, sentados frente a la barra, vimos que varias parejas salían de la sala donde estaban reunidos los hombres. Con la intención de saber qué ocurría allí adentro ingresamos a la sala. En el centro, junto a la pared había un televisor 8K, de unas 86’’, proyectando una película porno donde dos hombres uno blanco y otro negro se cogían por doquier a una delicada muchacha oriental, una preciosura de ojos rasgados. Alrededor de la sala había unos cómodos sillones que ocuparían unos siete u ocho hombres mirando la película. Unos se estaban pajeando de cara al televisor, otros se mantenían cubiertos a la expectativa de quiénes ingresaban a la sala.

A penas entrar llamamos la atención de los presentes, ya sea por mi estatura o por el bulto que hacía mi polla por debajo de la toalla y supongo que también por lo guapa que es Flora, que llevaba las tetas descubiertas, preciosas, bien puestas y firmes y su culo nada despreciable. Detrás de nosotros venían Eduardo y Celia un poco más recatados que nosotros dos. Parecía que tanto Flora como yo hubiéramos ido a impresionar y lo conseguimos sin intentarlo. Quedaron algo sorprendidos a la vez que ansiosos, Flora me dijo que quería ver un poco de película y nos sentamos. Los tíos de la pantalla me ponían, a la pobre chica la veía indefensa. Cuando ellos dos comenzaron a besarse mientras ella se comía las pollas de los dos tíos a la vez, Flora, metió mano por debajo de mi ombligo en mis genitales y comenzó a masturbarme. Miro a mi lado y vi que Celia se la estaba mamando a Eduardo. Los hombres comenzaron a desfilar alrededor nuestro, mirándonos, y algunos optaron por hacerlo sin la toalla, así que de un momento a otro tuvimos un desfile de todas las vergas posibles: cortas, largas, gruesas, erectas, flácidas, blancas y negras sujetadas por las manos de sus dueños en perfecto desafío. Flora observaba la película mientras suave y lentamente me manoseaba la polla y los huevos con un tacto agradable, yo me quedé mirando las pollas que tenía a mi alrededor.

En un momento en que aparecía una escena en la televisión donde los dos tíos le hacían una doble penetración a la chica, el blanco por el culo y y el negro por su coño mientras los dos tíos se besaban, todos los hombres presentes se comenzaron a pajear delante de nosotros y nos miraban; entre los cuatro los habíamos calentado. Mi verga se puso dura, y Flora se metió delante de mi en cuclillas, me destapó y dejó ver mi trancazo para metérselo en la boca ella sola. Frente a mí, al lado de Flora, había un hombre de pie que mostraba una verga de unos 30 centímetros y al otro lado también frente a mí un negro ostentaba una verga corta pero muy gruesa, ambos se pajeaban y nos miraban.

Le pedí al tipo de la verga larga que se acercara para mamársela y se acercaron los dos, me puse la polla blanca en la boca y con la derecha masturbaba la verga del negro con intención de alternar mamándolas. Flora seguía mamando mi polla que hacía poca mella, me parecía que había mamado pocas. Al ver que yo me estaba mamando las dos pollas y que los tíos se pusieron a cien, observó cómo hacía y como alternaba entre tener el glande en la boca, lamer el agujero del meato de ambas pollas y chuparlas  enteras. Pareció captarlo porque comenzó a hacer mejor su mamada de mi polla. Eduardo y Celia iban a lo suyo, y de vez en cuando me pellizcaba Eduardo mis pezones. Cansado, dije a los tres que mejor nos fuéramos a la zona de habitaciones. Nos levantamos y al ir a las habitaciones, cuatro tíos nos siguieron, los dos a los que les mamaba su polla y otros dos que me parecían interesados en Eduardo y Celia. Me di cuenta que nos seguían porque querían saber si nosotros aceptábamos tener una sesión de sexo con ellos. Llegamos a una habitación vacía donde había una cama grande y luz muy tenue. A la puerta los miré a todos y dije:

— Todos queremos lo mismo, adentro, pues.

Celia se sentó para probar el colchón y notó que era de agua. Me quedé de pie al lado de Eduardo frente a ella y Flora se puso al lado de Eduardo. Yo no sabía qué hacer en ese momento, teniendo a los cuatro tíos detrás de mí esperando una señal por mi parte que llevaba la voz cantante. Entonces Celia me tomó por sorpresa, me quitó la toalla de los hombros y la tiró a los pies de la cama. Luego me comenzó a chupar la verga delante de los hombres. A los pocos segundos me la puso dura y se agachó para lamerme los huevos. Pareciera que sus movimientos estaban estudiados porque al agacharse se quitó la toalla, la tiró junto a la mía y orientó su culo hacia donde estaban nuestros visitantes observadores. Aún recuerdo la cara de ellos al observar la concha carnosa y depilada de Celia y el ojete oscuro de su culo, casi siempre un poco abierto.

Mientras Celia me chupaba como si fuese el último día de su vida, instintivamente, le hice señas a dos de los hombres que nos miraban, justamente, el hombre de la larga verga y el negro de la verga gruesa que estaban cerca nuestro en la sala. Entraron lentamente y el de la verga larga se acomodó a mi lado. El negro se agachó, le abrió las nalgas a Celia y le comenzó a chupar el ojete. Cuando ella sintió la lengua detrás de sí soltó un suspiro y agarró la verga del que estaba a mi lado y la comenzó a pajear sin sacar la boca de mi verga. Yo no podía creer lo que veía, parecía una película porno en vivo. Al cabo de unos minutos Celia se levantó y se subió a la cama poniéndose en cuatro. Ahora nuestros invitados cambiaron su posición. El negro se acercó a mi lado y Celia empezó a chuparnos las vergas, a uno y otro, sin interrupción. Y el que estaba detrás de ella, se colocó un condón y comenzó a bombearle la concha. A duras penas, por el tamaño que tenía, la mitad de la verga entraba y desaparecía en la mojada concha de Celia. Estuvimos varios minutos en esa posición disfrutando cada quien a su manera. mientras tanto, Flora se retorcía como una víbora a cada embestida que le daban los otros dos a quienes invitó Eduardo para que se la follaran.

Luego, Flora invitó a Eduardo a acostarme en la cama, se trepó encima de él y con su mano acomodó su verga para mí, me llamó para que me sentara encima de la polla de Eduardo. Desde esa postura miraba cómo el negro caminó hacia atrás, le lamió de nuevo el ojete a Celia y colocándose un condón comenzó a meterle la gruesa verga en el culo, mientras el tipo blanco se derramaba en su espalda y luego se puso delante de Celia para que se la mamara. Celia sintió un poco de dolor porque apartó al negro con su mano, entonces el negro otra vez le chupó el ojete y luego intentó con éxito meterle la cabeza de su miembro. Paralelamente, Flora comenzó a chupar el largo pene de de uno de los amigos, y así, en un momento determinado, poco a poco fueron pasando todos los cuatro por las mamadas de ambas chicas las folladas a nuestros culos. Allí estábamos los dos maricones y las dos lesbianas sirviendo a cuatro tíos con la boca ellas y con el culo nosotros. Conté que los cuatro habían pasado dos veces, una de ellas se corrieron los cuatro y en otra solo se corrió uno, pero Eduardo me dijo que en su culo se corrieron los cuatro. Decidí poner una urna para el condón en casa, que esa noche nos libró de no sé cuántos posibles peligros.

Yo transpiraba como nunca, a todos los vi sudar, pero yo conseguí hacer charco, es decir, humedecía todo aquello en donde me ponía. Al acabar los cuatro quisieron masturbarse y llenarnos a los cuatro  nuestras caras de lefa. Lo hicieron, lo que tuvo su recompensa a la salida. Las dos chicas, tanto Flora como Celia, tuvieron un tremendo orgasmo. 

Entonces, salimos de aquella habitación y nos despedimos con besos y palmadas culo de los cuatro amigos. Se fueron y nos metimos a observar la chupada de verga y paja a dos manos que le estaba haciendo un tío a otro. Al minuto, el hombre al que se la mamaba se tensó y comenzó a eyacular muchísima leche. Las dos chicas se metieron para beberse aquella gran cantidad, pero como llegaron casi tarde, se aprestaron para mamar y masturbar a los dos tíos. De nuevo les hicieron eyacular y se bebieron todo su esperma a la vez que les esparcieron para de su lefa por las tetas.

Luego se echaron jadeantes en la cama con las piernas abiertas y un hilo de semen comenzó a caer cerca del muslo de Celia. Había vuelto el negro se había acercado, le levantó las piernas y le chupó su concha y su culo, logrando que Celia tuviera otro orgasmo intenso y prolongado. Los otros dos tíos estaban con Flora uno follando su boca y el otro su culo mientras le metía sus dedos en la concha. Las dos acabaron bien tocadas.

Nos fuimos a la sauna y nos bañamos. Luego de ducharnos los cuatro, intentamos salir a la calle y nos avisaron en puerta que pasáramos por la cafetería. Fuimos los cuatro y allí estaban nuestro cuatro amigos, que habían pedido cena para los ocgo. Decían que esta había sido la mejor vez que lo habían pasado con dos matrimonios jóvenes a la vez. Nos callamos para dejarlos en la ignorancia. Al acabar la cena nos salimos y nos despedimos de ellos cuatro conde forma muy cariñosa. Fue el modo cómo quisieron agradecernos nuestros cuatro amigos. Salimos a la calle, paseamos un rato mientras hablábamos y le pregunté a Celia:

— ¿Có es que siendo vosotras lesbianas os habéis dejado follar por esos tíos?

— Porque somos las dos bisex; en casa nos tenemos entre nosotras, pero cuando salimos buscamos hombres.

************

No me encontraba en casa, había tenido que ir a realizar unos cursos de especialidad. El tío Onésimo no quería avisarme de la desgracia ocurrida, para que yo terminara mi curso. Pero mi padre, me llamó diciéndome que acudiera de modo urgente. Sabía que tenía no menos de cinco horas en coche y me puse de inmediato de camino. Mi padre me había dicho,:

— No te detengas en casa, ven a casa de Onésimo.

Fui directamente allí. Mi padre se había pasado todo el tiempo sentado a la puerta de la casa, llorando. Cuando lo vi en tal estado le pregunté y solo pudo decirme:

— ¡Eduardo ha muerto!

Y se puso a llorar desconsoladamente. Yo me quedé furioso contra todo el mundo. Luego lloré primero de rabia y luego de dolor. Hice por reponerme y miré fijamente a mi padre que solo lloraba. Agité a mi padre, pero el pobre no podía hablar.

Entré en la casa, mi padre me seguía. Vi al tío Onésimo y le pregunté qué había pasado. Me abrazó, me besó y me explicó que lo habían acuchillado en una reyerta de gays en la que se vio envuelto «sin culpa propia» porque fue a poner las paces. No hacía falta investigar más. Si me lo hubiera llevado a su tiempo a mi casa, hoy estaría conmigo. Mi padre estaba de acuerdo, la puta de mi madre se negó absolutamente a que yo viviera con un hombre en casa. Ahí comenzó mi historia para irme de casa. Uno de los mártires en mi camino fue Eduardo, hijo del tío Onésimo, trabajador y amigo de mi padre, y de mamá Emerenciana, aunque no era mi progenitora, es mi buena madre. Lloramos los cuatro y los cuatro muchachos como desesperados. Pareció que ya no tenía sentido nuestra vida. ¿Quién podría dormir esa noche? La policía buscaba al asesino que había escapado, los demás estaban encarcelados. Pero mi amor estaba muerto en la morgue y me quedé muy vacío por dentro.

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