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Me gustaba una chica de raza negra

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Soy Juan, tengo 18 años, soy blanco como la leche, y vivo en un lugar donde hay gente de todos los rincones del mundo, todos los colores y razas.

Me gustaba una chica de raza negra que vivía en la misma cuadra que yo, ella se llama Rosario, y tenía mi misma edad (18).

Ese día después de la escuela la invite a mi casa a tomar algo y hacer tareas ya que estábamos en el mismo curso del colegio, quedamos en vernos después de la cena. Rosario llego con su mochila de libros y todavía en el uniforme del colegio. Entramos a la casa y le dijimos a mi madre que estaríamos en nuestra alcoba estudiando y haciendo tareas.

Yo nunca había estado solas con Rosario, ella no sabía que yo gusta de ella y yo no sabía que ella gustaba de mí.

Entramos en la alcoba, cerré la puerta y pusimos los libros sobre el pequeño escritorio donde regularmente hacia mis tareas. Nos sentamos en mi cama un momento a charlar sobre cosas en general, los amigos, el cine, las vacaciones, de todo un poco.

En algún momento le comente lo bonita que se veía, así estuviese en el uniforme del colegio, Rosario me agradeció el cumplido, a los pocos segundo no pude aguantarme y sin decir mucho me le acerque y le di un soberano beso en su hermosa boca, Rosario trato de quitarme, pero no siguió y mi lengua paso la barrera de sus labios enroscándose con la de ella.

Me cuestiono mi acción y le dije que no pude evitarlo, me disculpe y me levante de la cama, rosario me tomo de la mano y me sentó de vuelta, diciéndome que no me preocupara, me dijo que ella también gustaba de mí.

Me jalo hacia ella y nuevamente nos empezamos a besar, las lenguas casi que se peleaban entre sí para ver cual se enroscaba más fuerte sobre la otra. Rosario se estaba calentando tanto como yo, virgen todavía, pensaba en que esa noche perdería la virginidad con Juan.

Nos levantaos rápidamente de la cama, y despacio nos fuimos quitando las ropas que cubrían nuestros jóvenes cuerpos, yo mis jeans y camisa y ella su falda del colegio junto con la remera. Nos quitamos la ropa interior y mi pene de escasos 16 Cm quedo a la luz de los ojos de Rosario, lo mismo que el coñito oscuro de rosario a los ojos míos.

Nos acostamos en la cama y sin preámbulos, sin conocimiento, sin experiencia, solo con las ganas de saber que yo estaría dentro de ella, empecé a penetrar suavemente las carnosidades de su virginal vagina.

No teníamos ni idea de que hacer, solo estaba adentro, Rosario se movió un poco y yo empecé a moverme de arriba a abajo despacio, de lado a lado, en círculos lo que se me ocurriera, se sentía delicioso y Rosario gemía lo mismo que yo.

Nos besamos y compartimos nuestras lenguas, mientras seguíamos moviéndonos aleatoriamente, el placer de se fue incrementando y uno detrás del otro nos corrimos, entre gemidos y abrazos, ahora sabemos que tuvimos unos orgasmos divinos.

Ese verano Rosario y yo éramos una sola persona, disfrutamos el uno del otro y nos seguimos viendo por un año más, cuando ese amor de adolecente termino. Todavía nos vemos de vez en cuando pero solo nos sentamos a saborear un helado, ella de vainilla y yo de chocolate.

FALS.

 

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