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A merced de ella

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Ella se apoya contra mi espalda, puedo sentir sus pechos tan suaves y tersos sobre mí. Me toma desde atrás mientras estoy sentado en la silla, me recorre con sus manos, primero mis hombros, luego mi pecho, mi abdomen y finalmente con ambas manos me coge mi pene erecto. Me masturba lentamente hasta asegurarse que lo tenga bien duro, las ataduras en mis muñecas por atrás no me permiten moverme pero ella deja cada tanto que sienta el calor de vulva para que vea como le calienta tenerme a su merced.

Deja de acariciarme el miembro, no quiere que me corra tan pronto, quiere torturarme un poco llevándome al límite pero negándome el orgasmo. Puede parecer que este es un juego de placer para mí, pero en realidad no es más que un morbo para ella. Puedo escuchar que se para al frente, la venda en los ojos me impide verla, solo puedo estimar que su cuerpo desnudo allí y adivinar qué es lo que planea por los sonidos que hace. Es cuidadosa, me provoca con la intriga.

Siendo el cuero de la fusta que empuja mi barbilla para que levante la cara, roza mi cuello y vuelve a bajar hasta mi entrepierna donde me presiona con fuerza los testículos. La mordaza evita que el grito salga pero ella sabe lo que siento. Es una artesana que domina el arte de prolongar mis erecciones por mucho tiempo, manteniéndome al borde del éxtasis sin cruzar el umbral.

Es inesperado el baldazo de agua helada que me arroja, todos mis músculos se contraen, la escucho gemir de gusto al ver mis abdominales marcarse con el frío repentino. Mientras tiemblo empapado me deja sentirla muy cerca de mí, me hace escuchar cómo se masturba mirándome, el sonido repetitivo de sus jugos sin poder moverme a tocarla. Se da placer varias veces mientras me tiene cautivo, en alguna de esas ocasiones tengo suerte y su ansia es tal que se mete mi polla en la boca y la chupa con fuerza mientras se mete los dedos o alguno de los tantos juguetes de su arsenal. Sin embargo, es una experta y sabe justo cuando detenerse.

Ella disfruta de varios orgasmos en un juego que se extiende por horas, horas en las que yo sólo estoy prisionero de su voluntad, de las pequeñas pruebas de placer que me da, dosificada, como pequeños roces de sus manos, pies, pechos o herramientas.

Cuando se aburre me golpea, me estrangula, me estimula con calor o frío y no olvida ninguna zona de mi cuerpo. En momento le gusta saborearme y en otro me libera la boca para que la saboree a ella. Soy solo una marioneta de una titiritera difícil de satisfacer.

Finalmente cuando por fin se aburre se sienta sobre mí y me obliga a penetrarla hasta que mi miembro duro como la roca, erecto a sus límites, adolorido por el castigo pero de una forma que alimenta el morbo más profundo libera a chorros el simiente dentro de ella, que al sentir la primera ola de calor sale de encima de mí y antes que los repetidos espasmos terminen la descarga vuelve a meterse la polla y la boca y absorber los últimos hilos de semen.

Libera la mordaza y me besa en un último acto de dominación donde me fuerza a saborear mis propios fluidos directo de sus labios, luego los ojos para que vea como deja caer lo que falta sobre sus pecho en el orgasmo más glorioso que únicamente ella sabe darme.

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