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Ainhoa, la policial local

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Mi verano llegaba a su fin, multitud de saludos me recibían bajo el sol. Pequeñas y brillantes manos movidas por el agitado viento de la tramontana me daban la bienvenida. Poco a poco, dejaba atrás el cálido aire húmedo y salado, mientras me desplazaba rápidamente por la autopista, camino a casa. Feliz, por volver a mi mundo conocido, y triste, al dejar atrás un verano de experiencias desconocidas y del que, probablemente, sólo quedaría el recuerdo. El soporífero aire cálido, cargado de contaminación me indicaba que estaba cerca.

Me había adelantado, mientras mi familia seguía disfrutando de los últimos días de vacaciones. El trabajo me reclamaba.

La entrada en la ciudad fue rápida, más de lo que recordaba. Quedaban unos días para el final de agosto y la circulación era fluida.

Después de aparcar, subí el equipaje. Todo estaba en orden, como lo dejamos. El aire cálido y muy cargado, con olor a cerrado. Abrí las ventanas para airear la casa. Poco a poco fue desapareciendo el aire estancado y la temperatura interior se hizo insoportable. Después de cerrar las ventanas y poner en marcha el aire acondicionado, lo primero que hice fue buscar mi móvil. Tenía que llamarla.

-Ainhoa, ¿qué tal cómo estás? Acabo de llegar. Si escuchas este mensaje llámame o envíame un whatsapp. Besos.

Había conocido a Ainhoa tres semanas antes y de la peor manera posible. Ainhoa, era agente de la policía local, con sede en el Baix Empordà.

La primera vez que nos conocimos, circulaba por la comarcal a 120 Km/h, sobrepasando de largo la velocidad máxima.

Es una recta sin tráfico, por lo que aprieto el acelerador, me dejo llevar, disfrutando de la velocidad. En mitad de la recta, miro a la derecha y advierto un automóvil de la policía local, agazapado en el lateral de un restaurante. ¡Mierda!, pienso.

En unos segundos, sale de su escondite, se pone en marcha a toda velocidad detrás de mí, con las luces azules encendidas, me invita a pararme y a situarme en el arcén. Me paro y espero. Mirando por el espejo retrovisor, veo que del vehículo de la policía, baja una mujer, con su chaleco y pantalón azul marino y camisa azul clara. Sus andares no invitan a nada bueno.

Conforme se acerca, la observo. Es alta, o al menos más alta que yo. Bajo su gorra, lleva pelo negro, corto. Es esbelta, musculosa y de andar enérgico.

Se sitúa al lado de mi ventanilla y me indica con la mano que la baje.

-Buenos días. Caballero, ¿sabe a la velocidad que circulaba?

-Pues… no me he fijado, tengo prisa porque tenemos un familiar en el hospital y es posible que haya ido más rápido de lo permitido.

-Caballero, bastante más de lo permitido, iba usted a 120 Km/h. Documentación, por favor, la suya y la del vehículo y ¡póngase la mascarilla!

Su tono es seco y autoritario. ¡Qué tía más borde! pienso.

Mientras se la entrego, la observo. Sus ojos son negros y rasgados. La piel que rodea su mascarilla, morena. Sus manos delgadas y fuertes. Calculo que debe tener treinta y tantos, más cerca de los cuarenta.

Mira mi documentación, se dirige a su vehículo, y vuelve.

-Su documentación, y aquí tiene -endosándome una multa-. La próxima vez tenga más cuidado, me indica con el mismo tono seco y autoritario.

-¡A sus órdenes! le digo.

-¡Cómo dice!, me responde.

-No nada… que tendré más cuidado, no se preocupe.

A la vez que se lo digo, observo su cara y sus cejas arquearse. Juraría que está sonriendo sibilinamente, bajo su mascarilla.

Pasaron los días. Ya me había olvidado de la maldita multa, de la gracia que me hizo, y de la agente, con su tono chulesco y borde.

Una noche, mi amigo José y yo, que además de ser colegas profesionales, éramos vecinos en el pueblo dónde veraneábamos, decidimos airearnos un poco de la familia y salir a tomar algo.

Cogimos mi coche y nos acercamos a un pueblo cercano que se encontraba en su fiesta mayor de verano.

Es un pueblo pequeño, de estructura medieval, con calles estrechas, adoquinadas y fuertes pendientes, tanto de subidas como de bajadas.

Aparcamos y nos dirigimos hacia la plaza principal, el lugar más animado y dónde además de la gente del pueblo están, también, los veraneantes que lo visitan.

La noche invita a sentarse en una de las diferentes terrazas de la plaza, tomar algo y conversar. La temperatura es muy agradable y a pesar de que no estamos al lado del mar, se nota la ligera presencia de la brisa marina transportada en la distancia, refrescando el ambiente junto con la gran cantidad de campos y vegetación que rodean al pueblo.

Las medidas anticovid se han rebajado. La plaza está llena de gente, deseosa de tomar algo y compartir espacio.

Vislumbro una pareja que ha pedido la cuenta y que está pagando. Están a punto de levantarse. Me dirijo rápidamente hacia la mesa, dejando detrás a mi amigo José. Mientras me dirijo, se levantan. Es como como llegar y besar el santo. Me siento y a continuación llega José.

Nos sentamos y pedimos un par de cervezas. Mientras conversamos sobre nuestro verano y la familia, José, muy animado, me comenta el ligue que está teniendo con una chica más joven de su trabajo. Le escucho con mucha atención y morbo, a la vez que presto atención a la conversación que se produce a mis espaldas.

Esa voz femenina me resulta conocida, pero no sé dónde ubicarla.

-Ya sabes Mari Pau que a mí siempre me han gustado los hombres mayores que yo, como Toni, y aunque estamos muy bien juntos, tenemos una relación abierta, vamos liberal, ya sabes…, podemos introducir a otra persona con nosotros, incluso podemos tener nuestras aventuras por separado. Es nuestro acuerdo, siempre que no nos traicionemos. La comunicación, para nosotros, es fundamental.

-Ya lo sé Ainhoa, nos conocemos desde hace años y conozco bien tus gustos masculinos y femeninos, pero a mí no me mires, jajaja, ya sabes que soy muy convencional y no salgo de mi Rafa.

-Porque tú no quieres, bandida, que si quisieras, tendrías cola, jajaja

Presto toda la atención que puedo, es bastante más interesante que la que me cuenta José, y esa voz… ¿dónde la he escuchado antes?

-Mari Pau, ya sabes lo que disfruto poniendo multas y castigando, es que me puede, jajaja. Hace unos días le puse una multa a un tipo que iba a toda pastilla, aquí al lado. No estaba mal, era atractivo, mayor que yo, como a mí me gustan. Gastaba un buen paquete, por lo que puede apreciar tal como estaba sentado, con su carita de cordero degollado. No sé por qué, pero al verlo indefenso y con ese paquete, me puso, y no sabes hasta qué punto. No me hubiera importado follármelo allí mismo.

-No tienes arreglo Ainhoa, eres como la Mad Max de la carretera, jajaja

Tal como escucho la conversación, mi nivel de excitación va en aumento, y es escuchar aquello, como si de repente explotase un globo dentro de mi cabeza.

¡Es ella!, la “Poli” chulesca y borde de la multa. Así que, yo, con carita de cordero degollado y con buen paquete… He de reconocer, que, en parte, me siento halagado y a la vez furioso.

-José, disculpa un momento, voy al baño. Pídeme otra cerveza, por favor.

Ya en el baño y frente al espejo, pienso en lo que voy a hacer. No lo tengo nada claro. Estoy confuso. Siento el palpitar de mi corriente sanguínea en mis sienes y como mis pensamientos se atropellan, embotados.

No pienso más, salgo del baño y me dijo hacia nuestra mesa pasando por delante de ellas. La veo, la miró a los ojos, sin disimulo, de forma directa e incluso amenazante.

La observo con detenimiento durante un instante. Sin su ropa de trabajo, parece más vulnerable, más humana. Su cabello negro, corto, como si fuera un chico. Sus ojos oscuros y rasgados. Su cara ovalada, con grandes labios y nariz chata. Lleva una camiseta ceñida, de color rosa y debajo un sujetador deportivo sin aros que sugiere unos pechos pequeños y firmes, pantalón corto que deja al descubierto unas piernas morenas, musculosas y en los pies, sandalias playeras. Parece salida del gimnasio.

Se da cuenta, me devuelve la mirada con curiosidad. De pronto, sus ojos se abren con sorpresa, sus cejas se arquean y se sonroja, bajando la mirada.

Su amiga la mira, e inmediatamente dirige su mirada hacia mí, queriendo averiguar quién ha sido capaz de provocar esa reacción. Reacción que, probablemente, no conocía en su amiga.

-¿Te ocurre algo Ainhoa?

-No nada. ¿Y si nos vamos?, se está haciendo tarde.

Estoy sentado, escuchando, mientras mi amigo José sigue con su conversación liguera y a la que ya no presto atención. Estoy orgulloso de haber provocado esa reacción, que no me esperaba. Me siento envalentonado.

Me levanto de mi silla y sin decir nada a José me doy la vuelta, y de forma audaz, me sitúo frente a ellas.

-¡Hola!, -así de sopetón-. Perdonad, que os interrumpa, ¿eres la de la multa del otro día?

Las dos se quedan, que les pinchan y no les sacan sangre. Ya me estoy arrepintiendo de ser tan audaz y ahora soy yo el que está acongojado.

-Pues sí, soy yo -dice, con una postura recostada sobre su silla y el plan perdonavidas-. Espero que desde entonces hayas conducido con más cuidado.

Ha recuperado su compostura y vuelve a ser la misma borde de la multa. -No me voy a dar por vencido tan fácilmente-.

-Me presento, soy Fernando y él es mi amigo José. ¿Podemos sentarnos en vuestra mesa?

-¿Te refieres a sentarte con nosotras, no?, dice la “Poli”.

La prefiero sonrojada, la verdad.

-Sólo si no os molesta. Si molestamos no, por supuesto.

Se miran. Su amiga le da el visto bueno. La “Poli” toma la palabra.

-Bueno podéis sentaros. Yo soy Ainhoa, ella es Marí Pau.

Nos saludamos como corresponde. Nos damos un par de besos en las mejillas y volvemos a sentarnos.

-Ainhoa, bonito nombre, le digo.

Me mira expectante, como pensando, a ver que va a soltar este por esa boquita.

-No he podido evitar escuchar vuestra conversación estando como estábamos, uno al lado del otro.

Todos, incluido José, me miran con cara extrañada. Especialmente Ainhoa, a la que le está cambiando la cara de color, hacia un rojo intenso. Como si el magma recorriera su cuerpo y estuviese a punto de explotar.

-Ah si, y ¿Qué es lo que has escuchado?, dice Ainhoa.

-Lo que le comentabas a… Mari Pau, que me habías puesto la multa y que te había parecido un tipo interesante. He de decirte que tú a mí me pareciste muy borde, pero escuchándote he cambiado de opinión y por eso he decidido conocerte.

Los demás miraban, alucinados, como espectadores.

-Así que borde ¿no?, pues mira Fernando, me gusta tu sinceridad y que hayas decidido “conocerme”. Los audaces siempre tienen premio.

Así discurrió el resto de la noche, en un tira y un afloja con Ainhoa. Era como un cangrejo ermitaño, unas veces mostrando su coraza y otras, las menos, saliendo y mostrando su vulnerabilidad. Esta ambivalencia en su forma de ser, me desconcertaba pero a la vez me excitaba y mucho. Sentía un irrefrenable deseo de follármela, de hacerla mía.

Tanto José como Mari Pau, estuvieron toda la noche, casi sin decir nada, siendo espectadores de nuestra conversación, posiblemente la más surrealista que habían vivido.

Al final de la noche nos intercambiamos nuestros números de teléfonos y al día siguiente, por la mañana, la llamé. Ainhoa, era una mujer que no se andaba por las ramas, y cuando quería era directa y clara como nadie. Me propuso ir esa misma tarde a su casa, cerca de la playa, estaba sola.

-Fernando, me caes bien. Me gustó tu sinceridad de ayer, y como te dije, los audaces siempre tienen premio. Ven esta tarde a mi casa. No te lo voy a negar, quiero follar contigo. Veremos si estás a la altura.

Estoy muy excitado, pero también desconcertado y hasta cierto punto, incluso asustado. Es la primera vez que una mujer me habla así, de forma tan directa y dominante. Es una sensación desconocida, que me atrapa, me embriaga y me arrastra hacia ella.

Desde que hablamos por la mañana, el resto del día estoy impaciente, nervioso, mirando sin parar el reloj, deseando que lleguen las seis de la tarde.

Me dirijo hacia su casa, a veinte minutos de distancia. Vive en un pueblo costero muy turístico, en una zona de apartamentos a cierta distancia de la playa, fuera del bullicio.

Me abre la puerta, con una bata ligera de andar por casa, semiabierta en su parte superior y con sus sandalias playeras.

Su apartamento es muy luminoso, la decoración muy pragmática, con lo justo y necesario. Con muebles tipo Ikea y algunos utensilios marineros colgando en paredes y techo.

-Pasa Fernando y siéntate en el sofá. ¿Quieres algo de beber?

-Una cerveza, gracias -estoy nervioso.

Me siento en el sofá, se dirige hacia la cocina y al instante llega con una cerveza. Tal como me la da se sienta sobre mí, a horcajadas, con su bata abierta, mostrándome sus musculosas piernas y sus bragas de color malva.

Mientras me mira a los ojos comienza a restregarse suavemente contra mi paquete, quedo hipnotizado mirando cómo, de sus bragas, sobresalen sus labios mayores con sus cadentes movimientos.

Con su mano agarra mi barbilla y me besa, sacándome del trance, introduce la lengua hasta dentro, succionándola.

Con mis manos agarro sus glúteos, duros y firmes a la vez que mis dedos palpan su húmedo sexo, mientras sigue frotándose contra mi paquete, totalmente abultado.

Se pone en pie, me coge de la mano, llevándome hacia el dormitorio. Frente a la cama, seguimos besándonos, devorándonos, tocándonos todas las partes de nuestro cuerpo.

Deja de besarme, me mira a los ojos y me empuja sobre la cama, quedando tumbado boca arriba. Se dirige hacia un cajón de la mesita y saca un par de esposas metálicas, brillantes.

Me mira a los ojos, viendo mi asombro y desconcierto.

-Tranquilo Fernando, tu déjame hacer a mí. Voy a ser un poco mala contigo.

-¿Me vas a esposar?

-Shhh, ya te he dicho que tú tranquilo. No te voy a hacer daño, todo lo contario.

Me coge suavemente de cada una de mis muñecas, primero una y luego la otra, introduciéndome las esposas, cerrándolas, y dirigiéndolas hacia las barras laterales de madera de la cabecera de la cama donde las cierra, dejándome con los bazos extendidos.

Vuelve al cajón de la mesita, saca un pañuelo de color rojo y dirigiéndose hacia mi rostro, me lo pone sobre los ojos, anudándolo tras mi cabeza.

Esta nueva sensación de sentirme atrapado, sin visión, me produce gran excitación, acentuando el resto de mis sentidos. Me siento a su merced. Mi olfato se acentúa, apreciando su olor corporal y su sudor. Noto el calor que desprende todo su cuerpo, alrededor del mío, como si fuese un aurea de temperatura.

Desabrocha los botones de mi camisa, dejándola abierta, y mi cinturón, bajando los pantalones, extrayéndolos por los pies. Me retira los calzoncillos, mientras mi pene erecto salta como si tuviera un resorte, mostrándose en su máxima expresión.

Con sus manos acaricia mis pechos, erizándome la piel. Baja poco a poco por mi abdomen y pubis, acariciando mi pene depilado, recreándose en mis testículos, suaves y ardientes.

Siento la humedad y tibieza de su lengua desplazándose sobre mi glande, con suaves lametones, recorriéndolo, degustándolo. Su lengua recorre el tronco de mi polla, lamiéndolo, impregnándolo de su saliva, para detenerse mis huevos, succionándolos, primero uno y luego el otro. Mis manos intentan, como un acto reflejo, ir hacia su cabeza para sujetarla y acompañarla en su dulce movimiento, pero están retenidas. Esta sensación de sentirme totalmente a su disposición incrementa mi placer a otro nivel, desconocido y nuevo para mí.

Su mano recoge mi polla, me introduce con presión algo elástico. Es un preservativo. Noto el peso de su cuerpo situarse sobre mi pubis. Su mano cogiendo mi pene, dirigiéndolo hacia lo que me imagino es su coño, totalmente húmedo, con una temperatura mucho mayor que la que he experimentado instantes antes. Está totalmente lubricada. Mi polla, bajo la goma, se desplaza con mucha facilidad, como si estuviera impregnada de vaselina. Ya libre de su mano, siento la cálida entrada y la posterior subida y bajada de su vagina, primero de forma lenta y luego más rápidamente. Me está cabalgando, como una amazona, con sus manos apoyadas en mi pecho.

Siento la forma interior de su sexo, sus recovecos, sus paredes laterales, sus labios golpeando la base de mi polla y en mis huevos. Sus dedos incrustados en mi pecho. Su olor salvaje, a sexo y sudor.

Puedo imaginármela, oyendo sus jadeos, con la cara desencajada, las piernas flexionadas y a horcajadas sobre mí. Su ritmo se incrementa, pasando a ser frenético. Ritmo que me contagia y sigo, encajando sus movimientos con los míos, tomando impulso hacia arriba, arqueándome y levantándola de mi pubis, penetrándola lo más profundamente posible. Sus jadeos son más fuertes e intensos.

No puedo aguantar más y me corro, en un orgasmo muy intenso. A continuación sus gemidos y su movimientos espasmódicos, me indicaba que ella también se está corriendo.

Se levanta sobre mí, me quita el preservativo y vuelvo a sentir su lengua húmeda, recorriendo mi glande, ahora mucho más sensible, lamiendo el semen que queda sobre mi polla, tragándoselo, hasta que siento que no quedan rastros del mismo.

Mientras me retira el pañuelo sobre mis ojos y con una diminuta llave me abre las esposas de mis muñecas, la observo, totalmente desnuda frente a mí, a escasos centímetros. Es hermosa y vulnerable. La Ainhoa que se muestra pocas veces.

-¿Te ha gustado, Fernando?

-Ha sido impresionante. Me ha encantado Ainhoa. Nunca había experimentado algo parecido.

-Hoy he sido mala, pero poco, muy poco. La próxima vez lo seré de verdad.

-Has estado a la altura, Fernando, pero veremos las siguientes. Cada vez te pediré más.

Este fue nuestro primer encuentro durante las semanas que compartimos en el verano. El preámbulo de un mundo de experiencias desconocidas e intensas para mí.

Al volver a casa, estoy expectante por saber de ella, de recibir su llamada o un mensaje, pero sé que posiblemente no será hoy. Ainhoa disfruta, a su manera, castigándome.

(9,50)